Este ensayo extiende uno anterior (Chávez 2021) respecto a una crítica al binario de sexo y género, enfocando ahora los estudios científicos del transgénero, y cómo son afectados por ese marco de presuposiciones de dos tipos o categorías de cerebros y comportamientos, a saber, el femenino y el masculino. Se extienden las referencias a la hipótesis del cerebro mosaico de la neurocientífica Daphna Joel, para contrastar que la neurociencia transgénero se enmarca en un determinismo biológico y binario del sexo y el género. Se mostrará que este marco biologicista se extiende popularmente como esencialismo de género (la creencia de que en las personas el género es inherente, intrínseco, innato), y que, discrepando con la creencia popular, el biologicismo y el esencialismo de género no favorecen médica ni políticamente a las personas transgénero. De hecho, el biologicismo pone en riesgo la salud transgénero, por lo que necesita ser superado tanto en el ámbito científico como en el debate político.
2. INTRODUCCIÓN.
Transgénero es un término paraguas—incluye no binario, queer, género fluido, agénero—que refiere a las personas que declaran su género no alineado o no coincidente con el sexo natal, sexo biológico, o sexo asignado al nacer—se puede referir abreviadamente como trans. El transgénero es diferente de la orientación sexual: una persona trans puede identificarse como heterosexual, homosexual, bisexual, asexual, o simplemente rechazar todos los términos. Transgénero también es diferente de intersexual, que es la combinación biológica, innata, y natural de rasgos sexuales físicos femeninos y masculinos que, salvo mediación quirúrgica, no es reductible a ninguno de los dos. Por último, el término transgénero viene sustituir a ‘transexual’, y actualmente se considera transexual a la persona transgénero que realiza la transición, vía modificación hormonal y/o quirúrgica, hacia el sexo opuesto al nacido con el que se identifica.
[A lo largo del ensayo se harán muchas citas, algunas de considerable extensión, donde los resaltados de color, negrita y subrayados son agregados nuestros, excepto donde se indique que no.]
La neurociencia es un campo de estudio con influencia en la filosofía (y a su vez influenciada históricamente por ésta, en particular por el mecanicismo determinista de Descartes), la política, y las creencias populares. La neurociencia lleva implícito un viejo paradigma biológico, en lo que refiere al estudio de la conducta en relación al sexo y el cerebro: 1) que la diferenciación binaria y dimórfica del sexo (femenino/masculino) está alineada causalmente a la diferenciación binaria y dimórfica del cerebro (cerebro femenino y cerebro masculino en consistencia respectiva con la anatomía femenina y masculina), 2) que, por lo tanto, las diferencias sexuales vistas en el cerebro explican las diferencias psicológicas y conductuales entre mujeres y hombres (el género), y 3) que, habiendo diferencias sexuales binarias en el cerebro, éstas deben tener un origen adaptativo-evolutivo. Al fin y al cabo, tanto como la vagina y el pene, el cerebro es un órgano más producto de la evolución… incluyendo las conductas.
Swaab (2007) explica cómo la «transexualidad» queda enmarcada en este paradigma biológico:
❝Durante el periodo intrauterino, el
cerebro humano se desarrolla en dirección masculina por la acción directa de la
testosterona en el niño, y en dirección femenina por la ausencia de esta hormona
en la niña. Durante este tiempo, se programan la identidad de género (el
sentimiento de ser hombre o mujer), la orientación sexual y otros
comportamientos. Como la diferenciación sexual de los genitales tiene lugar en
los 2 primeros meses de embarazo, y la diferenciación sexual del cerebro
comienza durante la segunda mitad del embarazo, estos dos procesos pueden verse
influidos independientemente el uno del otro, dando lugar a la transexualidad.
Esto también significa que en el caso de un género ambiguo al nacer, el grado
de masculinización de los genitales puede no reflejar el mismo grado de
masculinización del cerebro. Se han encontrado diferencias en las estructuras y
funciones cerebrales relacionadas con la orientación sexual y el género.❞
La diferenciación binaria y dimórfica del cerebro se relaciona directamente con la teoría de la inversión parental o de los padres (ambos progenitores madre y padre), formulada en 1972 por el biólogo Robert Trivers. Sostiene que para tener éxito reproductivo (un principio evolutivo fundamental), las hembras y los machos invierten tiempo y recursos de forma asimétrica y diferenciada: las mujeres, como el resto de las hembras animales, tienen sexo principalmente para la fecundación y eligen a sus parejas en función de la calidad, mientras que los hombres, como los demás machos animales, se basan en una estrategia de cantidad (Trivers 1972). Es muy sencillo de entender: las mujeres tienen adaptaciones evolutivas para ser selectivas y pasivas, y los hombres para ser promiscuos y activos. Es decir, el género, por muy amplia que sea la diversidad de preferencias, conductas, y modos de pensar que abarque, e incluyendo todo lo variable que sea entre individuos y culturas, está en última instancia determinado por la naturaleza binaria del sexo: el género también es binario. El trabajo de la biología, en cuanto al sexo y la sexualidad en humanos, casi todo el siglo XX y aún en el siglo XXI, ha consistido en buscar demostrar la existencia de los mecanismos biológicos (cromosómicos, genéticos, hormonales, cerebrales) que den sustento a la teoría de la inversión de los padres, para explicar las diferencias conductuales entre mujeres y hombres.
La bióloga Anne Fausto-Sterling ha mostrado de modo convincente que el binario de sexo es una ideología que ha preformado el trabajo de los biólogos, en consecuencia sesgando la investigación empírica sobre el sexo (Fausto-Sterling 2000). De hecho, la teoría de Trivers (1972) se basa en el experimento del genetista Angus Bateman, de 1948 y realizado con moscas de la fruta, sobre la diferencia conductual reproductiva entre hembras pasivas/selectivas y machos activos/promiscuos. Desde entonces, el principio Trivers/Bateman se ha tomado como un hecho indiscutible que define la investigación del sexo en humanos, y cómo se piensa científicamente sobre él, a pesar de que el experimento de Bateman nunca se replicó el resto del siglo XX. Sin embargo, en 2012 la bióloga evolutiva Patricia Gowaty repitió el clásico experimento de Bateman, y, sorprendentemente, no halló evidencia del presunto éxito reproductivo debido a la promiscuidad de los machos, sino que, por el contrario, encontró que los machos promiscuos en realidad estropeaban la descendencia, y que la conducta de las hembras no se reducía a la pasividad selectiva (Gowaty et al. 2012):
❝Somos
los únicos en informar de una repetición de Bateman [Bateman AJ (1948) Heredity
(Edinb) 2:349-368] utilizando sus métodos de asignación de parentesco, que
vinculó las diferencias de sexo en la varianza del éxito reproductivo y la
varianza en el número de parejas en pequeñas poblaciones de Drosophila
melanogaster. A partir de los fenotipos de las crías, dedujimos quién se había
apareado con quién y asignamos las crías a los padres. Al igual que Bateman,
cultivamos adultos que expresaban fenotipos dramáticos, de modo que cada adulto
era heterocigoto dominante en su único locus marcador, pero sólo tenía alelos
de tipo salvaje en los loci marcadores de todos los demás sujetos. Suponiendo
que no hubiera efectos de viabilidad de los marcadores parentales en la
descendencia, las frecuencias de los fenotipos parentales en la descendencia
seguirían las expectativas mendelianas: una cuarta parte serían mutantes dobles
que heredarían el gen dominante de cada progenitor, la descendencia a partir de
la cual Bateman contó el número de parejas por reproductor; la mitad de la
descendencia serían mutantes simples que heredarían el gen dominante de uno de
los progenitores y el alelo de tipo salvaje del otro progenitor; y una cuarta
parte no heredaría ninguna de las mutaciones marcadoras de sus progenitores.
Aquí demostramos que la inviabilidad de la descendencia doblemente mutante
sesga las inferencias sobre el número de parejas y el número de crías en las
que se basan las inferencias sobre las diferencias de sexo en las varianzas de
aptitud. El método de
Bateman sobreestimó a los sujetos con cero parejas, subestimó a los sujetos con
una o más parejas y produjo estimaciones sistemáticamente sesgadas del número
de crías por sexo. La metodología de Bateman midió mal las varianzas de
aptitud, que son las variables clave de la selección sexual.
(...)
Concluimos de nuestra repetición del experimento de Bateman y de la evidencia en su artículo revisado aquí y en otros lugares (4, 8-10, 16), que tenía una evidencia relativamente débil para sus conclusiones de que (i) la selección sexual actuó principalmente en los machos a través de la elección de la hembra y la competencia masculina y el despilfarro en el apareamiento, y (ii) algunos machos se apareaban con más frecuencia que otros, produciendo un mayor VRS entre los machos que entre las hembras.❞
Parece que muy tarde había llegado la demostración de Gowaty et al. (2012), en el propio campo de la biología evolutiva, de que el aparato teórico Trivers/Bateman de la diferenciación sexual es, por decir lo menos, discutible, porque el entero campo de estudios sobre el sexo y el cerebro ya se basa en él desde décadas antes de Gowaty et al. (2012). La neurociencia del sexo, implícitamente sesgada, es la que estudiaba los cerebros de las mujeres y los hombres buscando con diligencia las diferencias que debían ser consistentes con la inversión parental de Trivers, y con la promiscuidad de los machos como clave del éxito reproductivo, de Bateman, para así explicar el binario de género. Esto, la neurocientífica Cordelia Fine (2010, pág. XXVIII) lo ha identificado como neurosexismo:
❝El neurosexismo refleja y refuerza las
creencias culturales sobre el género, y puede hacerlo de una forma
especialmente poderosa. Los dudosos “hechos cerebrales” sobre los sexos pasan a
formar parte de la tradición cultural.❞
El neurosexismo es identificable en la neurociencia transgénero, en tanto enmarcada en el binarismo/dimorfismo sexual del cerebro y el género. Por ejemplo, Robert Trivers continúa en la actualidad argumentando a favor de ello, e incorpora lo transgénero en lo que llama «núcleo biológico de los roles de género» (Manning, Fink & Trivers 2018). Según los autores, si las mujeres prefieren carreras de cuidado de personas, o los hombres ingeniería, esto se debe a la testosterona prenatal que determina la ‘feminización’ (sin influencia de la testosterona) o la ‘masculinización’ (con influencia de la testosterona) del cerebro, y si una mujer elige una ocupación ‘tipo masculina’ es porque su cerebro está ‘masculinizado’. Las personas transgénero no escapan a esta determinación binaria prenatal, sino que sus cerebros, de hecho, caen en uno de los dos tipos de cerebros opuestos a una de las dos categorías de sexo nacido, según Trivers y los otros coautores:
❝Los
estudios de gemelos han proporcionado pruebas de una fuerte influencia genética
en la identidad transgénero (por ejemplo, Heylens et
al. 2012), y hay una serie de
estudios que indican que los individuos MTF [male to female] muestran redes
cerebrales atípicas tanto en estructuras de materia gris como blanca (revisado
por Saraswat et al. 2015). En general, las características de los
individuos transgénero sugieren un rasgo conductual que se fija en una fase temprana del desarrollo y que
no se ve influido sustancialmente por factores sociales.❞
Manning, Fink & Trivers (2018) se apoyan en el trabajo del psicólogo Simon Baron-Cohen, y su teoría de la empatía-sistematización del cerebro y el género. Se trata de lo mismo, solo que la denominación dimórfica aquí refiere a un cerebro ‘empatizante’ femenino y otro cerebro ‘sistematizante’ masculino. Entre tanto, la investigación de Baron-Cohen ha sido criticada, y se ha reportado replicación empírica contraria al papel ‘masculinizante’ de la testosterona prenatal (Nash & Grossi 2007 págs. 7-14; Kung et al. 2016).
Ahora bien, cuando Manning, Fink & Trivers (2018 pág. 3) afirman que el transgénero se fija biológicamente antes de nacer, y que «no se ve influido sustancialmente por factores sociales», están respondiendo a la teoría del rol social de la psicóloga Alice Eagly, que, en contraste con la dominante perspectiva biológica del género, propuso originalmente en 1987 que «la división del trabajo entre hombres y mujeres es un factor determinante de las diferencias de género» (ibid. pág. 2). La teoría del rol social es explícitamente feminista y opuesta a la causalidad biológica de Trivers, de acuerdo con Eagly & Wood (1999 pág. 412):
❝Una respetada tradición de las
ciencias sociales sitúa el origen de las diferencias de sexo, no en
disposiciones psicológicas evolucionadas incorporadas a la psique humana, sino
en las posiciones sociales contrapuestas de mujeres y hombres. En la sociedad
estadounidense contemporánea, como en muchas sociedades del mundo, las mujeres
tienen menos poder y estatus que los hombres y controlan menos recursos. Esta
característica de la estructura social suele denominarse jerarquía de género o,
en la literatura feminista, patriarcado.❞
Y al buscarse las propias causas remotas de la división sexual del trabajo, tampoco encontramos una determinación evolutivo-biológica, sino evolutivo-cultural, en el origen del patriarcado durante el Neolítico (ver El Origen del Patriarcado y la Desigualdad de Género en Chávez 2021). Entonces, lo transgénero, como Alice Eagly afirma otra vez en oposición al biologicismo, está integrado a la causación social del género (Eagly & Sczesny 2019):
❝el propio género binario se enfrenta a
un desafío a medida que las dos categorías primarias de sexo, femenino y
masculino, ceden para dar cabida a múltiples identidades de género y sexuales,
incluidas las identidades no binarias y el estatus transgénero.❞
Ante la objeción de las ciencias sociales al reduccionismo y determinismo biológico del género, una respuesta coloquial es que «la evolución parecería detenerse en el cuello si hablamos de predisposiciones psicológicas» (Kreimer 2018 pág. 8). Claro que no: hay evidencia de que el ser humano ha evolucionado hacia menos dimórfico sexualmente (p. ej. Larsen 2003; Plavcan 2012—incluso indica una disminución del dimorfismo sexual en Homo erectus por aumento del tamaño corporal de la hembra). De acuerdo con la lógica evolucionista, el cerebro humano consecuentemente también se hizo menos dimórfico, lo que hace insostenible la suposición de que las diferencias psicológicas, el género, sea un binario biológicamente determinado. Y esto, si acaso, no es menos ‘lógico’ respecto al profundo cooperativismo que distingue a la especie humana: cerebros más similares colaborarán y se sincronizarán más efectivamente. En realidad, pues, salvo la obvia oposición anatómica genital, el dimorfismo sexual humano es menor en comparación con las hembras y machos de otras especies (en particular en comparación con otros simios). El cerebro no refleja tal oposición anatómica genital, sino que estructuralmente es ‘multimórfico’. Así lo muestran nuevos estudios. Este cerebro formalmente se conoce como cerebro mosaico, de acuerdo con la neurocientífica Daphna Joel y colaboradores (2015 pág. 15472):
❝De acuerdo
con los datos cerebrales, nuestros análisis de los datos relacionados con el
género revelaron un amplio solapamiento entre mujeres y hombres en rasgos de
personalidad, actitudes, intereses y comportamientos. Además, descubrimos que
la variabilidad sustancial de las características de género es altamente
prevalente, mientras que la consistencia interna es extremadamente rara,
incluso para actividades altamente estereotipadas por género (datos de
Carothers y Reis). Estos hallazgos están en línea con informes previos que indican que las
diferencias de sexo/género en habilidades y cualidades son en su mayoría
inexistentes o pequeñas, que existe un amplio solapamiento entre la distribución
de hombres y mujeres también en comportamientos, intereses, preferencias de
ocupación y actitudes que muestran mayores diferencias de sexo/género (24, 25),
y que no existen correlaciones entre las características de género o éstas son
muy débiles (18, 20, 21). Así pues, la mayoría de los seres humanos poseen un
mosaico de rasgos de personalidad, actitudes, intereses y comportamientos,
algunos más comunes en los hombres que en las mujeres, otros más comunes en las
mujeres que en los hombres y otros comunes tanto en las mujeres como en los
hombres.❞
Las personas trans han llamado la atención de los neurocientíficos en las últimas décadas, justo en medio del siguiente triple contexto: desde las humanidades, el cuestionamiento de las categorías de sexo y género como inmutables y rígidas, en la ciencia, el desafío al binarismo/dimorfismo cerebral, y en la sociedad, las campañas políticas contra la transfobia. Las personas trans, cuyo género se manifiesta como opuesto al sexo biológico natal, resultaron intrigantes para ese paradigma de alineación binaria entre sexo y género. Y como hemos visto con Trivers, para defender este paradigma se habla de una ‘base biológica’ del transgénero, que consiste en tener un cerebro sexualmente inverso al resto del sexo corporal. Es decir que el binarismo/dimorfismo sexual cerebral se mantiene, lo que podría reflejar una resistencia de los biólogos y médicos al cuestionamiento de las categorías binarias de sexo y género, que ya venía planteando la teoría feminista (donde el género es un «sistema social jerárquico»: «un patrón consistente de desventaja material, sociocultural y política de las mujeres, en relación con los hombres»—Joel & Fine 2022 p. 8), a razón de la histórica tensión entre la biología y el feminismo (ver p. ej. Martínez 2020; Chávez 2021). Una persona nacida con sexo masculino expresando el género femenino, lo declara y experimenta porque ‘debe tener un cerebro femenino’, o similar o no masculino, siguiendo la presunción lineal sexo→cerebro→conducta→género. Sin embargo, si el cerebro humano es más bien sexualmente un mosaico envés de binario, las personas trans también tienen cerebros mosaico. Si no hay un ‘cerebro de hombre’, no hay un ‘cerebro trans’, y éstos tampoco es que sean cerebros intersexuales puesto que no hay dos tipos de cerebros opuestos—el argumento base que elaboró Joel es que, en efecto:
❝los cerebros humanos (…) son intersexuales❞ (Joel 2011),
❝todos
tenemos un cerebro intersexual (es decir, un mosaico de características
cerebrales “masculinas” y “femeninas”) y un género intersexual (es decir, un
conjunto de rasgos masculinos y femeninos).❞ (Joel 2012)
Entonces, la alineación y la incongruencia del sexo con el género dejan de ser una cuestión biológica. Y, si la causación no se reduce a lo biológico ni a lo evolutivo, hay que investigar seriamente la socialización y el aprendizaje cultural, en lugar de la subestimación (o negación) de los factores sociales que adoptan Manning, Fink & Trivers (2018).
Esto tiene un considerable impacto social y político, donde las presunciones biológicas, antes de probarse convincentemente, desbordan el ámbito científico con consecuencias éticas controvertidas con frecuencia, en particular en este caso al reforzar la vieja intuición popular de definir personas y colectivos enteros bajo el concepto de la ‘esencia’ ‘inherente’, ‘intrínseca’, ‘innata’ y ‘natural’. El esencialismo de género es la atribución de cualidades mentales y conductuales rígidas a las mujeres y los hombres (del mismo modo en que se nace con cinco dedos en cada mano—y nacer con más o menos dedos), inherentes a ambos en el sentido de haber nacido con tales rasgos ya diferenciados, obviamente, antes de nacer (las causas y justificaciones de esto dependen de la cultura y la historia: mandato divino o diseño natural). Esta atribución se basa tanto en un sesgo cognitivo esencialista (un mecanismo involuntario y antecedente del juicio racional consistente en percibir a las personas con algo interior que las hace ser cual son), como en creencias deliberadamente pactadas en la cultura que adquirimos al ser socializados (p. ej. los roles y estereotipos de género). Asumir que la esencia innata del género es ‘buena’ o ‘mala’ no depende de los argumentos por sí mismos que intenten explicarla, sino de diversos y cambiantes factores sociales y culturales. Por ejemplo, para el activismo LGBT la esencia de género puede ser motivadora (y de hecho lo es en el movimiento «nacido así»), pero para un partido político conservador se trataría de ‘defecto’ o ‘patología’ innata, y esto ocurre simultáneamente y con independencia de que los argumentos esgrimidos sean verdaderos o falsos para cada caso.
Por supuesto, es indeseable la creencia de que el género pueda ser un ‘defecto’ nacido, pero, es evidente que la aceptación social del transgénero no puede depender del esencialismo de género, ni de ninguna otra suposición biologicista susceptible de interpretaciones discriminatorias. Precisamente, el problema con las creencias esencialistas en general es que se vinculan ambiguamente a prejuicios positivos (p. ej. pertenencia social) y negativos (p. ej. racismo, clasismo, xenofobia), y el problema con el esencialismo de género en particular, es que potencia los prejuicios sexistas (Keller 2005 págs. 688-689; Glick & Whitehead 2010 págs. 177-178—más adelante volveremos a esto en el punto 5). En otro ejemplo, la presunción de rasgos esenciales en las mujeres, como la maternidad y la emotividad (es decir, la idea del género femenino innato), funciona para proteger institucionalmente el vínculo madre-hijo, pero también para rechazar el derecho de las mujeres al aborto libre (‘atenta contra la naturaleza’), y para considerarlas inferiores intelectualmente (o sea el género como sistema social jerárquico, lo que líneas atrás citamos de Eagly & Wood 1999 pág. 412 y Joel & Fine 2022). Estas creencias populares son reforzadas por la naturalización científica, que alcanza el plano jurídico y el debate de los derechos—no obstante, el propio saber científico y su divulgación cargan el sesgo esencialista aquí, por lo que la biología no puede decidir el debate del ámbito sociopolítico. Más bien la biología necesita, tomando en serio el trabajo de Eagly, Joel y otros, una perspectiva social para evitar narrativas sesgadas, algo ya planteado por el evolucionismo biocultural (ver p. ej. Construccionismo Biosocial en Chávez 2021).
