29 noviembre, 2009

BRUCE HOOD ENTREVISTADO POR PUNSET

Por: Antonio Chávez

Bruce Hood, Director del Centro de Desarrollo Cognitivo de la Universidad de Bristol, es autor de «Supersense: Why we believe in the unbelievable», donde postula que es precisamente el modo en que funciona la neurocognición infantil el multi-núcleo causal de los sistemas de creencias «mágicas», más relevantemente que la propia socioculturización de este aspecto. Ver p.ej. esta entrevista (en inglés) «¿Somos creyentes innatos o receptores culturales?».

Como parte de las discusiones sobre lo polémica que puede resultar la Ciencia Cognitiva de la Religión, aquí en el blog se publicó traducida una nota periodística, basada en una conversación telefónica de los autores de la misma con Hood: resultó que se distorsionó lo dicho por Hood para forzar el concepto de que la creencia en Dios es innata. El autor respondió con un descargo en su blog personal. Se suele confundir (quizás adrede) sostener que el hombre sea mecánicamente propenso al pensamiento mágico con que existan creencias religiosas de nacimiento. Aquí lo que el autor propone, en la misma línea argumentativa de Paul Bloom, Pascal Boyer, Scott Atran, Justin Barrett o Iikka Pyysiainen, es que lo innato son ciertas restricciones y posibilidades en el modo en que pensamos, en que aprehendemos el mundo externo, en el modo en que procesamos la información sensorial. Lo que lo diferencia un tanto es que, como Bloom, Hood se enfoca en la cognición infantil.

26 noviembre, 2009

NEUROCIENCIA DE LA RELIGIÓN (VII): EL PAPEL DEL LÓBULO PARIETAL

Por: Antonio Chávez
hnc.correo@gmail.com

Este artículo, en el que veremos la importancia del lóbulo parietal en la experiencia religiosa y aún aspectos más comunes de la religión, hay que considerarlo como indisociable del anterior enfocado en el lóbulo temporal y estos aspectos religiosos.

En principio y en sentido global, la literatura científica muestra ampliamente al lóbulo parietal como el sustrato neural de la asociación de información sensorial proveniente del cuerpo, del tracto visual dorsal (constituyéndose en el «dónde», específicamente a partir del input visual occipital de sus áreas superior/posterior) y del córtex auditivo. Está directamente vinculado al lóbulo frontal en el control motor y la planificación de la conducta, participando importantemente en la elaboración de mapas visuoespaciales de navegación enfocado a ello y junto con el lóbulo temporal (además de integrar el área de Wernicke en el hemisferio izquierdo) estructura la intención y procesa la lectura de señales sociales en el entorno, funciones evidentemente relacionadas con la planificación conductual. Es pues un sitio del cerebro donde se sientan importantes aspectos como la conciencia de ubicación en el mundo que nos rodea y la representación del mismo de tal modo que podamos enfocar nuestra conducta en él.

El lóbulo parietal también es el asiento de un aspecto directamente asociado a la conciencia visuoespacial y la abstracción perceptual, la cognición matemática: «el conocimiento de números y sus relaciones» (Blakemore & Frith, The Learning Brain, Wiley-Blackwell, 2005, p. 53). Este aspecto, como una de las funciones parietales específicas, sería irrelevante para el estudio científico de la religión de no ser porque su sustrato neural más importante, el surco intraparietal (SIP) y adicionalmente las áreas inmediatas que divide (lóbulo parietal superior e inferior), paralelamente se integran a sistemas funcionales de índole agentivo y socio-emocional (imitación, empatía, ToM),1 también asociadas directamente a la conciencia visuoespacial (en tanto que una persona o cualquier agente -intencional- es finalmente un ‘objeto’ en el mundo que nos rodea - por tanto información perceptual susceptible de ser ‘abstraída’). Lo relevante es que esta simultaneidad operativa parece permitir fusionar la cognición matemática con la atribución de intención (meta) y causalidad dentro del SIP/áreas inmediatas bilateralmente, estructurando así ideaciones de índole «matemático-místico» tal y como tratado previamente en «El surco intraparietal: matemática y agencia sobrenatural».

Regiones parietal y frontodorsolateral durante la meditación religiosa: el espacio externo como agente intencional

d’Aquili & Newberg (2000, p. 43) postulan que «el lóbulo parietal posterior superior y ciertas partes del lóbulo parietal inferior, particularmente en el lado no dominante, están envueltos en la imposición de una gran unidad sobre la diversidad». Según estos autores, la progresiva disminución de la actividad de tales regiones en el hemisferio izquierdo (el lado dominante) en relación al resto de la corteza cerebral, induce la sensación, típica en la experiencia religiosa, de fusión del yo con el entorno y la profunda conexión entre los diversos elementos de la realidad. Newberg, d'Aquili y sus colegas escanearon la actividad cerebral de ocho meditadores budistas, encontrando evidencia de que este tipo de meditación correlaciona con el decrecimiento del flujo sanguíneo en esas áreas (Newberg et al. 2001). Específicamente, la experiencia espaciotemporal de profunda unidad cósmica de la meditación consistiría en cierta interacción funcional parieto-frontal (P-F): incremento en la actividad del córtex prefrontal dorsolateral (CPFDL) izquierdo (CPFDLi) y decrecimiento en el córtex parietal posterior superior izquierdo (ibid. p. 118, ver imagen de la izquierda). Entre tanto, Newberg et al. también detectaron decrecientes cambios funcionales en el lóbulo temporal lateral derecho y en el lóbulo temporal inferior izquierdo.

El córtex parietal posterior, bilateralmente, se asocia con la organización y el mapeo topográfico (Silver et al. 2005) y está demostradamente vinculado al direccionamiento de la atención visuoespacial y la preparación para la acción (Rushworth & Taylor 2006; Drew & van Donkelaar 2007). De hecho, estudios sobretodo en monos sientan el área parietal posterior como un mapeador de intenciones, más que una simple área de asociación sensorial, como clásicamente considerado (Andersen & Buneo 2002; Cui & Andersen 2007). Entre tanto, el incremento de actividad en el córtex parietal inferior (CPI) derecho (CPId) subyace a la observación de las propias acciones siendo imitadas por otra persona (mientras la región homóloga izquierda se asocia a la producción de la imitación), sugiriéndose que tal área juega un rol específico en la distinción entre las acciones propias y aquellas generadas por otros (Decety et al. 2002); otros estudios apoyan tal sugerencia al encontrar que la actividad del CPId correlaciona positivamente con el grado de representación autorreferencial (Lou et al. 2004) o que la alteración de su actividad interrumpe la discriminación yo/otros, confirmando su papel esencial en tal función cognitiva, capital para la interacción social (Uddin et al. 2006). Interesantemente, un estudio reciente mostró que esta área se vincula a la intención motriz (Desmurget et al. 2009), viniendo a verificar resultados previos sobre la relación del córtex parietal y la intención de movimiento (Sirigu et al. 2004).2 La atribución de agencia (erróneamente, p.ej. a un objeto inanimado como una computadora) se asocia a los niveles de actividad del CPId, en calidad de «comparador» yo/otros (Preston & Newport 2008). Esta región también participa importantemente en la extracción de causalidad a partir de la información visual dinámica, p.ej. al percibir objetos en movimiento (Fugelsang et al. 2005).

