29 marzo, 2023

LA NEUROCIENCIA TRANSGÉNERO REAFIRMA EL BINARISMO Y EL DIMORFISMO CEREBRAL HUMANO (Y POLÍTICAMENTE ESTO NO FAVORECE A LAS PERSONAS TRANS)

Por: Antonio Chávez

1. RESUMEN.

Este ensayo extiende uno anterior (Chávez 2021) respecto a una crítica al binario de sexo y género, enfocando ahora los estudios científicos del transgénero, y cómo son afectados por ese marco de presuposiciones de dos tipos o categorías de cerebros y comportamientos, a saber, el femenino y el masculino. Se extienden las referencias a la hipótesis del cerebro mosaico de la neurocientífica Daphna Joel, para contrastar que la neurociencia transgénero se enmarca en un determinismo biológico y binario del sexo y el género. Se mostrará que este marco biologicista se extiende popularmente como esencialismo de género (la creencia de que en las personas el género es inherente, intrínseco, innato), y que, discrepando con la creencia popular, el biologicismo y el esencialismo de género no favorecen médica ni políticamente a las personas transgénero. De hecho, el biologicismo pone en riesgo la salud transgénero, por lo que necesita ser superado tanto en el ámbito científico como en el debate político.


2. INTRODUCCIÓN.

Transgénero es un término paraguas—incluye no binario, queer, género fluido, agénero—que refiere a las personas que declaran su género no alineado o no coincidente con el sexo natal, sexo biológico, o sexo asignado al nacer—se puede referir abreviadamente como trans. El transgénero es diferente de la orientación sexual: una persona trans puede identificarse como heterosexual, homosexual, bisexual, asexual, o simplemente rechazar todos los términos. Transgénero también es diferente de intersexual, que es la combinación biológica, innata, y natural de rasgos sexuales físicos femeninos y masculinos que, salvo mediación quirúrgica, no es reductible a ninguno de los dos. Por último, el término transgénero viene sustituir a ‘transexual’, y actualmente se considera transexual a la persona transgénero que realiza la transición, vía modificación hormonal y/o quirúrgica, hacia el sexo opuesto al nacido con el que se identifica. 

[A lo largo del ensayo se harán muchas citas, algunas de considerable extensión, donde los resaltados de color, negrita y subrayados son agregados nuestros, excepto donde se indique que no.]

La neurociencia es un campo de estudio con influencia en la filosofía (y a su vez influenciada históricamente por ésta, en particular por el mecanicismo determinista de Descartes), la política, y las creencias populares. La neurociencia lleva implícito un viejo paradigma biológico, en lo que refiere al estudio de la conducta en relación al sexo y el cerebro: 1) que la diferenciación binaria y dimórfica del sexo (femenino/masculino) está alineada causalmente a la diferenciación binaria y dimórfica del cerebro (cerebro femenino y cerebro masculino en consistencia respectiva con la anatomía femenina y masculina), 2) que, por lo tanto, las diferencias sexuales vistas en el cerebro explican las diferencias psicológicas y conductuales entre mujeres y hombres (el género), y 3) que, habiendo diferencias sexuales binarias en el cerebro, éstas deben tener un origen adaptativo-evolutivo. Al fin y al cabo, tanto como la vagina y el pene, el cerebro es un órgano más producto de la evolución… incluyendo las conductas. 

Swaab (2007) explica cómo la «transexualidad» queda enmarcada en este paradigma biológico:


        ❝Durante el periodo intrauterino, el cerebro humano se desarrolla en dirección masculina por la acción directa de la testosterona en el niño, y en dirección femenina por la ausencia de esta hormona en la niña. Durante este tiempo, se programan la identidad de género (el sentimiento de ser hombre o mujer), la orientación sexual y otros comportamientos. Como la diferenciación sexual de los genitales tiene lugar en los 2 primeros meses de embarazo, y la diferenciación sexual del cerebro comienza durante la segunda mitad del embarazo, estos dos procesos pueden verse influidos independientemente el uno del otro, dando lugar a la transexualidad. Esto también significa que en el caso de un género ambiguo al nacer, el grado de masculinización de los genitales puede no reflejar el mismo grado de masculinización del cerebro. Se han encontrado diferencias en las estructuras y funciones cerebrales relacionadas con la orientación sexual y el género.❞

La diferenciación binaria y dimórfica del cerebro se relaciona directamente con la teoría de la inversión parental o de los padres (ambos progenitores madre y padre), formulada en 1972 por el biólogo Robert Trivers. Sostiene que para tener éxito reproductivo (un principio evolutivo fundamental), las hembras y los machos invierten tiempo y recursos de forma asimétrica y diferenciada: las mujeres, como el resto de las hembras animales, tienen sexo principalmente para la fecundación y eligen a sus parejas en función de la calidad, mientras que los hombres, como los demás machos animales, se basan en una estrategia de cantidad (Trivers 1972). Es muy sencillo de entender: las mujeres tienen adaptaciones evolutivas para ser selectivas y pasivas, y los hombres para ser promiscuos y activos. Es decir, el género, por muy amplia que sea la diversidad de preferencias, conductas, y modos de pensar que abarque, e incluyendo todo lo variable que sea entre individuos y culturas, está en última instancia determinado por la naturaleza binaria del sexo: el género también es binario. El trabajo de la biología, en cuanto al sexo y la sexualidad en humanos, casi todo el siglo XX y aún en el siglo XXI, ha consistido en buscar demostrar la existencia de los mecanismos biológicos (cromosómicos, genéticos, hormonales, cerebrales) que den sustento a la teoría de la inversión de los padres, para explicar las diferencias conductuales entre mujeres y hombres.

La bióloga Anne Fausto-Sterling ha mostrado de modo convincente que el binario de sexo es una ideología que ha preformado el trabajo de los biólogos, en consecuencia sesgando la investigación empírica sobre el sexo (Fausto-Sterling 2000). De hecho, la teoría de Trivers (1972) se basa en el experimento del genetista Angus Bateman, de 1948 y realizado con moscas de la fruta, sobre la diferencia conductual reproductiva entre hembras pasivas/selectivas y machos activos/promiscuos. Desde entonces, el principio Trivers/Bateman se ha tomado como un hecho indiscutible que define la investigación del sexo en humanos, y cómo se piensa científicamente sobre él, a pesar de que el experimento de Bateman nunca se replicó el resto del siglo XX. Sin embargo, en 2012 la bióloga evolutiva Patricia Gowaty repitió el clásico experimento de Bateman, y, sorprendentemente, no halló evidencia del presunto éxito reproductivo debido a la promiscuidad de los machos, sino que, por el contrario, encontró que los machos promiscuos en realidad estropeaban la descendencia, y que la conducta de las hembras no se reducía a la pasividad selectiva (Gowaty et al. 2012):

 

       ❝Somos los únicos en informar de una repetición de Bateman [Bateman AJ (1948) Heredity (Edinb) 2:349-368] utilizando sus métodos de asignación de parentesco, que vinculó las diferencias de sexo en la varianza del éxito reproductivo y la varianza en el número de parejas en pequeñas poblaciones de Drosophila melanogaster. A partir de los fenotipos de las crías, dedujimos quién se había apareado con quién y asignamos las crías a los padres. Al igual que Bateman, cultivamos adultos que expresaban fenotipos dramáticos, de modo que cada adulto era heterocigoto dominante en su único locus marcador, pero sólo tenía alelos de tipo salvaje en los loci marcadores de todos los demás sujetos. Suponiendo que no hubiera efectos de viabilidad de los marcadores parentales en la descendencia, las frecuencias de los fenotipos parentales en la descendencia seguirían las expectativas mendelianas: una cuarta parte serían mutantes dobles que heredarían el gen dominante de cada progenitor, la descendencia a partir de la cual Bateman contó el número de parejas por reproductor; la mitad de la descendencia serían mutantes simples que heredarían el gen dominante de uno de los progenitores y el alelo de tipo salvaje del otro progenitor; y una cuarta parte no heredaría ninguna de las mutaciones marcadoras de sus progenitores. Aquí demostramos que la inviabilidad de la descendencia doblemente mutante sesga las inferencias sobre el número de parejas y el número de crías en las que se basan las inferencias sobre las diferencias de sexo en las varianzas de aptitud. El método de Bateman sobreestimó a los sujetos con cero parejas, subestimó a los sujetos con una o más parejas y produjo estimaciones sistemáticamente sesgadas del número de crías por sexo. La metodología de Bateman midió mal las varianzas de aptitud, que son las variables clave de la selección sexual.

(...)

Concluimos de nuestra repetición del experimento de Bateman y de la evidencia en su artículo revisado aquí y en otros lugares (4, 8-10, 16), que tenía una evidencia relativamente débil para sus conclusiones de que (i) la selección sexual actuó principalmente en los machos a través de la elección de la hembra y la competencia masculina y el despilfarro en el apareamiento, y (ii) algunos machos se apareaban con más frecuencia que otros, produciendo un mayor VRS entre los machos que entre las hembras.