En concreto, la naturalización y el esencialismo del transgénero no necesariamente benefician a las personas trans (tal como pasa con las mujeres y el género femenino), y limitan la investigación científica per se al subestimarse los causales sociales, empobreciendo las perspectivas sociopolíticas de lo transgénero en directa relación con otras demandas críticas (como la exclusión de los hombres de espacios íntimos para las mujeres niñas y adultas—lo que se verá en el punto 7).
3. LA NEUROCIENCIA TRANSGÉNERO Y EL BINARISMO.
Recientemente, Kurth et al. (2022) analizaron el cerebro de algunas mujeres trans, y, predeciblemente, el estudio no se enmarca en la hipótesis del cerebro mosaico de Daphna Joel, una de cuyas predicciones inherentes es que las personas trans no tendrían cerebros excepcionales que sean inversamente ‘femeninos’ o ‘masculinos’ en respectivos cuerpos de sexo natal masculino y femenino (fuera de que la causa de ello tampoco es reductible a la biología), sino que las personas trans todavía seguirían teniendo cerebros mosaicos, ya que no existen dos tipos de cerebros. De hecho, el «clasificador multivariante» que usan los autores para analizar los cerebros de las mujeres trans que forman su cohorte, está diseñado para resaltar lo «dimórfico sexualmente» (sic) que es el cerebro humano, tal como afirman en un artículo anterior (la referencia 34). Para mostrar que tras este estudio hay una narrativa biologicista en desacuerdo con Joel, primero citamos a Kurth et al. (2022), luego citamos a Kurth et al. (2021), y finalmente a la propia Joel respecto a los presuntos ‘cerebros trans’.
❝El sexo cerebral de las mujeres transgénero
se desplaza hacia la identidad de género
El presente estudio se diseñó para arrojar más luz
sobre la cuestión de si los cerebros de las personas transgénero se asemejan a
su sexo de nacimiento o a su identidad de género. Para ello, empleamos un clasificador
multivariante de reciente desarrollo [34] que arroja una estimación continua (en lugar
de binaria) para ser hombre o mujer, de acuerdo con los modelos biológicos
actuales [39,40,41,42,43,44,45].
La muestra de nuestro estudio estaba formada por 24 hombres cisgénero, 24
mujeres cisgénero y 24 mujeres transgénero antes de la terapia hormonal, para
descartar cualquier efecto modificador de los esteroides sexuales circulantes
[13,15,35,36,37,46,47,48,49,50,51,52]. Nuestra hipótesis es que el sexo
cerebral estimado en las mujeres transgénero se desplaza de su sexo biológico
(masculino) hacia su identidad de género (femenino), pero sigue siendo
significativamente diferente de ambos.
(...)
2.6.
Análisis estadístico
(...)
Además, se utilizaron
estimaciones binarizadas (mujer < 0,5; hombre ≥ 0,5) para calcular la
precisión de la clasificación (calculada como el número de verdaderos positivos
+ el número de verdaderos negativos dividido por el tamaño de la muestra) como métrica de calidad.
(…)
Discusión
El
desplazamiento observado desde una anatomía cerebral típica masculina hacia una
típica femenina en personas que se identifican como mujeres transgénero sugiere
un posible correlato neuroanatómico subyacente para una identidad de género
femenina. Es decir, se confirmó que todas las mujeres transgénero incluidas en
este estudio eran varones genéticos que no se habían sometido a ninguna terapia
hormonal de afirmación de género. Así pues, estas mujeres transgénero han
estado sometidas a la influencia de los andrógenos y han crecido (al menos
hasta cierta edad) en un entorno que presumiblemente las trataba como varones.
La combinación de genes masculinos, andrógenos y (hasta cierto punto) una
educación masculina debería
dar lugar normalmente a un cerebro típico masculino [39,40,41,42,43,44,45],
lo que hace extremadamente improbable una anatomía cerebral típica femenina. Sin embargo, la
anatomía cerebral en la muestra actual de mujeres transgénero se desplaza hacia
su identidad de género, una observación que concuerda, al menos en parte, con
informes anteriores, como se expone a continuación.
Los
estudios existentes que utilizan clasificadores multivariantes pretendían
evaluar si los cerebros de las personas transgénero difieren de su sexo
biológico. Por ejemplo, un estudio [37] investigó a hombres y mujeres transgénero
antes y después de la terapia hormonal mixta utilizando un clasificador
binario. Los autores informaron de una precisión de clasificación
significativamente menor en las personas transgénero en comparación con las
personas cisgénero antes de la terapia hormonal, y la precisión de
clasificación se redujo aún más después de la terapia. Este resultado podría
explicarse por un cambio en la anatomía cerebral hacia la identidad de género
(es decir, lejos del sexo biológico), como también se observó en el presente
estudio. Otros dos estudios informaron de resultados similares en mujeres transgénero,
pero los efectos parecían estar determinados por [36] o sólo se hicieron
significativos después de la terapia hormonal [35]. No obstante, el tamaño de
las muestras en esos estudios era extremadamente pequeño (n = 8 y n = 11,
respectivamente) y los
análisis se realizaron utilizando clasificadores binarios (en lugar de
continuos) que simplemente categorizaban los cerebros como “masculinos” o “femeninos”.
Los clasificadores continuos (como los aplicados en el presente estudio)
reflejan una clasificación más matizada al indicar dónde se sitúan los cerebros
en el espectro “masculino-femenino” pero, que sepamos, no se han
utilizado en muestras transgénero al analizar datos de resonancia magnética
estructural (RM). No obstante, aunque los resultados no son inmediatamente
comparables, todos los estudios clasificadores de IRM estructural existentes —así
como un reciente estudio clasificador de IRM funcional en estado de reposo
[38]— parecen respaldar la noción de un “desplazamiento” desde el sexo
biológico hacia la identidad de género en las personas transgénero. Este cambio
también se ha observado anteriormente en algunos estudios tradicionales de
regiones de interés centrados en características y áreas cerebrales concretas,
como el núcleo uncinado (INAH-3) [60], la ínsula y la pars triangularis [14],
la zona que rodea el surco central, el cíngulo posterior y las regiones
occipitales [23], así como el núcleo del lecho de la estría terminal [22,28],
por nombrar sólo algunos.
Referencias
(…)
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[PubMed]❞
Nótese que, aunque Kurth et al. (2022) informan usar una clasificación no binaria para los cerebros de las mujeres trans estudiadas, de todos modos es bidimensional femenino-masculino, solo que «más matizada» (sic) para ubicar mejor el cerebro de una mujer trans en el continuo entre ambos, o sea, si se acerca más al cerebro femenino o al masculino. Pero este continuo es exactamente lo que refuta Joel (2021 p. 166):
❝Estas
descripciones del cerebro típico femenino y masculino tienen en común la
suposición implícita de que los diferentes rasgos dentro de un mismo cerebro
estarían situados de forma similar a lo largo del continuo masculino-femenino de
cada rasgo (es decir, todos los rasgos estarían situados en el extremo
masculino de su distribución, o todos estarían situados en el extremo femenino,
o todos estarían situados entre los dos extremos). Si este fuera el caso,
entonces los cerebros se alinearían a lo largo de un continuo
femenino-masculino, con el típico cerebro femenino diferente del típico cerebro
masculino. Sin embargo, en 2015 descubrimos que los cerebros “mosaico”, es
decir, los cerebros que consisten en una mezcla de rasgos, algunos situados en
el extremo masculino de su distribución y otros situados en el extremo
femenino, son mucho más comunes que los cerebros internamente consistentes que
consisten en un solo tipo de rasgos (…) Sobre la base de este hallazgo,
concluimos que los cerebros de las mujeres y de los hombres no pertenecen a dos
categorías distintas ni se alinean a lo largo de un continuo femenino-masculino
(Joel et al., 2015).❞
Además, las referencias 39 hasta 45 de Kurth et al. (2022) para los «modelos biológicos actuales» con los que está «de acuerdo» el análisis de los cerebros de las mujeres trans bajo «estimaciones binarizadas» (sic, ibid. pág. 3), son todos artículos que sostienen pues la diferenciación sexual binaria y el dimorfismo sexual del cerebro humano, excepto, por supuesto, el artículo de Joel (2020) (referencia 41). No vemos el sentido de su inclusión en las referencias, ya que los autores no discuten en absoluto la consistencia empírica del binarismo ni el dimorfismo cerebral, sino que éstos quedan plasmados en su continuo bidimensional. Es pues un principio asumido, pero contrario a Joel (2020), cuyo artículo precisamente se llama «Más allá de las diferencias de sexo y de un continuo hombre-mujer: Cerebros en mosaico en un espacio multidimensional», donde dice, para subrayar la inconsistencia con Kurth et al. (2022):
❝Tras un
breve repaso de los estudios con animales en los que se basa la hipótesis del
mosaico, describo tres estudios realizados en humanos en los que se evaluó la
coherencia interna en el volumen regional, el grosor cortical y la conectividad
revelada por imágenes de resonancia magnética (IRM); en el número de neuronas
en el hipotálamo postmortem; y en los cambios en el volumen regional y el
grosor cortical (evaluados con IRM) tras la exposición a un estrés extremo en
la vida real. La conclusión de estos estudios, según la cual los cerebros
humanos se componen en gran medida de mosaicos únicos de rasgos típicos
femeninos y típicos masculinos, se vio respaldada por hallazgos recientes según
los cuales los “tipos” cerebrales típicos de las mujeres son también típicos de
los hombres, y viceversa. Por último, discuto las críticas a la hipótesis del
mosaico y sugiero
sustituir el marco de un continuo hombre-mujer por la idea de cerebros en
mosaico que residen en un espacio multidimensional.❞
Todas esas referencias 39-45 de Kurth et al. (2022), excepto Joel (2020), incluyen al biólogo Arthur P. Arnold, quien en su presentación de la «teoría general de la diferenciación sexual de los mamíferos»—«todas las diferencias sexuales biológicas son el resultado de la desigualdad de los efectos de los cromosomas sexuales» (Arnold 2017), hace la siguiente extraña declaración sobre preferir la causación biológica a la social, en la diferenciación sexual que incluye obviamente al cerebro y el género en humanos:
❝De un modo u otro, los efectos del
entorno sobre un individuo están mediados por cambios en la biología de la
persona, lo que hace difícil separar las dos fuentes de variación. Gran parte
de la discusión, sobre si son factores sociales o biológicos los que causan las
diferencias sexuales en la fisiología y la enfermedad, puede basarse tanto en
qué factores encuentra interesantes o preferibles un autor concreto como en
cualquier prueba de que los efectos de un factor puedan disociarse de los
efectos de otros y resultar ser más importantes. Tanto el ecologista como el biólogo son susceptibles de
cometer el error de generalizar en exceso la importancia de los factores que
están formados para estudiar o preferir. La teoría de la diferenciación
sexual, que se presenta a continuación, se centra exclusivamente en los
factores biológicos que diferencian a las hembras de los machos.❞
Con seis referencias a Arnold, no cabe duda que Kurth et al. (2022) siguen firmemente su trabajo, y por lo visto emulan su preferencia biologicista. Más aún, el artículo de la referencia 34 de Kurth et al. (2022), nos dirige a Kurth et al. (2021), donde explícitamente dicen que se busca mostrar que el cerebro humano es «más dimórfico» (sic), y a su vez refiere tres veces a un artículo de Del Giudice et al. (2016), quienes rechazan la hipótesis del cerebro mosaico de Daphna Joel. Citamos a Kurth et al. (2021):
❝Desarrollo de las diferencias sexuales
en el cerebro humano
(…)
1. Introducción
Un interés cada vez mayor en las diferencias de
sexo en el cerebro ha dado lugar a una gran cantidad de literatura sobre este tema
(para revisiones, véase Cosgrove et al.,
2007; Giedd et al., 2012; Jancke,
2018; Lenroot y Giedd, 2010; Luders y Kurth, 2020; Luders y Toga, 2010; Sacher et al., 2013). Aunque sigue sin estar
claro qué partes del cerebro difieren y de qué manera exactamente, la falta de consenso entre los
estudios no implica necesariamente que las diferencias de sexo observadas sean
espurias e incidentales, o que sea imposible una distinción en cerebros “masculinos”
y “femeninos”. Por ejemplo, cuando se evalúan patrones cerebrales
mediante técnicas multivariantes de aprendizaje automático (en lugar de
centrarse en una característica cerebral específica mediante análisis univariantes
tradicionales), se han establecido distinciones entre hombres y mujeres con precisiones de clasificación
de entre el 69 % y el 93 % (Anderson et
al., 2019; Chekroud et al., 2016;
Del Giudice et al., 2016; Rosenblatt, 2016; Tunc et al., 2016).
Es
importante destacar que las diferencias de sexo en el cerebro no solo existen
durante la edad adulta, sino que ya están presentes en etapas anteriores de la
vida (Berenbaum y Beltz, 2011, 2016; Cosgrove et al., 2007; Giedd et al.,
1999; Giedd et al., 2012; Hines,
2010; Lenroot y Giedd, 2006, 2010; Luders y Toga, 2010; Sacher et al., 2013). De hecho, se ha informado de que los cerebros
masculinos y femeninos difieren significativamente en recién nacidos y bebés
(Benavides et al., 2019; Gilmore et al., 2007), haciéndose cada vez más
evidentes las diferencias de sexo durante la infancia y la adolescencia (Giedd et al., 2012; Gur y Gur, 2016; Herting y
Sowell, 2017; Tunc et al., 2016;
Vijayakumar et al., 2018). Esto
parece sugerir que los hombres y las mujeres podrían distinguirse en función de
las diferencias de sexo en la anatomía del cerebro ya en las primeras etapas de
la vida, y que la brecha de sexo se ampliaría aún más con el paso de los años.
En este momento, sin embargo, se desconoce en gran medida el grado de tal
diferencia de sexo dependiente de la edad, así como la trayectoria de la
ampliación de la brecha.
(...)
4. Discusión
Utilizando un enfoque de aprendizaje automático
multivariante, observamos una buena separabilidad entre hombres y mujeres basada
en la anatomía cerebral. Esta
observación replica estudios anteriores que informaron de una alta precisión en
la distinción entre los sexos utilizando el aprendizaje automático (Anderson et al.,
2019; Chekroud et al., 2016; Del
Giudice et al., 2016; Rosenblatt,
2016; Tunc et al., 2016). En general, los resultados actuales
apoyan la noción de que los
cerebros masculino y femenino son anatómicamente diferentes a lo largo de la infancia y la adolescencia.
(...)
No
obstante, mientras que las estructuras cerebrales individuales pueden mostrar
una variación considerable y, por tanto, a veces no reflejan los cambios
específicos del sexo durante la pubertad, el patrón general de la anatomía cerebral puede, de
hecho, volverse más dimórfico sexualmente cuando se evalúa
utilizando un enfoque multivariante (Rosenblatt, 2016). En otras
palabras, el todo podría ser mayor (es decir, más revelador) que la suma de sus
partes, como también se refleja en los resultados de estudios previos de
aprendizaje automático (Anderson et al.,
2019; Chekroud et al., 2016; Del Giudice et al., 2016; Rosenblatt, 2016; Tunc et al., 2016).❞
Ahora, esto es lo que el artículo propiamente dicho de Del Giudice et al. (2016) (entre los autores hay psicólogos evolucionistas, grandes biologicistas y defensores del binarismo/dimorfismo cerebral humano, como Richard Lippa y David Schmitt—de quien mostramos arriba que en su cuenta de Twitter, anunció el estudio de cerebros de mujeres trans de Kurth et al. 2022) dice del cerebro mosaico de Joel:
❝El método de Joel et al. falla sistemáticamente a la hora de detectar diferencias de
sexo grandes y consistentes
En su muy
publicitado artículo, Joel et al. [2016] hacen dos afirmaciones empíricas sobre las diferencias de sexo en las
características del cerebro humano: (i) “...la consistencia interna [en las
características cerebrales diferenciadas por sexo de los individuos] es rara”
(p. 15472) y (ii) la cantidad de solapamiento en las características
diferenciadas por sexo de los cerebros masculino y femenino “socava cualquier
intento de distinguir entre una forma ‘masculina’ y una forma ‘femenina’ para
características cerebrales específicas” (p. 15471). Argumentamos que la afirmación i se basa en una
metodología defectuosa, y que la afirmación ii es engañosa si se extiende a las
diferencias generales de sexo en la estructura cerebral.❞
Sin embargo, Joel (2016) replicó:
❝Respuesta a Del Giudice et al., Chekroud et al. y Rosenblatt: ¿Pertenecen los cerebros de hembras y machos a
dos poblaciones distintas?
Nos
complace que nuestro artículo haya suscitado debates sobre las relaciones entre
el sexo y el cerebro y sobre nuestro nuevo enfoque metodológico. Está claro que
el sexo afecta al cerebro, como demuestran las diferencias entre los cerebros
de las mujeres y los cerebros de los hombres tanto en características
macroscópicas como microscópicas. Sin embargo, el hecho de que el sexo afecte al cerebro no implica
necesariamente que haya dos tipos distintos de cerebros, “cerebros masculinos”
y “cerebros femeninos”, como hay dos tipos distintos de genitales.
Responder a esta pregunta era el objetivo de nuestro estudio.
(...)
¿Pertenecen
los cerebros a dos tipos distintos?
El alto
grado de solapamiento en la forma de las características cerebrales entre
hembras y machos, combinado con la prevalencia del mosaicismo dentro de los
cerebros, están en desacuerdo con la suposición de que el sexo divide los
cerebros humanos en dos poblaciones separadas.❞
Con todo lo mostrado, queda bastante claro que Kurth et al. (marzo 2022) estudian los cerebros de 24 mujeres trans (por cierto, una muestra pequeña a pesar de ser más grande que otros estudios similares anteriores como subrayan los autores) desde la presuposición del binarismo/dimorfismo cerebral, por lo que evidentemente están tratando de probar que existe el cerebro (parecido al) femenino en un cuerpo masculino (además de la preferencia por su causalidad biológica). Esta es la neurociencia transgénero que forma parte fundamental de las referencias evolucionistas, tanto del campo de la biología como de la psicología evolucionista. Esto es lo que al respecto tienen que decir Joel et al. (2020 pág. 9 Box 3):
❝El
solapamiento entre individuos también es cierto para las medidas cerebrales que
muestran diferencias entre otros grupos, como heterosexuales y homosexuales o
cisgénero y transgénero (García-Falgueras y otros 2011; García-Falgueras y
Swaab 2008; Kruijver y otros 2000; Zhou y otros 1995; Swaab y Hofman 1990).
Dado que dos individuos con diferente género o identidad sexual pueden tener la
misma medida cerebral, es imposible utilizar estas medidas cerebrales para el
diagnóstico (por ejemplo, de disforia de género).
Biología, naturaleza y crianza
(…) No confundir entre una diferencia y su origen
es especialmente importante al hablar de las diferencias entre mujeres y
hombres en el cerebro, porque el cerebro es un órgano plástico, que sigue
cambiando a lo largo de la vida. Lo mismo ocurre con las diferencias en las
medidas cerebrales entre grupos adicionales, como homosexuales y heterosexuales
o transgénero y cisgénero. Es imposible determinar si las diferencias entre los
grupos reflejan las distintas experiencias de vida de los individuos con identidades
diferentes, o preceden a estas experiencias. También es imposible determinar si
las diferencias en estructuras cerebrales específicas son responsables de las
distintas identidades.
(…)
Evolución, herencia, genes y medio
ambiente
El hallazgo de una diferencia de sexo suele
desencadenar explicaciones evolutivas, que presentan la diferencia observada
como producto de la selección sexual a lo largo de milenios, impresa en los
genes. Como explicamos anteriormente, una diferencia de sexo no revela si es
adquirida o preprogramada. Además, un rasgo relacionado con el sexo
puede haber evolucionado, pero su reproducción fiable en cada generación no
significa necesariamente que esté impreso biológicamente (genética o
epigenéticamente) (Griffiths 2002). Las nuevas ideas de la teoría evolutiva han destacado el papel de otros
vehículos de herencia, uno de los cuales es el medio ambiente (Griffiths 2002;
Jablonka y Lamb 2014). En concreto, cada organismo hereda no solo genes, sino
también condiciones ambientales específicas (que pueden ir desde la gravedad,
pasando por una ecología particular, hasta la presencia de compañeros y
padres).❞
Es más, Daphna Joel junto a Cordelia Fine, otra notable neurocientífica crítica del binario neural, tienen un artículo de octubre 2022, ya citado atrás, donde dicen que:
❝Los estudios a pequeña
escala de los cerebros de mujeres y hombres trans antes de cualquier
intervención médica revelan un panorama complejo de similitudes y diferencias a
nivel de grupo entre los grupos transgénero y los correspondientes grupos cis
del mismo sexo o de otro sexo al nacer (para una revisión, véase Nguyen et al., 2019). La misma complejidad es
evidente en los estudios que informan sobre los efectos de los tratamientos
hormonales en la estructura y función cerebrales. El cambio medio suele ser
pequeño y solo a veces se acerca a la puntuación media del grupo cis
correspondiente, mientras que la variabilidad de los cambios entre individuos
es muy alta (para una revisión, véase, Nguyen et al., 2019). Tomado junto con la
observación de que los cerebros de la mayoría de los humanos son mosaicos
únicos de medidas femeninas-típicas y masculinas-típicas, parece muy probable
que, si bien se puede esperar que la estructura cerebral de uno sea diferente
después del tratamiento hormonal, todavía es probable que continúe tomando una forma de mosaico. De hecho, un reciente co-análisis de varias medidas
hipotalámicas (que muestran grandes diferencias sexo/género) reveló que la
mayoría de las mujeres trans de la muestra poseían un cerebro en mosaico (Joel et al., 2020).
