Por: Antonio Chávez
«(El historiador israelí Yuval Noah) Harari escribió este libro muy famoso que se llama “De animales a dioses: una breve historia de la humanidad”. Yo no veo dónde están los dioses.Exactamente: hay lo que bien puede ser arrogancia por parte de, por ejemplo, los divulgadores científicos. Pero también miedo. Ya sabemos que las personas religiosas se aferran más a sus creencias, y pueden desconfiar de la ciencia, bajo el miedo y la incertidumbre. Pero las personas no religiosas no son diferentes y solo cambia el objeto al que se aferran: hay evidencia empírica de que en los ateos y los escépticos la creencia en la ciencia se incrementa ante el estrés y la falta de control (Farias et al. 2013; Rutjens et al. 2013; Coleman et al. 2019).
O sea, me encanta el libro, pero hoy día lo editaría y le pondría "semi dioses", porque por supuesto que si fuéramos dioses una hebra de ARN no nos tendría de rodillas.
Hay una lección de humildad tremenda.
Pero al mismo tiempo que nos tiene de rodillas, a nosotros por el miedo y a nuestros sistemas económicos que están colapsando, estamos explorando Marte. Esa contradicción es muy humana.»
Esto puede ser positivo, pero también perjudicial, y bastante si hablamos de la ciencia, o más bien de ciertos espacios vinculados a su divulgación, y su consciencia social en esta pandemia. Veamos: también hay pruebas empíricas de que el pensamiento mágico (intuir conexiones, causas e intenciones ocultas) se incrementa en cualquier persona bajo estrés, con o sin educación científica. Entonces ¿qué pasa con ese mayor aferramiento a la ciencia en estas condiciones?
Que pueden surgir discursos ilusos y fantasiosos de lo que podría hacer la ciencia para ”salvarnos” con supuestas tecnologías y en supuestos futuros, bajo una aparente racionalidad. El transhumanismo es el más obvio ejemplo: sus seguidores nos hablan de la inmortalidad en medio de la mortandad de la pandemia, bajo un lenguaje indistinguible de la religión como encuentra Singler (2017). Estamos ante una formidable mezcla paradójica de pensamiento mágico y científico. Como dilucida Singler: ante lo indescriptible, lo futuro, «incluso los más seculares entre nosotros se ven obligados a buscar un léxico metafísico».
Interesante desde el punto de vista de los sesgos cognitivos, el pobre interés de los divulgadores científicos en problemas socialmente sensibles, en medio de la pandemia de covid-19, se encuentra mejor caracterizado por el discurso de inmortalidad del transhumanismo. Por ejemplo Zoltan Istvan, evangelista de este discurso, quiere ser presidente de Estados Unidos prometiendo ciber-terminar con las enfermedades, aunque en una entrevista reciente no dice una palabra sobre el covid-19, además de no estar del todo de acuerdo con la cuarentena o al menos no sobre lo que le gusta personalmente. Elon Musk, cuyo SpaceX recibió una eufórica cobertura (hasta los artículos personales de los astronautas eran “noticia”) en cualquier sitio de ciencia en medio de la pandemia, calificó el pánico como «tonto», llamó «fascistas» a las medidas de cuarentena, dice que las pirámides de Egipto son alienígenas, y se jacta de que sus ganancias no han disminuido en estas circunstancias, en una patente muestra de espíritu de negociante antes que de científico.
Hay también un interesante trasfondo sociológico aquí: la dominación masculina tanto en la divulgación científica virtual, como en las áreas científicas (física y tecnología) de donde más provienen los divulgadores e “influencers” (ver p.ej. aquí, o aquí; ver también La preferencia por la «ciencia exacta» es un sesgo masculino). Todo esto sugiere una compleja interdependencia cognitiva entre el pensamiento mágico, la indiferencia social, y la desigualdad de género, que puede ahondar la crisis de desinformación e incertidumbre.
Esta disección del delirio transhumanista hace eco simultáneamente de, por un lado, los estudios sobre la persistencia del pensamiento mágico en la ciencia, y, por otro lado, los estudios del incremento del pensamiento mágico bajo incertidumbre y estrés, el exacto escenario en el que estamos. En otras palabras: esta inmortalidad transhumanista es una manera de afrontar la pandemia, un miedo ancestral a la muerte que se encubre con moderna arrogancia tecnológica. Esto tiene una lógica adaptativa en términos de afrontamiento del estrés. Pero tiene consecuencias problemáticas.