Parece que muy tarde había llegado la demostración de Gowaty et al. (2012), en el propio campo de la biología evolutiva, de que el aparato teórico Trivers/Bateman de la diferenciación sexual es, por decir lo menos, discutible, porque el entero campo de estudios sobre el sexo y el cerebro ya se basa en él desde décadas antes de Gowaty et al. (2012). La neurociencia del sexo, implícitamente sesgada, es la que estudiaba los cerebros de las mujeres y los hombres buscando con diligencia las diferencias que debían ser consistentes con la inversión parental de Trivers, y con la promiscuidad de los machos como clave del éxito reproductivo, de Bateman, para así explicar el binario de género. Esto, la neurocientífica Cordelia Fine (2010, pág. XXVIII) lo ha identificado como neurosexismo:


        ❝El neurosexismo refleja y refuerza las creencias culturales sobre el género, y puede hacerlo de una forma especialmente poderosa. Los dudosos “hechos cerebrales” sobre los sexos pasan a formar parte de la tradición cultural.❞

El neurosexismo es identificable en la neurociencia transgénero, en tanto enmarcada en el binarismo/dimorfismo sexual del cerebro y el género. Por ejemplo, Robert Trivers continúa en la actualidad argumentando a favor de ello, e incorpora lo transgénero en lo que llama «núcleo biológico de los roles de género» (Manning, Fink & Trivers 2018). Según los autores, si las mujeres prefieren carreras de cuidado de personas, o los hombres ingeniería, esto se debe a la testosterona prenatal que determina la ‘feminización’ (sin influencia de la testosterona) o la ‘masculinización’ (con influencia de la testosterona) del cerebro, y si una mujer elige una ocupación ‘tipo masculina’ es porque su cerebro está ‘masculinizado’. Las personas transgénero no escapan a esta determinación binaria prenatal, sino que sus cerebros, de hecho, caen en uno de los dos tipos de cerebros opuestos a una de las dos categorías de sexo nacido, según Trivers y los otros coautores:


        ❝Los estudios de gemelos han proporcionado pruebas de una fuerte influencia genética en la identidad transgénero (por ejemplo, Heylens et al. 2012), y hay una serie de estudios que indican que los individuos MTF [male to female] muestran redes cerebrales atípicas tanto en estructuras de materia gris como blanca (revisado por Saraswat et al. 2015). En general, las características de los individuos transgénero sugieren un rasgo conductual que se fija en una fase temprana del desarrollo y que no se ve influido sustancialmente por factores sociales.

Manning, Fink & Trivers (2018) se apoyan en el trabajo del psicólogo Simon Baron-Cohen, y su teoría de la empatía-sistematización del cerebro y el género. Se trata de lo mismo, solo que la denominación dimórfica aquí refiere a un cerebro ‘empatizante’ femenino y otro cerebro ‘sistematizante’ masculino. Entre tanto, la investigación de Baron-Cohen ha sido criticada, y se ha reportado replicación empírica contraria al papel ‘masculinizante’ de la testosterona prenatal (Nash & Grossi 2007 págs. 7-14; Kung et al. 2016).

Ahora bien, cuando Manning, Fink & Trivers (2018 pág. 3) afirman que el transgénero se fija biológicamente antes de nacer, y que «no se ve influido sustancialmente por factores sociales», están respondiendo a la teoría del rol social de la psicóloga Alice Eagly, que, en contraste con la dominante perspectiva biológica del género, propuso originalmente en 1987 que «la división del trabajo entre hombres y mujeres es un factor determinante de las diferencias de género» (ibid. pág. 2). La teoría del rol social es explícitamente feminista y opuesta a la causalidad biológica de Trivers, de acuerdo con Eagly & Wood (1999 pág. 412):


        ❝Una respetada tradición de las ciencias sociales sitúa el origen de las diferencias de sexo, no en disposiciones psicológicas evolucionadas incorporadas a la psique humana, sino en las posiciones sociales contrapuestas de mujeres y hombres. En la sociedad estadounidense contemporánea, como en muchas sociedades del mundo, las mujeres tienen menos poder y estatus que los hombres y controlan menos recursos. Esta característica de la estructura social suele denominarse jerarquía de género o, en la literatura feminista, patriarcado.❞

Y al buscarse las propias causas remotas de la división sexual del trabajo, tampoco encontramos una determinación evolutivo-biológica, sino evolutivo-cultural, en el origen del patriarcado durante el Neolítico (ver El Origen del Patriarcado y la Desigualdad de Género en Chávez 2021). Entonces, lo transgénero, como Alice Eagly afirma otra vez en oposición al biologicismo, está integrado a la causación social del género (Eagly & Sczesny 2019):


        ❝el propio género binario se enfrenta a un desafío a medida que las dos categorías primarias de sexo, femenino y masculino, ceden para dar cabida a múltiples identidades de género y sexuales, incluidas las identidades no binarias y el estatus transgénero.

Ante la objeción de las ciencias sociales al reduccionismo y determinismo biológico del género, una respuesta coloquial es que «la evolución parecería detenerse en el cuello si hablamos de predisposiciones psicológicas» (Kreimer 2018 pág. 8). Claro que no: hay evidencia de que el ser humano ha evolucionado hacia menos dimórfico sexualmente (p. ej. Larsen 2003; Plavcan 2012—incluso indica una disminución del dimorfismo sexual en Homo erectus por aumento del tamaño corporal de la hembra). De acuerdo con la lógica evolucionista, el cerebro humano consecuentemente también se hizo menos dimórfico, lo que hace insostenible la suposición de que las diferencias psicológicas, el género, sea un binario biológicamente determinado. Y esto, si acaso, no es menos ‘lógico’ respecto al profundo cooperativismo que distingue a la especie humana: cerebros más similares colaborarán y se sincronizarán más efectivamente. En realidad, pues, salvo la obvia oposición anatómica genital, el dimorfismo sexual humano es menor en comparación con las hembras y machos de otras especies (en particular en comparación con otros simios). El cerebro no refleja tal oposición anatómica genital, sino que estructuralmente es ‘multimórfico’. Así lo muestran nuevos estudios. Este cerebro formalmente se conoce como cerebro mosaico, de acuerdo con la neurocientífica Daphna Joel y colaboradores (2015 pág. 15472): 

 

       ❝De acuerdo con los datos cerebrales, nuestros análisis de los datos relacionados con el género revelaron un amplio solapamiento entre mujeres y hombres en rasgos de personalidad, actitudes, intereses y comportamientos. Además, descubrimos que la variabilidad sustancial de las características de género es altamente prevalente, mientras que la consistencia interna es extremadamente rara, incluso para actividades altamente estereotipadas por género (datos de Carothers y Reis). Estos hallazgos están en línea con informes previos que indican que las diferencias de sexo/género en habilidades y cualidades son en su mayoría inexistentes o pequeñas, que existe un amplio solapamiento entre la distribución de hombres y mujeres también en comportamientos, intereses, preferencias de ocupación y actitudes que muestran mayores diferencias de sexo/género (24, 25), y que no existen correlaciones entre las características de género o éstas son muy débiles (18, 20, 21). Así pues, la mayoría de los seres humanos poseen un mosaico de rasgos de personalidad, actitudes, intereses y comportamientos, algunos más comunes en los hombres que en las mujeres, otros más comunes en las mujeres que en los hombres y otros comunes tanto en las mujeres como en los hombres.

Las personas trans han llamado la atención de los neurocientíficos en las últimas décadas, justo en medio del siguiente triple contexto: desde las humanidades, el cuestionamiento de las categorías de sexo y género como inmutables y rígidas, en la ciencia, el desafío al binarismo/dimorfismo cerebral, y en la sociedad, las campañas políticas contra la transfobia. Las personas trans, cuyo género se manifiesta como opuesto al sexo biológico natal, resultaron intrigantes para ese paradigma de alineación binaria entre sexo y género. Y como hemos visto con Trivers, para defender este paradigma se habla de una ‘base biológica’ del transgénero, que consiste en tener un cerebro sexualmente inverso al resto del sexo corporal. Es decir que el binarismo/dimorfismo sexual cerebral se mantiene, lo que podría reflejar una resistencia de los biólogos y médicos al cuestionamiento de las categorías binarias de sexo y género, que ya venía planteando la teoría feminista (donde el género es un «sistema social jerárquico»: «un patrón consistente de desventaja material, sociocultural y política de las mujeres, en relación con los hombres»Joel & Fine 2022 p. 8), a razón de la histórica tensión entre la biología y el feminismo (ver p. ej. Martínez 2020; Chávez 2021). Una persona nacida con sexo masculino expresando el género femenino, lo declara y experimenta porque ‘debe tener un cerebro femenino’, o similar o no masculino, siguiendo la presunción lineal sexo→cerebro→conducta→género. Sin embargo, si el cerebro humano es más bien sexualmente un mosaico envés de binario, las personas trans también tienen cerebros mosaico. Si no hay un ‘cerebro de hombre’, no hay un ‘cerebro trans’, y éstos tampoco es que sean cerebros intersexuales puesto que no hay dos tipos de cerebros opuestos—el argumento base que elaboró Joel es que, en efecto: 


        ❝los cerebros humanos (…) son intersexuales❞ (Joel 2011), 


        ❝todos tenemos un cerebro intersexual (es decir, un mosaico de características cerebrales “masculinas” y “femeninas”) y un género intersexual (es decir, un conjunto de rasgos masculinos y femeninos).❞ (Joel 2012)

Entonces, la alineación y la incongruencia del sexo con el género dejan de ser una cuestión biológica. Y, si la causación no se reduce a lo biológico ni a lo evolutivo, hay que investigar seriamente la socialización y el aprendizaje cultural, en lugar de la subestimación (o negación) de los factores sociales que adoptan Manning, Fink & Trivers (2018).

