Por: Antonio Chávez
«Desde que el cristianismo evangélico comenzó a infiltrarse en la política, oficialmente a fines de la década de 1970, ha habido una inquietante tendencia a limitar o eliminar los derechos de aquellos que no cumplen con la idea conservadora de un estadounidense. Muchas de estas iniciativas se presentan en forma de leyes de "libertad religiosa", que potencian la discriminación»1
Esta cita extraída del Huffington Post es aplicable a la realidad peruana: desde colectivos «pro-vida» hasta «con mis hijos no te metas», el cristianismo ha desarrollado de modo global y estratégico grupos de presión al Estado (entre protestas públicas y colocar puestos clave en el Congreso), para conservar intactos sus principios doctrinales. No se puede entender de otra manera su objetivo, y no importa que sean diferentes las denominaciones cristianas (católicos, evangélicos, etc.): todas convergen en ello y para este cometido incluso forman alianzas. Los derechos reproductivos de las mujeres o cualquier lucha social, especialmente el feminismo, y los derechos de la comunidad LGBT, contradicen sustancialmente el credo cristiano en lo más fundamental: las leyes de Dios respecto a la vida, el sexo, y la mujer. Por mucho que existan argumentos de índole judicial, constitucional, o aparentemente científicos, el fundamento moral es ese: la rebelión en contra o la negación de las leyes de Dios. Y bajo este mismo marco moral: tales ideas y conductas deben ser castigadas, y claro que no será Dios quien se encargue de enjuiciar después de la muerte, sino que son sus ministros terrenales quienes deben hacerlo.
Esta mega empresa, que hay que entenderla en perspectiva histórica como un intento de recuperar el poder socio-político, tras el largo revés que ha significado el surgimiento de la Ilustración y su instalación cultural irreversible desde el siglo XVIII, demanda y exhibe una actitud lo suficientemente despiadada y fría para atacar semejantes «blasfemias» del mundo moderno. Sería bueno recordar que el discurso que usan diversas personalidades cristianas es demonizante, sistemáticamente manipulador (p. ej. la ex legisladora peruana Tamar Arimborgo afirma que el enfoque de género causa «sida y cáncer») y notablemente falto de empatía (p. ej. el cardenal peruano Luis Cipriani sobre la violación sexual: «la mujer se pone, como en un escaparate, provocando»). Es probable que estemos ante un discurso (y potenciales conductas) de rasgos psicopáticos2, que ciertamente es una manifestación de la enculturación histórica en las leyes bíblicas en donde la mujer, para empezar, es un objeto que le pertenece al hombre, y luego, está limitada a parir y criar. Las dos mujeres más importantes en la cosmovisión cristiana, al menos en el catolicismo, Eva y María, se reducen a lo siguiente: creación a partir del hombre, introducción del engaño y la maldad al mundo, y nacimiento de Dios.
Según el Antiguo Testamento, una chiquilla podía ser violada: no había mayor preocupación en tanto se tenía que pagar a su padre 50 piezas de plata, y el agresor tenía que volverse además esposo de la victima (que en ningún momento era ni siquiera remotamente definida como tal, ni estaban en la más mínima consideración sus sentimientos ni su opinión) (Deuteronomio 22:28-29). Una joven era culpable de la violación si no gritaba (Deuteronomio 22:24). Lot ofreció a sus dos hijas a unos violadores, para salvar a dos hombres ángeles (Génesis 19:8). La mujer también era un botín de guerra bajo explícitas instrucciones: las mujeres embarazadas del bando enemigo se asesinan y sus vírgenes se capturan. Esta concepción de la mujer sin voz y sujeta al hombre no es ninguna excepción vergonzosa del pasado hebreo, sino que, de hecho, se proyecta y reafirma en el Nuevo Testamento:
«la mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión. Pero se salvará engendrando hijos.» (1 Timoteo 2:11-15) Para que quede claro que la palabra de Dios, que es «eterna», está negando la existencia de la mujer como ser sintiente y libre excepto si pare y cría.
Esta es la fundación moral de la Civilización Occidental Cristiana y, si bien hoy su instrucción no existe de forma explícita fuera de las instituciones religiosas donde sí se sigue aprendiendo tal cual, existe en forma de códigos tácitos de ideas, actitudes y conductas respecto a la mujer en relación, siempre, al hombre, y no como un ser libre. Aunque probablemente esas leyes estaban, vamos a suponer un momento, «justificadas» hace 4000 años entre los hebreos en una minúscula región de Medio Oriente (como estrategia reproductiva en un contexto de constante guerra con tribus vecinas, a lo mismo que apunta la condena de la homosexualidad masculina), hoy no sólo son absolutamente innecesarias, sino directamente contraproducentes para la maduración de una sociedad igualitaria y solidaria. Se trata de ingeniería de control poblacional, esencialmente psicopática (manipulación, violencia, y carencia de remordimiento en cuanto a su reafirmación e imposición), que sigue aprendiendo cada individuo de nuestra sociedad. Esto no es sino una portentosa manifestación del orden social patriarcal.