Finalmente, un cuantitativo meta-análisis de 70 estudios acumulados de neuroimagen funcional demuestra que el CPId y su unión con el córtex temporal superior, región denominada junción temporoparietal (JTP),3, 4 se asocian con el sentido de agencia y el redireccionamiento de la atención hacia un estímulo destacado, siendo operaciones críticas para los más altos procesos de cognición social, tales como ToM y empatía (Decety & Lamm 2007). Entre tanto, concretamente asociando el córtex parietal y temporal a la agencia sobrenatural, p.ej. «la representación de agencia no directamente percibida» (Boyer 2003, p. 122 «Table 2. A framework for a cognitive neuroscience of religion»), este autor participó en un estudio de neuroimagenes sobre la detección de contingencia mecánica e intencional, encontrándolas correlacionadas, respectivamente, con el SIP derecho y el córtex parietal superior bilateralmente (Blakemore et al. 2003). Boyer propone una estructura neurocognitiva bastante plausible, abarcando los sistemas de detección de meta o intención y el de agencia sentados en una amplia red temporo-parieto-frontal (T-P-F),5 como el sustrato de las creencias en entes sobrenaturales, en tanto que subproductos cognitivos de la actividad coordinada de tales sistemas.

Toda esta breve revisión de datos deja suficientemente fundado el papel del córtex parietal en la conciencia de nosotros mismos respecto al espacio externo y los objetos en él, proceso indisociable entre tanto, como se muestra, de las funciones de objetivación perceptual y atribución de significado socio-emocional del lóbulo temporal, todo lo que confluye en la construcción de una completa perspectiva intencional propia sobre el mundo con el que interactuamos (en lo que finalmente se involucran las regiones prefrontales para ejecutar nuestra conducta y pensamiento, como veremos luego). El desbalance funcional interhemisférico en este sistema altera el sentido de distinción entre nosotros y el mundo que nos rodea al distorsionar directa o indirectamente las atribuciones de agencia, intención y causalidad, pudiendo llegar a generar la sensación de fusión de la autoagencia (el yo) en «un todo» infinito y atemporal, o la sensación de agentes causales como externos al yo. Esto es precisamente lo que ocurre en los estados alterados de conciencia denominados «experiencias religiosas».

Volviendo al estudio de Newberg et al. 2001 sobre meditación budista, los autores asocian su registro P-F con otros estudios sobre procesamiento espacial (p. 120); siendo tal registro, de hecho, comparable con la red anatómica (incluyendo la JTP) que soporta los mecanismos de atención visuoespacial (p.ej. Kastner & Ungerleider 2000 pp. 328-330). Luego veremos que esta red forma parte de una interconexión más amplia que incluye al córtex temporal medio/superior derecho, teniendo especial importancia para estructurar la agencia sobrenatural, tal y como propone Boyer. Mientras tanto, la asimétrica activación interhemisférica de esta red P-F en la meditación, con su mayor actividad en el lóbulo prefrontal izquierdo y menor en el derecho - menor en el lóbulo parietal izquierdo y mayor en el derecho, nos mostraría un rasgo particular diferente de la habitual cognición visuoespacial que hace precisamente inusual a este estado neurocognitivo: mientras al estar funcionalmente libres las áreas parietales superior e inferior derecha, se espera un consecuente predominio de la atribución de intención, la imitación, la atribución de causalidad, la empatía y la ToM en tanto que todos se sientan diversamente en tales áreas como se ha mostrado.

Ahora bien, la mayor actividad en el CPFDLi, que Newberg et al. 2001 señalan como consistente con otros estudios neurocientíficos sobre meditación (p. 120), indicaría como los autores hipotetizan el enfoque y la alta concentración de la atención. Más interesantemente aún, el CPFDL y ninguna otra región del lóbulo frontal está exclusivamente conectada a los córtex asociativos parietal/temporal/occipital (siendo por tanto la región frontal ejecutiva expresamente dedicada a asociar a su vez la información de tales regiones posteriores del cerebro, ver gráfico a la derecha para ilustrar), al córtex frontal orbito/ventromedial (regulación socio-emocional, expectativa de recompensa, toma de decisiones, «hot ToM», evaluación de creencias), al córtex frontomedial - giro cingulado anterior (detección de errores asociada a significado emocional) y al hipocampo (memoria, navegación espacial) (Estévez-González et al. 2000, p. 575 Tabla VIII), involucrándose así paralelamente en la manipulación espacial, la memoria y la imaginación (como el llamado «mental time travel») para el planeamiento conductual. Por ejemplo, se asocia a la formación de conceptos (ibid. p. 570), aspecto cognitivo consistente con que el CPFDL abarque porciones correlacionadas con la semántica lingüística en el hemisferio izquierdo, el área 45 de Brodmann o de Broca, que por cierto además juega un papel en la interpretación lingüística de las acciones (Fadiga et al. 2006), las metas y las intenciones de otros (Gentilucci et al. 2006).

Evidentemente, el CPFDLi, debido a sus conexiones anatómicas y sus funciones ejecutivas, no solo enfoca la atención sino que interpreta las alteraciones visuoespaciales y agentivas parietales en el estado meditativo, identificando los implicados estados alterados de conciencia con el esquema religioso propio de la persona (Mohandas 2008, pp. 67-68; Azari et al. 2001), precisamente en virtud de ser un centro final de asociación cognitiva y emocional modulado dopaminérgicamente.6 Entre tanto, la región más anterior del CPFDL, el área frontopolar (área 10 de Brodmann), que resultaría crítica para distinguir al hombre de otros primates (Allman et al. 2002), es fundamental para el razonamiento, la planificación (Estévez-González et al. 2000, p. 570) y los mayores grados de abstracción en la toma de decisiones (Hollmer 2009, nota de prensa Brown University News; Badre et al. 2009). Está claro que el CPFDL se involucra en la evaluación tanto de la experiencia como de las creencias religiosas, estando de hecho directamente asociado (área frontopolar) a la afirmación de las creencias religiosas (Harris et al. 2009).

Como se decía, Newberg et al. 2001 indican que las fases más profundas de la meditación correlacionadas con una hiperactividad en el CPFDLi, es un hallazgo consistente con diversos estudios de neuroimagenes como puede verse en este cuadro de la izquierda (pinchar para ampliar) que reúne estudios la mayoría sobre meditación entre 1990-2006 (tomado de Mohandas 2008 pp. 66-67; Cahn & Polish 2006 p. 197). Sin embargo, hay que notar que la evidencia disponible muestra que esta hiperactividad no es interhemisféricamente regular (sugiriéndose incluso que las experiencias religiosas se deban a una transitoria hipofuncionalidad frontal: Dietrich 2003), lo que acentúa doblemente el carácter inusual de la experiencia: alteración en la función interpretativa prefrontal de las propias alteraciones de la información sensorial proveniente de las regiones parietal y temporal.