Esto tiene un considerable impacto social y político, donde las presunciones biológicas, antes de probarse convincentemente, desbordan el ámbito científico con consecuencias éticas controvertidas con frecuencia, en particular en este caso al reforzar la vieja intuición popular de definir personas y colectivos enteros bajo el concepto de la ‘esencia’ ‘inherente’, ‘intrínseca’, ‘innata’ y ‘natural’. El esencialismo de género es la atribución de cualidades mentales y conductuales rígidas a las mujeres y los hombres (del mismo modo en que se nace con cinco dedos en cada mano—y nacer con más o menos dedos), inherentes a ambos en el sentido de haber nacido con tales rasgos ya diferenciados, obviamente, antes de nacer (las causas y justificaciones de esto dependen de la cultura y la historia: mandato divino o diseño natural). Esta atribución se basa tanto en un sesgo cognitivo esencialista (un mecanismo involuntario y antecedente del juicio racional consistente en percibir a las personas con algo interior que las hace ser cual son), como en creencias deliberadamente pactadas en la cultura que adquirimos al ser socializados (p. ej. los roles y estereotipos de género). Asumir que la esencia innata del género es ‘buena’ o ‘mala’ no depende de los argumentos por sí mismos que intenten explicarla, sino de diversos y cambiantes factores sociales y culturales. Por ejemplo, para el activismo LGBT la esencia de género puede ser motivadora (y de hecho lo es en el movimiento «nacido así»), pero para un partido político conservador se trataría de ‘defecto’ o ‘patología’ innata, y esto ocurre simultáneamente y con independencia de que los argumentos esgrimidos sean verdaderos o falsos para cada caso.

Por supuesto, es indeseable la creencia de que el género pueda ser un ‘defecto’ nacido, pero, es evidente que la aceptación social del transgénero no puede depender del esencialismo de género, ni de ninguna otra suposición biologicista susceptible de interpretaciones discriminatorias. Precisamente, el problema con las creencias esencialistas en general es que se vinculan ambiguamente a prejuicios positivos (p. ej. pertenencia social) y negativos (p. ej. racismo, clasismo, xenofobia), y el problema con el esencialismo de género en particular, es que potencia los prejuicios sexistas (Keller 2005 págs. 688-689; Glick & Whitehead 2010 págs. 177-178—más adelante volveremos a esto en el punto 5). En otro ejemplo, la presunción de rasgos esenciales en las mujeres, como la maternidad y la emotividad (es decir, la idea del género femenino innato), funciona para proteger institucionalmente el vínculo madre-hijo, pero también para rechazar el derecho de las mujeres al aborto libre (‘atenta contra la naturaleza’), y para considerarlas inferiores intelectualmente (o sea el género como sistema social jerárquico, lo que líneas atrás citamos de Eagly & Wood 1999 pág. 412 y Joel & Fine 2022). Estas creencias populares son reforzadas por la naturalización científica, que alcanza el plano jurídico y el debate de los derechos—no obstante, el propio saber científico y su divulgación cargan el sesgo esencialista aquí, por lo que la biología no puede decidir el debate del ámbito sociopolítico. Más bien la biología necesita, tomando en serio el trabajo de Eagly, Joel y otros, una perspectiva social para evitar narrativas sesgadas, algo ya planteado por el evolucionismo biocultural (ver p. ej. Construccionismo Biosocial en Chávez 2021).

En concreto, la naturalización y el esencialismo del transgénero no necesariamente benefician a las personas trans (tal como pasa con las mujeres y el género femenino), y limitan la investigación científica per se al subestimarse los causales sociales, empobreciendo las perspectivas sociopolíticas de lo transgénero en directa relación con otras demandas críticas (como la exclusión de los hombres de espacios íntimos para las mujeres niñas y adultas—lo que se verá en el punto 7).


3. LA NEUROCIENCIA TRANSGÉNERO Y EL BINARISMO.

Recientemente, Kurth et al. (2022) analizaron el cerebro de algunas mujeres trans, y, predeciblemente, el estudio no se enmarca en la hipótesis del cerebro mosaico de Daphna Joel, una de cuyas predicciones inherentes es que las personas trans no tendrían cerebros excepcionales que sean inversamente ‘femeninos’ o ‘masculinos’ en respectivos cuerpos de sexo natal masculino y femenino (fuera de que la causa de ello tampoco es reductible a la biología), sino que las personas trans todavía seguirían teniendo cerebros mosaicos, ya que no existen dos tipos de cerebros. De hecho, el «clasificador multivariante» que usan los autores para analizar los cerebros de las mujeres trans que forman su cohorte, está diseñado para resaltar lo «dimórfico sexualmente» (sic) que es el cerebro humano, tal como afirman en un artículo anterior (la referencia 34). Para mostrar que tras este estudio hay una narrativa biologicista en desacuerdo con Joel, primero citamos a Kurth et al. (2022), luego citamos a Kurth et al. (2021), y finalmente a la propia Joel respecto a los presuntos ‘cerebros trans’. 


        ❝El sexo cerebral de las mujeres transgénero se desplaza hacia la identidad de género

 

El presente estudio se diseñó para arrojar más luz sobre la cuestión de si los cerebros de las personas transgénero se asemejan a su sexo de nacimiento o a su identidad de género. Para ello, empleamos un clasificador multivariante de reciente desarrollo [34] que arroja una estimación continua (en lugar de binaria) para ser hombre o mujer, de acuerdo con los modelos biológicos actuales [39,40,41,42,43,44,45]. La muestra de nuestro estudio estaba formada por 24 hombres cisgénero, 24 mujeres cisgénero y 24 mujeres transgénero antes de la terapia hormonal, para descartar cualquier efecto modificador de los esteroides sexuales circulantes [13,15,35,36,37,46,47,48,49,50,51,52]. Nuestra hipótesis es que el sexo cerebral estimado en las mujeres transgénero se desplaza de su sexo biológico (masculino) hacia su identidad de género (femenino), pero sigue siendo significativamente diferente de ambos.

(...)

2.6. Análisis estadístico

 

(...) Además, se utilizaron estimaciones binarizadas (mujer < 0,5; hombre ≥ 0,5) para calcular la precisión de la clasificación (calculada como el número de verdaderos positivos + el número de verdaderos negativos dividido por el tamaño de la muestra) como métrica de calidad.

(…)

Discusión

 

El desplazamiento observado desde una anatomía cerebral típica masculina hacia una típica femenina en personas que se identifican como mujeres transgénero sugiere un posible correlato neuroanatómico subyacente para una identidad de género femenina. Es decir, se confirmó que todas las mujeres transgénero incluidas en este estudio eran varones genéticos que no se habían sometido a ninguna terapia hormonal de afirmación de género. Así pues, estas mujeres transgénero han estado sometidas a la influencia de los andrógenos y han crecido (al menos hasta cierta edad) en un entorno que presumiblemente las trataba como varones. La combinación de genes masculinos, andrógenos y (hasta cierto punto) una educación masculina debería dar lugar normalmente a un cerebro típico masculino [39,40,41,42,43,44,45], lo que hace extremadamente improbable una anatomía cerebral típica femenina. Sin embargo, la anatomía cerebral en la muestra actual de mujeres transgénero se desplaza hacia su identidad de género, una observación que concuerda, al menos en parte, con informes anteriores, como se expone a continuación.

 

Los estudios existentes que utilizan clasificadores multivariantes pretendían evaluar si los cerebros de las personas transgénero difieren de su sexo biológico. Por ejemplo, un estudio [37] investigó a hombres y mujeres transgénero antes y después de la terapia hormonal mixta utilizando un clasificador binario. Los autores informaron de una precisión de clasificación significativamente menor en las personas transgénero en comparación con las personas cisgénero antes de la terapia hormonal, y la precisión de clasificación se redujo aún más después de la terapia. Este resultado podría explicarse por un cambio en la anatomía cerebral hacia la identidad de género (es decir, lejos del sexo biológico), como también se observó en el presente estudio. Otros dos estudios informaron de resultados similares en mujeres transgénero, pero los efectos parecían estar determinados por [36] o sólo se hicieron significativos después de la terapia hormonal [35]. No obstante, el tamaño de las muestras en esos estudios era extremadamente pequeño (n = 8 y n = 11, respectivamente) y los análisis se realizaron utilizando clasificadores binarios (en lugar de continuos) que simplemente categorizaban los cerebros como “masculinos” o “femeninos”. Los clasificadores continuos (como los aplicados en el presente estudio) reflejan una clasificación más matizada al indicar dónde se sitúan los cerebros en el espectro “masculino-femenino” pero, que sepamos, no se han utilizado en muestras transgénero al analizar datos de resonancia magnética estructural (RM). No obstante, aunque los resultados no son inmediatamente comparables, todos los estudios clasificadores de IRM estructural existentes —así como un reciente estudio clasificador de IRM funcional en estado de reposo [38]— parecen respaldar la noción de un “desplazamiento” desde el sexo biológico hacia la identidad de género en las personas transgénero. Este cambio también se ha observado anteriormente en algunos estudios tradicionales de regiones de interés centrados en características y áreas cerebrales concretas, como el núcleo uncinado (INAH-3) [60], la ínsula y la pars triangularis [14], la zona que rodea el surco central, el cíngulo posterior y las regiones occipitales [23], así como el núcleo del lecho de la estría terminal [22,28], por nombrar sólo algunos.