(…)
Ha habido poco acuerdo sobre cómo se desarrolla la identidad
de género (en este sentido), con teorías a lo largo de las décadas que
incluyen: la acción de un factor biológico ligado al sexo en el útero, la
conciencia de la propia anatomía genital o la socialización específica de
género (para revisiones, véase Diamond, 2004; Gülgoz et al., 2019; Martin & Ruble, 2004; Person & Ovesey, 1983).
La evidencia disponible sugiere que ningún factor
es decisivo (por ejemplo, Erickson-Schroth,
2013; Gooren, 2006; Gülgoz et al.,
2019; Jordan-Young, 2010; Olson et al.,
2015; Voracek et al., 2018).❞
Estas afirmaciones de Joel & Fine (2022) son consistentes críticas a estudios neurocientíficos como el de Kurth et al. (2022) y los demás. Lise Eliot, neurocientífica que, como Daphna Joel y Cordelia Fine, también ha aportado críticamente a refutar el binarismo/dimorfismo biologicista del cerebro, señala además el binarismo de género en la neurociencia transgénero (Rauch & Eliot 2022):
❝Romper el binarismo: Análisis de género versus análisis de sexo en las imágenes del cerebro humano
(…)
Aquí
exploramos si la agrupación de los participantes por “género”, además de por “sexo”,
puede aportar más información. Es decir, la expresión del comportamiento a lo
largo de múltiples dimensiones masculino-femenino puede estar más estrechamente
vinculada a los circuitos cerebrales individuales que la asignación de sexo per
se. Como uno de los principales objetivos de esta investigación es descubrir
los correlatos neuronales del comportamiento típico de género o de la salud
neuropsiquiátrica, puede ser más informativo utilizar una escala de género
multidimensional, además del sexo binario, como variable independiente. Los atributos de género no sólo
pueden definirse de forma más granular que el sexo, sino que tienen la ventaja
de estar moldeados por
influencias tanto innatas como experienciales, por lo que es más probable que se reflejen en
características cerebrales maduras moldeadas por las mismas influencias.
(...)
Parece
especialmente probable que los trastornos relacionados con el cerebro se vean
influidos por la experiencia de género, dada la plasticidad a lo largo de la
vida de las estructuras y los circuitos neuronales (Voss et al., 2017). Muchas enfermedades psiquiátricas, como la anorexia
nerviosa (Smink et al., 2012), la
depresión (Martin et al., 2013; Belle
y Doucet, 2003), la ansiedad (Ferlatte et
al., 2020), el trastorno de conducta (Helgeland et al., 2005) y los trastornos por consumo de sustancias (Brady et al., 1999), están determinadas por
factores culturales y ambientales que difieren en función del género
(Rosenfield y Mouzon, 2013). Sin embargo, los estudios sobre el cerebro apenas
han explorado el impacto de los atributos de género en las medidas estructurales
y funcionales. Una excepción es el creciente número de estudios que comparan los cerebros de participantes
transgénero y cisgénero, que abordamos en otro lugar (Fleres et al., 2021), pero tienen la misma limitación de tratar el
género como binario y son problemáticos debido a los estresores
minoritarios únicos que soportan las personas transgénero (Mueller et al., 2017) y los supuestos
estigmatizantes sobre esta población (DuBois y Shattuck-Heidorn, 2021).❞
Eliot es todavía más directa y frontal que Joel & Fine (2022), cuestionando explícitamente la neurociencia transgénero: la referencia a Fleres et al. (2021) en la cita que acabamos de poner, se titula traducida «¿Existe una firma de identidad transgénero en la estructura cerebral? Una revisión sistemática, un meta-análisis parcial y una crítica». Los autores Fleres, Haszto & Eliot (2021) nos dicen que:
❝La obtención de imágenes cerebrales de participantes transgénero se ha ampliado espectacularmente en los últimos años. El objetivo de estas investigaciones es comprender mejor la biología de la identidad de género, independientemente del sexo, y descubrir marcadores cerebrales que puedan servir de base para la toma de decisiones terapéuticas en pacientes con disforia de género. Se realizó una revisión sistemática de la literatura sobre neuroimagen estructural centrada en: 1) medidas cerebrales globales, 2) volúmenes corticales regionales, 3) volúmenes subcorticales regionales, 4) grosor cortical, 5) medidas de anisotropía fraccional (AF) de la sustancia blanca, y 6) histología post mortem del hipotálamo y estructuras relacionadas. (...) En general, este conjunto de datos dispares no ha revelado un marcador claro de la identidad transgénero ni en las TW [mujeres transgénero] ni en los TM [hombres transgénero]. Una cuestión más amplia es si esta búsqueda de características cerebrales atípicas en las personas transgénero estigmatiza innecesariamente a una comunidad vulnerable al patologizar variaciones normales en el comportamiento humano.❞
Por último, como citamos de Joel et al. (2020 pág. 9 Box 3), de que «una diferencia de sexo suele desencadenar explicaciones evolutivas» pero «una diferencia de sexo no revela si es adquirida o preprogramada», otros científicos, aún algunos siendo defensores del sexo binario en el cerebro, refuerzan este argumento crítico que desafía la lógica lineal de asumir algo ‘sexual’ en el cerebro y deducir que ello explica la conducta sexual, biológico-innatamente, sin mayor atención a otros factores causales. Citamos a varios de ellos, como Hirnstein & Hausmann (2021):
❝La
relación entre las diferencias de sexo/género en el cerebro y el comportamiento
no sigue simplemente una lógica lineal, en la que pequeñas diferencias en el
cerebro conducen a pequeñas diferencias en el comportamiento, y grandes
diferencias en el cerebro conducen a grandes diferencias en el comportamiento.❞
El neurogenetista Kevin Mitchell (2019), autor de Innate: How the Wiring of Our Brains Shapes Who We Are:
❝El mero hecho de observar tales diferencias [entre cerebros de mujeres/hombres] no prueba que sean impulsadas por factores biológicos innatos.
(...)
En ausencia de un vínculo causal entre las diferencias observadas en la estructura del cerebro y las de conducta, tales afirmaciones son puramente especulativas (…) inferencias infundadas.❞
Melissa Hines (2020), neurocientífica que estudia el género en la Universidad de Cambridge:
❝Algunos investigadores, y miembros de
la sociedad en general, también pueden pensar que la existencia de diferencias
sexuales en el cerebro humano sugiere que las diferencias sexuales en la
conducta son innatas (...) Sin embargo, esta perspectiva refleja un malentendido.
Aunque ahora sepamos que existen diferencias sexuales en la estructura del
cerebro humano, no sabemos qué las causa.❞
Liza van Eijk et al. (2021), profesora de psicología en la Universidad James Cook:
❝La existencia bien establecida de diferencias sexuales en la estructura cerebral no significa necesariamente que estas diferencias se relacionen con diferencias sexuales de conducta.
(…)
Las diferencias cerebrales en la dimensión masculino-femenino se asocian débilmente.❞
Eric W. Dolan (2021), fundador y editor de PsyPost:
❝las diferencias en la estructura
cerebral de hombres y mujeres no están fuertemente vinculadas a las diferencias
conductuales.❞
Es decir, ver los cerebros de las personas trans e identificar su ‘sexo femenino’ o su ‘sexo masculino’, no solo es inconsistente, sino que no contribuye a explicar el transgénero.
4. EL BIOLOGICISMO BINARISTA NO EXPLICA EL TRANSGÉNERO.
Líneas atrás se ha dicho que la neurociencia parece fascinada con las personas trans, y que rápidamente se ha popularizado una narrativa de la causalidad del transgénero bajo el reduccionismo biologicista. R. Lane (2007), quien realiza investigación en el Departamento de Medicina General en la Universidad de Monash, sostiene que, aunque la postura biológica es popular entre las personas trans, no captura la variedad de las experiencias trans, y no ayuda a orientar el tratamiento de reasignación de género:
❝Las personas que cambian de género
fascinan el discurso académico y popular sobre el sexo y el género. La búsqueda
de una causa biológica o cultural es fundamental. La mayor parte de la
investigación sociológica sobre las personas trans rechaza la explicación
biológica. Es construccionista y se centra en cómo la gente “hace” o “interpreta”
el género. Se han propuesto tres historias o narrativas que surgen de distintos
tipos de experiencias trans: migrar, oscilar y trascender. Estas diferentes
narrativas implican diferentes relaciones de la biología y la cultura en torno
al sexo y el género. Algunos investigadores biológicos y muchas personas trans
apoyan una explicación biológica de la experiencia de las personas trans. Los
trabajos recientes en disciplinas sociales y biológicas apuntan hacia formas de
utilizar tanto la investigación biológica como la construccionista social. A
partir de entrevistas con pacientes y médicos de una clínica transgénero, se
exploran las conexiones entre los tres tipos de historias trans y las actitudes
hacia una etiología biológica, y se discuten las implicaciones para la atención
sanitaria trans y el cambio legal.
(…)
El tipo 1 es la narrativa transexual tradicional, y aún dominante, de estar “atrapado en el cuerpo equivocado” - cruzando permanentemente el binario de género (E&K), cambiando el cuerpo para ajustarse al género sentido (K&M) en un marco que asume la realidad del sexo morfológico inmutable (Hird). Esta narrativa suele citar una base biológica y el deseo de desaparecer en el otro género. Esta creencia esencialista ha influido mucho en los investigadores biológicos y médicos. El tipo 2 es la narrativa del travestido o “transgénero”, que va y viene (E&K) o combina elementos de los dos géneros (aunque sólo dos) (K&M), en un marco de realidad de género performativa producida discursivamente (Hird). El tipo 3 es la narrativa del activista transgénero, por ejemplo, los “proscritos del género” de Bornstein (1994), que se mueven a un tercer espacio (E&K), donde el género no puede atribuirse claramente o deja de existir (K&M) en una violación intencionada de la naturalización del género (Hird). (…)
2.2 NARRATIVAS Y ETIOLOGÍA
La
transexualidad tiene una rica historia de teorías psicológicas y biológicas
fallidas. En la actualidad, el paradigma biológico dominante considera que las
hormonas prenatales causan cerebros masculinos o femeninos. Esta teoría tiene
muchas creencias previas muy discutidas, por ejemplo, que hay grandes
diferencias cerebrales entre hombres y mujeres. La propuesta más destacada es que un núcleo hipotalámico
—el BSTc— es un centro de identidad de género (Zhou, Hofman, Gooren y Swaab,
1995). Un BSTc de sexo invertido produce un “sexo cerebral” diferente al sexo
corporal, por lo que las personas transexuales tienen “cerebros intersexuales”.
Sin embargo, la diferencia masculina/femenina en el tamaño del BSTc aparece
después de la pubertad, lo que socava el argumento de la causalidad prenatal
(Chung, De Vries, & Swaab, 2002). Esta historia es muy influyente: se cita
ampliamente en la literatura académica, en los sitios de recursos para personas
trans y en una importante decisión judicial que permitió a un hombre trans
contraer matrimonio: “la teoría del sexo cerebral no parece competir..., sino
que proporciona una posible explicación de lo que de otro modo sería
inexplicable” (“Re Kevin”, 2001, párrafo 253). Sin embargo, muchos clínicos e
investigadores no están de acuerdo y defienden la existencia de múltiples vías
(Pfäfflin, 2006).
(…)
Todos los
clínicos coincidieron en que la investigación biológica no es suficientemente
convincente para orientar el tratamiento. Si se desarrollara una prueba
biológica fiable, seguirían teniendo que actuar para aliviar la angustia de los
pacientes que no superaran la prueba, pero cumplieran los criterios clínicos.
Esto refleja las estructuras disciplinarias de la psiquiatría, que se basa en
la codificación de los síntomas clínicos en síndromes y deriva a otros médicos
a las personas con un problema biológico identificado (Bernard). Michelle pensaba
que la investigación aportaría pruebas de la existencia de una base biológica,
lo que beneficiaría a las personas en proceso de transición. Veronica quería
una investigación genética bien financiada que proporcionara una base médica
segura frente a las críticas religiosas del GRS [tratamiento quirúrgico y
hormonal de reasignación de sexo].❞
Nótese que este pequeño estudio de Lane es de 2007. Tras 16 años, la narrativa del binarismo/dimorfismo sexual cerebral se ha extendido más, y ha incursionado, en algunos gobiernos europeos, en el diseño de dos marcos legales críticos: el cambio registral del sexo basado exclusivamente en la autodeterminación del género, quitando los requisitos médicos que se exigían (diagnóstico de disforia de género, tratamiento hormonal, y/o cirugía de resignación de sexo–todo lo cual se considera discriminatorio contra la identidad de género), y la eliminación de evaluaciones psicológicas para el acceso a tratamientos médicos de transición en menores de edad (p. ej. es suficiente la autoidentificación como transgénero). En efecto, estos cambios legislativos responden al proceso «de despatologización trans que contribuye a un cambio de la conceptualización de la transexualidad, desde su clasificación diagnóstica como trastorno mental hacia el reconocimiento de la protección de la expresión e identidad de género como un derecho humano» (Schwend 2020). Dado que el escaso estudio del transgénero estaba ampliamente dominado por la biología (p. ej. psiquiatría, medicina), y políticamente era parte del movimiento LGBT «nacido así» («born this way»), parece evidente que la tardía superación de la narrativa patológica ha sido reemplazada por la de su naturalización esencialista: el transgénero no es más una ‘enfermedad curable’ ya que no se ha contraído, sino que es algo innato.
Sin embargo, los estudios biológicos no han encontrado aquella causación innata, y el más reciente estudio neurocientífico de Kurth et al. (2022) de mujeres trans, no arroja ninguna luz al respecto. Esta búsqueda no es en realidad nueva, sino que es parte de la búsqueda de diferencias enraizadas en la biología entre mujeres y hombres, pero al atender la hipótesis del cerebro mosaico y su causalidad biocultural, se ve como un proyecto que puede hacer contraproducente la práctica médica transgénero, como se mostrará en el punto 6. Aún así, la narrativa innatista sigue dominando los estudios científicos. Por ejemplo, en la «revisión del estado de la investigación de la estructura cerebral en el transexualismo» (Guillamo et al. 2016), es palpable el dramático biologicismo, sea por sesgo de selección propiamente dicho por parte de los autores, o porque el transgénero efectivamente sigue siendo enfocado desde el binarismo/dimorfismo sexual biológico, y en comparación hay pocos estudios de ciencias sociales:
❝Aunque se desconoce la etiología del
transexualismo, se ha sugerido que los factores biológicos y ambientales
contribuyen a las variaciones de la identidad de género (Cohen-Kettenis y
Gooren, 1999; Savic, García-Falgueras y Swaab, 2010; Lawrence y Zucker, 2014).
Las causas biológicas de la disforia de género (DG) están respaldadas por
estudios sobre grupos familiares (Gómez-Gil et
al., 2010; Green, 2000), orden de nacimiento (Blanchard & Sheridan,
1992; Blanchard, Zucker, Cohen-Kettenis, Gooren, & Bailey, 1996; Gómez-Gil et al., 2011; VanderLaan, Blanchard,
Wood, Garzon, & Zucker, 2015; Vasey & VanderLaan, 2007), y gemelos
(McKee, Roback, & Hollender, 1976; Zucker & Bradley, 1995). Una
revisión de la literatura de gemelos concordantes y discordantes para EG
sugiere un papel de la genética en el desarrollo de la EG (Heylens et al., 2012). La genética molecular se
ha utilizado para analizar polimorfismos periféricos relacionados con los
esteroides sexuales en receptores de esteroides o genes de enzimas esteroideas
(Fernández et al., 2014a, 2014b; Hare
et al., 2009; Henningsson et al., 2005; Ujike et al., 2009). La investigación sobre marcadores prenatales de
exposición a andrógenos ha proporcionado algunas pruebas de diferencias
transexuales basadas en la proporción 2D:4D (Schneider, Pickel y Stalla, 2006;
Wallien, Zucker, Steensma y Cohen-Kettenis, 2008). Los resultados de todos los
estudios anteriores sugieren que los factores genéticos podrían influir en los fenotipos cerebrales y
conductuales.
En cuanto
a las variables ambientales, se han revisado los factores parentales y
familiares (Lawrence & Zucker, 2014); las influencias parentales parecen
ser un factor que contribuye al desarrollo del TID (Cohen-Kettenis &
Gooren, 1999) y desempeñan un papel en la transición social de género
(Steensma, McGuire, Kreukels, Beekman, & Cohen-Kettenis, 2013).❞
Con semejante diferencia entre la masa bibliográfica de las causas biológicas y ambientales, no quedarían dudas de que el transgénero es un fenómeno biológico. Irónicamente, más notable que esta diferencia en la cantidad de estudios biológicos frente a los estudios sociales, es que toda esa abrumadora literatura biológica suma, a lo mucho, evidencia débil y ningún marco explicativo consistente del transgénero. Lo que sí hace esta revisión de Guillamo et al. (2016) (que es frecuentemente citada) es fomentar la subestimación académica y popular de la causalidad social. ¿Será que, a diferencia del supuesto efecto antipatologizante popular del innatismo, los factores sociales invocan la patologización? Luego intentaremos responder esta pregunta analizando el esencialismo de género en el punto 5. Por el momento escucharemos algunas voces especialistas en el género, alternativas al biologicismo, como la psicóloga Lisa Diamond (2020):
❝En todo el mundo, Internet y las redes
sociales han permitido a jóvenes de diversos orígenes descubrir nociones de
género complejas y cuestionar si estas nociones reflejan sus propias
experiencias. A la luz de estos cambios históricos en la disponibilidad de
información sobre la diversidad de género, los individuos más jóvenes son más
propensos que los jóvenes de épocas anteriores a adoptar identidades de género
no binarias en lugar de binarias, y los padres, educadores y clínicos necesitan
entender esta población creciente.❞
Diamond antes había dado una ilustrativa charla accesible al público general en TEDxSaltLakeCity (2018), «Por qué el argumento “Nacido Así” no hace avanzar la igualdad LGBT». Esta ponencia se basa en la investigación de Diamond & Rosky (2016): «revisamos la investigación científica y las autoridades legales para argumentar que la inmutabilidad de la orientación sexual ya no debería invocarse como fundamento de los derechos de las personas con atracciones y relaciones homosexuales (es decir, minorías sexuales)» (pág. 1), donde los autores analizan las presuntas bases genética y neuroendocrina de la orientación sexual y, aunque Diamond & Rosky (2016) no enfocan específicamente a las personas trans, anotan que «los argumentos de inmutabilidad son relevantes para todas estas formas de diversidad sexual y de género» (pág. 2). Citamos a Diamond de su charla en TED, ya que resume de manera fácil que los argumentos claves a favor de los derechos LGBT son sociales y políticos, no biológicos:
❝Las encuestas han descubierto que las
personas que ven la orientación sexual como un rasgo innato, como el color de
los ojos, tienden a apoyar más los derechos LGBT. Ahora bien, ¿a qué se debe
esto? Cuando se les pregunta, la gente suele decir: “Bueno, está mal
discriminar a alguien por cómo ha nacido. Es como la discriminación étnica”.
Tiene sentido. Así que, durante años, el argumento “Nacido Así” [“Born This Way”]
se ha utilizado para promover la igualdad LGBT.
(…)
Pero hay
tres problemas con el argumento “nacido así”. Primero: no es científicamente
preciso. Segundo: no es legalmente necesario. Pero tercero, y más importante:
es realmente injusto, y es hora de retirar ese argumento para la igualdad LGBT.
(…)
Ahora,
pasemos al segundo problema con el argumento de “nacido Así”, que no es
legalmente necesario. Una de las razones por las que seguimos utilizando este
argumento es para invocar la cláusula de igualdad de protección de la
constitución, que prohíbe discriminar a las personas por el hecho de que tengan
ciertos rasgos.
Ahora
bien, ¿cómo deciden los tribunales qué rasgos están protegidos? Bueno, uno de
los factores que los tribunales pueden considerar es la inmutabilidad, o
fijación, del rasgo, si es una casualidad de nacimiento, como la raza o el sexo.
Ese es, básicamente, el argumento de “nacido así”. Pero lo que mucha gente no
sabe es que la inmutabilidad no es el único factor, ni siquiera el más
importante, que los tribunales pueden tener en cuenta a la hora de decidir si
un rasgo, ya sea la orientación sexual, la edad o la discapacidad, merece
protección contra la discriminación. Y en las últimas décadas, los tribunales han prestado cada vez menos
atención a la inmutabilidad de la orientación sexual, y cada vez más a otro
componente clave de las demandas de igualdad de protección: si la
discriminación contra las personas LGBT tiene alguna base racional, o si es
simplemente odio y prejuicio inconstitucional. Y esa es la base sobre la que
hemos estado ganando nuestras batallas más importantes por la igualdad LGBT.