Entre tanto, mientras en la meditación predominan las representaciones espaciotemporales alteradas: sensación de trascendencia, de ser uno con el infinito, pérdida de sentido del tiempo,7 el éxtasis místico o divino es más consistente con procesos agentivos socio-emocionales, en tanto que representa un «contacto» más o menos explícito con un agente sobrenatural (hecho consistente además, como vimos previamente aquí y aquí, con la ideación de Dios en creencias religiosas comunes). El estado neurocognitivo en la meditación es pues un tanto diferente del éxtasis místico o divino (de acuerdo a los datos de Beauregard & Paquette 2006; ver «NEUROCIENCIA DE LA RELIGIÓN (VI): EL PAPEL DEL LÓBULO TEMPORAL»): aquí hay un mayor involucramiento del lóbulo temporal medio derecho y una práctica ausencia de actividad en el CPFDL contrastando con el fuerte registro orbitofrontal (también registrado por Newberg et al. 2001, p. 118, siendo esto consistente con el sentido emocionalmente placentero de la experiencia mística que sugieren Beauregard & Paquette 2006, p. 189), mientras que, en cambio Newberg et al. detectaron hipofunción temporal lateral derecha.8

Un sistema T-P-F derecho como base para la cognición agentivo-religiosa

Las regiones posteriores del cerebro, los lóbulos parietal y temporal, son el asiento de un nivel «básico» de la conciencia del mundo que nos rodea y de los objetos en él, en tanto que áreas de asociación sensorial inmediatas al córtex visual occipital. Las áreas inferiores del lóbulo parietal y superiores del temporal, con predominancia derecha, están estrechamente vinculadas en esto y resultan directamente implicadas en la atribución de significado (socio-emocional) al mundo e intuir intenciones en los eventos del entorno, lo que, en un nivel «elevado» de cognición sentado en la parte anterior del cerebro, en el lóbulo prefrontal sobretodo, resulta en la elaboración específica y el manejo de ideas y creencias de carácter mágico y sobrenatural (ver «Neuromapa 2» a la derecha, pinchar para ampliar).

De hecho, repasando el artículo «NEUROCIENCIA DE LA RELIGIÓN (VI): EL PAPEL DEL LÓBULO TEMPORAL», a nivel cortical todo lo anterior conforma una distinguible red anatómicamente interconectada de modo directo y para ilustrarlo tenemos nuevamente este gráfico (a la izquierda): un sólido cableado de fibras nerviosas paralelas estructuradas por una conexión supra/mediotemporal-inferoparietal,9 otra segunda inferoparietal-laterofrontal y una tercera, el fascículo arqueado, supratemporal-inferoparietal-laterofrontal (Gharabaghi et al. 2009; Karnath 2009). Mientras que las propiedades funcionales de esta red son mejor conocidas en el hemisferio izquierdo (ampliamente aceptado como el sustrato neural del lenguaje), en el hemisferio derecho son aún poco conocidas (aunque también se ha sugerido involucrado en el lenguaje: Catani et al. 2007, p. 17166), sin embargo, es altamente probable que sea esta compleja red del hemisferio derecho, homóloga a la izquierda pero diferentemente asociada a una especialización en orientación espacial y exploración (Karnath 2009), cuyo desarrollo evolutivo posibilitó la emergencia de la ideación mágico-sobrenatural, y no solo por tal especialización, sino precisamente porque a su vez sirve a la atribución de significado social y emocional al espacio exterior percibido. Insistiré en sugerir este neurocircuito como el sustrato anatómico de una hipótesis cognitivo-evolucionista (p.ej. hiperactividad agentiva como animismo) sobre el origen de la religión (cf. Kanazawa en Crespi & Badcock 2008, p. 272).

Así pues, un esquema global T-P-F derecho puede verse reflejado no solo en la experiencia religiosa o mística sino también en las creencias religiosas comunes, sin embargo, el manejo de tales creencias (p.ej. aceptarlas o rechazarlas) implica algunas áreas diferentes en este esquema, tendiendo en cambio a involucrar más al hemisferio izquierdo o de hecho con predominio de este, y mayor relevancia de áreas prefrontales mediales y ventrales. Por ejemplo el reciente estudio de Harris et al. (2009) (ver «CORRELATOS NEURALES DE LAS CREENCIAS RELIGIOSAS Y NO RELIGIOSAS»), explorando las bases neurales de las creencias religiosas (y no religiosas) cristianas, encontró que la aceptación o el rechazo de una creencia que implica representar a Dios, p.ej. «el Dios bíblico es un mito», involucra el CPI, especialmente en el hemisferio izquierdo, como única región posterior del cerebro activa (ibid. p. 3, p. 5 Fig. 3 «Reponses to blasphemy in both groups»). De modo global, la evaluación de afirmaciones religiosas correlacionan con una actividad bilateral que es notable en el lóbulo parietal (precuneo y SIP, ibid. p. 4 Tabla 3, Fig. 2A), asociándose así con procesos autorreferenciales-espaciales y agentivos, mientras la no-creencia es predominantemente izquierda y correlaciona con áreas implicadas en la memoria y la modulación socio-emocional (p.ej. áreas temporomedial, retrosplenial, orbitoventromedial).

Conclusiones sobre Neurociencia de la religión VI y VII

Es considerablemente claro cómo es que el cerebro puede elaborar la agencia sobrenatural, sea que hablemos de experiencias inusuales como de creencias masivas. Primero, es evolutivamente sugerente la especialización del circuito T-P-F en el hemisferio derecho en la cognición espacial y el enfoque de la conducta hacia el espacio exterior. Es necesario poder percibir el entorno con un intrínseco significado social para así sustentar una conducta social adaptativamente efectiva y plástica. Nada de esto es sugerido como «religión», en tanto que no lo es, sino como el sustrato neurocognitivo que va a permitir la emergencia de ella, pero aún no como «un todo», sino a la vez como la integración de diversos aspectos neurocognitivos relacionados emergiendo de todo esto.

Segundo, el circuito homólogo izquierdo, predominante y dedicado al lenguaje, debe trabajar conjuntamente para poder planear y expresar nuestras conductas. La coordinación de ambos ejes parece darse en el lóbulo prefrontal, en donde a la vez se integran los procesos perceptuales ventrales del lóbulo temporal, el «qué», y dorsales del lóbulo parietal, el «dónde» (p.ej. Rao et al. 1997). El lenguaje pues, servirá para dar forma comunicativa a los aspectos emergentes que constituyen la religión, cosa que mientras en un nivel evolutivo básico puede permitir el surgimiento de los mitos, a su vez permitirá el surgimiento de nuevos y más complejos aspectos religiosos como las doctrinas y los preceptos.

Tercero, mientras que tal estado típico de balance interhemisférico podría explicar la formación y evaluación de las creencias religiosas, en cambio los estados atípicos o extremos de predominio derecho inciden en experiencias y conductas asociadas a la hiperactividad del sistema de agencia incluyendo el espectro patológico asociado, siendo una de las consecuencias más notorias la fuerte agencia sobrenatural (p.ej. es difícil distinguir entre un agente invisible y maligno que persigue, en el caso del delirio paranoide, y que se afirme la existencia de demonios en el caso de las personas religiosas sanas). Antes se ha discutido que es muy probable que un natural desbalance hacia la derecha, dopaminérgicamente modulado, sustente el pensamiento mágico. Esto tampoco es en sí mismo «religión» pero sí un fundamento nuclear.

Los entes sobrenaturales (dioses, espíritus, hadas, demonios, etc.) no parecen surgir como ideas directamente a partir del sistema de agencia, sino que es necesario el concurso de otros aspectos neurocognitivos (p.ej. cognición espacial, empatía, ToM, juicio moral) para representarse su «ubicación», «apariencia» o «conducta» (véase al respecto esta discusión en nuestro foro). Es precisamente en la variedad de estados alterados de conciencia llamados «experiencias religiosas» donde más claramente se evidencia la hiperactividad de tales sistemas. Así, en un éxtasis místico (como en la epilepsia del lóbulo temporal derecho) se puede «escuchar» y aún «ver» a Dios, o en la profunda meditación se puede tener un repentino «conocimiento» de todo el universo.