 

Referencias 

(…)

34. Kurth, F.; Gaser, C.; Luders, E. Development of sex differences in the human brain. Cogn. Neurosci. 2020, 12, 155–162. [Google Scholar] [CrossRef] [PubMed]

(…)

39. Arnold, A.P. Sexual differentiation of brain and other tissues: Five questions for the next 50 years. Horm. Behav. 2020120, 104691. [Google Scholar] [CrossRef] [PubMed]

40. McCarthy, M.M.; Arnold, A.P. Reframing sexual differentiation of the brain. Nat. Neurosci. 201114, 677–683. [Google Scholar] [CrossRef] [PubMed][Green Version]

41. Joel, D. Beyond sex differences and a male-female continuum: Mosaic brains in a multidimensional space. Handb. Clin. Neurol. 2020175, 13–24. [Google Scholar] [CrossRef] [PubMed]

42. De Vries, G.J.; Rissman, E.F.; Simerly, R.B.; Yang, L.Y.; Scordalakes, E.M.; Auger, C.J.; Swain, A.; Lovell-Badge, R.; Burgoyne, P.S.; Arnold, A.P. A model system for study of sex chromosome effects on sexually dimorphic neural and behavioral traitsJ. Neurosci. 200222, 9005–9014. [Google Scholar] [CrossRef] [PubMed][Green Version]

43. Arnold, A.P.; Burgoyne, P.S. Are XX and XY brain cells intrinsically different? Trends Endocrinol. Metab. 200415, 6–11. [Google Scholar] [CrossRef] [PubMed]

44. Arnold, A.P.; Chen, X. What does the “four core genotypes” mouse model tell us about sex differences in the brain and other tissues? Front. Neuroendocrinol. 200930, 1–9. [Google Scholar] [CrossRef] [PubMed][Green Version]

45. Carruth, L.L.; Reisert, I.; Arnold, A.P. Sex chromosome genes directly affect brain sexual differentiation. Nat. Neurosci. 20025, 933–934. [Google Scholar] [CrossRef] [PubMed]


Gráfico del estudio neurocientífico de Kurth et al. (2022) con mujeres trans. Firmes defensores del binarismo/dimorfismo cerebral han recibido con entusiasmo el estudio, como el psicólogo evolucionista David Schmitt (explícitamente opuesto a la teoría del rol social, e interesado en que, en el mundo, «más de una cuarta parte cree que el feminismo hace más daño que bien»), y la filósofa Roxana Kreimer (quien también lleva una particular cruzada biológica antifeminista).

Nótese que, aunque Kurth et al. (2022) informan usar una clasificación no binaria para los cerebros de las mujeres trans estudiadas, de todos modos es bidimensional femenino-masculino, solo que «más matizada» (sic) para ubicar mejor el cerebro de una mujer trans en el continuo entre ambos, o sea, si se acerca más al cerebro femenino o al masculino. Pero este continuo es exactamente lo que refuta Joel (2021 p. 166)

 

       ❝Estas descripciones del cerebro típico femenino y masculino tienen en común la suposición implícita de que los diferentes rasgos dentro de un mismo cerebro estarían situados de forma similar a lo largo del continuo masculino-femenino de cada rasgo (es decir, todos los rasgos estarían situados en el extremo masculino de su distribución, o todos estarían situados en el extremo femenino, o todos estarían situados entre los dos extremos). Si este fuera el caso, entonces los cerebros se alinearían a lo largo de un continuo femenino-masculino, con el típico cerebro femenino diferente del típico cerebro masculino. Sin embargo, en 2015 descubrimos que los cerebros “mosaico”, es decir, los cerebros que consisten en una mezcla de rasgos, algunos situados en el extremo masculino de su distribución y otros situados en el extremo femenino, son mucho más comunes que los cerebros internamente consistentes que consisten en un solo tipo de rasgos (…) Sobre la base de este hallazgo, concluimos que los cerebros de las mujeres y de los hombres no pertenecen a dos categorías distintas ni se alinean a lo largo de un continuo femenino-masculino (Joel et al., 2015).

Además, las referencias 39 hasta 45 de Kurth et al. (2022) para los «modelos biológicos actuales» con los que está «de acuerdo» el análisis de los cerebros de las mujeres trans bajo «estimaciones binarizadas» (sic, ibid. pág. 3), son todos artículos que sostienen pues la diferenciación sexual binaria y el dimorfismo sexual del cerebro humano, excepto, por supuesto, el artículo de Joel (2020) (referencia 41). No vemos el sentido de su inclusión en las referencias, ya que los autores no discuten en absoluto la consistencia empírica del binarismo ni el dimorfismo cerebral, sino que éstos quedan plasmados en su continuo bidimensional. Es pues un principio asumido, pero contrario a Joel (2020), cuyo artículo precisamente se llama «Más allá de las diferencias de sexo y de un continuo hombre-mujer: Cerebros en mosaico en un espacio multidimensional», donde dice, para subrayar la inconsistencia con Kurth et al. (2022): 

 

       ❝Tras un breve repaso de los estudios con animales en los que se basa la hipótesis del mosaico, describo tres estudios realizados en humanos en los que se evaluó la coherencia interna en el volumen regional, el grosor cortical y la conectividad revelada por imágenes de resonancia magnética (IRM); en el número de neuronas en el hipotálamo postmortem; y en los cambios en el volumen regional y el grosor cortical (evaluados con IRM) tras la exposición a un estrés extremo en la vida real. La conclusión de estos estudios, según la cual los cerebros humanos se componen en gran medida de mosaicos únicos de rasgos típicos femeninos y típicos masculinos, se vio respaldada por hallazgos recientes según los cuales los “tipos” cerebrales típicos de las mujeres son también típicos de los hombres, y viceversa. Por último, discuto las críticas a la hipótesis del mosaico y sugiero sustituir el marco de un continuo hombre-mujer por la idea de cerebros en mosaico que residen en un espacio multidimensional.❞

Todas esas referencias 39-45 de Kurth et al. (2022), excepto Joel (2020), incluyen al biólogo Arthur P. Arnold, quien en su presentación de la «teoría general de la diferenciación sexual de los mamíferos»—«todas las diferencias sexuales biológicas son el resultado de la desigualdad de los efectos de los cromosomas sexuales» (Arnold 2017), hace la siguiente extraña declaración sobre preferir la causación biológica a la social, en la diferenciación sexual que incluye obviamente al cerebro y el género en humanos: 


        ❝De un modo u otro, los efectos del entorno sobre un individuo están mediados por cambios en la biología de la persona, lo que hace difícil separar las dos fuentes de variación. Gran parte de la discusión, sobre si son factores sociales o biológicos los que causan las diferencias sexuales en la fisiología y la enfermedad, puede basarse tanto en qué factores encuentra interesantes o preferibles un autor concreto como en cualquier prueba de que los efectos de un factor puedan disociarse de los efectos de otros y resultar ser más importantes. Tanto el ecologista como el biólogo son susceptibles de cometer el error de generalizar en exceso la importancia de los factores que están formados para estudiar o preferir. La teoría de la diferenciación sexual, que se presenta a continuación, se centra exclusivamente en los factores biológicos que diferencian a las hembras de los machos.

Con seis referencias a Arnold, no cabe duda que Kurth et al. (2022) siguen firmemente su trabajo, y por lo visto emulan su preferencia biologicista. Más aún, el artículo de la referencia 34 de Kurth et al. (2022), nos dirige a Kurth et al. (2021), donde explícitamente dicen que se busca mostrar que el cerebro humano es «más dimórfico» (sic), y a su vez refiere tres veces a un artículo de Del Giudice et al. (2016), quienes rechazan la hipótesis del cerebro mosaico de Daphna Joel. Citamos a Kurth et al. (2021)


        ❝Desarrollo de las diferencias sexuales en el cerebro humano

(…)

1. Introducción

 

Un interés cada vez mayor en las diferencias de sexo en el cerebro ha dado lugar a una gran cantidad de literatura sobre este tema (para revisiones, véase Cosgrove et al., 2007; Giedd et al., 2012; Jancke, 2018; Lenroot y Giedd, 2010; Luders y Kurth, 2020; Luders y Toga, 2010; Sacher et al., 2013). Aunque sigue sin estar claro qué partes del cerebro difieren y de qué manera exactamente, la falta de consenso entre los estudios no implica necesariamente que las diferencias de sexo observadas sean espurias e incidentales, o que sea imposible una distinción en cerebros “masculinos” y “femeninos”. Por ejemplo, cuando se evalúan patrones cerebrales mediante técnicas multivariantes de aprendizaje automático (en lugar de centrarse en una característica cerebral específica mediante análisis univariantes tradicionales), se han establecido distinciones entre hombres y mujeres con precisiones de clasificación de entre el 69 % y el 93 % (Anderson et al., 2019; Chekroud et al., 2016; Del Giudice et al., 2016; Rosenblatt, 2016; Tunc et al., 2016).

 

Es importante destacar que las diferencias de sexo en el cerebro no solo existen durante la edad adulta, sino que ya están presentes en etapas anteriores de la vida (Berenbaum y Beltz, 2011, 2016; Cosgrove et al., 2007; Giedd et al., 1999; Giedd et al., 2012; Hines, 2010; Lenroot y Giedd, 2006, 2010; Luders y Toga, 2010; Sacher et al., 2013). De hecho, se ha informado de que los cerebros masculinos y femeninos difieren significativamente en recién nacidos y bebés (Benavides et al., 2019; Gilmore et al., 2007), haciéndose cada vez más evidentes las diferencias de sexo durante la infancia y la adolescencia (Giedd et al., 2012; Gur y Gur, 2016; Herting y Sowell, 2017; Tunc et al., 2016; Vijayakumar et al., 2018). Esto parece sugerir que los hombres y las mujeres podrían distinguirse en función de las diferencias de sexo en la anatomía del cerebro ya en las primeras etapas de la vida, y que la brecha de sexo se ampliaría aún más con el paso de los años. En este momento, sin embargo, se desconoce en gran medida el grado de tal diferencia de sexo dependiente de la edad, así como la trayectoria de la ampliación de la brecha.