Desde Romer contra Evans en 1996, Lawrence contra Texas en 2003, y las dos
históricas victorias del Tribunal Supremo a favor del matrimonio entre personas
del mismo sexo. Así que, aunque seguimos gritando: “¡Nacemos así!”, los
tribunales han estado diciendo: “¡No nos importa!”.
(...)
Ahora, el
tercer y más importante problema con el argumento de “nacido así”: que es
injusto. Hay que tener en cuenta que empezamos a utilizar este argumento en los
años 60 y 70 en respuesta
a los activistas antigays que decían que los individuos LGBT estaban eligiendo
un estilo de vida inmoral, desviado y repugnante, y que por eso básicamente
merecíamos sufrir. Ahora bien, esto fue hace más de 50 años, cuando el
odio hacia los homosexuales estaba mucho más extendido, por lo que en aquel
momento nos parecía imposible argumentar: “¡Eh, no somos repugnantes; en
realidad somos increíbles!” Así que, en lugar de eso, dijimos: “No elegimos esto, nacimos así.
No puedes castigarnos por algo que no es nuestra culpa”. Ahora, ¿ves cómo ese
argumento va de la mano con la noción de que ser LGBT es un defecto, que es
inherentemente triste y trágico? Es como si tuviéramos una enfermedad terrible
y hubiera que compadecerse de nosotros en lugar de castigarnos.
Afortunadamente, los tiempos han cambiado, y si hay algo que los individuos
LGBT quieren ahora, no es ciertamente la lástima. Lo que queremos, lo que
merecemos, es dignidad, autonomía, autodeterminación. Y ese es nuestro
argumento más fuerte para la igualdad. El argumento “nacido así” también es
injusto porque implica que las personas LGBT que encajan en un determinado
estereotipo cultural, las que han sido exclusivamente homosexuales desde que
tienen uso de razón, son de alguna manera más merecedoras de aceptación e
igualdad que alguien que salió del armario a los 60 años, o cuyas atracciones
han sido más fluidas, o que es bisexual en lugar de exclusivamente gay.
En realidad,
existe una historia bastante larga y vergonzosa de desestimación y negación de
las experiencias de las personas bisexuales. A veces se les denigra como si no
pertenecieran realmente a la comunidad gay porque a veces mantienen relaciones
con personas del sexo opuesto. ¿Me estás tomando el pelo? ¿Vamos a criticar a
los bisexuales por tener la audacia de elegir sus propias relaciones? ¿No es
eso exactamente por lo que la comunidad LGBT ha estado luchando todo este
tiempo? Hablando de tirar a alguien debajo del autobús. Y en realidad se
necesitaría un autobús bastante grande porque todos estos estudios de población
a gran escala han descubierto que en realidad hay más individuos con
atracciones bisexuales que con atracciones exclusivas del mismo sexo.
Y el argumento
de “nacido así” puede ser realmente contraproducente cuando se trata de
bisexuales. En mi estudio había una mujer que salió del armario con sus padres
a los 19 años, cuando conoció a su primera novia. Les costó mucho trabajo, pero
se unieron al grupo de apoyo a la familia, y el líder de ese grupo enfatizó: “su
hija simplemente nació así”. Pues bien, un par de años más tarde, terminó
involucrándose con un hombre, y ocultó activamente esta relación a sus padres.
¿Por qué? Me dijo: “Sólo me aceptaron porque pensaron que no podía evitar estar
con mujeres. Ahora tengo miedo de que digan: ‘Espera un segundo. Durante todo
este tiempo, ¿también podrías haber estado con hombres? Si puedes elegir la
heterosexualidad, pues eso es lo que debes hacer’”. No hace falta decir que eso
no es aceptación. Y desde luego no es igualdad. Al final, cómo y por qué y
cuándo y durante cuánto tiempo alguien es LGBT puede ser fascinante para
científicas como yo, pero no debería tener ninguna relación con el hecho de que
sus padres les quieran y acepten. Y, desde luego, no debería influir en las
políticas públicas. Todos merecemos aceptación e igualdad. Todos merecemos
igualdad, tanto si eres gay o heterosexual o bi o trans o todo lo anterior, o
nada de lo anterior, o si lo descubriste hace veinte años, o hace un año, u
hoy, durante esta charla.
Nuestros genes no son la cuestión: lo que está en
juego son nuestras vidas. O somos una sociedad que protege y defiende la
autonomía sexual de todos los individuos, o no lo somos. Así que, la próxima
vez que hables con un amigo o un vecino o un profesor o un médico o un político
o una madre, y te digan: “apoyo la igualdad de los LGBT porque, ya sabes, han
nacido así”, espero que les digas: “apoyo la igualdad de los LGBT sólo porque
es lo correcto”.❞
Anne Fausto-Sterling (2019), reconocida bióloga, argumenta cómo emerge el género en el individuo, señalando la «corporeización» del género como parte de la biología del sexo (p. ej. los modos de moverse ‘masculino’ o ‘femenino’ adquiridos por socialización pero que se incrustan neuromuscularmente durante la infancia e incluso en la adultez). La citamos:
❝[Daphna] Joel, por ejemplo, argumentó
enérgicamente que no podemos conceptualizar los cerebros como masculinos o
femeninos simplemente porque se encuentran en cuerpos con genitales
particulares (Joel, 2012; Joel et al.,
2015; Joel & Fausto-Sterling, 2016; Joel, Persico, Hänggi, Pool, & Berman,
2016; Kaiser, 2012). Otros se mostraron igualmente en desacuerdo (Chekroud,
Ward, Rosenberg y Holmes, 2016; Del Giudice et
al., 2016; Rosenblatt, 2016). Aunque es una formulación que se está desvaneciendo y que predominó en
el discurso de mediados del siglo XX sobre las personas trans (Halberstam,
2018), la idea de un cerebro masculino en un cuerpo femenino también sigue
animando parte del discurso público sobre las personas trans (Califia, 1997;
Halberstam, 2018).❞
Janet Hyde, reconocida psicóloga estudiosa del género, revisa la literatura científica pertinente en Hyde et al. (2019), abordando críticamente la falta de atención al transgénero, que es «un desafío directo al binario de género», y, señalando la similitud psicológica, p. ej., entre las chicas trans (sexo masculino natal) y las chicas «cis» (sexo femenino natal), nos dicen que:
❝las personas
transgénero y no binarias destacan el hecho de que tanto la autoetiquetación de
la categoría de género (“ser género”) como los roles y las expectativas de
género (“hacer género”) son necesarios para entender cómo los individuos
procesan psicológicamente los sistemas de socialización que les rodean
(…)
Los
psicólogos suelen conceder un estatus especial al género/sexo como una
categoría social que está programada para emerger en la psique humana. Así, la
visión de los psicólogos sobre el género/sexo contrasta con la de la mayoría de
las demás categorías sociales (por ejemplo, los grupos basados en la raza, la
etnia, la nacionalidad y la clase social), cuyo uso y significado se consideran
a menudo dependientes del contexto y variables a través de los individuos, el
tiempo y las situaciones (por ejemplo, Smedley y Smedley, 2005). La
investigación sobre el desarrollo lleva a cuestionar el estatus especial que se
otorga al género/sexo. En los últimos 20 años han proliferado las
investigaciones relacionadas con la cuestión de por qué cualquier atributo
particular —incluido el género/sexo— se convierte en una base destacada para la
categorización entre los niños. Cuando se integra con los estudios sobre el
desarrollo conceptual y del lenguaje, la investigación sobre la categorización
social sugiere que el género/sexo emerge como una dimensión psicológicamente
destacada y significativa de la variación humana durante la infancia, no como el resultado inevitable de
un mecanismo innato, sino como el resultado de las prácticas sociales que
garantizan que los niños (sobre)aprendan a categorizar al yo y a los demás en
las categorías binarias de hombre y mujer.
(…)
las cualidades endógenas de los niños, incluidas sus capacidades
cognitivas (por ejemplo, la habilidad de clasificación, la toma de perspectiva)
y las características idiosincrásicas (rasgos, intereses), interactúan de forma
dinámica con su contexto ambiental para inducir a los niños a atender,
categorizar a los demás y desarrollar estereotipos y prejuicios relativos al
género/sexo. Aquí se destacan las contribuciones del entorno a estos procesos.
(…)
Cuando se les asignan tareas de clasificación, los niños suelen
agruparse por género/sexo, raza o ropa, pero rara vez lo hacen por rasgos
imperceptibles (por ejemplo, la pertenencia a un partido político; Bigler y Liben,
2006). El género es altamente perceptible; sin embargo, esto es así en gran
medida debido a las convenciones sociales. De hecho, los niños son incapaces de
detectar el género de otros niños cuando aparecen sin los marcadores
culturalmente estereotipados de su género (por ejemplo, peinados, maquillaje y
ropa; Wild et al., 2000).
Son múltiples los mecanismos
causales que contribuyen a que la categorización de género/sexo se aprenda de
forma excesiva en los primeros años de vida. La investigación sugiere que tres
prácticas sociales —la exageración de la discriminabilidad perceptiva del
género/sexo, el etiquetado lingüístico rutinario de los individuos por
género/sexo, y la clasificación explícita e implícita de los individuos por
género/sexo— contribuyen causalmente a la tendencia de los niños a
categorizarse a sí mismos y a los demás en las categorías de masculino y
femenino, y a desarrollar estereotipos y prejuicios de género/sexo. La
reducción de estas prácticas basadas en el binarismo de género reducirá, y
posiblemente eliminará, la tendencia de los niños a ver el mundo a través de
lentes binarios de género.❞
Hyde et al. (2019 págs. 43-44) concluyen con firmeza:
❝Durante más de un siglo, los
científicos psicológicos se han basado en el binario de género en la
investigación. Recientes hallazgos empíricos procedentes de múltiples
disciplinas ponen en tela de juicio la idea de que los seres humanos sólo
pueden pertenecer a dos categorías: mujeres y hombres. Estas pruebas incluyen hallazgos neurocientíficos
que refutan el dimorfismo de género/sexo del cerebro humano; hallazgos
endocrinológicos conductuales que cuestionan la noción de sistemas hormonales
biológicamente fijos y con dimorfismo de género; hallazgos psicológicos que
destacan las similitudes entre hombres y mujeres; investigaciones psicológicas
sobre las identidades y experiencias de las personas transgénero y no binarias;
e investigaciones sobre el desarrollo que sugieren que la tendencia a
considerar el género/sexo como una categoría binaria significativa no es innata, sino que está determinada
culturalmente y es maleable.❞
Para resumir hasta aquí: independientemente de los genitales, ni el cerebro ni el (resto del) cuerpo están predeterminados alineadamente a las normas sociales, los roles, y los estereotipos de ‘femenino’ o ‘masculino’, es decir, el género (y por lo tanto éste no se reduce a una consecuencia biológica como todavía afirman algunos evolucionistas ortodoxos). La identidad de género no refiere solo al transgénero, como parte de una incongruencia con el sexo nacido donde, por lo tanto, el género es lo relevante para el «sentido interno del yo» (Fausto-Sterling 2019), sino que el yo congruente con el sexo nacido («cisgénero») igualmente consiste en la identidad de género con lo femenino y lo masculino extraídos afectivo-cognitivamente desde la temprana infancia del entorno social y cultural, exageradamente percibidos (Hyde et al. 2019). El género es «intersexual» (Joel 2012), y la temprana socialización en un entorno de género binario normativo es lo que produce un espectro de género femenino, masculino, y trans. No hay un ‘switch’ o ‘interruptor’ genético-neural en el cerebro que causa la congruencia/incongruencia de género: el núcleo hipotalámico, que es supuesto como «un centro de identidad de género» (Lane 2007 pág. 3), en realidad también es mosaico en las mujeres trans (Joel & Fine 2022 pág. 6). La diversidad de género no está pues predeterminada por los genes, las hormonas, el cerebro, ni la selección natural. El transgénero es un fenómeno biosociocultural, y el reduccionismo y el determinismo biológico que dominan su estudio, impiden explicarlo. (Convendría aclarar que el prefijo bio- refleja que se asume la presencia de componentes biológicos subyacentes, por supuesto, pero, de acuerdo con la evidencia científica acumulada hasta la fecha, es suficientemente claro que el papel causal biológico en el género es, en el mejor de los casos, no determinante o irrelevante.)
5. EL ESENCIALISMO DE GÉNERO ES POLÍTICAMENTE PERJUDICIAL PARA EL TRANSGÉNERO.
Ahora bien, hay estudios que empíricamente muestran que al definir a las personas trans mediante el esencialismo de género, sencillamente se canalizan y potencian diversos prejuicios discriminatorios contra ellas, y contra las políticas de derechos e igualdad. Por ejemplo, Ching et al. (2018):
❝Este estudio experimental examinó el
impacto del neuro-esencialismo de género en los estereotipos y prejuicios
contra las personas transgénero. Asignamos aleatoriamente a 132 estudiantes
universitarios chinos, en su mayoría heterosexuales, a leer uno de tres
artículos ficticios en los que el primer artículo explicaba las diferencias de
sexo en la personalidad y el comportamiento social por factores neurológicos
(determinista biológico), un segundo artículo cuestionaba esta afirmación
determinista (interaccionista), y un tercer artículo no estaba relacionado con
el género (línea de base neutra). (…) Hallamos que los participantes en la condición de determinismo
biológico mostraron más estereotipos negativos y actitudes perjudiciales más
fuertes hacia las personas transgénero en comparación con los participantes en
la condición interaccionista y aquellos en la condición de control. El
presente estudio es uno de los pocos que han examinado la relación entre el
esencialismo de género y los prejuicios hacia lo trans. Los resultados sugieren
que las afirmaciones esencialistas que basan el binario masculino/femenino en
la biología pueden dar lugar a más prejuicios hacia lo trans.❞
❝Postulamos que el esencialismo
biológico de género es una importante barrera psicológica para conseguir apoyo
político a las políticas que abordan los derechos de los géneros marginados,
incluidas tanto las mujeres como las personas transgénero.
(...)
En
resumen, el presente trabajo es el primero en demostrar, utilizando una
combinación de diseños correlacionales y experimentales, que el esencialismo de género
conduce a un menor apoyo a los derechos tanto de las mujeres como de las
personas transgénero. Quizá lo más importante es que demostramos que esta
asociación puede interrumpirse mediante la exposición a mensajes antiesencialistas
sobre el género, lo que conduce a menos prejuicios hacia estos grupos y, en
última instancia, a un mayor apoyo a sus derechos legales.❞
❝El Estudio 2 utilizó una amplia
muestra estadounidense (n = 2803) para caracterizar las diferencias
individuales en el pensamiento esencialista sobre el género. El esencialismo de género se
asoció con la aprobación del sexismo, las ideologías que justifican el sistema,
un pensamiento relativamente inflexible y disposicional sobre los demás, y una
menor preocupación empática y toma de perspectiva. Los estudios 3 y 4,
realizados con muestras de 133 y 118 participantes estadounidenses,
respectivamente, demostraron que el esencialismo de género predice una mayor aceptación de las
disparidades de género existentes.❞
Es interesante la discusión de Schudson (2020), de que el esencialismo sobre las personas transgénero no es el mismo que sobre el binario mujer/hombre y femenino/masculino, por lo que los estudios (como el de Wilton 2019) podrían no estar capturando los componentes cognitivos y afectivos subyacentes al prejuicio, que serían diferentes respecto a la aceptación de la diversidad de género. Esto, explica (pág. 54), porque:
❝los
grupos raciales/étnicos y binarios de género/sexo son vistos normativamente
como tipos naturales (…) por el contrario, las identidades de género/sexo y de
minorías sexuales se han construido como patologías más que como tipos
naturales (Ansara & Hegarty, 2012; Haslam et al., 2000; Herek, 2007). Por lo tanto, las narrativas esencialistas
de las identidades de género/sexo y de minorías sexuales como naturales e
inmutables pueden tener efectos disruptivos sobre el statu quo y han sido
retóricamente importantes para muchos movimientos sociales contemporáneos de
minorías sexuales y de género (aunque las narrativas esencialistas también son
excluyentes de las minorías sexuales y de género/sexo que no experimentan sus
identidades como inmutables o como tipos naturales; Diamond & Rosky, 2016;
Grzanka et al., 2016; Hegarty, 2002).
En resumen, la relación
entre prejuicio y esencialismo depende tanto del grupo que se esencializa como
de los aspectos del grupo que se esencializan (por ejemplo, las identidades
minoritarias o las diferencias de grupo). Así, cuando se esencializa el
género/sexo minoritario —en lugar del género/sexo binario o las diferencias
entre mujeres y hombres—, el esencialismo podría estar negativamente
relacionado con el prejuicio.❞
Bajo un análisis empírico que enfoca la aceptación de la diversidad en lugar de las diferencias entre mujeres y hombres, Schudson (2020 pág. 75) informa:
❝descubrí
que las creencias de afirmación de la diversidad de género/sexo eran
mayoritariamente construccionistas sociales, aunque algunas eran esencialistas.
En concreto, algunos ítems esencialistas que se centraban en la naturalidad y
la universalidad cultural/histórica de las identidades minoritarias de
género/sexo cargaban positivamente en el factor de afirmación (por ejemplo, “Las
identidades de género no binarias siempre han existido”).❞
También es de mucho interés el hallazgo de Gülgöz et al. (2021), respecto a la temprana edad (desde los 3 años) en que los niños manifiestan el esencialismo del sexo y del género, y la similitud en este esencialismo que hay entre los niños transgénero y los que no lo son:
❝los
niños cisgénero parecen considerar que ser un niño o una niña es más innato que
los niños transgénero, un hallazgo que se replicó en ambos estudios y es
consistente con Fast y Olson (2018). Por el contrario, una vez que los
investigadores especifican qué se entiende por “niño” o “niña”, los grupos
parecen razonar de manera más similar.❞
Es decir, nuevamente, al afinar las definiciones operacionales que se usan en la investigación del esencialismo innatista del género, en niños en este caso, se encuentra similitud conceptual en la percepción temprana esencialista del género y el sexo, siendo transgénero o no los niños. Esto resuena con la conclusión de Joel (2012) de que, además de un cerebro intersexual para todos, también tenemos «un género intersexual (es decir, un conjunto de rasgos masculinos y femeninos)». De hecho, Gülgöz et al. (2021 págs. 12-13) terminan la discusión de sus estudios sobre cómo la interacción social e intrafamiliar entre niños transgénero y «cisgénero» puede emparejar el razonamiento esencialista:
❝Estos resultados sugieren que los
hermanos cisgénero, por el hecho de tener un hermano transgénero, pueden tener
experiencias únicas que influyan en sus conceptos de género. Por ejemplo, una
posibilidad que queda por comprobar es que las familias con un familiar
transgénero mantengan conversaciones más explícitas sobre el sexo y la
identidad de género, especialmente en relación con su hermano, desde edades
tempranas. Otra posibilidad es que el mero hecho de conocer a alguien que una
vez se conoció como miembro de un grupo de género y más tarde se conoció como
de otro género podría cambiar la forma de pensar sobre el género (por ejemplo,
como más flexible). Además, es posible que otros factores influyan en las
creencias de los hermanos cisgénero sobre el género, factores tales como si son
más jóvenes o mayores que su hermano transgénero, y si presenciaron o no la
transición de su hermano. Muestras más grandes en futuras investigaciones
podrían proporcionar una imagen más detallada de las creencias de género en
hermanos cisgénero de niños transgénero. Es importante destacar que los datos
del presente trabajo indican que ser transgénero no es una condición necesaria
para desarrollar creencias variadas sobre el sexo y la identidad de género,
pero conocer profundamente a alguien transgénero o convivir con él podría ser
suficiente.❞
Nótese que introducir en este argumento, si acaso, un determinante biológico específico para los niños transgénero (p. ej. un mecanismo genético-neural-psicológico, de lo cual no hay evidencia en primer lugar) para explicar por qué y cómo ellos tienen un razonamiento menos innatista que los niños cisgénero, sería, además de inoperativo como explicación, doblemente inconsistente teniendo en cuenta el cerebro mosaico: habría que suponer mecanismos biológicos separados subyacentes a las creencias de género para los niños transgénero y cisgénero (quizás creyendo que el núcleo hipotalámico realmente actúa como un ‘switch’ o un ‘interruptor’ de género que causa los cambios culturales). Ni más ni menos, otra forma de reafirmar el binarismo/dimorfismo sexual cerebral (ahora habría un cerebro cis y otro trans). Esto se torna triplemente inconsistente repasando las consecuencias sociales y políticas perjudiciales de tal biologicismo, algo que ya vimos arriba con Diamond & Rosky (2016) y Diamond en TEDxSaltLakeCity (2018), «Por qué el argumento “Nacido Así” no hace avanzar la igualdad LGBT».
Anna Swartz (2018), quien trabaja en neuroética y trastornos mentales, reflexiona con mucha lucidez desde una posición militantemente pro-trans, sobre lo que llama «el problema con la ciencia del cerebro trans». Aunque nos gustaría reproducir entero su artículo, solo extraemos lo siguiente (las negritas son originales de la autora—mantenemos los enlaces referenciales de la publicación original en inglés):
❝A finales de mayo de 2018, unos
investigadores saltaron a los titulares internacionales con un par de nuevos experimentos que sugerían que los cerebros de las personas
transgénero se parecen más al cerebro del género con el que se identifican que
al género implícito en su sexo asignado al nacer. La investigación, dirigida
por la Dra. Julie Bakker, de la Universidad de Lieja (Bélgica), evaluó los
patrones de activación neuronal y la estructura cerebral de 160 jóvenes trans
con diagnóstico de disforia de género (DG), el malestar asociado a la sensación de que las
partes del propio cuerpo no encajan con su identidad de género.