Los rasgos psicopáticos del cristianismo, y en esto hay que incluir por extensión a los monoteísmos abrahámicos y al hinduismo, se pueden identificar más allá de esas leyes obvias y explícitas, a través de las edades media, moderna y contemporánea, siendo características en forma de actos, filosofías y declaraciones, que se correlacionan entre sí a veces de modo causal siempre para beneficio propio, desde la perspectiva individual (p. ej. para la riqueza personal de un pastor, o para que un cura pederasta evite la cárcel) hasta la perspectiva de institución total de la «verdad única»:
- jerarquización casi exclusivamente masculina (p. ej. la cúpula eclesial, o el apoyo a la predominancia masculina en los gobiernos),
- manipulación de los gobiernos y de la legislación pública (p. ej. el nombramiento papal de gobernantes, las condenas desde el púlpito para manipular la opinión pública),
- engaño y desinformación (p. ej. la censura de libros, la persecución del pensamiento liberal y científico, la doble moral, la minimización de la violencia sexual),
- indiferencia y violencia social (p. ej. la ausencia de condena a la esclavitud, la teología de que los nativos americanos no tenían alma, la homofobia),
- incitación al genocidio y al odio (p. ej. el apoyo al fascismo, el apoyo al uso de armas nucleares contra el Islam, el lenguaje de odio hacia minorías),
- utilitarismo reproductivo de la mujer (p. ej. la teología materno-marianista como conducta femenina plausible, la condena del aborto, la oposición a los anticonceptivos),
- genocidio directo y específico contra minorías y contra la mujer (p. ej. las cruzadas, la cacería de brujas),
- violencia contra los niños y pederastía (p. ej. la indiferencia hacia el nenonato, el encubrimiento de curas pederastas),
- objetivos contraproducentes o peligrosos sólo concebibles por falta de empatía (p. ej. la abstinencia sexual para eliminar el sida a su vez que se niegan los preservativos, la cura de la desgracia mediante la oración, el apoyo al negacionismo climático).
Todo esto conforma una estructura de socialización y aprendizaje, de origen cristiano y cumpliendo con las descripciones de la psicopatía. No es coincidencia la amplia dominación masculina en el cristianismo. Por un lado, hay evidencia de que la psicopatía es más abundante en hombres que mujeres3, y además quizás Jesucristo pudo ser un personaje, o una personificación colectiva, psicópata, aunque se diga que esto no es un «mal rasgo»4. Por otro lado, surge esta idea: con una relativa predominancia hacia la psicopatía en los hombres, bajo determinadas circunstancias pueden conformarse culturas que potencien y demanden tales rasgos, pero necesariamente tal proceso conducirá a una cultura donde adquiera mucha relevancia el control sexual y reproductivo de las mujeres, el rechazo a la homosexualidad, y la represión de las minorías subrrepresentadas. Este perfil sociocultural se acerca mucho a las características históricas del cristianismo.
En todo caso, más nos interesa saber que a esa estructura de socialización nos exponemos durante la infancia (y el resto de la vida, a través de la escuela, la familia, los medios, el entretenimiento, las amistades), sin que necesariamente sean ya leyes ni instrucciones explícitas, sino una incorporación cognitiva y afectiva5 de esquemas de prejuicios y actitudes preformados por quienes nos rodean y el contexto a un nivel inconsciente que, por tratarse de un aprendizaje colectivo más o menos homogéneo, resulta en un «inconsciente colectivo» que remite a ninguna otra cosa sino al cristianismo. Esto, por supuesto, no es inevitable, y la demostración es la existencia del ateísmo. Pero no basta el negar a Dios, ya que evidentemente, el enraizamiento patriarcal demanda un enfoque crítico feminista.
¿El ateísmo puede jugar un papel en medio de todo esto? Aparentemente sí, o al menos así lo creen los ateos desde su entusiasmo identitario (sin embargo la masculinidad hegemónica y la misoginia son un problema en el ateísmo, y es posible rastrearlas hasta las propias normas cristiano-psicopáticas vistas aquí). De todos modos, el ateísmo, por un principio puramente moral y ético, y sobre la base de un humanismo con conciencia social y feminista, puede y debe confrontar esta enculturación psicopática cristiana. El ateísmo militante ya marcó una pauta: la religión puede ser dañina, pero hay que aclarar: todas las religiones no representan ningún problema, el cristianismo sí, en específico este andamio de transmisión sociocultural y formación de la idiosincrasia peruana (y aplicable a cualquier otro país latinoamericano).
Referencias:↑ 1. Has Evangelical Christianity Become Sociopathic?
Tim Rymel, M.Ed. HuffPost 05/11/2017 05:08 PM ET Updated May 11, 2017.
The Grey Literature 2013. (Consultado en mayo 2020, el enlace ya no funciona.)
Scott O. Lilienfeld, Hal Arkowitz. Scientific American, december 1, 2007.
Farley H. Christian Today, Tue 23 Aug 2016.
SNC Lab.