(...)

4. Discusión

 

Utilizando un enfoque de aprendizaje automático multivariante, observamos una buena separabilidad entre hombres y mujeres basada en la anatomía cerebral. Esta observación replica estudios anteriores que informaron de una alta precisión en la distinción entre los sexos utilizando el aprendizaje automático (Anderson et al., 2019; Chekroud et al., 2016; Del Giudice et al., 2016; Rosenblatt, 2016; Tunc et al., 2016). En general, los resultados actuales apoyan la noción de que los cerebros masculino y femenino son anatómicamente diferentes a lo largo de la infancia y la adolescencia.

(...)

No obstante, mientras que las estructuras cerebrales individuales pueden mostrar una variación considerable y, por tanto, a veces no reflejan los cambios específicos del sexo durante la pubertad, el patrón general de la anatomía cerebral puede, de hecho, volverse más dimórfico sexualmente cuando se evalúa utilizando un enfoque multivariante (Rosenblatt, 2016). En otras palabras, el todo podría ser mayor (es decir, más revelador) que la suma de sus partes, como también se refleja en los resultados de estudios previos de aprendizaje automático (Anderson et al., 2019; Chekroud et al., 2016; Del Giudice et al., 2016; Rosenblatt, 2016; Tunc et al., 2016).❞

Ahora, esto es lo que el artículo propiamente dicho de Del Giudice et al. (2016) (entre los autores hay psicólogos evolucionistas, grandes biologicistas y defensores del binarismo/dimorfismo cerebral humano, como Richard Lippa y David Schmitt—de quien mostramos arriba que en su cuenta de Twitter, anunció el estudio de cerebros de mujeres trans de Kurth et al. 2022) dice del cerebro mosaico de Joel: 


        ❝El método de Joel et al. falla sistemáticamente a la hora de detectar diferencias de sexo grandes y consistentes

 

En su muy publicitado artículo, Joel et al. [2016] hacen dos afirmaciones empíricas sobre las diferencias de sexo en las características del cerebro humano: (i) “...la consistencia interna [en las características cerebrales diferenciadas por sexo de los individuos] es rara” (p. 15472) y (ii) la cantidad de solapamiento en las características diferenciadas por sexo de los cerebros masculino y femenino “socava cualquier intento de distinguir entre una forma ‘masculina’ y una forma ‘femenina’ para características cerebrales específicas” (p. 15471). Argumentamos que la afirmación i se basa en una metodología defectuosa, y que la afirmación ii es engañosa si se extiende a las diferencias generales de sexo en la estructura cerebral.

Sin embargo, Joel (2016) replicó: 


        ❝Respuesta a Del Giudice et al., Chekroud et al. y Rosenblatt: ¿Pertenecen los cerebros de hembras y machos a dos poblaciones distintas?

 

Nos complace que nuestro artículo haya suscitado debates sobre las relaciones entre el sexo y el cerebro y sobre nuestro nuevo enfoque metodológico. Está claro que el sexo afecta al cerebro, como demuestran las diferencias entre los cerebros de las mujeres y los cerebros de los hombres tanto en características macroscópicas como microscópicas. Sin embargo, el hecho de que el sexo afecte al cerebro no implica necesariamente que haya dos tipos distintos de cerebros, “cerebros masculinos” y “cerebros femeninos”, como hay dos tipos distintos de genitales. Responder a esta pregunta era el objetivo de nuestro estudio.

(...)

¿Pertenecen los cerebros a dos tipos distintos?

 

El alto grado de solapamiento en la forma de las características cerebrales entre hembras y machos, combinado con la prevalencia del mosaicismo dentro de los cerebros, están en desacuerdo con la suposición de que el sexo divide los cerebros humanos en dos poblaciones separadas.

Con todo lo mostrado, queda bastante claro que Kurth et al. (marzo 2022) estudian los cerebros de 24 mujeres trans (por cierto, una muestra pequeña a pesar de ser más grande que otros estudios similares anteriores como subrayan los autores) desde la presuposición del binarismo/dimorfismo cerebral, por lo que evidentemente están tratando de probar que existe el cerebro (parecido al) femenino en un cuerpo masculino (además de la preferencia por su causalidad biológica). Esta es la neurociencia transgénero que forma parte fundamental de las referencias evolucionistas, tanto del campo de la biología como de la psicología evolucionista. Esto es lo que al respecto tienen que decir Joel et al. (2020 pág. 9 Box 3)


        ❝El solapamiento entre individuos también es cierto para las medidas cerebrales que muestran diferencias entre otros grupos, como heterosexuales y homosexuales o cisgénero y transgénero (García-Falgueras y otros 2011; García-Falgueras y Swaab 2008; Kruijver y otros 2000; Zhou y otros 1995; Swaab y Hofman 1990). Dado que dos individuos con diferente género o identidad sexual pueden tener la misma medida cerebral, es imposible utilizar estas medidas cerebrales para el diagnóstico (por ejemplo, de disforia de género).

 

        Biología, naturaleza y crianza

 

(…) No confundir entre una diferencia y su origen es especialmente importante al hablar de las diferencias entre mujeres y hombres en el cerebro, porque el cerebro es un órgano plástico, que sigue cambiando a lo largo de la vida. Lo mismo ocurre con las diferencias en las medidas cerebrales entre grupos adicionales, como homosexuales y heterosexuales o transgénero y cisgénero. Es imposible determinar si las diferencias entre los grupos reflejan las distintas experiencias de vida de los individuos con identidades diferentes, o preceden a estas experiencias. También es imposible determinar si las diferencias en estructuras cerebrales específicas son responsables de las distintas identidades.

(…)

        Evolución, herencia, genes y medio ambiente

 

El hallazgo de una diferencia de sexo suele desencadenar explicaciones evolutivas, que presentan la diferencia observada como producto de la selección sexual a lo largo de milenios, impresa en los genes. Como explicamos anteriormente, una diferencia de sexo no revela si es adquirida o preprogramada. Además, un rasgo relacionado con el sexo puede haber evolucionado, pero su reproducción fiable en cada generación no significa necesariamente que esté impreso biológicamente (genética o epigenéticamente) (Griffiths 2002). Las nuevas ideas de la teoría evolutiva han destacado el papel de otros vehículos de herencia, uno de los cuales es el medio ambiente (Griffiths 2002; Jablonka y Lamb 2014). En concreto, cada organismo hereda no solo genes, sino también condiciones ambientales específicas (que pueden ir desde la gravedad, pasando por una ecología particular, hasta la presencia de compañeros y padres).

Es más, Daphna Joel junto a Cordelia Fine, otra notable neurocientífica crítica del binario neural, tienen un artículo de octubre 2022, ya citado atrás, donde dicen que: 

 

       ❝Los estudios a pequeña escala de los cerebros de mujeres y hombres trans antes de cualquier intervención médica revelan un panorama complejo de similitudes y diferencias a nivel de grupo entre los grupos transgénero y los correspondientes grupos cis del mismo sexo o de otro sexo al nacer (para una revisión, véase Nguyen et al., 2019). La misma complejidad es evidente en los estudios que informan sobre los efectos de los tratamientos hormonales en la estructura y función cerebrales. El cambio medio suele ser pequeño y solo a veces se acerca a la puntuación media del grupo cis correspondiente, mientras que la variabilidad de los cambios entre individuos es muy alta (para una revisión, véase, Nguyen et al., 2019). Tomado junto con la observación de que los cerebros de la mayoría de los humanos son mosaicos únicos de medidas femeninas-típicas y masculinas-típicas, parece muy probable que, si bien se puede esperar que la estructura cerebral de uno sea diferente después del tratamiento hormonal, todavía es probable que continúe tomando una forma de mosaico. De hecho, un reciente co-análisis de varias medidas hipotalámicas (que muestran grandes diferencias sexo/género) reveló que la mayoría de las mujeres trans de la muestra poseían un cerebro en mosaico (Joel et al., 2020).

(…)

Ha habido poco acuerdo sobre cómo se desarrolla la identidad de género (en este sentido), con teorías a lo largo de las décadas que incluyen: la acción de un factor biológico ligado al sexo en el útero, la conciencia de la propia anatomía genital o la socialización específica de género (para revisiones, véase Diamond, 2004; Gülgoz et al., 2019; Martin & Ruble, 2004; Person & Ovesey, 1983). La evidencia disponible sugiere que ningún factor es decisivo (por ejemplo, Erickson-Schroth, 2013; Gooren, 2006; Gülgoz et al., 2019; Jordan-Young, 2010; Olson et al., 2015; Voracek et al., 2018).

Estas afirmaciones de Joel & Fine (2022) son consistentes críticas a estudios neurocientíficos como el de Kurth et al. (2022) y los demás. Lise Eliot, neurocientífica que, como Daphna Joel y Cordelia Fine, también ha aportado críticamente a refutar el binarismo/dimorfismo biologicista del cerebro, señala además el binarismo de género en la neurociencia transgénero (Rauch & Eliot 2022): 


        ❝Romper el binarismo: Análisis de género versus análisis de sexo en las imágenes del cerebro humano

(…)

Aquí exploramos si la agrupación de los participantes por “género”, además de por “sexo”, puede aportar más información. Es decir, la expresión del comportamiento a lo largo de múltiples dimensiones masculino-femenino puede estar más estrechamente vinculada a los circuitos cerebrales individuales que la asignación de sexo per se. Como uno de los principales objetivos de esta investigación es descubrir los correlatos neuronales del comportamiento típico de género o de la salud neuropsiquiátrica, puede ser más informativo utilizar una escala de género multidimensional, además del sexo binario, como variable independiente. Los atributos de género no sólo pueden definirse de forma más granular que el sexo, sino que tienen la ventaja de estar moldeados por influencias tanto innatas como experienciales, por lo que es más probable que se reflejen en características cerebrales maduras moldeadas por las mismas influencias.