Mientras tanto, aunque eso no se da en la vida religiosa cotidiana (salvo considerando que las «vivencias» y el «conocimiento» obtenidos en tales experiencias religiosas son transmitidos bajo la forma de ritos y creencias masivamente) y aunque en la práctica le ocurre específicamente a una minoría de personas, existe un notorio continuum consistente en la activación visuo-espacio-agentiva, similarmente a como sugiere Persinger. Es decir que es ciertamente lo mismo que cotidianamente un creyente religioso piense o imagine a Dios y la sensación real de ver a Dios durante un éxtasis divino, mientras que ésta se diferenciaría por su desborde emocional o en la alteración de la conciencia espacial.

Para terminar, notaré que el diseño del Neuromapa 2, propuesto como una guía gráfica y referencial en base a la que se han desarrollado los artículos enfocados a estructurar una neurociencia de la religión, es ampliamente consistente con el modelo T-P-F de Gharabaghi et al. 2009 y Karnath 2009 aquí sugerido como el asiento neurocognitivo de la creencia sobrenatural.


Notas:

1. Imitación: Decety et al. 2002, p. 269; Iacoboni & Dapretto 2006, p. 943. Empatía: Moll et al. 2002, pp. 2731-2732; Leibenluft et al. 2004, p. 230; Decety & Moriguchi 2007 pp. 9-11; Akitsuki & Decety 2009, p. 725 Table 1. ToM (Teoría de la Mente): Corbetta et al. 2008, p. 4; Young et al. 2007, pp. 8237, 8239; Singer 2006, p. 857.

2. Tales resultados inciden en el tema del llamado «libre albedrío» (Haggard 2009) y periodísticamente se han difundido como el sustrato neural de tal aspecto, quizás exclusivamente humano. Por lo pronto, el CPId resulta implicado en diversos asuntos religiosos.

3. Región también involucrada en la distinción yo/otros (Vogeley et al. 2001), estando «activamente implicada en mantener un coherente sentido del propio cuerpo, distinto de los objetos externos no corpóreos» (Tsakiris et al. 2008). La alteración funcional de la JTP «conduce a la interrupción de varios aspectos fenomenológicos y cognitivos de autoprocesamiento, causando duplicación ilusoria, autolocalización ilusoria, punto de vista ilusorio, y agencia ilusoria que son experimentados como una experiencia extracorporal» (Blanke & Arzy 2005; cf. Blanke et al. 2005).

4. Otro experimento, en la JTP izquierda, induciendo la sensación de una presencia cercana (Arzy et al. 2006), nos remite a la hipótesis de Cook & Persinger (1997) sobre el desbalance funcional interhemisférico temporal/parietal sosteniendo la sensación de una presencia extraña como el «homólogo hemisférico derecho del sentido del yo del hemisferio izquierdo», o al caso del derrame en el hemisferio izquierdo con la subsecuente «liberación» funcional del hemisferio derecho de J.B. Taylor, con sus efectos muy similares a las experiencias religiosas. Nos remite, también, al reporte citado de Newberg et al. (2001), por lo menos en cuanto a una hipofuncionalidad en las regiones parietal y temporal inferior del hemisferio izquierdo, ya que apunta al consecuente dominio de las áreas homólogas del hemisferio derecho y sus funciones agentivas socio-emocionales, tal como se comentó arriba y anteriormente.

5. Detección de meta o intención: surco temporal superior (STS) y modulación del córtex parietal superior en la detección de agencia reactiva. Agencia: córtex frontomedial y regiones dedicadas a las señales sociales (STS, amígdala, orbitofrontal), imitación (STS, parietal inferior) y empatía emocional (STS, amígdala, orbitofrontal, frontomedial) (Boyer 2003, p. 122 «Table 2. A framework for a cognitive neuroscience of religion»; «NEUROCIENCIA DE LA RELIGIÓN (I): CORRELATOS NEURALES DE LA CREENCIA SOBRENATURAL», Gráfico 2. Esquema detallado de las bases neurales de la creencia religiosa).

6. La dopamina es el mayor neurotransmisor en el CPFDL y las regiones prefrontales a las que se conecta (orbital, ventromedial y medial). Es de particular importancia para la religión (tanto creencias comunes como experiencias inusuales) la modulación dopaminérgica prefrontal, ya que confiere un sólido significado socio–emocional a la conciencia visuoespacial enfocada hacia un objetivo o un estímulo distante (ver «Dopamina, pensamiento mágico, correlatos neurales de la creencia sobrenatural») en tanto que regula los aspectos conductuales/ideacionales vinculados a la expectativa de recompensa (Arias-Carrión & Pöppel 2007 p. 485). Como de esperarse, la modulación dopaminérgica en las regiones prefrontales (ventromedial), que no es otra cosa que el significado placentero de lo que hacemos o pensamos, se ha mostrado fuertemente vinculada a la aceptación o el rechazo de las creencias religiosas (Harris et al. 2009; ver «Correlatos neurales de las creencias religiosas y no religiosas»).

7. Por tanto, habiendo mencionado la consistencia en los diversos estudios «neuroteológicos» realizados, las áreas superior y medial temporal, y superior e inferior parietal resultan cruciales en tanto que sostienen la conciencia espacio-agentiva, p.ej. en el cristianismo (recitación de Salmos: Azari et al. 2001; franciscanos en oración profunda: Newberg et al. 2003), budismo (meditación tibetana: Newberg et al. 2001; meditación ‘insight’: Lazar et al. 2005), yoga (Lou et al. 1999; Lazar et al. 2000) y aún en otras escuelas de meditación (Baerentsen et al. 2001; 2004).

8. Aunque, al registrar también hipofunción inferotemporal izquierda, nos vemos con que, por tanto, la región homóloga derecha, vinculada a la agencia, el reconocimiento facial y corporal, jugaría un papel neurocognitivo predominante, acentuando así el sentido de agencia y corporeización en la percepción del espacio externo.

9. Un aspecto que resulta interesante en esta red es la conexión entre el lóbulo parietal y el hipocampo (región mediotemporal, que además incluye el giro parahipocámpico y la amígdala), en tanto que sus interacciones se asocian a la cognición espacial como demostrado en animales (Burgess et al. 1999; Save & Poucet 2000; Whitlock et al. 2008). Adicionalmente, en humanos es conocida la importancia de la red prefrontal-mediotemporal en la memoria de largo plazo (Simons & Spiers 2003), donde están involucrados el CPFDL y el área frontomedial (ibid. Fig. 1). Esto podría sugerir que las asociaciones mnémico-emocionales sean capaces de afectar la cognición espacial, modelando así significados puramente subjetivos en nuestra percepción del entorno, que bajo ciertas circunstancias, como precisamente en los estados alterados de conciencia, provoque la percepción de aspectos familiares en el espacio externo, tal y como si se tratase, p.ej. según el psicoanálisis, de la «proyección» de la figura paterna (es decir, su representación en la memoria) en el entorno. Como es bien sabido, esta es la explicación psicoanalítica de los dioses, que es muy popular, sin embargo, tal sugerencia es especulativa, siendo discutible que la memoria esté lo suficientemente involucrada aquí, como se discutió previamente.

Temas relacionados:

13 noviembre, 2009

NEUROCIENCIA DE LA RELIGIÓN (VI): EL PAPEL DEL LÓBULO TEMPORAL

Por: Antonio Chávez
hnc.correo@gmail.com

Este artículo es una extensión de «Neurociencia de la religión (V): cuando las intenciones percibidas en el entorno tienen rostro», respecto al papel del lóbulo temporal y el reconocimiento facial en la agencia sobrenatural. Mientras allí, en base a sus correlatos neurales, se enfocaron aspectos más comunes de la religión como la pareidolia y las creencias masivas del cristianismo sobre Dios, bajo esta misma perspectiva ahora se enfocará la experiencia religiosa.