(…)
Estos
estudios se suman a un creciente cuerpo de investigaciones que apuntan a los orígenes biológicos de la
orientación sexual y la identidad de género. Estos hallazgos suelen contar con
el favor de muchos miembros de la comunidad queer. Al igual que ocurre con la
sexualidad, hay mucha gente a la que le encantaría encontrar una causa
biológica para ser trans.
Por un
lado, no es difícil ver por qué se aceptan estas investigaciones, ya que
afirman la humanidad de tantas personas que luchan cada día por el
reconocimiento y la libertad de vivir con autenticidad en un mundo repulsivamente
violento y transfóbico. Esta investigación valida la legitimidad de las identidades
trans de la misma manera que las pruebas biológicas de la orientación sexual hablan
y coinciden con muchas de nuestras experiencias personales de ser gay o
bisexual o trans, en el sentido de que estas cosas se sienten como si fueran un
aspecto profundo, innato e inmutable de lo que somos. Es una creencia que
satisface nuestras necesidades sociales, personales, políticas y culturales, y
una creencia que se siente verdadera. Las últimas investigaciones que
demuestran que la identidad de género se determina en la primera infancia no
hacen sino reforzar esta sensación de legitimidad y naturalidad.
Pero, como
apunta
Samantha Allen, los argumentos biológicos que vinculan la identidad de género
con el nacimiento no van a convencer a alguien que está decidido a odiarte. Por
sí sola, esta investigación no mejora el odio, la violencia o la
intolerancia contra las personas trans.
(…)
De hecho,
hay muchas buenas razones por las que deberíamos ser cautelosos con cualquier
estudio científico dirigido por investigadores que busquen o afirmen haber
encontrado la causa —o peor aún, la cura— de la experiencia de ser trans. Incluso
la investigación diseñada para afirmar la humanidad de las personas trans y
apoyar su acceso a la atención sanitaria debe situarse siempre en un contexto
sociopolítico más amplio. ¿Cuáles son las implicaciones de los resultados
de las investigaciones que pretenden detectar objetivamente la experiencia
subjetiva de la DG y la transexualidad mediante la tecnología de neuroimagen?
Bakker ha sugerido que los últimos hallazgos sobre los niños trans son especialmente significativos en el sentido de que los escáneres cerebrales podrían utilizarse algún día como herramienta para informar sobre cómo se diagnostica y trata a los niños con DG. “Cuanto antes se detecte [el transgénero], mejores serán los resultados del tratamiento”, declaró a Newsweek.
Aunque estoy de acuerdo en que la intervención médica temprana y el apoyo a los niños que padecen DG es siempre lo mejor, es profundamente preocupante que busquemos en una resonancia magnética tremendamente cara e inaccesible un diagnóstico “objetivo” de DG cuando lo mucho más humano sería preguntar a los propios niños. Es probable que los niños pequeños (y probablemente muchos adultos) sean incapaces de articular lo que “se siente” con la disforia de género, pero seguramente tampoco puede reducirse a una medida fisiológica.
Tampoco hace falta dar demasiados saltos para ver cómo el uso de resonancias magnéticas podría imponer y reforzar una díada sexo/género socialmente esperada al intentar impedir la existencia de individuos cuya alineación sexo/género se considere inapropiada. La ideología no es producto de los avances médicos, sino que los avances tecnológicos y médicos son producto de esta ideología.
(…)
Esto me lleva de nuevo a cuestionar la validez, utilidad y aplicabilidad práctica de la investigación científica que afirma que la identidad de género es principalmente producto de la neurobiología. En realidad, nada en el cerebro es blanco o negro; los cerebros son variados, complejos y maleables, y no todos tienen las características típicas que cabría esperar.
En el resumen publicado en la conferencia en la que anunciaron sus hallazgos, Bakker y sus colegas también examinaron la estructura cerebral de los participantes trans, incluyendo tanto la microestructura regional de la materia gris (MG) como la de la materia blanca (MB). Estas investigaciones sobre la organización del cerebro sugieren que hombres y mujeres tienen, literalmente, distintos tipos de materia gris (debido a las hormonas), lo que da lugar a cerebros diferentes. “Aunque se necesitan más investigaciones, ahora tenemos pruebas de que la diferenciación sexual del cerebro difiere en los jóvenes con DG, ya que muestran características cerebrales funcionales típicas de su sexo deseado”, declaró Bakker al Telegraph británico.❞
Recordemos la cita de arriba de Daphna Joel et al. (2020 pág. 9 Box 3): «es imposible utilizar estas medidas cerebrales para el diagnóstico (por ejemplo, de disforia de género)»—aquí Anna Swartz nos acaba de explicar que pretender hacerlo es perjudicial para las personas trans.
6. CUANDO LA CIENCIA SE TORNA EN MALA CIENCIA.
Hay tres aspectos finales, relacionados entre sí y que suscitan acalorados debates, que escapan al paradigma biologicista del transgénero, lo echan por tierra, y ponen en relieve el sesgo de confirmación biológica en la ciencia pertinente:
- el repentino y dramático incremento de mujeres adolescentes blancas occidentales que optan por la transición hormonal y quirúrgica (que supuestamente solucionan la depresión y el intento de suicidio vinculados a la incongruencia del género con el cuerpo y el sexo natal),
- la visibilidad de las personas que detransicionan, o detrans (quienes abandonan la transición hormonal y/o quirúrgica ya comenzada, o luego de finalizada buscan revertirla),
- el conflicto de intereses entre las políticas de privacidad e intimidad para mujeres (sexo femenino natal), y las políticas del cambio de sexo registral por sola audeterminación de género.
Se insiste en que lo que menos daría cuenta de este complicado escenario es una explicación biológica, pero, un problema mayor dadas las implicaciones comprometedoras de tal sesgo para las instituciones transgénero y los gobiernos, es que prácticamente no hay un marco alternativo de conocimiento de los factores socioculturales implicados. Lo que hay es una proliferación de la literatura biologicista y esencialista improductiva de alguna conclusión práctica (que no sea la reafirmación del binarismo sexo/género), y que por ello ha limitado la capacidad de respuesta, y generado la alarma en algunos casos, del sector salud ante estos imprevistos sociales y médicos (como la repentina multiplicación de los diagnósticos de disforia de género—una profunda sensación de incomodidad y aflicción que ocurre, aunque no necesariamente, cuando la identidad de género no coincide con el sexo natal—, la demanda abrumadora de hormonas y cirugías en menores de edad, y el debate sobre el consiguiente permiso legal). Por ejemplo, tenemos la accidentada relación de las políticas gubernamentales transgénero con un cuerpo débil de estudios científicos (pero que recibe amplia cobertura mediática), y a veces controvertido, que, tras ser revisado, despertó preocupación y condujo al retroceso legal en la permisividad de los tratamientos hormonales/quirúrgicos que, presuntamente, solucionaban la depresión de las personas transgénero (como en Finlandia, Suecia, Inglaterra, Noruega: informe SEGM 2023).
Llegados a este punto, el determinismo biológico y el esencialismo de género dejan de conformar un mero índice de artículos científicos publicados que manifiestan tales sesgos, sino que, además, están dejando ver intereses políticos en los autores tras esos artículos, o en las instituciones que los respaldan. Un caso es el del psiquiatra Jack Turban, que investiga la salud LGBT, con especial enfoque en la salud mental de los jóvenes transgénero. Él es considerado en Estados Unidos una autoridad en el asunto, al punto de que fue requerido para dar su declaración jurada en el caso Arkansas como experto, contra la prohibición legal de la transición médica de menores (que corresponde a la agenda prohibicionista antitrans de grupos conservadores). La plataforma periodística Medium (2021) publicó un extenso análisis, muy bien documentado, de los argumentos que presentó Turban en la corte—de los muchos estudios que recopiló, prácticamente todos tienen interpretaciones erróneas de su parte, muestran lo contrario a lo que él declara, o arrojan evidencia débil. Por ejemplo, citamos la primera parte de todos los 8 estudios que Turban refiere a favor de la hormonación infantil, insertando los enlaces del texto original en Medium:
❝[Declara Turban] «En primer lugar,
en el ámbito de la supresión puberal, se han realizado ocho estudios. El primero
fue un estudio longitudinal de 55 adolescentes transgénero que encontró una
disminución estadísticamente significativa de la depresión tras la supresión
puberal.»
Se trata
de de
Vries et al., 2014, que
técnicamente fue un estudio de 70 niños diagnosticados con Disforia de Género
(de los cuales sólo 32 tienen sus puntuaciones de depresión investigadas) en
lugar de “niños transgénero”, en otras palabras Jack está equivocándose. Eso no
es técnicamente mentir, pero no es un buen comienzo. Sacar a colación las
puntuaciones de depresión estadísticamente significativas también es bastante
engañoso. Las puntuaciones pasaron del rango “mínimo” a... bueno, no hay rango
por debajo de “mínimo”, así que pasaron de no estar deprimidos a no estarlo.
También
podría haber mencionado que se trataba de un estudio no controlado, lo que
significa que estas pequeñas mejoras podrían haberse atribuido fácilmente a
otros factores y que, por tanto, no se podía establecer la causalidad, o que el
hallazgo sólo era estadísticamente significativo para un sexo. O que uno de los
niños murió como resultado de la transición médica. Se podría argumentar que
esto es mentir por omisión, pero creo que se sale con la suya.
[Declara Turban] «El segundo fue un
estudio de cohorte longitudinal de 70 adolescentes que recibieron supresión
puberal que encontró mejoras en la psicopatología internalizante (ansiedad y
depresión), psicopatología externalizante (por ejemplo, conductas disruptivas)
y funcionamiento global. Cabe destacar que algunos de los pacientes de este
estudio parecen haber sido incluidos también en el primer estudio.»
Se trata
de de Vries et al., 2011, que es la misma
cohorte que de Vries et al., 2014. El
diseño del estudio presentaba los mismos problemas que el último estudio: no se
pudo establecer que la relación fuera causal, ni los resultados fueron
especialmente impresionantes. Los hallazgos reportados en el documento son que
los niños pasaron de “mínimamente deprimidos” a “mínimamente deprimidos” y de “funcionar
en general bastante bien” a “funcionar en general bastante bien”. No entiendo
por qué menciona las puntuaciones de ansiedad, ya que la medición específica de
la ansiedad no cambió en un grado estadísticamente significativo, y mucho menos
relevante.
Dicho
esto, centrémonos en la parte interesante de la declaración de Jack. Parece
sorprendido y le llama la atención que los dos estudios de la misma cohorte
tengan “algunos” de los mismos individuos. En el documento posterior se afirma
explícitamente que se trata de la misma cohorte. La única opción que veo es que
Jack no haya entendido realmente los fundamentos de los artículos que está
citando.
Es muy
revelador sobre la “experiencia” autoidentificada de Jack.
[Declara Turban] «El tercero era un
estudio que comparaba 89 adultos transexuales que habían accedido a la
supresión puberal durante la adolescencia con 3405 adultos transexuales que
querían pero no pudieron acceder a la supresión puberal durante la
adolescencia. Tras ajustar una serie de variables potencialmente confusoras, se
descubrió que los que habían accedido a la supresión puberal tenían una
probabilidad estadísticamente significativa menor de ideación suicida a lo
largo de su vida.»
Hablando
de la experiencia de Jack, se trata de Turban et al., 2020, una rebanada particular de salami en el catálogo
cada vez mayor de Jack de intentos de blanquear el USTS 2015 que ya ha sido
desmenuzado a fondo. Por ejemplo, se ha señalado que Jack hizo una serie de
suposiciones fundamentalmente incorrectas, limpió incorrectamente los datos y
no tuvo en cuenta las principales variables de confusión [ver aquí].
Los
resultados son débiles, y el propio Jack es muy consciente de que el estudio “no
permite determinar la causalidad”. El hecho de que Jack, en circunstancias
ideales y con el dedo en la balanza, sólo encontrara una mejora
estadísticamente significativa de nueve mediciones es bastante revelador. Dice
el refrán que “si torturas los datos, confesarán” y eso parece ser lo que se
intentó con este trabajo.
[Declara Turban] «El cuarto fue un
estudio que comparó a 272 adolescentes que aún no habían recibido supresión
puberal con 178 adolescentes transexuales que ya habían sido tratados con
supresión puberal. Los que habían recibido supresión puberal tenían
puntuaciones estadísticamente significativas más bajas en “psicopatología
internalizante” (una medida de ansiedad y depresión) que los que no habían
recibido supresión puberal.»
Se trata
de van der Miesen et al, 2020, que es un estudio muy
interesante. Es otro estudio transversal donde los bloqueadores de la pubertad
no pudieron establecerse como la causa de las muy modestas mejoras en las
puntuaciones de internalización que se encontraron. La causalidad inversa es
una cuestión considerable en estos estudios, y los autores afirman explícitamente
que “no puede aportar pruebas”, e instan a “extremar la precaución” a la hora
de extraer conclusiones sobre posibles beneficios.
Una nota
al margen interesante de este trabajo es que apoya firmemente la noción de que
las clínicas de género holandesas son bastante diferentes de las demás. Los
niños estaban en gran medida sin problemas, o más bien muy similar a la
población general, que es completamente diferente de lo que se ve en otros
lugares, como el Reino Unido y Canadá [ver aquí]. Esto plantea la
cuestión de por qué estos niños necesitarían intervención médica en absoluto,
ya que no parecen estar sufriendo mucho en relación con sus compañeros.
[Declara Turban] «El quinto fue un
estudio longitudinal de cohortes de 50 adolescentes que recibieron supresión
puberal, hormonas de afirmación del género o ambas, y que halló una disminución
estadísticamente significativa de la depresión en las mujeres transexuales tras
la supresión puberal.»
Se trata
de Achille et al., 2020, y es donde Jack
empieza a tomarse algunas libertades reales con la verdad. Una de ellas es que
sólo 47 de los 50 tenían tratamiento hormonal, Jack posiblemente está
confundiendo el número de participantes con el número que recibió tratamiento.
Aunque de poca importancia, se trata de una afirmación falsa de Jack que podría
haberse evitado si hubiera estado más familiarizado con la bibliografía.
El resto
de la afirmación es engañosa, pero no totalmente falsa. Jack se centra
disimuladamente en sólo una de las doce mediciones. Once no mejoraron en un
grado estadísticamente significativo, lo que contradice directamente algunos de
los estudios mencionados anteriormente.
[Declara Turban] «El sexto estudio
fue un estudio longitudinal de cohortes de 148 adolescentes que recibieron
hormonas de afirmación de género, supresión puberal o ambas. Al examinar a
todos los participantes juntos, se observaron mejoras en la insatisfacción
corporal, los síntomas depresivos y los síntomas de ansiedad. Parecía tener
poca potencia para detectar diferencias en las intervenciones individuales.»
Se trata
de Kuper et al., 2020. Es, en efecto, un estudio longitudinal de
cohortes, aunque su diseño no controlado y sus intervenciones mixtas lo hacen
bastante inútil a la hora de discutir cualquier tratamiento individual. Como
ejemplo no tienen en cuenta el mayor uso de medicación psiquiátrica. Si alguien
informa de una disminución de la ansiedad, es muy importante aislar si está
recibiendo ansiolíticos antes de atribuir su mejoría a otra cosa.
La mejora
de la insatisfacción corporal, que es con diferencia la más impresionante del
estudio, fue en realidad objeto de seguimiento en 96 de la cohorte original de
179 (de los cuales 148 tuvieron algún tipo de seguimiento). Este es un problema
endémico de estos estudios, que Jack pasa completamente por alto. En de Vries et al., 2014, sabemos que la pérdida de
seguimiento incluye una muerte, varios casos de morbilidad grave y abandonos.
[Declara Turban] «El séptimo fue un
estudio longitudinal de cohortes de 44 pacientes que parecía tener poca
potencia para detectar mejoras en la salud mental. Sin embargo, en las
entrevistas cualitativas, los participantes tendían a mejorar su estado de
ánimo tras el tratamiento.»
Al hablar
de Carmichael et al., 2021, sus hallazgos deberían
ser comparables a algunos de los otros estudios que cita Jack. Por ejemplo,
Achille et al., 2020, tenían 47 niños
(con tratamientos hormonales mixtos) seguidos a los 12 meses en comparación con
los 39-43 niños (con un único tratamiento hormonal) seguidos al mismo tiempo en
Carmichael et al.
Jack
especula sobre por qué no se encontró lo que Jack sabe que está ahí, pero no
puedo evitar pensar que tal vez sea porque en realidad no estaba ahí. La
principal diferencia es que a Jack le gustan los hallazgos de uno y no los del
otro.
En cuanto
a las entrevistas, por supuesto están sujetas a todo tipo de cuestiones y
prejuicios, sobre todo porque los trabajos de los investigadores y los
procedimientos judiciales se verían afectados por los resultados del estudio.
Como Jack señala cuidadosamente para nosotros, es “después del tratamiento” en
lugar de “debido al tratamiento”.
[Declara Turban] «El ocho fue un
estudio de 201 adolescentes transexuales en el que 100 recibieron supresión
puberal junto con psicoterapia y 101 recibieron sólo psicoterapia. El estudio
halló un aumento estadísticamente significativo en el funcionamiento global de
los que recibieron supresión puberal. Además, los pacientes que recibieron
supresión puberal tuvieron mayores mejoras en el funcionamiento global en
comparación con los que no recibieron supresión puberal, aunque esta diferencia
no fue estadísticamente significativa, probablemente debido a que el estudio no
tenía suficiente potencia.»
Se trata
de Costa et al, 2015, sobre el que Jack se ha confundido. Aunque había
un total de 201 adolescentes diagnosticados con Disforia de Género, Jack ha
confundido los dos grupos (101 estaban en el grupo inmediatamente elegible).
Sin embargo, también ha malinterpretado el formato, ya que no todos los 101
recibieron bloqueadores de la pubertad como parte del estudio, sólo 60 lo
hicieron.
En este
caso en particular, tengo que culpar en gran medida a los autores, quienes
después de concluir que no pudieron encontrar un beneficio estadísticamente
significativo de los bloqueadores de la pubertad, aún así declararon que su
estudio “confirma la eficacia de la supresión de la pubertad”, en otras
palabras, simplemente inventaron algo contradictorio a sus datos.
No estoy
seguro de por qué Jack no hizo una doble comprobación básica de sus números, le
habría ahorrado tener errores de hecho en un documento que ha jurado ante un
tribunal que es verdadero y correcto. Si esto es digno de llamarse mentira, no
puedo decirlo. Mi opinión personal es que Jack simplemente no conoce la literatura
ni de lejos tan bien como cree y que está fuera de su alcance.❞
Todo esto luego de que Turban mismo haya hecho la siguiente afirmación categórica y concluyente bajo juramento: «todas las pruebas existentes indican que las intervenciones médicas de afirmación de género mejoran los resultados de salud mental para los adolescentes transgénero y sería peligroso y poco ético prohibir estos servicios médicos» (Singal 2022a). Es decir, la defensa de la aplicación de hormonas para los menores transgénero probablemente sea tan mala y sesgada como los argumentos que defienden los conservadores antitrans. Entre tanto Turban defiende, por supuesto, que «en la actualidad existe un importante corpus bibliográfico que demuestra que la identidad trangénero tiene una sólida base biológica innata» (Medium 2021).
El periodista Jesse Singal, quien se enfoca en ciencias sociales con una perspectiva crítica hacia las ideas de débil fundamento empírico, ha analizado en detalle el estudio de Turban et al. (2022). Aquí Turban y sus colegas tratan de aportar pruebas contra la llamada «disforia de género de inicio temprano» (ROGD en inglés), un subtipo hipotético de disforia de género que empieza en la pubertad o después, donde la influencia sociocultural—en particular las redes sociales, bajo la denominación de «contagio social», es crucial en algunos casos (Littman 2018). A causa de la falta de evidencia concluyente que respalde la ROGD (Littman se basó en los reportes de padres que eran mayormente escépticos o contrarios respecto a la experiencia transgénero que declaraban sus hijos), las autoridades transgénero y afines no reconocen la ROGD como diagnóstico, y enfáticamente prohíben su uso por parte de los profesionales de la salud, las instituciones, y el público general. Aunque líneas atrás hemos visto que la influencia social es fundamental en el género, y que se está ignorando en favor de un paradigma biologicista-esencialista, hablar de «contagio» respecto a lo transgénero evidentemente suena a ‘patología’. A pesar de los problemas con Littman (2018), Singal muestra que el estudio de Turban et al. (2022) tiene fallas metodológicas graves e ignora los datos del estrepitoso aumento de adolescentes mujeres (sexo natal femenino) que se declaran transgénero, por lo que fracasa en su cometido crítico contra la ROGD. De hecho, el estudio de Turban et al. (2022) es tan malo que Lett et al. (2022) (este otro enlace lo proporciona Singal: https://osf.io/preprints/socarxiv/b5z7j/), también especialistas en salud transgénero e igualmente contrarios a la ROGD, han respondido críticamente a su estudio:
❝Aunque estamos de acuerdo con la conclusión de los autores de que la retórica del contagio social no debe utilizarse para argumentar política y médicamente en contra de la prestación de atención a los adolescentes trans, como se refleja actualmente y se arma con varias políticas antitrans en los Estados Unidos que prohíben la atención médica de afirmación de género, examinamos con cautela la premisa y el diseño analítico del estudio, e identificamos preocupaciones críticas teóricas y metodológicas específicas de su conceptualización del contagio social y su análisis de datos.❞
Michael Biggs, sociológo de Oxford, envió este comentario a Pediatrics, que fue rechazado en menos de una hora (de acuerdo con Biggs 2022):
❝Turban et al. [2022] analizan
la “Proporción de sexo asignado al nacer” de los adolescentes transgénero en
Estados Unidos utilizando la Encuesta sobre Conductas de Riesgo de los Jóvenes.