(...)

Parece especialmente probable que los trastornos relacionados con el cerebro se vean influidos por la experiencia de género, dada la plasticidad a lo largo de la vida de las estructuras y los circuitos neuronales (Voss et al., 2017). Muchas enfermedades psiquiátricas, como la anorexia nerviosa (Smink et al., 2012), la depresión (Martin et al., 2013; Belle y Doucet, 2003), la ansiedad (Ferlatte et al., 2020), el trastorno de conducta (Helgeland et al., 2005) y los trastornos por consumo de sustancias (Brady et al., 1999), están determinadas por factores culturales y ambientales que difieren en función del género (Rosenfield y Mouzon, 2013). Sin embargo, los estudios sobre el cerebro apenas han explorado el impacto de los atributos de género en las medidas estructurales y funcionales. Una excepción es el creciente número de estudios que comparan los cerebros de participantes transgénero y cisgénero, que abordamos en otro lugar (Fleres et al., 2021), pero tienen la misma limitación de tratar el género como binario y son problemáticos debido a los estresores minoritarios únicos que soportan las personas transgénero (Mueller et al., 2017) y los supuestos estigmatizantes sobre esta población (DuBois y Shattuck-Heidorn, 2021).❞

Eliot es todavía más directa y frontal que Joel & Fine (2022), cuestionando explícitamente la neurociencia transgénero: la referencia a Fleres et al. (2021) en la cita que acabamos de poner, se titula traducida «¿Existe una firma de identidad transgénero en la estructura cerebral? Una revisión sistemática, un meta-análisis parcial y una crítica». Los autores Fleres, Haszto & Eliot (2021) nos dicen que

 

       ❝La obtención de imágenes cerebrales de participantes transgénero se ha ampliado espectacularmente en los últimos años. El objetivo de estas investigaciones es comprender mejor la biología de la identidad de género, independientemente del sexo, y descubrir marcadores cerebrales que puedan servir de base para la toma de decisiones terapéuticas en pacientes con disforia de género. Se realizó una revisión sistemática de la literatura sobre neuroimagen estructural centrada en: 1) medidas cerebrales globales, 2) volúmenes corticales regionales, 3) volúmenes subcorticales regionales, 4) grosor cortical, 5) medidas de anisotropía fraccional (AF) de la sustancia blanca, y 6) histología post mortem del hipotálamo y estructuras relacionadas. (...) En general, este conjunto de datos dispares no ha revelado un marcador claro de la identidad transgénero ni en las TW [mujeres transgénero] ni en los TM [hombres transgénero]. Una cuestión más amplia es si esta búsqueda de características cerebrales atípicas en las personas transgénero estigmatiza innecesariamente a una comunidad vulnerable al patologizar variaciones normales en el comportamiento humano.

Por último, como citamos de Joel et al. (2020 pág. 9 Box 3), de que «una diferencia de sexo suele desencadenar explicaciones evolutivas» pero «una diferencia de sexo no revela si es adquirida o preprogramada», otros científicos, aún algunos siendo defensores del sexo binario en el cerebro, refuerzan este argumento crítico que desafía la lógica lineal de asumir algo ‘sexual’ en el cerebro y deducir que ello explica la conducta sexual, biológico-innatamente, sin mayor atención a otros factores causales. Citamos a varios de ellos, como Hirnstein & Hausmann (2021):


        ❝La relación entre las diferencias de sexo/género en el cerebro y el comportamiento no sigue simplemente una lógica lineal, en la que pequeñas diferencias en el cerebro conducen a pequeñas diferencias en el comportamiento, y grandes diferencias en el cerebro conducen a grandes diferencias en el comportamiento.❞

El neurogenetista Kevin Mitchell (2019), autor de Innate: How the Wiring of Our Brains Shapes Who We Are: 


        ❝El mero hecho de observar tales diferencias [entre cerebros de mujeres/hombres] no prueba que sean impulsadas por factores biológicos innatos.

(...)

En ausencia de un vínculo causal entre las diferencias observadas en la estructura del cerebro y las de conducta, tales afirmaciones son puramente especulativas (…) inferencias infundadas.❞

Melissa Hines (2020), neurocientífica que estudia el género en la Universidad de Cambridge: 


        ❝Algunos investigadores, y miembros de la sociedad en general, también pueden pensar que la existencia de diferencias sexuales en el cerebro humano sugiere que las diferencias sexuales en la conducta son innatas (...) Sin embargo, esta perspectiva refleja un malentendido. Aunque ahora sepamos que existen diferencias sexuales en la estructura del cerebro humano, no sabemos qué las causa.❞

Liza van Eijk et al. (2021), profesora de psicología en la Universidad James Cook: 


        ❝La existencia bien establecida de diferencias sexuales en la estructura cerebral no significa necesariamente que estas diferencias se relacionen con diferencias sexuales de conducta.

(…)

Las diferencias cerebrales en la dimensión masculino-femenino se asocian débilmente.❞

Eric W. Dolan (2021), fundador y editor de PsyPost: 


        ❝las diferencias en la estructura cerebral de hombres y mujeres no están fuertemente vinculadas a las diferencias conductuales.❞

Es decir, ver los cerebros de las personas trans e identificar su ‘sexo femenino’ o su ‘sexo masculino’, no solo es inconsistente, sino que no contribuye a explicar el transgénero.


4. EL BIOLOGICISMO BINARISTA NO EXPLICA EL TRANSGÉNERO.

Líneas atrás se ha dicho que la neurociencia parece fascinada con las personas trans, y que rápidamente se ha popularizado una narrativa de la causalidad del transgénero bajo el reduccionismo biologicista. R. Lane (2007), quien realiza investigación en el Departamento de Medicina General en la Universidad de Monash, sostiene que, aunque la postura biológica es popular entre las personas trans, no captura la variedad de las experiencias trans, y no ayuda a orientar el tratamiento de reasignación de género:

 

       ❝Las personas que cambian de género fascinan el discurso académico y popular sobre el sexo y el género. La búsqueda de una causa biológica o cultural es fundamental. La mayor parte de la investigación sociológica sobre las personas trans rechaza la explicación biológica. Es construccionista y se centra en cómo la gente “hace” o “interpreta” el género. Se han propuesto tres historias o narrativas que surgen de distintos tipos de experiencias trans: migrar, oscilar y trascender. Estas diferentes narrativas implican diferentes relaciones de la biología y la cultura en torno al sexo y el género. Algunos investigadores biológicos y muchas personas trans apoyan una explicación biológica de la experiencia de las personas trans. Los trabajos recientes en disciplinas sociales y biológicas apuntan hacia formas de utilizar tanto la investigación biológica como la construccionista social. A partir de entrevistas con pacientes y médicos de una clínica transgénero, se exploran las conexiones entre los tres tipos de historias trans y las actitudes hacia una etiología biológica, y se discuten las implicaciones para la atención sanitaria trans y el cambio legal.

(…)

El tipo 1 es la narrativa transexual tradicional, y aún dominante, de estar “atrapado en el cuerpo equivocado - cruzando permanentemente el binario de género (E&K), cambiando el cuerpo para ajustarse al género sentido (K&M) en un marco que asume la realidad del sexo morfológico inmutable (Hird). Esta narrativa suele citar una base biológica y el deseo de desaparecer en el otro género. Esta creencia esencialista ha influido mucho en los investigadores biológicos y médicos. El tipo 2 es la narrativa del travestido o “transgénero”, que va y viene (E&K) o combina elementos de los dos géneros (aunque sólo dos) (K&M), en un marco de realidad de género performativa producida discursivamente (Hird). El tipo 3 es la narrativa del activista transgénero, por ejemplo, los “proscritos del género” de Bornstein (1994), que se mueven a un tercer espacio (E&K), donde el género no puede atribuirse claramente o deja de existir (K&M) en una violación intencionada de la naturalización del género (Hird). (…)


2.2 NARRATIVAS Y ETIOLOGÍA


La transexualidad tiene una rica historia de teorías psicológicas y biológicas fallidas. En la actualidad, el paradigma biológico dominante considera que las hormonas prenatales causan cerebros masculinos o femeninos. Esta teoría tiene muchas creencias previas muy discutidas, por ejemplo, que hay grandes diferencias cerebrales entre hombres y mujeres. La propuesta más destacada es que un núcleo hipotalámico —el BSTc— es un centro de identidad de género (Zhou, Hofman, Gooren y Swaab, 1995). Un BSTc de sexo invertido produce un “sexo cerebral” diferente al sexo corporal, por lo que las personas transexuales tienen “cerebros intersexuales”. Sin embargo, la diferencia masculina/femenina en el tamaño del BSTc aparece después de la pubertad, lo que socava el argumento de la causalidad prenatal (Chung, De Vries, & Swaab, 2002). Esta historia es muy influyente: se cita ampliamente en la literatura académica, en los sitios de recursos para personas trans y en una importante decisión judicial que permitió a un hombre trans contraer matrimonio: “la teoría del sexo cerebral no parece competir..., sino que proporciona una posible explicación de lo que de otro modo sería inexplicable” (“Re Kevin”, 2001, párrafo 253). Sin embargo, muchos clínicos e investigadores no están de acuerdo y defienden la existencia de múltiples vías (Pfäfflin, 2006).