El lóbulo temporal está ampliamente correlacionado con la memoria, las emociones y la audición, compartiendo un papel fundamental junto con el lóbulo parietal (área de Wernicke en el hemisferio izquierdo) en el lenguaje. En el hemisferio derecho procesa la información visual (tracto ventral de la visión, constituyéndose en el «qué») estructurando la objetivación de lo que percibimos, es decir, es la base de las ‘conceptualizaciones’: detecta e identifica caras, cuerpos, gestos, intenciones, escenas, objetos; simultáneamente adjuntando significado emocional al proceso (a través de su directa conexión con la amígdala y el córtex prefrontal orbitoventral) y codificándolo como memoria en sus regiones más profundas (hipocampo). Se asocia estrechamente al lóbulo parietal para elaborar nuestra conciencia del espacio que nos rodea, haciendo en principio posible que atribuyamos al mundo un sentido emocional y empático.

Previamente se apuntó la importancia de las áreas parietal/temporal en cuanto a la religión respecta. De modo más específico ambos lóbulos, dadas algunas de sus funciones resumidas en «Neurociencia de la religión (V)...», sostienen las más inusuales experiencias como la sensación de pérdida de los límites entre el propio cuerpo y el entorno, la alteración de la percepción espaciotemporal, visión de rostros, audición de voces, o la sensación de que hay una presencia cercana. Todas estas experiencias y otras más conforman los llamados estados alterados de conciencia, que aunque pueden ser puramente recreacionales y carentes de significado religioso, integran aspectos de la religión más o menos diferentes de las creencias masivas y de menor dimensión respecto a éstas, pero seguramente más notorios, tales como el éxtasis místico, la oración profunda, algunos tipos de meditación, la hierofanía, la revelación divina, las súbitas conversiones religiosas, el trance chamánico, o la posesión. La pareidolia también estaría en este grupo (aunque es mucho más concurrente) y hemos visto cómo depende fuertemente de la zona ventral del lóbulo temporal, el córtex fusiforme.

Entre tanto, las experiencias y sensaciones subyacentes en todo esto no necesariamente corresponden a estados patológicos a pesar de las notorias equivalencias neurales/cognitivas implicadas (p.ej. entre la experiencia religiosa y los episodios psicóticos: Peters et al. 1999; Bhugra, Psychiatry and Religion: Context, Consensus and Controversies, Routledge, 1997, pp. 173-174) y a pesar de los casos en que sí hay tal correspondencia.1

Neuroteología: el «Casco de Dios» y la «presencia sentida»

«Neuroteología» es como se denomina al reciente estudio estrictamente neurocientífico de ciertos aspectos religiosos, de modo específico, las experiencias religiosas. Ciertamente, se trata de un término controvertido2, sin embargo, por encima de cualquier polémica filosófica, teológica y de alguna opinión personal sobre resultados obtenidos3, en este campo se han hecho interesantes hallazgos y progresos, que en promedio se correlacionan positivamente (cf. Mohandas 2008 p. 65-67).

En términos neurocientíficos, podríamos remontarnos a los años 60s cuando se empezó a vincular el lóbulo temporal derecho con la hiperreligiosidad (un interés exagerado en asuntos religiosos y/o concurrencia de experiencias religiosas), precisamente por el estudio de los efectos de la epilepsia en esta región del cerebro (Devinskya & Schachter 2009). Posteriormente, el neurocientífico Michael Persinger se enfocó durante más de dos décadas al estudio de tal vínculo4 (Persinger 1984; Cook & Persinger 1997; Tsang, Koren & Persinger 2004), llegando a estimular con débiles descargas electromagnéticas tal región y el adyacente lóbulo parietal mediante un casco de motocicleta modificado (bautizado por un periodista como el «Casco de Dios»), induciendo la sensación de una presencia extraña que Persinger denomina la presencia sentida, entre otras experiencias, aunque no todas de significado religioso.

«La sensación de una presencia, la cual puede ser la base fenomenológica común de la que se derivan las experiencias de dioses, espíritus, ángeles y otras entidades, es un homólogo hemisférico derecho del sentido del yo del hemisferio izquierdo» (Cook & Persinger 1997). Es decir, el agente sobrenatural en la experiencia religiosa no es sino un «yo» que el cerebro derecho no logra representar de modo adecuado, que resulta en una presencia espacialmente externa. Será importante agregar que, de acuerdo a todos los trabajos desarrollados por Persinger, la presencia extraña parece ser un aspecto neurocognitivo de índole general y universal (ha inducido tales experiencias en individuos con diversos esquemas crediticios, incluyendo personas irreligiosas), del que, como precisamemnte comenta el autor, «derivan las experiencias de dioses (...)»: no se trata pues de una capacidad expresa y exclusivamente perteneciente a lo religioso. Entre tanto, es preciso e ilustrativo recordar que el lóbulo temporal derecho, junto con el parietal, son el sustrato de la conciencia espacial.

Persinger también hipotetizó que el propio electromagnetismo de la corteza terrestre podría afectar al lóbulo temporal y así causar las experiencias inusuales. Aunque la idea, en principio una hipótesis de los avistamientos de OVNIs, es controversial, hay cierta evidencia que «sugiere que los fenómenos cultural e históricamente ubicuos de presencias sentidas sean generados por procesos hemisféricos derechos que una vez realzados por una variedad de estímulos, incluyendo complejos campos magnéticos débiles, pueden ser reforzados por la actividad geomagnética global aumentada» (Booth, Koren & Persinger 2005).5 Pesinger también ha aplicado campos magnéticos al córtex prefrontal izquierdo de 50 sujetos mientras evaluaban diversas sentencias como verdaderas o falsas. Lo que obtuvo es que durante el proceso de refutación de lo dicho o escuchado, bajo el efecto del campo magnético aplicado, aumentó la probabilidad de aceptar una sentencia falsa como verdadera (Ross, Koren & Persinger 2008).

Los experimentos con el «Casco de Dios» adquirieron cierta popularidad y hasta el famoso ateo militante Richard Dawkins se sometió a la prueba, aunque infructíferamente: según él, no se produjo ningún tipo de experiencia mística o inusual. Persinger explicó el fracaso del experimento en Dawkins debido a su bajo puntaje en una escala psicológica que mide la sensibilidad del lóbulo temporal (nota de prensa en Telegraph, 2003). Sin embargo, un equipo de investigadores de la Universidad de Uppsala en Suecia, en 2005, replicó independientemente este tipo de experimento y no encontró resultados congruentes con los previos de Persinger.6 Varios meses después él respondió que, haciendo un re-análisis de 19 experimentos con 407 sujetos en total realizados durante 15 años, «las configuraciones magnéticas, no las creencias extrañas o la sugestibilidad de los sujetos, fueron responsables de la facilitación empírica de la sensación de presencia», enfatizando la importancia del lapso y los parámetros adecuados al aplicar el estímulo magnético (St-Pierre & Persinger 2006). Tal parece, al menos según Persinger, que el experimento de Uppsala no fue adecuadamente realizado.

Posteriormente diversificado en nuevos diseños, el casco místico se ha pretendido convertir en una herramienta metodológica para la investigación (neurocientífica) del misticismo y la espiritualidad, aunque más bien resulte en un recurso meramente recreacional y de connotaciones pseudocientíficas.