La encuesta no
proporcionaba información sobre el “sexo asignado al nacer”, por lo que la
premisa del artículo no es válida. Los autores afirman que, entre los
jóvenes transgénero de Estados Unidos, el número de varones natales supera al
de mujeres natales. Se demuestra que esta afirmación es increíble, comparando
otros estudios sobre jóvenes trans estadounidenses y analizando la propia
encuesta.❞
Dado que Turban es innatista respecto al transgénero, su consecuente enfoque biológico de la salud transgénero se vería seriamente socavado por el repentino aumento de chicas adolescentes que se declaran chicos trans, porque esto apuntaría a una causalidad variada, incluyendo importantemente la influencia sociocultural en lugar del determinismo biológico—ya mostrado como insostenible. Así que Turban et al. (2022) prefieren omitir ese hecho.
Es necesario decir que el concepto de «contagio social» es una teoría que tiene larga data en la ciencia social (no exenta de críticas sin embargo), y se define como «la propagación de afecto, actitud o comportamiento de la persona A (el “iniciador”) a la persona B (el “receptor”), en la que el receptor no percibe un intento de influencia intencional por parte del iniciador» (Levy & Nail 1993 pág. 266). Como marco teórico social, aquí «contagio» no es reductible a ‘contagio de una patología’ sino que, de hecho, hay contagios positivos, como muestran por ejemplo Christakis & Fowler (2013):
❝revisamos la investigación que hemos
realizado sobre el contagio social (...) Describimos las regularidades que nos
llevaron a proponer que las redes sociales humanas pueden presentar una
propiedad de “tres grados de influencia”, y repasamos los enfoques estadísticos
que hemos utilizado para caracterizar la influencia interpersonal con respecto
a fenómenos tan diversos como la obesidad, el tabaquismo, la cooperación y la
felicidad.❞
Para su artículo crítico sobre Turban et al. (2022), Singal (2022a) consultó finalmente al sociólogo Gabriel Rossman de la UCLA, quien le respondió esto:
❝(…) creo que es indiscutible que la
identificación trans se extendió a través de un proceso de influencia social. La cuestión significativa no es
influencia social sí o no, sino influencia social de qué a quién. Una
interpretación puede ser que siempre ha habido alrededor de un 2% de la
población, incluidas muchas mujeres natales, cuya verdadera identidad latente
es trans o no binaria, pero que esto había sido reprimido hasta que una masa
crítica de aceptación, modelos de conducta, etc. permitió a la gente revelar su
verdadera naturaleza.❞
Esto es ampliamente consistente con lo argumentado por Joel, Fine, Eliot, Diamond, Fausto-Sterling, Hyde, etc., pero es inconsistente con un marco biológico esencialista del género (que claramente sigue Turban—como antes fuera Kurth et al. 2022 con los cerebros de las mujeres trans), independientemente de las críticas hechas al uso de la terminología «contagio social», para la influencia de las redes sociales y las amistades, que Littman 2018 asoció causalmente a la hipotética ROGD. Es decir, un asunto es el viejo debate biología/cultura que implica señalar causas sociales para lo transgénero, y otro, la discutible consistencia de la ROGD como entidad diagnóstica.
Por ejemplo, la declaración del WPATH (2018) (World Professional Association for Transgender Health—la autoridad mundial de la salud transgénero) contra la ROGD, evita no obstante la narrativa biologicista:
❝Reconocemos que el desarrollo de la
identidad de género en la adolescencia y los factores que influyen en el momento de la declaración
de género de cualquier persona son multifactoriales (…)❞
De hecho, la Dra. Marci Bowers, mujer trans y presidenta de la WPATH, hizo este comentario en una entrevista reciente con el New York Times (2023) [o ver aquí]:
❝Hay personas de mi comunidad que niegan que exista
algún tipo de ‘contagio social’ —no debería decir contagio social, sino al
menos influencia de los iguales en algunas de estas decisiones— (...) Creo que
eso es simplemente no reconocer el comportamiento humano❞.
Bowers, que ha realizado más de 2000 vaginoplastías, ya en 2021 había reconocido la posibilidad de que el aumento de chicas adolescentes que se identifican como chicos fuera una tendencia social. Tal como le dijo a Abigail Shrier, autora de Irreversible Damage: The Transgender Craze Seducing Our Daughters [Un daño irreversible: la locura transgénero que seduce a nuestras hijas]:
❝En cuanto a esto de la ROGD (…) creo que probablemente haya
gente influenciada. Hay un poco de ‘Sí, es genial. Sí, yo también quiero
hacerlo’❞.
Para ver una postura moderada respecto a la fuerte controversia que desató el artículo de Littman (2018), que dispuso a muchas autoridades científicas y médicas inmediatamente a favor de la comunidad trans que rechazó el estudio (es decir que la argumentación científica puede no distinguirse de la reacción social), véase Wadman (2018) en Science: «los críticos acusan a un estudio de parcialidad, pero otros dicen que la política está inhibiendo la ciencia.»
Esto último, el sesgo político, es precisamente lo que ocurre, como vemos con Turban. Lamentablemente hay más casos, sobre los que ha escrito Singal. Por ejemplo, respecto al sitio de escepticismo médico Science-Based Medicine SBM: sobre los tratamientos hormonales/quirúrgicos asumidos como curativos de la depresión y el suicidio en los jóvenes transgénero, SBM «ha caído en la misma trampa que numerosos medios de comunicación de la corriente principal, violando algunos de sus principios fundadores en el proceso. Si lees la cobertura reciente del sitio sobre este tema, saldrás pensando que hay un gran, amplio e impresionante cuerpo de evidencia para la medicina de género juvenil, que no hay ninguna controversia real aquí en absoluto» Singal (2021a). El autor muestra, p. ej., cómo SBM publicó una reseña positiva del libro Irreversible Damage: The Transgender Craze Seducing Our Daughters, de Abigail Shrier (que también atribuye al «contagio social» que muchas adolescentes mujeres se identifiquen como trans y busquen tratamientos médicos que harán tanto o más daño que bien—lo cual ya sabemos es rechazado por la comunidad trans y muchas autoridades médicas), y luego se retractó por completo, publicando además tres artículos contra el libro, uno de los cuales lo escribe «AJ Eckert, quien es “el Director Médico del Programa de Medicina de Afirmación de Género y Vida (GLAM) de Anchor Health“ en Connecticut» (es decir que aquí hay un evidente conflicto de intereses). «Los tres artículos contienen importantes errores, malentendidos y distorsiones, que van desde falsedades directas a omisiones desconcertantes», de acuerdo con Singal (2021a).
«Novella y Gorski [editores principales en SBM] informan erróneamente a los lectores sobre la diferencia entre las entradas del DSM-IV y del DSM-5 para “trastorno de identidad de género” y “disforia de género”, respectivamente», desinformación en la que Turban se vio involucrado deshonestamente a favor. «Novella y Gorski malinterpretan la naturaleza del debate sobre la desistencia [detransición] y transmiten a sus lectores una gran cantidad de información errónea y un escepticismo indebido sobre la literatura sobre la desistencia.» Luego está la selectividad crítica a la que se suma SBM sobre Littman (2018) y la ROGD: «a ninguno de los críticos de Littman, por ejemplo, pareció importarle que algunas de las investigaciones tomadas para apoyar los enfoques de “afirmación de género” para los jóvenes ROGD provengan de informes de padres de comunidades que creen firmemente que sus hijos son trans. Desde el punto de vista científico, no tiene sentido decir que ciertos métodos de investigación están prohibidos para los trabajos que apuntan en una dirección pero no en otra, especialmente en una situación como ésta en la que existe una auténtica incertidumbre y debate sobre las trayectorias a largo plazo de los niños y adolescentes con disforia de género» (Singal 2021a).
Por cierto, Singal por lo visto está de acuerdo con el binario de sexo, ya que, para reafirmar su crítica a SBM, publicó una carta-reprimenda de Kimball Atwood, editor emérito de Science-Based Medicine, dirigida «a Steven Novella criticando el reciente alejamiento del sitio de la ciencia rigurosa» en el asunto transgénero. Precisamente aquí Atwood defiende el binario de sexo (Singal 2021b). Para efectos de la integridad de este ensayo, no estaría demás aclarar que en este punto no acordamos con Singal, ni con Atwood, aunque Singal no esgrime el binarismo en ninguno de los análisis críticos que aquí referimos.
Otro caso documentado por el periodista es el de Tordoff et al. (2022), donde «los investigadores descubrieron que los bloqueadores de la pubertad y las hormonas no mejoraban la salud mental de los niños trans en su clínica. Luego publicaron un estudio que afirmaba lo contrario» (Singal 2022b). Se trata, además, de otro potencial conflicto de intereses. Aquí la Universidad de Washington estuvo involucrada en la desinformación publicitaria del estudio donde, sin embargo, «los chicos que tomaron bloqueadores de la pubertad u hormonas no experimentaron ninguna mejora de la salud mental estadísticamente significativa durante el estudio. La afirmación de que sí mejoraron, que fue presentada al público en el propio estudio, en materiales publicitarios y en las redes sociales (repetidamente) por uno de los autores, es falsa.» Para demostrarlo, Singal examina los propios cuadros estadísticos proporcionados por Tordoff et al. (2022). Singal hizo seguimiento al caso comunicándose directamente con la Universidad de Washington y los autores, pero básicamente no obtuvo ninguna respuesta satisfactoria (o corrección) respecto a la falta de evidencia que ellos mostraron engañosamente a favor de, como lo dice una de las propias autoras del estudio, que «“la atención [hormonal] que afirma el género es una atención que salva vidas” (…) Simplemente no hay nada en el estudio del que es coautora que justifique estas afirmaciones. Se trata de una infracción muy grave de la ética de las comunicaciones científicas. No puedes publicar estos resultados y luego pregonar tu intervención como “salvadora de vidas”» (Singal 2022c, negritas originales).
Como último caso a la fecha de publicación de este ensayo, tenemos el estudio de Chen et al. (2023) que Singal analiza, «Funcionamiento Psicosocial en Jóvenes Transgénero tras 2 Años de Hormonas», un artículo del mundialmente prestigioso The New England Journal of Medicine (NEJM), que es el primero en mostrar resultados a lo largo del tiempo. El artículo reporta que las hormonas «aumentaron la congruencia de la apariencia, el afecto positivo y la satisfacción vital, y disminuyeron los síntomas de depresión y ansiedad», y la amplia cobertura mediática se ha hecho eco de ello. Sin embargo, Singal (2023a) encuentra que «los resultados positivos (…) pueden explicarse, al menos en parte, por el tipo de selección estadística que tiende a generar resultados dudosos». «“Nuestros resultados proporcionan una sólida base científica de que la atención que afirma el género es crucial para el bienestar psicológico de nuestros pacientes”, dijo Garofalo, uno de los investigadores principales del estudio, así como codirector de la clínica de género juvenil del Hospital Infantil Lurie, en un comunicado de prensa publicado por el hospital.» Sin embargo, no hay declaración de conflicto de intereses en el artículo de Chen et al. (2023). Singal analiza el protocolo del estudio, que «actúa como un pre-registro de facto para Chen y su equipo (…) y muestra que en el estudio del NEJM, los investigadores simplemente excluyeron la mayoría de las variables clave que habían hipotetizado que mejorarían como resultado de las hormonas, y que cambiaron su hipótesis significativamente, de una manera que deja de lado algunas de esas variables. (…) Los autores sí informan sobre el número de suicidios consumados y de casos de ideación suicida en la muestra (más sobre esto en la Parte 2), pero no hay ninguna mención a la escala de intención de suicidio [suicidality] —la misma de la que informaron en el artículo sobre las características basales— que les permitiría analizar estadísticamente el nivel de intención de suicidio de la muestra a lo largo del tiempo del mismo modo que analizan las trayectorias longitudinales de otras variables.» Entre las hipótesis del protocolo de 2021 y la hipótesis del estudio NEJM de 2023, afirma Singal, «se eliminan algunas de las variables que, según la hipótesis original, serían más importantes, entre ellas varias (DG [disforia de género], suicidio y autolesiones) reconocidas universalmente por los investigadores del género juvenil como de vital importancia. Hay otras variables, como “congruencia de apariencia, afecto positivo y satisfacción con la vida”, que, sí, estaban incluidas en el documento original del protocolo, pero que no se trataron como particularmente importantes, no consiguiendo menciones en las secciones de hipótesis u objetivo primario.»
Singal continúa: «en el artículo del NEJM, los investigadores parecen estar mucho más interesados en el concepto de “congruencia de apariencia” que antes. Mientras que los términos vitales suicidio (y sus variantes) y disforia se mencionan ocho y nueve veces, respectivamente, en el artículo... “congruencia de apariencia” se menciona 52 veces. (…) La frase congruencia de apariencia no se menciona ni una sola vez en el documento del protocolo (…) los investigadores construyen una parte importante de su artículo en torno a este hallazgo, llegando incluso a decir que su hipótesis era que la congruencia de la apariencia sería importante, lo cual, para mí, se lee como si lo hubieran hipotetizado todo el tiempo, cuando no veo ninguna prueba de que lo hicieran. Más bien, en su documento de protocolo plantearon una hipótesis bastante diferente y luego la cambiaron sin explicar por qué. (…) los investigadores hicieron que los participantes en el estudio rellenaran ítems de la NIH Toolbox sobre Apoyo Emocional, Amistad, Soledad, Hostilidad Percibida, Rechazo Percibido, Ira, Miedo, Tristeza, Satisfacción Vital General, Afecto Positivo y Autoeficacia. (…) Ninguno de estos ítems fue destacado por los investigadores en su hipótesis original o en la sección de objetivos primarios, así que probablemente no deberíamos tener ninguna creencia previa sobre cuáles deberíamos esperar que reportaran en un estudio importante, pero aún así: Nueve de los 11 no se encuentran por ninguna parte, dejándonos sólo con las medidas de Afecto Positivo y Satisfacción Vital. ¿Por qué? ¿Y por qué era más importante informar sobre la “Satisfacción vital”, que no figuraba en la hipótesis ni en las secciones de resultados primarios, que informar sobre la “Calidad de vida”, que sí figuraba? ¿Por qué informar sobre el afecto positivo y no sobre el afecto negativo? Si las hormonas ayudan a los niños a sentirse mejor, ¿no deberían experimentar menos ira, menos miedo y menos tristeza con el tiempo? (…) como no hay explicación, sólo podemos especular sobre cómo los investigadores tomaron todas estas sutiles decisiones, decisiones que les permitieron escribir, en su artículo final publicado, que “hubo cambios significativos dentro de los participantes a lo largo del tiempo para todos los resultados psicosociales en las direcciones hipotetizadas”. Esto es casi engañoso. Por “todos” los resultados psicosociales, no se refieren a todos los que midieron y evaluaron a lo largo del tiempo, sino a aquellos sobre los que decidieron informar. Lo que podría hacer que sus conclusiones fueran totalmente triviales.»
Singal termina señalando: «Los investigadores son muy claros acerca de las variables que más les interesan en el documento de protocolo que supuestamente sustenta este estudio: su hipótesis es que “los pacientes tratados con hormonas sexuales cruzadas mostrarán una disminución de los síntomas de ansiedad y depresión, disforia de género, autolesiones, síntomas de trauma y suicidio y un aumento [sic] de la estima corporal y la calidad de vida con el tiempo”. Luego, en el estudio que es una de las principales razones por las que estaban recogiendo todos estos datos en primer lugar —un estudio que incluye la línea “los autores responden de la exactitud e integridad de los datos y de la fidelidad del estudio al protocolo”— su hipótesis es sustancialmente diferente, y presentan su interés en la congruencia de apariencia como una hipótesis que tenían todo el tiempo, cuando no hay evidencia de que ese fuera el caso. Este cambio, y la desaparición de todas estas variables, quedan casi totalmente sin explicar. (…) Es decepcionante que este estudio no ofrezca datos sobre la DG, dado que el alivio de la DG es la justificación médica ostensible para poner a los niños en bloqueadores y/u hormonas en primer lugar, a pesar de la falta de pruebas sólidas publicadas sobre estos tratamientos. [Pie de nota 3: Supongo que alguien podría decir “Eso no es justo, al menos publicaron los resultados de la subescala de Congruencia de Apariencia”. Pero esa no es una medida validada de la disforia de género, un fenómeno que va mucho más allá de la incomodidad con la propia apariencia.] Sería interesante saber si algún revisor o editor del NEJM preguntó a los autores por qué su artículo carecía de datos longitudinales sobre la disforia de género, el suicidio y la autolesión, dada la importancia de estas variables, y dado el interés previo demostrado por el equipo de investigación en el seguimiento de estos resultados.»
Este análisis se extiende aún más en otra publicación de Singal (2023b): «el nuevo y muy promocionado estudio sobre las hormonas en los adolescentes transgénero no nos dice realmente mucho de nada», «los niños de este estudio tenían una tasa de suicidio alarmantemente alta», «la mayoría de las mejoras que experimentó la cohorte fueron pequeñas», «es imposible atribuir las mejoras observadas en este estudio a las hormonas más que a otras formas de tratamiento que llevaron a cabo», «la única gran mejora se produjo en una variable que podría no significar tanto», «los investigadores ni siquiera consideran la posibilidad de que estos tratamientos sean menos eficaces de lo que pensaban: su única respuesta es “más hormonas”». «Hay una parte sutilmente reveladora de este artículo en la que los investigadores intentan lidiar con el hecho de que los varones natales del estudio apenas mostraron mejoras durante los dos primeros años de tratamiento hormonal: [Singal cita a Chen et al. (2023 pág. 247)] “Dado que algunos cambios fenotípicos clave mediados por el estrógeno pueden tardar entre 2 y 5 años en alcanzar su efecto máximo (por ejemplo, el crecimiento de los senos), especulamos que puede ser necesario un período de seguimiento más largo para ver un efecto sobre la depresión, la ansiedad y la satisfacción con la vida. Además, los cambios asociados a una pubertad endógena mediada por testosterona (por ejemplo, voz más grave) pueden ser más pronunciados y observables que los asociados a una pubertad endógena mediada por estrógenos. Por lo tanto, nuestra hipótesis es que las diferencias observadas en la depresión, la ansiedad y la satisfacción con la vida entre los jóvenes designados como mujeres al nacer en comparación con los designados como hombres al nacer pueden estar relacionadas con experiencias diferenciales de estrés de minoría de género, que podrían surgir de las diferencias en la aceptación social de transfemenino (es decir, las personas designadas como hombres al nacer que se identifican [sic] a lo largo del espectro femenino) en comparación con las personas transmasculinas. De hecho, el estrés por pertenecer a una minoría de género se asocia sistemáticamente con resultados de salud mental más negativos, y las investigaciones sugieren que los jóvenes transfemeninos pueden experimentar más estrés por pertenecer a una minoría que los jóvenes transmasculinos. [citas omitidas]”
A lo que Singal (2023b) responde: «no creo que esto concuerde con el hecho de que las mejoras en la congruencia de la apariencia fueron estadísticamente iguales entre hombres y mujeres natales. Por supuesto, la congruencia de la apariencia es sólo un aspecto de una transición exitosa, pero uno pensaría que, si todos estos otros obstáculos se interpusieran en el camino de las chicas trans que se sienten mejor después de dos años con hormonas, se mostraría en la variable que sigue más de cerca los efectos físicos de esas hormonas. (…) Y lo que es más importante, se supone que la ciencia debe ser abierta. Si estás evaluando un nuevo tratamiento, se supone que debes tener en cuenta la posibilidad de que no funcione según lo previsto. Podría ser que todo lo que los autores dicen en este extracto sea cierto, pero es imposible ignorar la cadena de acontecimientos aquí: Pusieron a una cohorte de niños en hormonas, dos de ellos murieron por suicidio, y los varones natales no parecen haber experimentado ninguna mejora medible aparte de una verdaderamente pequeña en una escala de afecto positivo y una cuestionablemente importante en una escala de congruencia de apariencia bastante tautológica. Su respuesta es decir... tal vez los niños sólo necesitan tomar hormonas durante más tiempo. No hay ni un momento de pausa, reflexión o incertidumbre. Todo va viento en popa. (…) El hecho es que algunos miembros de este equipo no son sólo clínicos e investigadores, también son firmes defensores de estos tratamientos. (…) Esta situación, en la que firmes defensores con opiniones preexistentes claramente expresadas están produciendo lo que se supone que son pruebas de primer nivel (después de todo, se trata de The New England Journal of Medicine), ¿no debería preocuparnos un poco?»