Una excesiva y delirante/irracional confianza depositada hacia la ciencia como afrontamiento del estrés, más fuerte entre más uniforme sea el grupo (p.ej. la comunidad transhumanista, los círculos de ateísmo, escepticismo, divulgación científica), va con la deshumanización de las personas fuera del grupo (patente en la ridiculización y subestimación intelectual que practican los grupos ateos, escépticos, etc.), y una consiguiente minimización o menosprecio de los asuntos externos en los que estén involucradas estas personas. Esto simplemente porque así funciona la cognición de grupo y el sesgo intragrupal/extragrupal (ver p.ej. Hewstone et al. 2002; McLoughlin & Over 2018).
De ahí que temas indisociables de esta pandemia, como las motivaciones socioemocionales de las personas, el incremento de la violencia sexual durante los desastres, el empeoramiento del aspecto psiquiátrico, o la propia cognición de las teorías conspirativas, todos los cuáles son serios e inmediatos problemas que necesitan atención, o bien están completamente ausentes en el mundo secular, o bien están opacados por la atención hacia la física, la exploración espacial y el ciberfuturismo.
¿Así lidiamos con la pandemia, desentendiéndonos de ella? Porque, al margen de criterios personales, no existe razón alguna para creer que esos temas sean menos científicos. Efectivamente, como dice Isabel Behncke, es una contradicción. Y de hecho no refleja la investigación real en la comunidad científica: hay más estudios del campo de la medicina y la salud que de física e inteligencia artificial (ver p.ej. Almetric 2019 o 2018), lo que significa que la divulgación científica que hacen los espacios transhumanistas, escépticos, etc., no es tal, porque están prefiriendo temas que en realidad no son prioridad científica, por decir lo menos.
Toda la investigación científica puede ser justificable, pero no toda ella es lo que se necesita ahora, y hay discursos que son más bien irrealistas. Admitámoslo. Si bien la búsqueda de una vacuna recibe cobertura mediática en estos momentos, se siguen dejando de lado asuntos igual o más importantes, porque nuestra maquinaria cognitiva para afrontar esta pandemia, que ha evolucionado mucho antes de la teoría de gérmenes, puede ser hoy un peor obstáculo que el tiempo que tarda en lograrse la cura y cualquier tecnología disponible: la oposición a la vacuna, que en diez años dominará el mundo, y que urge de nuevos marcos teóricos explicativos (Johnson et al. 2020).
Hay que recordar que las pandemias globales están entre los escenarios primarios de extinción humana, que nos falta preparación, y que por ello estamos obligados a crear una cultura científica de prevención biológica y psicológica. Tenemos que hablar de los saberes al respecto, y es una responsabilidad social de todos, pero sobretodo de quienes divulgan ciencia. Luego podemos fantasear con viajar al espacio (que ya para eso tenemos montañas de películas y series con finales felices). Sino, puede que no queden científicos que lo hagan posible ni personas que vuelen.
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Bibliografía:
📑 Pais A. "Lo que estoy observando con humanos en confinamiento no es muy distinto a los loros enjaulados a los que vi sacarse las plumas": entrevista con la científica chilena Isabel Behncke. BBC, 23 julio 2020.
📑 Farias M, Newheiser AK, Kahane G, de Toledo Z. Scientific faith: Belief in science increases in the face of stress and existential anxiety. J Exp Soc Psychol. 2013;49(6):1210-1213.
📑 Rutjens, B. T., van Harreveld, F., & van der Pligt, J. (2013). Step by Step: Finding Compensatory Order in Science. Current Directions in Psychological Science, 22(3), 250–255.
📑 Coleman, Thomas Joseph et al. “An Atheist Perspective on Self-Esteem and Meaning Making while under Death Awareness.” (2019).
📑 Singler B. fAIth. The most avid believers in artificial intelligence are aggressively secular – yet their language is eerily religious. Why? Aeon 13 June 2017.
📑 Hewstone, M., Rubin, M., & Willis, H. (2002). Intergroup bias. Annual Review of Psychology, 53, 575-604.
📑 Niamh McLoughlin, Harriet Over (2018). The developmental origins of dehumanization. Advances in child development and behavior 54, 153-178.
📑 Johnson, N.F., Velásquez, N., Restrepo, N.J. et al. The online competition between pro- and anti-vaccination views. Nature 582, 230–233 (2020).