Del «punto Dios» a un modelo neurocognitivo más extenso de la experiencia religiosa

Vilayanur Ramachandran, un eminente neurocientífico de la Universidad de California, también considera al lóbulo temporal el centro del contacto con Dios o de la experiencia de unirse al cosmos; nuevamente, considerando la relación entre la hiperreligiosidad y la epilepsia del lóbulo temporal, especialmente la epilepsia temporolímbica (McKay 2004 pp. 3-4). De acuerdo con Ramachandran, las tormentas eléctricas de tales ataques inducen neuroconexiones entre el córtex temporal inferior y la amígdala, hecho que provoca la asignación de significado emocional a objetos y eventos. Entonces, cualquier objeto o evento puede imbuirse subjetivamente de profundo sentido, pudiéndose «ver un mundo en un grano de arena» (ibid p. 4). Esto es un tanto diferente de la hipótesis de Persinger: para Ramachandran, la asignación de significado emocional mediada por la amígdala es la base neural de la religiosidad.

A partir de los trabajos de Persinger y Ramachandran, entre 1997 y 1999 se popularizó periodísticamente el concepto del «módulo» o «punto Dios». El rápido avance de la «neuroteología», sin embargo, acumuló nuevos datos de experiencias en distintas tradiciones religiosas que no encontraron al lóbulo temporal derecho como un único centro o punto cerebral activo, sino una más amplia red prácticamente ‘por todo’ el cerebro. Ya en 1998 Newberg declaraba que (p.ej. en esta entrevista) no encontró resultados consistentes con un modelo predictivo de actividad en el lóbulo temporal en sus estudios sobre la meditación. Al fin y al cabo, los mismos autores que hemos visto han rechazado el término periodístico por reduccionista a pesar de que, bien para Persinger ‘Dios’ no es más que cierta actividad eléctrica en las neuronas y para Ramachandran, un fenómeno neurofisiológico «en gran parte protoplasmático». Por otro lado, Nina Azari, una especialista en neurociencia cognitiva y psicología de la religión, advierte que el solo estudio mediante neuroimágenes de las experiencias religiosas no explica a la religión en sí misma7, poniendo en entredicho la noción de un origen evolutivo de la religión elaborada a partir de las bases neurales de la experiencia religiosa (Azari et al. 2007).

Como fuere, este pequeño campo de estudios y datos ha seguido popularizándose, p.ej. mediante el documental de la BBC (2003) «God on the Brain», que reúne a los investigadores más reconocidos aquí. Entre tanto, el «punto Dios» continúa siendo un atractivo recurso mediático (cf. «Belief and the brain’s ‘God spot’», The Independient, 2009) a pesar de que el desarrollo reciente del estudio científico de la religión a través de otras disciplinas como la Ciencia Cognitiva o la Psicología del Desarrollo, sumada a los propios resultados empíricos dentro de la «neuroteología», lo descreditan.

Así, un estudio de Beauregard & Paquette (2006) con neuroimágenes del éxtasis místico de 15 monjas carmelitas, «mientras ellas estuvieron subjetivamente en un estado de unión con Dios», encontró alrededor de una docena de regiones cerebrales activas durante esta experiencia, comparando tal condición mística con otra de control que consistió en la evocación del más intenso sentimiento de unión con una persona.8 Esto corrobora una visión científica más amplia de la experiencia divina, vinculada ahora ampliamente a las redes del ‘cerebro social’ por ejemplo, mientras hecha por tierra el concepto del «punto Dios», en tanto que al fin y al cabo no es un término neurocientífico sino periodístico.

Figura 1. Mapa de activación durante la Condición mística. LACC: córtex cingulado anterior izquierdo; L/R MOG: giro occipital medio izquierdo/derecho; RGTM: giro temporal medio derecho; RSPL: lóbulo parietal superior derecho; L/R IPL: lóbulo parietal inferior izquierdo/derecho (Beauregard & Paquette 2006). (Pinchar en la imagen para ampliar.)

De todos modos estos resultados se han tomado como inconsistentes con los de Persinger y junto con la réplica fallida de la Universidad de Uppsala, son referidos para criticar su trabajo. Sin embargo, a pesar de la controversia (aunque respondida por Persinger) y a través de los datos de sus investigaciones, éstos nuevos con monjas carmelitas y otras investigaciones similares, hay una notoria congruencia respecto al papel de las regiones temporal y parietal del hemisferio derecho. En las monjas carmelitas la activación del lóbulo temporal derecho no ocurrió en su región ventral, pero sí en el giro temporal medio derecho (RGTM, como rotulado en la Fig. 1), hecho que los autores asumen como «relacionado con la impresión subjetiva de contacto con una realidad espiritual» (Beauregard & Paquette 2006 p. 189).

El RGTM, junto con el giro temporal inferior derecho, también fue registrado activo en cuanto a las creencias sobre el involucramiento de Dios en el mundo y en la vida de una persona (Kapogiannis et al. 2009). Según este estudio, la coactivación de ambas áreas incrementa la comprensión emocional precisamente al identificar las emociones negativas. Simultáneamente, el RGTM, junto con el córtex prefrontal medial izquierdo/derecho y el lóbulo parietal inferior derecho, funcionan para la agencia autorreferencial, es decir, para aspectos de la cognición social consistentes en el entendimiento de lo que otra persona o agente piensa sobre uno (Ruby & Decety 2003). Esto significa que el entendimiento de Dios (p.ej. conceptos como «la voluntad de Dios dirige mis actos» o «Dios castiga») implica procesos propios de la Teoría de la Mente (ToM) (Kapogiannis et al. 2009 p. 3) y como vemos en Beauregard & Paquette, esto también estructura de modo importante la sensación de contacto divino.

Entre tanto, el RGTM es el área inmediata, hacia abajo, al surco temporal superior (agencia, sensibilidad al movimiento biológico, reconocimiento facial) y hacia arriba, al giro temporal inferior (reconocimiento facial). De hecho, se ha registrado específicamente actividad del RGTM implicada en el reconocimiento facial (Phillips et al. 1998; Gazzaniga, The new cognitive neurosciences, MIT Press, 2000, p. 404).

Resumiendo, tanto las creencias religiosas comunes como la experiencia de contacto divino involucran al sistema de percepción facial y de agencia: los pensamientos respecto a Dios o las sensaciones inusuales de cercanía a él correlacionan con tales sistemas. Una consecuencia de este análisis de datos es que al considerar la dimensión cognitiva de las diferentes áreas temporales y parietales involucradas, podemos apuntar a un modelo explicativo menos reduccionista, que permite correlacionar los datos aparentemente contradictorios que hemos visto.

Lóbulo temporal derecho: cognición espacial

Hans-Otto Karnath, director del Center of Neurology & Hertie-Institute for Clinical Brain Research, de la Universidad de Tubinga, Alemania, ha encabezado y participado en una considerable cantidad de estudios investigando la conciencia espacial y sus bases neurocognitivas. Tal como se adelantó arriba y previamente, en efecto, se ha mostrado que parte del lóbulo temporal tiene un papel importante en la orientación y exploración espacial, siendo de relevancia el estudio del trastorno de la atención visuoespacial en humanos y la cognición espacial normal en monos. Nature en 2001 publicó un estudio de este autor titulado explícitamente «La conciencia espacial es una función del lóbulo temporal, no del lóbulo parietal posterior».9

Según Karnath, en humanos la inatención o negligencia espacial está demostradamente correlacionada con daños en el lóbulo parietal inferior y la junción temporo-parieto-occipital (JTPO). Entre tanto, por un lado progresivamente se han descubierto otras áreas corticales y aún subcorticales implicadas y por otro, las lesiones restringidas al lóbulo parietal raras veces son asociadas con la inatención espacial (Karnath 2001). De acuerdo con el autor, es posible que la visión clásica del lóbulo parietal como asiento de la conciencia espacial, deducida fundamentalmente del estudio de la inatención, esté sesgada por el hecho de que este lóbulo se vincule a los defectos del sistema de direccionamiento ocular parieto-frontal, hecho finalmente confundido como inatención espacial. Tal es así que, cuando Karnath analizó los estudios habidos excluyendo los casos con defectos adicionales en el campo visual, no encontró implicación del córtex parietal inferior ni de la JTPO en la inatención. En cambio, el centro de la lesión apunta al giro temporal superior derecho (GTSd). (ibid. p. 570).