Claro que debería preocuparnos esta mala ciencia de enfoque determinista biológico, que perjudica a los propios ciudadanos transgénero, y así tenemos, como señalamos antes, por qué los gobiernos de Finlandia, Suecia, Inglaterra, Noruega «detuvieron o anunciaron la intención de detener la transición de los jóvenes como práctica médica de rutina» (informe SEGM 2023).
De hecho, Ludvigsson et al. (2023) acaban de realizar la primera revisión sistemática y amplia del estudio de la terapia hormonal en menores con disforia de género, publicada por la revista Acta Paediatrica del Instituto Karolinska en Suecia. «El objetivo de esta revisión sistemática fue evaluar los efectos sobre la salud psicosocial y mental, la cognición, la composición corporal y los marcadores metabólicos del tratamiento hormonal en niños con disforia de género. (…) Se realizaron búsquedas en PubMed, EMBASE y otras trece bases de datos hasta el 9 de noviembre de 2021 en busca de estudios en idioma inglés sobre el tratamiento hormonal en niños con disforia de género. De 9.934 estudios potenciales identificados con resúmenes revisados, 195 se evaluaron en texto completo y 24 fueron relevantes. (…) En 21 estudios, los adolescentes recibieron tratamiento con análogos de la hormona liberadora de gonadotropina (GnRHa) [bloqueadores de pubertad]. En tres estudios, se administró tratamiento hormonal de sexo cruzado (CSHT) sin tratamiento previo con GnRHa. No se identificaron ensayos controlados aleatorios. Los escasos estudios observacionales longitudinales se vieron dificultados por el reducido número de participantes y las elevadas tasas de deserción. Por lo tanto, no se pudieron evaluar los efectos a largo plazo de la terapia hormonal sobre la salud psicosocial.» (Nótese que, para la fecha en que se cierra la búsqueda de Ludvigsson et al. 2023, a fines de 2021, no era posible que los autores incluyeran el primer estudio longitudinal de Chen et al. 2023, que, como vimos líneas atrás, fracasó intentando mostrar que la terapia hormonal alivia el malestar psicosocial de los jóvenes transgénero.) Ludvigsson et al. (2023) llegan a la siguiente conclusión:
❝Esta revisión sistemática de casi
10.000 resúmenes seleccionados sugiere que se desconocen los efectos a largo
plazo de la terapia hormonal sobre la salud psicosocial y somática, excepto
que el tratamiento con GnRHa parece retrasar la maduración ósea y el aumento de
la densidad mineral ósea.❞
Decir que esto es mala ciencia no debería tomarse como una exageración (en realidad, debería considerarse la investigación favorable a la terapia hormonal de la disforia de género, un fracaso científico, y el ímpetu por promocionarla, un inadmisible problema ético y de sesgo político), ya que, entre tanto, los científicos a favor de las terapias biológicas como ‘solución’ para asuntos psicológicos (y socioculturales que nueva evidencia indica) en los menores transgénero, han sido más que sobrepasados por este conjunto de hechos y consecuencias que señalan Levine et al. (2022):
❝En menos de una década, el mundo
occidental ha sido testigo de un aumento sin precedentes del número de niños y
adolescentes que solicitan una transición de género. A pesar del precedente de
años de atención afirmativa al género, las intervenciones sociales, médicas y
quirúrgicas siguen basándose en pruebas de muy baja calidad. Los numerosos
riesgos de estas intervenciones, incluida la medicalización de una identidad
adolescente temporal, han salido a la luz gracias a la concienciación de los
detrans. Los riesgos de la atención afirmativa del género se gestionan
éticamente mediante un proceso de consentimiento informado realizado
adecuadamente. Sus elementos —compartir deliberadamente los beneficios
esperados, los riesgos conocidos y los resultados a largo plazo, así como los
tratamientos alternativos— deben presentarse de forma que promuevan la
comprensión. El proceso se ve limitado por: suposiciones profesionales
erróneas; mala calidad de las evaluaciones iniciales; e información inexacta e
incompleta compartida con los pacientes y sus padres. Discutimos los datos
sobre el suicidio y presentamos las limitaciones de los estudios holandeses que
han servido de base para las intervenciones. Es necesario separar las creencias
sobre la atención afirmativa de género de los hechos establecidos. Un proceso
de consentimiento informado adecuado puede preparar a padres y pacientes para
las difíciles decisiones que deben tomar y puede aliviar las tensiones éticas
de los profesionales. (…)
Urge
reconsiderar los significados, propósitos, indicaciones y procesos del
consentimiento informado para los jóvenes identificados como transgénero.❞
Ante esto, es legítimo y necesario el cuestionamiento profesional que plantea Clayton (2022):
❝Un conocimiento de la historia de la
medicina enriquece nuestro pensamiento sobre las prácticas médicas
contemporáneas. El siglo XX vio muchos avances médicos. También vio múltiples
ejemplos de lo que podría llamarse medicina peligrosa. (…) En esta Carta,
utilizo un marco histórico para fundamentar una discusión sobre el enfoque de
tratamiento afirmativo de género para jóvenes con disforia de género (DG),
centrándome particularmente en la cirugía torácica masculinizante. Pregunto:
¿Es este enfoque un avance médico o es un ejemplo contemporáneo de medicina
peligrosa? Mi esperanza es que las ideas expresadas en esta Carta contribuyan
de manera útil al debate sobre esta compleja y controvertida área de la
medicina.❞
De acuerdo al informe que proporciona SEGM (Society for Evidence Based Gender Medicine), estos son en gráficos (datos de la repentina subida de referencias/diagnósticos por disforia de género en Reino Unido, Suecia, y España, con un abismal sesgo de sexo femenino) los hechos desbordantes que, para comprenderlos y afrontarlos, el biologicismo es un impedimento potencialmente peligroso:
Decíamos que Levine et al. (2022) y Clayton (2022) están atendiendo a nueva evidencia empírica, que indica que lo transgénero responde a una causalidad bastante compleja y multifactorial, como la propia WPATH declara, por lo que la ‘solución’ biológica ha creado una problemática médica cuantificable. El dominio biológico sobre lo transgénero no es un caso aislado de sesgo reduccionista-biologicista, sino que debería ponerse en el contexto de, por ejemplo, el caso de la depresión, que precisamente es recurrente en la incongruencia de género: «Las principales hipótesis biológicas proponen que los cambios biológicos pueden subyacer a la aparición y recaída/recurrencia del trastorno depresivo mayor. Aquí investigamos si existen pruebas prospectivas de biomarcadores derivados de las principales teorías. (…) faltan pruebas de las principales teorías biológicas para el inicio y el mantenimiento de la depresión» (Kennis et al. 2020). «A pesar de que la teoría de la serotonina de la depresión ha tenido tanta influencia, ninguna revisión exhaustiva ha sintetizado aún las pruebas relevantes. Realizamos una revisión “paraguas” de las principales áreas de investigación relevantes, siguiendo el modelo de una revisión similar que examinaba los biomarcadores prospectivos del trastorno depresivo mayor. (…) Esta revisión sugiere que el enorme esfuerzo de investigación basado en la hipótesis de la serotonina no ha producido pruebas convincentes de una base bioquímica de la depresión. Esto es coherente con la investigación sobre muchos otros marcadores biológicos. Sugerimos que ha llegado el momento de reconocer que la teoría de la depresión basada en la serotonina no está fundamentada empíricamente» (Moncrieff et al. 2022).
Claramente, los especialistas en salud transgénero parten de un ‘programa biológico’, que resulta incompatible con el estudio psicológico y sociológico de, particularmente, las personas transgénero que desisten o detransicionan (detrans). La médica Lisa Littman reporta los resultados de un reciente estudio empírico específico detrans, basado en lo que estas mismas personas declaran (a diferencia de su estudio de 2018 donde los datos provenían de lo que respondían los padres, y sin enfocar a los detrans). Citamos extractos de Littman (2021):
❝El 69% de los 100 participantes eran mujeres y el 31% hombres. Las razones para abandonar la transición fueron variadas e incluyeron: sufrir discriminación (23,0%); sentirse más cómodos identificándose con su sexo natal (60,0%); preocuparse por las posibles complicaciones médicas de la transición (49,0%); y llegar a la conclusión de que su disforia de género estaba causada por algo específico como un trauma, abusos o una enfermedad mental (38,0%). La homofobia o la dificultad para aceptarse a sí mismo como lesbiana, gay o bisexual fue expresada por el 23,0% como razón para la transición y la posterior detransición. La mayoría (55,0%) pensaba que no había recibido una evaluación adecuada por parte de un médico o profesional de la salud mental antes de iniciar la transición y sólo el 24,0% de los encuestados informó a sus médicos de que había abandonado la transición. Hay muchas razones y experiencias diferentes que llevan a la detransición.
(…)
La
visibilidad de los individuos que han detransicionado es nueva y puede estar
creciendo rápidamente. Tan recientemente como en 2014, era un desafío para un
individuo que detransicionó encontrar a otra persona que detransicionó de
manera similar (Callahan, 2018).
(…)
Aunque
hubo pocos informes publicados sobre detrans antes de 2016, la mayor parte de
la literatura publicada sobre detransición es reciente (Callahan, 2018; D’Angelo,
2018; Djordjevic et al., 2016; Kuiper
& Cohen-Kettenis, 1998; Levine, 2018; Marchiano, 2017; Pazos Guerra et al., 2020; Stella, 2016; Turban &
Keuroghlian, 2018; Turban et al.,
2021; Vandenbussche, 2021). Las
narrativas culturales predominantes sobre la detransición son que la mayoría de
los individuos que detransicionan volverán a hacerlo y que las razones de la
detransición son la discriminación, las presiones de los demás y la
identificación no binaria (Turban et
al., 2021). Sin embargo,
los informes de casos están arrojando luz sobre una gama más amplia y compleja
de experiencias que incluyen trauma, empeoramiento de la salud mental
con la transición, reidentificación con el sexo natal y dificultad para separar
la orientación sexual de la identidad de género (D’Angelo, 2018; Levine, 2018;
Pazos Guerra et al., 2020). Detrans y desisters, en sus
propias palabras, han proporcionado profundidad adicional a la discusión,
describiendo que:
(1) El
trauma (incluido el trauma sexual) y las condiciones de salud mental
contribuyeron a su identificación y transición transgénero (Callahan, 2018;
Herzog, 2017; twitter.com/ftmdetransed & twitter.com/radfemjourney, 2019)
(2)
Su disforia y transición se debieron a la
homofobia y a la dificultad para aceptarse como homosexuales (Bridge, 2020;
Callahan, 2018; upperhandMARS, 2020)
(3)
Los compañeros, los medios sociales y las
comunidades en línea influyeron en el desarrollo de la identificación
transgénero y el deseo de transición (Pique Resilience Project, 2019; Tracey,
2020; upperhandMARS, 2020)
(4)
Su disforia tenía sus raíces en la misoginia
(Herzog, 2017).
Dos
informes de muestras de conveniencia publicados recientemente proporcionan
contexto adicional sobre el tema de la detransición. En primer lugar, Turban et al. (2021) analizaron los datos de la United States Trans
Survey (USTS) (James et al., 2016). La USTS contiene datos
de 27.715 adultos transgénero y de género diverso de los EE.UU. que fueron
reclutados a través de organizaciones de lesbianas, gays, bisexuales,
transgénero, queer (LGBTQ) y organizaciones aliadas. El USTS incluía la
pregunta: “¿Alguna vez ha abandonado la transición? En otras palabras, ¿alguna
vez ha vuelto a vivir como su sexo asignado al nacer, al menos durante un
tiempo?” con las opciones múltiples de “sí”, “no” y “nunca he hecho la
transición”. En el caso de los 2.242 participantes que respondieron “sí”,
Turban et al. analizaron las respuestas a la
pregunta de respuesta múltiple “¿Por qué abandonó la transición? En otras
palabras, ¿por qué volvió a vivir como su sexo asignado al nacer? (Marque todo
lo que corresponda)”. Aunque
la mayoría de las opciones de respuesta ofrecidas se referían a presiones
externas para la detransición (presión del cónyuge o pareja, presión de la
familia, presión de los amigos, presión del empleador, discriminación, etc.),
los participantes podían escribir razones adicionales que no aparecían en la
lista. En la
muestra de Turban et al. había más hombres (55,1%) que
mujeres (44,9%). Aproximadamente la mitad (50,2%) había tomado hormonas
sexuales cruzadas y el 16,5% se había sometido a cirugía. Los resultados revelaron que la
mayoría (82,5%) de la muestra expresó al menos un factor externo para la
detransición y el
15,9% expresó al menos un factor interno (factores originados en uno mismo).
El segundo
estudio de Vandenbussche
(2021) reclutó a detrans de comunidades online detrans y analizó los
datos de los participantes que respondieron afirmativamente a la pregunta: “¿Transicionaste
médica y/o socialmente y luego dejaste de hacerlo?”. En la muestra de 237
participantes predominaban las mujeres natales (92%) y procedían de EE.UU. (51%)
y Europa (32%). La mayoría (65%) había hecho la transición tanto médica como
socialmente. Los participantes eligieron entre varias opciones para indicar por
qué habían abandonado la transición, con opciones que abarcaban una amplia gama
de experiencias. Los encuestados también tenían la opción de escribir razones
adicionales. Entre las
razones más frecuentes para abandonar la transición se encontraban el darse
cuenta de que su disforia de género estaba relacionada con otros problemas
(70%); problemas de salud (62%); observar que la transición no les ayudaba con
su disforia (50%); y encontrar alternativas para tratar su disforia (45%). A diferencia de Turban et al. (2021), los factores externos como la falta de apoyo, las
preocupaciones económicas y la discriminación fueron menos comunes (13%, 12% y
10%, respectivamente).
Muchos de los participantes de la muestra describieron que cuando abandonaron
la transición perdieron el apoyo o fueron condenados al ostracismo por parte de
las comunidades de lesbianas, gays, bisexuales y transgénero (LGBT), lo que
sugiere que muchos de los participantes de Vandenbussche (2021) no habrían sido
alcanzados por los esfuerzos de reclutamiento del USTS (James et al., 2016).
(…)
A diferencia de Turban et
al. (2021) y Vandenbussche
(2021), este estudio se centró sólo en individuos que realizaron la transición
y la detransición médica, quirúrgica o ambas.
(…)
Se desconoce la prevalencia de la detransición
después de la transición, pero es probable que se subestime porque la mayoría
de los participantes no informaron a los médicos que facilitaron sus
transiciones de que habían detransicionado. (…) Algunas de las personas que abandonaron la transición
relataron experiencias que apoyan las hipótesis ROGD, como que su disforia de
género comenzó durante o después de la pubertad y que los problemas de salud
mental, los traumas, los compañeros, las redes sociales, las comunidades online
y la dificultad para aceptarse a sí mismas como lesbianas, gays o bisexuales
estaban relacionados con su disforia de género y su deseo de transición.❞
Es decir que, retomando a Diamond (2018) y a Swartz (2018): «Nuestros genes [y nuestros cerebros] no son la cuestión: lo que está en juego son nuestras vidas.», y, según declaran los mismos participantes del estudio de Littman (2021), están en juego asuntos estrictamente sociales y culturales. La no probada mecanicidad genético-neural que causa el transgénero (según p. ej. Bevan 2014 pág. 8: «el ADN humano desempeña un papel importante como factor causal en lo TSTG [transexual/trasngénero] y en la formación de la predisposición humana al comportamiento de género», pág. 181: «TSTG es un fenómeno biológico que implica una predisposición innata al comportamiento de género»), en primer lugar no puede explicar los repentinos cambios muy específicos, circunstanciales, y ubicuos social y culturalmente (adolescentes mujeres, países WEIRD—sociedades Western, Educated, Industrialized, Rich and Democratic). Lo último que se podría decir de la causalidad subyacente aquí, es que corresponde no a la teoría de la diferenciación sexual del cerebro, sino al marco teórico gen-cultura o de herencia dual aplicado al sexo y el género, como hace la teoría del construccionismo biosocial, de acuerdo con sus autoras Wood & Eagly (2012 págs. 102-103):
❝Nuestra teoría se basa en supuestos
sobre las presiones evolutivas en la psicología humana que se oponen
radicalmente a los de la psicología evolucionista. En lugar de suponer, como
hacen los psicólogos evolucionistas, que la flexibilidad en el comportamiento
de mujeres y hombres surge de la activación de diversos programas que se
preformaron debido a las presiones de selección sobre los humanos ancestrales,
explicamos cómo los procesos biológicos y psicológicos sociales próximos crean
dinámicamente diferencias de sexo a través de creencias compartidas dentro de
una sociedad. (…) Nuestro análisis también es compatible con la herencia dual,
el énfasis de las teorías coevolutivas en la cultura adaptativa humana que
aumenta la herencia biológica (Laland, Odling-Smee y Myles, 2010; Richerson y Boyd,
2005). En este enfoque, la transmisión de la cultura surge de procesos de
aprendizaje social en los que la imitación simple y el aprendizaje por
observación sustentan un aprendizaje más complejo asociado con la comunicación
simbólica y el lenguaje (Heinrich y McElreath, 2003).❞
Entre tanto la prioridad es, por lo menos, evitar que se propague un mal enfoque médico del transgénero.
7. UN DEBATE POLÍTICO SUPERANDO EL BIOLOGICISMO DE GÉNERO.
Por último, el biologicismo en el enfoque del transgénero (binarismo sexo/género, innatismo, y esencialismo) tiene consecuencias no solo para las personas trans, sino también para las mujeres adultas y niñas. No obstante, dejar atrás el biologicismo de género no significa que no se usen criterios biológicos para las políticas de, en concreto, mantener espacios privados y seguros basados en el sexo: superar el biologicismo de género significa que considerar el género para garantizar los derechos de las personas trans, es lo correcto no porque exista una esencia innata de género, sino porque la aceptación de la diversidad es un principio básico y deseable. Teniendo siempre en cuenta que la ciencia no puede decidir las cuestiones políticas, las neurocientíficas Daphna Joel y Cordelia Fine (2022) arrojan luz con sus conocimientos a un debate que está en curso: «¿quién es una mujer?» Extraemos de su artículo:
❝Actualmente se están produciendo
acalorados intercambios en muchos países occidentales (incluidos EE.UU., Reino
Unido, Australia y dentro de la Unión Europea) sobre la cuestión: ¿Quién es una
mujer (o una niña)? Muchos de estos desacuerdos surgen de la conjunción de dos
cuestiones. Una es la necesidad de definiciones adecuadas de quién es una mujer
(o una niña) cuando se trata de políticas que pretenden promover la igualdad,
la seguridad y/o la intimidad de niñas y mujeres excluyendo a niños y hombres.
La segunda es el aumento de los derechos a la autodeterminación de género para
las poblaciones transgénero, que también necesitan políticas que traten de
promover su igualdad, seguridad y/o privacidad, incluido el acceso a espacios a
menudo segregados por sexo. Esto ha dado lugar a debates sobre quién debe ser
incluido en los espacios y las oportunidades que se brindan a las mujeres y las
niñas (por este motivo, los conflictos suelen girar en torno a lo que define
ser mujer o ser femenino, en lugar de ser hombre u hombre).
Un
contexto general de los países occidentales que son el escenario principal en
mente para este debate es la organización histórica y actual de la sociedad en
torno a dos categorías de sexo, masculino y femenino. Las categorías de sexo
son una clasificación administrativa clave, y a veces también se utilizan para
regular el acceso a los espacios, incluidos muchos que son utilizados por
poblaciones vulnerables, como los refugios o las prisiones (Spade, 2015). El
sexo también es un atributo protegido en la legislación sobre discriminación,
lo que permite la discriminación positiva por razón de sexo. Mientras que en
algunos contextos existe un acuerdo general en que tales
clasificaciones/segregación son necesarias y beneficiosas (y el debate se centra
en gran medida en los criterios de inclusión), en otros contextos puede haber
desacuerdo en cuanto a si es deseable en absoluto. Sin embargo, en general, los
conflictos surgen a raíz de dos acontecimientos relativamente recientes.
El
primero es la expansión del término “trans”. Trans, como parte del término “transexual”,
se utilizaba para describir a las personas que sienten una marcada
incongruencia entre el sexo registrado al nacer y la sensación de pertenecer al
otro sexo, un fenómeno que pasó a conocerse como disforia de género
(Meyerowitz, 2002). Estas personas pueden buscar una transición médica
(hormonal y/o quirúrgica; en la actualidad se denomina tratamiento de
reafirmación de género), una transición social (cambios no médicos dirigidos a
ser identificado como miembro del sexo deseado) y/o una transición legal (por
ejemplo, un cambio de categoría de sexo registrado en un registro o documento
legal, como el certificado de nacimiento) para aliviar la angustia de vivir
como miembro del sexo deseado y proteger la intimidad. El término “transgénero”
se introdujo en la década de 1990 y, como se describe con más detalle más
adelante, se ha convertido gradualmente en un término paraguas que abarca
muchas otras subjetividades dentro del concepto de identidad de género, como
genderqueer, género fluido, agénero y no binario, e independientemente de si
los individuos experimentan disforia de género o desean o llevan a cabo una
transición médica o social (Diamond, 2004; Levitt, 2019).
Esto
nos lleva al segundo acontecimiento importante: las enmiendas legislativas,
propuestas o promulgadas, a los requisitos para que el sexo legal pueda
modificarse de acuerdo con la identidad de género, y los cambios legislativos o
políticos por los que la identidad de género, en lugar del sexo o el
cumplimiento de criterios específicos, se convierte (potencialmente) en la base
para acceder a algunos servicios, espacios y oportunidades segregados por sexo.