(…)

Todos los clínicos coincidieron en que la investigación biológica no es suficientemente convincente para orientar el tratamiento. Si se desarrollara una prueba biológica fiable, seguirían teniendo que actuar para aliviar la angustia de los pacientes que no superaran la prueba, pero cumplieran los criterios clínicos. Esto refleja las estructuras disciplinarias de la psiquiatría, que se basa en la codificación de los síntomas clínicos en síndromes y deriva a otros médicos a las personas con un problema biológico identificado (Bernard). Michelle pensaba que la investigación aportaría pruebas de la existencia de una base biológica, lo que beneficiaría a las personas en proceso de transición. Veronica quería una investigación genética bien financiada que proporcionara una base médica segura frente a las críticas religiosas del GRS [tratamiento quirúrgico y hormonal de reasignación de sexo].❞

Nótese que este pequeño estudio de Lane es de 2007. Tras 16 años, la narrativa del binarismo/dimorfismo sexual cerebral se ha extendido más, y ha incursionado, en algunos gobiernos europeos, en el diseño de dos marcos legales críticos: el cambio registral del sexo basado exclusivamente en la autodeterminación del género, quitando los requisitos médicos que se exigían (diagnóstico de disforia de género, tratamiento hormonal, y/o cirugía de resignación de sexo–todo lo cual se considera discriminatorio contra la identidad de género), y la eliminación de evaluaciones psicológicas para el acceso a tratamientos médicos de transición en menores de edad (p. ej. es suficiente la autoidentificación como transgénero). En efecto, estos cambios legislativos responden al proceso «de despatologización trans que contribuye a un cambio de la conceptualización de la transexualidad, desde su clasificación diagnóstica como trastorno mental hacia el reconocimiento de la protección de la expresión e identidad de género como un derecho humano» (Schwend 2020). Dado que el escaso estudio del transgénero estaba ampliamente dominado por la biología (p. ej. psiquiatría, medicina), y políticamente era parte del movimiento LGBT «nacido así» («born this way»), parece evidente que la tardía superación de la narrativa patológica ha sido reemplazada por la de su naturalización esencialista: el transgénero no es más una ‘enfermedad curable’ ya que no se ha contraído, sino que es algo innato.

Sin embargo, los estudios biológicos no han encontrado aquella causación innata, y el más reciente estudio neurocientífico de Kurth et al. (2022) de mujeres trans, no arroja ninguna luz al respecto. Esta búsqueda no es en realidad nueva, sino que es parte de la búsqueda de diferencias enraizadas en la biología entre mujeres y hombres, pero al atender la hipótesis del cerebro mosaico y su causalidad biocultural, se ve como un proyecto que puede hacer contraproducente la práctica médica transgénero, como se mostrará en el punto 6. Aún así, la narrativa innatista sigue dominando los estudios científicos. Por ejemplo, en la «revisión del estado de la investigación de la estructura cerebral en el transexualismo» (Guillamo et al. 2016), es palpable el dramático biologicismo, sea por sesgo de selección propiamente dicho por parte de los autores, o porque el transgénero efectivamente sigue siendo enfocado desde el binarismo/dimorfismo sexual biológico, y en comparación hay pocos estudios de ciencias sociales: 


        ❝Aunque se desconoce la etiología del transexualismo, se ha sugerido que los factores biológicos y ambientales contribuyen a las variaciones de la identidad de género (Cohen-Kettenis y Gooren, 1999; Savic, García-Falgueras y Swaab, 2010; Lawrence y Zucker, 2014). Las causas biológicas de la disforia de género (DG) están respaldadas por estudios sobre grupos familiares (Gómez-Gil et al., 2010; Green, 2000), orden de nacimiento (Blanchard & Sheridan, 1992; Blanchard, Zucker, Cohen-Kettenis, Gooren, & Bailey, 1996; Gómez-Gil et al., 2011; VanderLaan, Blanchard, Wood, Garzon, & Zucker, 2015; Vasey & VanderLaan, 2007), y gemelos (McKee, Roback, & Hollender, 1976; Zucker & Bradley, 1995). Una revisión de la literatura de gemelos concordantes y discordantes para EG sugiere un papel de la genética en el desarrollo de la EG (Heylens et al., 2012). La genética molecular se ha utilizado para analizar polimorfismos periféricos relacionados con los esteroides sexuales en receptores de esteroides o genes de enzimas esteroideas (Fernández et al., 2014a, 2014b; Hare et al., 2009; Henningsson et al., 2005; Ujike et al., 2009). La investigación sobre marcadores prenatales de exposición a andrógenos ha proporcionado algunas pruebas de diferencias transexuales basadas en la proporción 2D:4D (Schneider, Pickel y Stalla, 2006; Wallien, Zucker, Steensma y Cohen-Kettenis, 2008). Los resultados de todos los estudios anteriores sugieren que los factores genéticos podrían influir en los fenotipos cerebrales y conductuales.

 

En cuanto a las variables ambientales, se han revisado los factores parentales y familiares (Lawrence & Zucker, 2014); las influencias parentales parecen ser un factor que contribuye al desarrollo del TID (Cohen-Kettenis & Gooren, 1999) y desempeñan un papel en la transición social de género (Steensma, McGuire, Kreukels, Beekman, & Cohen-Kettenis, 2013).❞

Con semejante diferencia entre la masa bibliográfica de las causas biológicas y ambientales, no quedarían dudas de que el transgénero es un fenómeno biológico. Irónicamente, más notable que esta diferencia en la cantidad de estudios biológicos frente a los estudios sociales, es que toda esa abrumadora literatura biológica suma, a lo mucho, evidencia débil y ningún marco explicativo consistente del transgénero. Lo que sí hace esta revisión de Guillamo et al. (2016) (que es frecuentemente citada) es fomentar la subestimación académica y popular de la causalidad social. ¿Será que, a diferencia del supuesto efecto antipatologizante popular del innatismo, los factores sociales invocan la patologización? Luego intentaremos responder esta pregunta analizando el esencialismo de género en el punto 5. Por el momento escucharemos algunas voces especialistas en el género, alternativas al biologicismo, como la psicóloga Lisa Diamond (2020):


        ❝En todo el mundo, Internet y las redes sociales han permitido a jóvenes de diversos orígenes descubrir nociones de género complejas y cuestionar si estas nociones reflejan sus propias experiencias. A la luz de estos cambios históricos en la disponibilidad de información sobre la diversidad de género, los individuos más jóvenes son más propensos que los jóvenes de épocas anteriores a adoptar identidades de género no binarias en lugar de binarias, y los padres, educadores y clínicos necesitan entender esta población creciente.

Diamond antes había dado una ilustrativa charla accesible al público general en TEDxSaltLakeCity (2018), «Por qué el argumento “Nacido Así” no hace avanzar la igualdad LGBT». Esta ponencia se basa en la investigación de Diamond & Rosky (2016): «revisamos la investigación científica y las autoridades legales para argumentar que la inmutabilidad de la orientación sexual ya no debería invocarse como fundamento de los derechos de las personas con atracciones y relaciones homosexuales (es decir, minorías sexuales)» (pág. 1), donde los autores analizan las presuntas bases genética y neuroendocrina de la orientación sexual y, aunque Diamond & Rosky (2016) no enfocan específicamente a las personas trans, anotan que «los argumentos de inmutabilidad son relevantes para todas estas formas de diversidad sexual y de género» (pág. 2). Citamos a Diamond de su charla en TED, ya que resume de manera fácil que los argumentos claves a favor de los derechos LGBT son sociales y políticos, no biológicos: 


        ❝Las encuestas han descubierto que las personas que ven la orientación sexual como un rasgo innato, como el color de los ojos, tienden a apoyar más los derechos LGBT. Ahora bien, ¿a qué se debe esto? Cuando se les pregunta, la gente suele decir: “Bueno, está mal discriminar a alguien por cómo ha nacido. Es como la discriminación étnica”. Tiene sentido. Así que, durante años, el argumento “Nacido Así” [“Born This Way”] se ha utilizado para promover la igualdad LGBT.

(…)

Pero hay tres problemas con el argumento “nacido así”. Primero: no es científicamente preciso. Segundo: no es legalmente necesario. Pero tercero, y más importante: es realmente injusto, y es hora de retirar ese argumento para la igualdad LGBT.

(…)

Ahora, pasemos al segundo problema con el argumento de “nacido Así”, que no es legalmente necesario. Una de las razones por las que seguimos utilizando este argumento es para invocar la cláusula de igualdad de protección de la constitución, que prohíbe discriminar a las personas por el hecho de que tengan ciertos rasgos.

 

Ahora bien, ¿cómo deciden los tribunales qué rasgos están protegidos? Bueno, uno de los factores que los tribunales pueden considerar es la inmutabilidad, o fijación, del rasgo, si es una casualidad de nacimiento, como la raza o el sexo. Ese es, básicamente, el argumento de “nacido así”. Pero lo que mucha gente no sabe es que la inmutabilidad no es el único factor, ni siquiera el más importante, que los tribunales pueden tener en cuenta a la hora de decidir si un rasgo, ya sea la orientación sexual, la edad o la discapacidad, merece protección contra la discriminación. Y en las últimas décadas, los tribunales han prestado cada vez menos atención a la inmutabilidad de la orientación sexual, y cada vez más a otro componente clave de las demandas de igualdad de protección: si la discriminación contra las personas LGBT tiene alguna base racional, o si es simplemente odio y prejuicio inconstitucional. Y esa es la base sobre la que hemos estado ganando nuestras batallas más importantes por la igualdad LGBT. Desde Romer contra Evans en 1996, Lawrence contra Texas en 2003, y las dos históricas victorias del Tribunal Supremo a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. Así que, aunque seguimos gritando: “¡Nacemos así!”, los tribunales han estado diciendo: “¡No nos importa!”.