Sin embargo, el papel del GTSd parece discutible. A diferencia de Karnath et al. (2001) y refiriéndose a una serie de desventajas que tuvo su investigación, otro estudio concluyó que las regiones críticas asociadas a la inatención son el giro angular en el lóbulo parietal inferior y el giro parahipocámpico en el lóbulo temporal medio (Mort et al. 2003). Aquí el GTSd resultó de importancia secundaria en la mitad de los 35 pacientes estudiados. Como los autores discuten, el giro parahipocámpico se vincula a la navegación y la memoria espacial, en tanto que esta región tiene una rica conexión con el córtex parietal y el hipocampo (ibid. p. 1994), tal como previamente notado en «Neurociencia de la religión (V): cuando las intenciones del entorno tienen rostro» respecto a su papel simultáneo en el reconocimiento del contexto social y visual, o en el «Neuromapa 2» (referencias 13, 14, 15) respecto a la vinculación parieto-hipocámpica con el sustrato neural propuesto para la creencia sobrenatural.

Aún así se ha acumulado evidencia que asocia una red fronto-temporal, rodeando la cisura de Silvio (perisilviana), con la inatención espacial (Zopf et al. 2009). Sumado esto a la evidencia de inatención asociada a las áreas temporo-parietal, dicha red abarca el córtex temporal superior/medio, parietal inferior y frontal dorsolateral en el hemisferio derecho, que Karnath propone (a diferencia de antes) como representando la base neural de la orientación espacial, agregando que se trata de una red homóloga a su contraparte izquierda, diferencialmente dedicada al lenguaje (Karnath 2009). Un denso cableado neural, incluyendo el fascículo arqueado, interconecta ésta red10, tal como puede verse en el gráfico de la izquierda (nótese la directa conexión entre el lóbulo temporal superior/medio y el lóbulo parietal inferior, indicada como ‘segmento posterior’ en amarillo; Gharabaghi et al. 2009).

En vista de los datos a la fecha, el lóbulo temporal superior/medio derecho parece tener un papel relevante en la cognición espacial, aún siendo controvertido que sea exclusivamente su base neural y no el lóbulo parietal, como mayormente reconocido. En tanto que la conciencia espacial implicaría entonces una interacción temporal/parietal en el hemisferio derecho, esto se relaciona con las bases neurocognitivas de la ideación religiosa tanto en experiencias místicas como en creencias comunes, tal como vimos arriba que están directamente relacionadas, redundando en la importancia de las simultáneas funciones visuoespaciales, agentivas y emocionales que sostienen tales regiones.

Adicionalmente, Karnath enfoca filogenéticamente las especializaciones hemisféricas que estamos viendo: esta lateralización de la orientación espacial hacia el hemisferio derecho es paralela a la emergencia de una elaborada representación para el lenguaje en la red perisilviana izquierda. Mientras en humanos la inatención espacial tiende a ser específica de daños a través de esta red perisilviana en el lado derecho, en monos ambos lados se asocian a las distorsiones de la exploración/orientación espacial (Karnath 2009 p. 12). En este punto es sugestivo recordar la expansión volumétrica temporo-parietal y frontolímbica hacia la derecha (ver «Neurociencia de la religión (III): paleoneurología, matemáticas y creencia sobrenatural»), hecho propuesto como rasgo distintivo de la encefalización humana, en tanto que este patrón neuroevolutivamente reciente se asocia a una mayor conectividad y especialización funcional dentro de tales lóbulos.

En consecuencia, es plausible ver la especialización temporo-parieto-frontal perisilviana del hemisferio derecho en cognición espacial e hipersensibilidad agentivo-emocional (mientras que su homólogo izquierdo en lenguaje) como el sustrato primario de la automática propensión del cerebro humano por representar el mundo externo con un sentido fuertemente social. Una de las consecuencias es que un espacio externo donde las relaciones entre los objetos que lo componen pueden ser mecánicamente aprehendidas como continentes de «mensajes» y aún de significado emocional, es la raíz del pensamiento mágico y la ideación sobrenatural.

Conclusión: un derrame cerebral místico

Se ha mostrado el papel crítico del lóbulo temporal derecho en cuanto al aspecto agentivo-emocional de la religión, comprendiendo creencias populares específicas y experiencias inusuales. Entre tanto es necesario notar que el lóbulo temporal superior derecho es también el basamento de la cognición espacial. Por otro lado, el aspecto emocional implicado en las experiencias religiosas es modulable por un amplio y diverso número de estímulos, p.ej. la música (Miller & Strongman 2002), la danza (LaMothe 2005), los enteógenos (ver «Neurociencia de la religión (IV): el papel de la serotonina») y sobretodo el ritual (Boyer 2003 p. 121 Box 1), que muchas veces aglutina todos los estímulos mencionados. Evidentemente, existe un complejo componente contextual/ambiental con el cual el cerebro interactúa, siendo tal interacción lo que elicita los estados alterados de conciencia cuando no hablamos de factores patológicos sobre-determinando los mismos. Es decir, los ya de por sí diversos cuadros neurocognitivos disfuncionales aquí asociados, p.ej. epilepsia del lóbulo temporal/psicosis ya vistos, depresión (Cavenar & Spaulding 1977; Raab 2007) o derrame cerebral (el caso de la neuroanatomista J.B. Taylor, ver videoconferencia subtitulada abajo), conforman juntos uno de varios factores causales, en este caso estrictamente neural, de tales estados cerebromentales, siendo que en personas normales y sanas, religiosas e incluso irreligiosas, se pueden inducir experiencias religiosas empleado los otros estímulos.