(...)
Para
quienes sostienen la opinión de que las niñas y mujeres trans simplemente son
niñas y mujeres por el hecho de identificarse como tales, incluso debatir si
las niñas y mujeres trans deben ser excluidas de los espacios u oportunidades
reservados a las niñas y mujeres parece profundamente discriminatorio contra
las personas transgénero. Por el contrario, para quienes defienden la postura
de que las niñas y las mujeres lo son por haber nacido con un aparato
reproductor femenino, redefinir estos conceptos en términos de sentimientos
subjetivos y/o expresión de género ignora el papel central que desempeña el
hecho de tener cuerpo femenino en las experiencias de desventajas y
desigualdades de las mujeres y las niñas que, a su vez, son la base de los
derechos y las protecciones basados en el sexo. Según este punto de vista, también
se corre el riesgo de vaciar de significado el concepto de “mujer” (debido a la circularidad de una definición de mujer como
alguien que se identifica como mujer), o de definirlo en términos de normas
y estereotipos de género (por ejemplo, Joyce, 2021).❞
Luego Joel & Fine (2022 págs. 4-10) repasan los conceptos de sexo, género, e identidad de género, donde es importante la puntualización de que las gónadas son el único aspecto biológico del sexo que puede considerarse estrictamente binario, y que en la interacción social lo relevante es el sexo fenotípico, que es relativamente visible (p. ej. los rasgos sexuales secundarios) pero que no es binario:
❝El término “sexo” puede referirse a la
categoría de sexo (masculino o femenino), al sexo como sistema (genes y
hormonas) o al sexo fenotípico (en particular, las características sexuales
primarias, pero también puede incluir las características sexuales secundarias,
la morfología corporal y el cerebro). El sexo
fenotípico, sobre todo después de la pubertad, permite a menudo predecir con
exactitud el sexo gonadal, lo que da lugar a lo que podría denominarse sexo
social (es decir, si los demás perciben a una persona como [female], [male] o
si no es fácil clasificarla como uno u otro). Este último también se ve
afectado por muchas características no biológicas, como el peinado, la
vestimenta, la modulación vocal, los estilos de interacción, las formas de
comportamiento y el uso del nombre (por ejemplo, Levitt, 2019; Morgenroth y Ryan,
2021; Tate et al., 2014).
Estos
usos tan diferentes del término “sexo” pueden ayudar a explicar una parte de
algunos desacuerdos persistentes en estos debates, como si el “sexo” es binario
o no, o si puede cambiarse. Por ejemplo, las
categorías de sexo son binarias (sólo ~1:100.000 nacen con gónadas que no son
claramente ovarios o testículos) y no pueden invertirse (es decir, de ovarios a
testículos o de testículos a ovarios), mientras que hay más solapamiento,
dimensionalidad y mutabilidad entre las características del sexo fenotípico y
el sexo como sistema.❞
En cuanto al género y la identidad de género, las autoras señalan que no son binarios ni innatos, puntualizando críticamente que en tanto el género son «los atributos psicológicos y de comportamiento de un individuo que se asocian culturalmente con los hombres o las mujeres (…) puede entenderse como un sistema jerárquico de relaciones sociales entre los sexos»:
❝El resultado general
del sistema de género es un patrón consistente de desventaja material,
sociocultural y política de las mujeres, en relación con los hombres
comparables
(…)
Ha habido poco acuerdo sobre cómo se desarrolla la
identidad de género (en este sentido), con teorías a lo largo de las décadas
que incluyen: la acción de un factor biológico ligado al sexo en el útero, la
conciencia de la propia anatomía genital o la socialización específica de
género (para revisiones, véase Diamond, 2004; Gülgoz et al., 2019; Martin & Ruble, 2004; Person & Ovesey, 1983).
La evidencia disponible sugiere que ningún factor es decisivo (por ejemplo, Erickson-Schroth, 2013; Gooren, 2006; Gülgoz et al., 2019; Jordan-Young, 2010; Olson et al., 2015; Voracek et al., 2018).
(…)
Aunque uno de los principales
puntos de desacuerdo es hasta qué punto la desigualdad de resultados entre los
sexos se debe a preferencias y predisposiciones intrínsecamente diferentes (es
decir, los efectos directos del sexo como sistema en el cerebro y el
comportamiento), es
relativamente indiscutible dentro del feminismo que el género como sistema (es
decir, las normas, los estereotipos y las instituciones de género) limita o
dirige las elecciones y el comportamiento de los individuos, al tiempo que
devalúa los roles de género femeninos (véase Robeyns, 2003, donde se argumenta que estos
son criterios clave relacionados con la justicia).❞
Siguiendo a las autoras, entender el género como un sistema jerárquico es realmente crucial, ya que, por un lado, también afecta negativamente a las mujeres trans, y, por otro lado, en la tarea de los gobiernos para protegerlas, es inevitable que surja el conflicto de intereses con las políticas históricas de protección a las mujeres, basadas en la desventaja del género y en relación crítica a la violencia sexual masculina. En las consideraciones relacionadas a lo trans, Joel & Fine (2022 págs. 10-11), dicen que:
❝La inclusión de la reasignación de
género o la identidad de género como atributos protegidos en la legislación
sobre igualdad en muchas jurisdicciones indica un compromiso estatal para
reducir las desventajas materiales, sociales y políticas basadas en el género
que sufren las personas trans. Sin embargo,
existe controversia sobre si estos objetivos deben alcanzarse, en parte,
incluyendo a las mujeres (y niñas) trans en las políticas concebidas
originalmente para las mujeres.❞
Partiendo de esto, Joel & Fine (2022 págs. 11-13) sugieren consideraciones para los responsables políticos, analizando «tres categorías principales de políticas comúnmente controvertidas» (espacios seguros, acción afirmativa, medidas de transparencia), para lo que proveen una ilustrativa tabla donde cruzan tales categorías con los aspectos de sexo/género que les son relevantes. Por ejemplo, para las políticas de espacios seguros y privados de mujeres, son primarios los criterios de separación basados en el sexo como categoría y el sexo fenotípico (genitales). De acuerdo con las autoras:
❝El primer conjunto de
políticas pretende promover la intimidad, la seguridad y
otras dimensiones del bienestar de niñas y mujeres. Un subconjunto de estas
políticas se refiere a los espacios íntimos
públicos (o estatales) como aseos, vestuarios, refugios y albergues,
dormitorios o prisiones, dotándolos de instalaciones propias de las que se
excluye a los hombres (y a los niños a partir de cierta edad). Con
respecto a la privacidad, se reconoce que en determinados contextos (como los
alojamientos comunales o una persona empleada como cuidadora de vestuarios), la
necesidad de privacidad justifica la disposición de un solo sexo (por ejemplo,
la Ley de Igualdad del Reino Unido, 2010). En
este caso, son las variables físicas del sexo fenotípico o, más concretamente,
el sexo social, las más relevantes para estas políticas. Sin embargo,
cabe señalar que hay variaciones entre individuos y poblaciones en cuanto a la
importancia de este tipo de privacidad y en qué contextos. Por ejemplo la
desnudez mixta (por ejemplo, en saunas) es habitual en algunos países.
En cuanto a la seguridad, esta exclusión se basa en el hecho de que los
hombres constituyen la gran mayoría de los autores de la cosificación sexual,
el acoso sexual y la violencia sexual. Este aspecto de la
política se basa, por tanto, en la expresión de ciertos comportamientos
masculinos y, hasta cierto punto, en una ventaja masculina en fuerza física que
forma parte del sexo fenotípico. Al igual que otras exclusiones basadas en diferencias estadísticas de
grupo (por ejemplo, la edad mínima para conducir o la jubilación obligatoria),
se trata de una forma de delineación imperfecta que es a la vez excesiva e
infrainclusiva: excluye a todos los hombres (no sólo a la minoría que supone
una auténtica amenaza para las mujeres) y no excluye a las mujeres peligrosas.
Los miembros de los grupos excluidos pueden considerar que estas políticas son
denigrantes (por ejemplo, al implicar que no son competentes para conducir o
trabajar, o que son agresores potenciales), pero estos costes
expresivos se consideran justificados si se comparan con
los beneficios prácticos y, en estos casos, con el aumento de la seguridad de
las mujeres.
Un subconjunto “más suave” de estas políticas es la
institución de grupos y asociaciones formales (por ejemplo, un grupo de apoyo a
la menopausia). Una de las razones subyacentes a la creación de este tipo de
grupos o asociaciones sólo para mujeres es crear un tipo concreto de entorno emocionalmente
seguro o de apoyo basado en experiencias compartidas basadas en el sexo o el
género. Otro subconjunto de políticas relacionadas son los servicios exclusivos
para mujeres, como un programa nacional de detección del cáncer de cuello de
útero, la ayuda a la lactancia materna para las madres primerizas o un servicio
de asesoramiento grupal exclusivo para mujeres víctimas de agresiones sexuales.
La razón subyacente para la prestación de servicios exclusivamente
femeninos es que hay poca o ninguna demanda entre los hombres para el servicio,
o que quienes necesitan el servicio recibirán mejor atención por las
prestaciones especializadas en cuestiones de género. (En este último caso, un
grupo sólo para mujeres puede considerarse equivalente a un grupo especializado
en salud mental para personas de una franja de edad específica, como los
adultos jóvenes. Aunque la edad es un atributo protegido, suele considerarse
justificado discriminar por motivos de edad a estos efectos). Para algunas
mujeres, en el caso de grupos o servicios que impliquen la discusión de
información particularmente privada, íntima o angustiosa (por ejemplo, la
recuperación de una violación), parte de la creación de dicho entorno puede ser
la ausencia de individuos con riesgo de expresar ciertos comportamientos
masculinos no deseados, y/o cuyo sexo social sea el masculino.
(…)
Una
forma específica de acción afirmativa son las actividades deportivas
competitivas segregadas por sexo. Estas proporcionan a las mujeres acceso a los
beneficios de una competición significativa y la posibilidad de éxito
competitivo, dado que la mayoría de los deportes populares requieren
habilidades y atributos físicos (una faceta del sexo fenotípico) para los que
los hombres postpúberes, en promedio —y particularmente en los niveles más
altos— están muy aventajados (Coleman, 2017).
(…)
Un tercer conjunto de políticas adopta la forma de
medidas de transparencia y requisitos de información (por ejemplo,
representación femenina en los consejos de administración de las empresas que
cotizan en bolsa, datos sobre las diferencias salariales entre hombres y
mujeres, estadísticas sobre delincuencia). (…) El
propósito de estos datos es, en parte, hacer un seguimiento de los efectos
continuos del género como sistema en los resultados de las mujeres frente a los
de los hombres.
(…)
el
objetivo subyacente de las muchas políticas que se están cuestionando
actualmente no se relaciona simplemente con un atributo, como la categoría de
sexo, el sexo fenotípico o la identidad de género. La identificación del
atributo relevante tampoco proporciona “la respuesta” a los criterios de
inclusión de una política, porque hay otras consideraciones a tener en cuenta.
Además de las cuestiones prácticas de viabilidad, también está la importante cuestión
de cómo afectará un cambio de política a todas las partes interesadas.❞
Joel & Fine (2022 pág. 14) pasan a considerar los diferentes intereses en debate:
❝En muchos contextos,
lograr una distribución justa de los beneficios y los costes requerirá una
amplia consulta y/o recopilación de datos. Cambiar los criterios de inclusión
en estos contextos constituye un cambio social importante que, como cualquier
otro cambio de este tipo en una sociedad democrática, requiere un debate libre y abierto (Burt, 2020) y una amplia
consulta con las partes interesadas pertinentes.
(…)
Por ejemplo, los datos detallados sobre las
experiencias de las personas trans en el empleo y la vida pública y cívica son
extremadamente importantes; también lo son las experiencias de las niñas y
mujeres cis en los espacios afectados por los cambios políticos.
Al
considerar los beneficios y los costes de los diferentes criterios de
inclusión, los responsables de la toma de decisiones también deben ser
sensibles a la heterogeneidad entre las principales partes interesadas (Burt,
2020). Por ejemplo, es probable que los costes psicológicos de compartir un
espacio íntimo con una persona de sexo masculino sean mayores para algunas
poblaciones de niñas y mujeres cis, por ejemplo, las que huyen de la violencia
masculina (por ejemplo, las usuarias de refugios para víctimas de violencia
doméstica). Del mismo modo, parece plausible sugerir que los costes de ser
excluido de un espacio sólo para mujeres (o de una competición sólo para mujeres)
serán significativamente mayores para una mujer trans con disforia de género y
transición médica, que para alguien que no tenga disforia de género y no haya
realizado una transición médica, o que se identifique como mujer a tiempo
parcial. Estas consideraciones también deben incluir la distribución de cargas
entre las partes interesadas. Así, en algunos entornos, los costes para las
niñas y mujeres cis de la inclusión de niñas y mujeres trans pueden limitarse a
molestias o inconvenientes ocasionales, por ejemplo, para quienes prefieren no
compartir los aseos públicos con alguien percibido como varón. Por el
contrario, la ausencia de un alojamiento público seguro debido a los riesgos de
utilizar instalaciones masculinas coartará, para muchas mujeres trans (James et al., 2016), su libertad diaria para
acceder a la vida pública y cívica. Y, por
supuesto, no debe pasarse por alto la posibilidad de obtener beneficios de una
mayor diversidad dentro de los espacios femeninos gracias a la inclusión de las
mujeres trans.❞
Anotamos aquí que es problemático que la expectativa de diversificación recaiga sobre las mujeres, pero no sobre los hombres. Este punto per se requiere discusión y no es que sea necesariamente beneficioso para las mujeres, ya que, en tanto «posibilidad», la mayor diversidad dentro de los espacios femeninos evidentemente puede reforzar el género como sistema jerárquico. Finalmente, Joel & Fine (2022 pág. 15) terminan haciendo algunas sugerencias para superar el conflicto de intereses, que inciden en una perspectiva de ‘apertura’ de espacios femeninos, aunque, sin perder el punto de que:
❝en la medida de lo
posible, las organizaciones o el Estado proporcionen instalaciones para “todos
los géneros”, además de las instalaciones segregadas por sexo (Burt, 2020;
Stock, 2021). En algunas situaciones, las soluciones de ocupación única obvian
la necesidad de cualquier tipo de criterio de inclusión, como ha ocurrido
durante muchos años con los aseos de trenes y aviones. Aunque a veces se
argumenta que estas soluciones son inverosímiles, cabe señalar que en el siglo
pasado se informaba a quienes abogaban por las instalaciones sólo para mujeres
de que esto era inviablemente caro (véase Rhode, 1989). Estas soluciones
podrían realizarse progresivamente a medida que se construyen, actualizan o
renuevan los edificios, como se ha hecho para aumentar la accesibilidad de las
personas con discapacidad.
(…)
A pesar de todo lo anterior, los responsables
políticos también deben reconocer que, aunque la toma de decisiones éticas a
menudo implica equilibrar diferentes principios, algunos derechos y
responsabilidades son más fundamentales que otros (Pike, 2020; Zakhem y Palmer,
2012). Como ejemplo de este enfoque, Pike (2020) ha argumentado, en relación con
quién puede jugar al rugby femenino, que la institución que gobierna la World
Rugby tiene una responsabilidad especialmente fuerte de dar prioridad a la
seguridad de las jugadoras, luego proteger la equidad de la competición (ya que
esto, argumenta, es un objetivo primordial del deporte), y sólo entonces
promover la inclusión de aquellos que se identifican como mujeres.❞
8. CONCLUSIÓN.
❝(…) los subcampos de la ciencia del
comportamiento humano evolutivo, así como los datos de la neurobiología del
desarrollo, han cuestionado fuertemente los principales principios de la visión
de la psicología evolucionista de que, como dicen Cosmides y Tooby, “nuestros
cráneos modernos albergan una mente de la Edad de Piedra”, argumentando un
papel más prominente de la cultura tanto en la evolución como en el desarrollo
individual, en consonancia con los argumentos contemporáneos del
neurodesarrollo y la diversidad del comportamiento humano.
(…)
Los
humanos han desarrollado un cerebro adaptativamente plástico que responde a las
condiciones ambientales y a las experiencias, y la modulación de la función
endocrina por esos factores experienciales contribuye a esa plasticidad.
(…)
La
principal explicación de la diferenciación sexual del cerebro, la teoría de la organización
cerebral, sigue postulando que las hormonas prenatales dan lugar a diferencias
estructurales y funcionales permanentes, a pesar de las pruebas considerables y
antiguas de que los efectos hormonales tempranos no son permanentes. En
neuroimagen funcional, la investigación de la plasticidad dependiente de la
experiencia sólo se ha aplicado en raras ocasiones a la aparición, el
mantenimiento y la plasticidad del comportamiento en función del sexo. En su
lugar, los estudios tienden simplemente a comparar los sexos biológicos, como
si el objetivo implícito fuera identificar firmas fijas y universales femeninas
frente a masculinas.
(…)
Las
críticas feministas de cada ámbito de investigación han señalado en repetidas
ocasiones que los resultados de esta ciencia no sólo contribuyen a una
comprensión cultural no deseada y científicamente injustificada de las
relaciones entre hombres y mujeres como algo fijo, inevitable y ordenado por la
naturaleza, sino que además la propia ciencia es errónea y poco esclarecedora.
Entender el género como una estructura jerárquica compleja y multinivel que
configura no sólo las instituciones, las interrelaciones, la cognición y la
percepción, sino también el cerebro, el sistema endocrino y la manifestación de
los procesos evolutivos, puede aportar una ciencia mejor y más informativa.
(…)
Las
relaciones entre ciencia y sociedad son bidireccionales. Los científicos que
trabajan en áreas políticamente sensibles e importantes tienen la
responsabilidad de reconocer cómo los supuestos sociales influyen en su
investigación y, de hecho, en la comprensión pública de la misma. Además,
también deben reconocer que existen oportunidades importantes y apasionantes
para cambiar estos supuestos sociales mediante la investigación y el debate científicos
rigurosos y reflexivos.❞
Esto lo escribieron Fine et al. (2013). Una década después, a través de los estudios neurocientíficos de las personas transgénero, el binarismo nos devuelve a la misma problemática científica, como si se hubiera ignorado la evidencia acumulada que señalan las autoras, y desestimando las críticas de sesgo. El interés de la neurociencia en las personas transgénero claramente consiste en demostrar que hay dos tipos de cerebros. El último estudio que vimos al respecto es explícito: «El sexo cerebral de las mujeres transgénero se desplaza hacia la identidad de género» (Kurth et al. 2022). Sin embargo, el cerebro humano no tiene un sexo femenino o uno masculino, sino que es multimórfico e intersexual, un mosaico de rasgos mezclados femeninos y masculinos. Este concepto revolucionario del cerebro fue planteado por la neurocientífica Daphna Joel aún antes en 2011, pero evidentemente el sesgo binarista persiste: una mujer trans tiene un cerebro de mujer. De acuerdo con Joel & Fine (2022) el ‘cerebro trans’ no es tal, sino que «todavía es probable que continúe tomando una forma de mosaico». El reduccionismo biológico subyacente a la neurociencia transgénero, implica dos aspectos, el innatismo y el esencialismo de género, que son refutados por Daphna Joel, Cordelia Fine, y otras científicas dedicadas a estudiar el género como Anne Fausto-Sterling, Janet Hyde, Lise Eliot, o Lisa Diamond. El esencialismo de género es particularmente problemático: mostramos estudios empíricos de que fomenta la discriminación de las personas transgénero.
Ahora bien, los autores de varios estudios de jóvenes transgénero, que abordan asuntos críticos como la disforia de género y su ‘cura’ mediante la aplicación de hormonas a menores de edad, están haciendo mala ciencia para demostrar la efectividad de la terapia hormonal, que precisamente refleja un enfoque biologicista de aspectos que no son reductibles a la biología, como el fenómeno de la detransición (las personas trans que abandonan la transición hormonal y/o quirúrgica, o llegan a arrepentirse de ella). Este sesgo, de hecho, y aunque presuponga factores causales aparentemente profundos por ser biológicos, en realidad impide que se estudie a profundidad las razones de la detransición, paralelamente al rechazo activo a la causalidad social (tanto dentro como fuera de la comunidad científica). Sencillamente, la presuposición genético-neuro-hormonal gobernando el transgénero, es puesta en evidencia como una pseudoexplicación, al ser desbordada por la explosión repentina de adolescentes mujeres que se identifican como chicos—y reclaman hormonas y mastectomías, las fallas en el tratamiento hormonal que sin embargo se presenta (a veces ocultando los datos adversos) como ‘salvación’ de la disforia de género—en detrimento de las alternativas de atención psicológica, y el debate político sobre la legislación de la autodeterminación del sexo mediante la identidad de género.
En este escenario de dudosa ciencia, algunos países pioneros en el fácil acceso a los tratamientos hormonales para jóvenes transgénero, están tomando precauciones para proteger a sus ciudadanos de lo que es, a la luz de la evidencia científica débil, un experimento médico con adolescentes. La diversidad de género necesita urgentemente un enfoque multifactorial en lugar de uno biologicista, tanto para implementar una atención médica y psicológica eficiente, como para crear narrativas de aceptación social basadas en el concepto de diversidad, en lugar del «nacido así».
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