El caso de la «desconexión» del hemisferio izquierdo de la Dra. J.B. Taylor debido a un derrame cerebral en el área del lenguaje es elocuente, sobretodo en el notorio parecido de los efectos de la «liberación» de su hemisferio derecho, como sus extrañas sensaciones espaciotemporales y profunda emotividad, con las experiencias religiosas más intensas. Más allá de posible exageración o confusión narrativa (Mitchell 2009) y viendo la cicatriz de su cirugía, el área de daño en el lóbulo temporal izquierdo y sobretodo el subsecuente funcionamiento del lóbulo temporal derecho como sustrato único de la conciencia en esta parte del cerebro, coincide con los datos «neuroteológicos». El progresivo deterioro del habla y la lectura evidencia el daño en áreas adyacentes vinculadas al lenguaje en los lóbulos temporal, parietal y frontal. En consecuencia y como era de esperarse, al aislarse las funciones de áreas como la junción temporoparietal (cf. Arzy et al. 2006), se produjo además una percepción anómala del yo, como hipotetizado por Persinger. Simultáneamente, el aislamiento funcional del lóbulo temporal derecho de su contraparte izquierda, condujo a un fuerte sentido emocional de la experiencia, hecho que apoya la hipótesis de Ramachandran. Los datos «neuroteológicos» de Persinger, Ramachandran y Beauregard & Paquette pueden alinearse respecto al papel del lóbulo temporal inferior y medial del hemisferio derecho, en la experiencia religiosa. Un marco de análisis cognitivo, como el empleado por Kapogiannis et al. (o como el hipotetizado por Boyer 2003) para explorar las bases neurales de las creencias religiosas comunes respecto a Dios, permite elaborar un modelo neurocognitivo que explique de modo global tanto las creencias religiosas comunes como las experiencias místicas estudiadas por la «neuroteología». De hecho, ambos aspectos de la religión interactúan para formar y hacer prevalecer las tradiciones religiosas (Boyer 2003 p. 121 Box 1); o bien las experiencias místicas constituirían un continuum con las experiencias diarias (McNamara, The Neurology of religious experience, Volumen 1, Greenwood Publishing Group, 2006, p. 89, citando a Newberg et al. 2001 y discutiendo al respecto). Este modelo se basa en el funcionamiento de una amplia red de circuitos del ‘cerebro social’, en detrimento de la sugerencia de un área cerebral exclusiva, el «punto Dios». Aún así, la sensación de presencia extraña inducida por Persinger resulta ser específica a los sistemas de agencia, reconocimiento corporal/facial y cognición espacial, en áreas precisas en los lóbulos temporal y parietal del cerebro. En un siguiente artículo se verá el papel del lóbulo parietal en aspectos agentivo-espaciales de la experiencia religiosa.
Notas: 1. En diferentes ocasiones estamos notando la relación entre algunos aspectos de la religión, como en este caso las experiencias religiosas, y algunos trastornos como la esquizofrenia o la epilepsia del lóbulo temporal (ver «¿Existe la Predisposición Genética a ser Religioso?»). Incluso tal relación estructura una hipótesis sobre el origen de la religión. Luego de todo esto parece quedar poco claro si existen diferencias entre religión y psicosis, sin embargo una de las diferencias fundamentales son los estados de placer/displacer directamente asociados. Así, el referido estudio de Peters et al. encontró que sus sujetos religiosos (Hare Krishnas y druidas) «estuvieron significantemente menos estresados y preocupados por sus experiencias» que los pacientes psicóticos con los que fueron comparados. Hay pues un contraste con el sufrimiento y los efectos displacenteros de similares experiencias en la esquizofrenia, entre otras diferencias. 2. Véase por ejemplo este análisis crítico publicado en la revista filosófica Catoblepas (2004). 3. El profesor de Radiología y Psiquiatría en la Universidad de Pensilvania Andrew Newberg, quizás la mayor autoridad en «neuroteología» e incluido en el filme cómico/pro-ateísta Religulous (2008; ver trailer en Youtube), paradójicamente, comentó en agosto de 2009 para Reuters respecto a las neuroimágenes en vivo de la experiencia divina: «Puede que sólo sea el cerebro el que lo haga, pero bien pudiera ser el cerebro recibiendo el fenómeno espiritual». 4. «Se hipotetiza que las experiencias místicas y religiosas son evocadas por fugaces micro-ataques eléctricos dentro de las profundas estructuras del lóbulo temporal. Aunque los detalles de la experiencia se ven afectados por el contexto y el refuerzo histórico, los temas básicos reflejan la inclusión de las diferentes estructuras amígdalo–hipocámpicas y corticales adyacentes. Mientras la coherencia eléctrica inusual permite el acceso a las memorias infantiles de los padres, una fuente de buenas expectativas, la estimulación específica evoca experiencias extracorporales, distorsiones espaciotemporales, intenso sentido de totalidad, y escenas de ensueño. Las específicas similitudes en las propiedades del lóbulo temporal, realzan la homogeneidad de las experiencias interculturales. Ellas existen a lo largo de un continuum que va desde las “elevadas mañanas” [early morning highs] hasta los recurrentes asaltos de conversión y religiosidad dominante. Los factores predisponentes son cualquier factor genético o bioquímico que produce labilidad del lóbulo temporal. Una variedad de estímulos desencadenantes provocan estas experiencias, pero las crisis personales y las condiciones del lecho de muerte son las óptimas.» (Persinger 1983) 5. En este contexto de investigación será interesante mencionar que sobre varias figuras religiosas históricas, se ha especulado con la epilepsia del lóbulo temporal derecho como explicación de sus experiencias místicas. 6. «No encontramos evidencia de ningún efecto de los campos magnéticos, ninguno en el grupo entero [de los sujetos experimentados], ni en los individuos altamente sugestionables. Como los rasgos de personalidad significantemente predijeron los resultados, la sugestibilidad puede explicar los efectos previamente reportados. Nuestros resultados cuestionan fuertemente las alegaciones anteriores sobre los efectos empíricos de los campos magnéticos débiles.» (Granqvist et al. 2005) 7. De hecho, las experiencias religiosas o místicas conforman todas un elemento constitutivo de cualquier religión, entre otros, como la moral religiosa, los eventos/circunstancias sagradas, el ritual público o los objetos materiales asociados como estatuas, amuletos o libros sagrados (ver «Explicar la religión: una clave para entender lo humano. Una definición científicamente operativa»; cf. Boyer & Bergstrom 2008 p. 111; Alcorta & Sosis 2005 p. 3; Atran & Norenzayan 2004 p. 713). Cabe agregar que, siendo que cada elemento tiene similar importancia, no todos están presentes en todas las religiones (Boyer & Bergstrom 2008 p. 111). 8. «En la Condición mística, se les pidió a los sujetos que recordaran y revivieran (ojos cerrados) la más intensa experiencia mística sentida en sus vidas como miembros de la Orden Carmelita. Esta estrategia fue adoptada dado que las monjas nos dijeron antes de iniciar el estudio que "Dios no puede ser invocado a voluntad". En la Condición de Control, se pidió a los sujetos recordar y revivir (ojos cerrados) el más intenso estado de unión con otro humano sentido en sus vidas mientras estuvieron asociadas a la Orden Carmelita.» (Beauregard & Paquette 2006 p. 187) Los autores reconocen esta condición mística como limitada por el hecho de que se trata de un recuerdo, sin embargo comentan que esto no les representa mayor problema, porque según ellos «los datos fenomenológicos indican que los sujetos realmente experimentaron experiencias místicas genuinas durante la Condición Mística. Estas experiencias místicas fueron sentidas subjetivamente diferente de aquellas usadas para auto inducir un estado místico.» (ibid. p. 189) 9. «Nuestro actual entendimiento de la conducta espacial y la función del lóbulo parietal se basa fundamentalmente en la creencia de que la desatención espacial [spatial neglect] en humanos (la falta de conciencia del espacio en el lado del cuerpo contralateral a una lesión cerebral), está típicamente asociada con las lesiones del lóbulo parietal posterior. Sin embargo, en monos, este trastorno es observado posterior a las lesiones del córtex temporal superior, una desconcertante discrepancia entre las especies. Aquí mostramos que, contrario a la opinión ampliamente aceptada, la corteza temporal superior es el substrato neural de la inatención espacial en humanos, como lo es en monos (…)» (Karnath et al. 2001). 10. El lado izquierdo de esta red está ampliamente establecido como el sustrato neural del lenguaje (cf. Pérez, Psicobiologia II, Edicions Universitat Barcelona, 1998, p. 210-215).
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