(...)

Ahora, el tercer y más importante problema con el argumento de “nacido así”: que es injusto. Hay que tener en cuenta que empezamos a utilizar este argumento en los años 60 y 70 en respuesta a los activistas antigays que decían que los individuos LGBT estaban eligiendo un estilo de vida inmoral, desviado y repugnante, y que por eso básicamente merecíamos sufrir. Ahora bien, esto fue hace más de 50 años, cuando el odio hacia los homosexuales estaba mucho más extendido, por lo que en aquel momento nos parecía imposible argumentar: “¡Eh, no somos repugnantes; en realidad somos increíbles!” Así que, en lugar de eso, dijimos: “No elegimos esto, nacimos así. No puedes castigarnos por algo que no es nuestra culpa”. Ahora, ¿ves cómo ese argumento va de la mano con la noción de que ser LGBT es un defecto, que es inherentemente triste y trágico? Es como si tuviéramos una enfermedad terrible y hubiera que compadecerse de nosotros en lugar de castigarnos. Afortunadamente, los tiempos han cambiado, y si hay algo que los individuos LGBT quieren ahora, no es ciertamente la lástima. Lo que queremos, lo que merecemos, es dignidad, autonomía, autodeterminación. Y ese es nuestro argumento más fuerte para la igualdad. El argumento “nacido así” también es injusto porque implica que las personas LGBT que encajan en un determinado estereotipo cultural, las que han sido exclusivamente homosexuales desde que tienen uso de razón, son de alguna manera más merecedoras de aceptación e igualdad que alguien que salió del armario a los 60 años, o cuyas atracciones han sido más fluidas, o que es bisexual en lugar de exclusivamente gay.

 

En realidad, existe una historia bastante larga y vergonzosa de desestimación y negación de las experiencias de las personas bisexuales. A veces se les denigra como si no pertenecieran realmente a la comunidad gay porque a veces mantienen relaciones con personas del sexo opuesto. ¿Me estás tomando el pelo? ¿Vamos a criticar a los bisexuales por tener la audacia de elegir sus propias relaciones? ¿No es eso exactamente por lo que la comunidad LGBT ha estado luchando todo este tiempo? Hablando de tirar a alguien debajo del autobús. Y en realidad se necesitaría un autobús bastante grande porque todos estos estudios de población a gran escala han descubierto que en realidad hay más individuos con atracciones bisexuales que con atracciones exclusivas del mismo sexo.

 

Y el argumento de “nacido así” puede ser realmente contraproducente cuando se trata de bisexuales. En mi estudio había una mujer que salió del armario con sus padres a los 19 años, cuando conoció a su primera novia. Les costó mucho trabajo, pero se unieron al grupo de apoyo a la familia, y el líder de ese grupo enfatizó: “su hija simplemente nació así”. Pues bien, un par de años más tarde, terminó involucrándose con un hombre, y ocultó activamente esta relación a sus padres. ¿Por qué? Me dijo: “Sólo me aceptaron porque pensaron que no podía evitar estar con mujeres. Ahora tengo miedo de que digan: ‘Espera un segundo. Durante todo este tiempo, ¿también podrías haber estado con hombres? Si puedes elegir la heterosexualidad, pues eso es lo que debes hacer’”. No hace falta decir que eso no es aceptación. Y desde luego no es igualdad. Al final, cómo y por qué y cuándo y durante cuánto tiempo alguien es LGBT puede ser fascinante para científicas como yo, pero no debería tener ninguna relación con el hecho de que sus padres les quieran y acepten. Y, desde luego, no debería influir en las políticas públicas. Todos merecemos aceptación e igualdad. Todos merecemos igualdad, tanto si eres gay o heterosexual o bi o trans o todo lo anterior, o nada de lo anterior, o si lo descubriste hace veinte años, o hace un año, u hoy, durante esta charla.

 

Nuestros genes no son la cuestión: lo que está en juego son nuestras vidas. O somos una sociedad que protege y defiende la autonomía sexual de todos los individuos, o no lo somos. Así que, la próxima vez que hables con un amigo o un vecino o un profesor o un médico o un político o una madre, y te digan: “apoyo la igualdad de los LGBT porque, ya sabes, han nacido así”, espero que les digas: “apoyo la igualdad de los LGBT sólo porque es lo correcto”.


La psicóloga Lisa Diamond en TED (2018).

Anne Fausto-Sterling (2019), reconocida bióloga, argumenta cómo emerge el género en el individuo, señalando la «corporeización» del género como parte de la biología del sexo (p. ej. los modos de moverse ‘masculino’ o ‘femenino’ adquiridos por socialización pero que se incrustan neuromuscularmente durante la infancia e incluso en la adultez). La citamos: 


        ❝[Daphna] Joel, por ejemplo, argumentó enérgicamente que no podemos conceptualizar los cerebros como masculinos o femeninos simplemente porque se encuentran en cuerpos con genitales particulares (Joel, 2012; Joel et al., 2015; Joel & Fausto-Sterling, 2016; Joel, Persico, Hänggi, Pool, & Berman, 2016; Kaiser, 2012). Otros se mostraron igualmente en desacuerdo (Chekroud, Ward, Rosenberg y Holmes, 2016; Del Giudice et al., 2016; Rosenblatt, 2016). Aunque es una formulación que se está desvaneciendo y que predominó en el discurso de mediados del siglo XX sobre las personas trans (Halberstam, 2018), la idea de un cerebro masculino en un cuerpo femenino también sigue animando parte del discurso público sobre las personas trans (Califia, 1997; Halberstam, 2018).

Janet Hyde, reconocida psicóloga estudiosa del género, revisa la literatura científica pertinente en Hyde et al. (2019), abordando críticamente la falta de atención al transgénero, que es «un desafío directo al binario de género», y, señalando la similitud psicológica, p. ej., entre las chicas trans (sexo masculino natal) y las chicas «cis» (sexo femenino natal), nos dicen que: 


       ❝las personas transgénero y no binarias destacan el hecho de que tanto la autoetiquetación de la categoría de género (“ser género”) como los roles y las expectativas de género (“hacer género”) son necesarios para entender cómo los individuos procesan psicológicamente los sistemas de socialización que les rodean

(…)

Los psicólogos suelen conceder un estatus especial al género/sexo como una categoría social que está programada para emerger en la psique humana. Así, la visión de los psicólogos sobre el género/sexo contrasta con la de la mayoría de las demás categorías sociales (por ejemplo, los grupos basados en la raza, la etnia, la nacionalidad y la clase social), cuyo uso y significado se consideran a menudo dependientes del contexto y variables a través de los individuos, el tiempo y las situaciones (por ejemplo, Smedley y Smedley, 2005). La investigación sobre el desarrollo lleva a cuestionar el estatus especial que se otorga al género/sexo. En los últimos 20 años han proliferado las investigaciones relacionadas con la cuestión de por qué cualquier atributo particular —incluido el género/sexo— se convierte en una base destacada para la categorización entre los niños. Cuando se integra con los estudios sobre el desarrollo conceptual y del lenguaje, la investigación sobre la categorización social sugiere que el género/sexo emerge como una dimensión psicológicamente destacada y significativa de la variación humana durante la infancia, no como el resultado inevitable de un mecanismo innato, sino como el resultado de las prácticas sociales que garantizan que los niños (sobre)aprendan a categorizar al yo y a los demás en las categorías binarias de hombre y mujer.

(…)

las cualidades endógenas de los niños, incluidas sus capacidades cognitivas (por ejemplo, la habilidad de clasificación, la toma de perspectiva) y las características idiosincrásicas (rasgos, intereses), interactúan de forma dinámica con su contexto ambiental para inducir a los niños a atender, categorizar a los demás y desarrollar estereotipos y prejuicios relativos al género/sexo. Aquí se destacan las contribuciones del entorno a estos procesos.

(…)

Cuando se les asignan tareas de clasificación, los niños suelen agruparse por género/sexo, raza o ropa, pero rara vez lo hacen por rasgos imperceptibles (por ejemplo, la pertenencia a un partido político; Bigler y Liben, 2006). El género es altamente perceptible; sin embargo, esto es así en gran medida debido a las convenciones sociales. De hecho, los niños son incapaces de detectar el género de otros niños cuando aparecen sin los marcadores culturalmente estereotipados de su género (por ejemplo, peinados, maquillaje y ropa; Wild et al., 2000).

 

Son múltiples los mecanismos causales que contribuyen a que la categorización de género/sexo se aprenda de forma excesiva en los primeros años de vida. La investigación sugiere que tres prácticas sociales —la exageración de la discriminabilidad perceptiva del género/sexo, el etiquetado lingüístico rutinario de los individuos por género/sexo, y la clasificación explícita e implícita de los individuos por género/sexo— contribuyen causalmente a la tendencia de los niños a categorizarse a sí mismos y a los demás en las categorías de masculino y femenino, y a desarrollar estereotipos y prejuicios de género/sexo. La reducción de estas prácticas basadas en el binarismo de género reducirá, y posiblemente eliminará, la tendencia de los niños a ver el mundo a través de lentes binarios de género.

Hyde et al. (2019 págs. 43-44) concluyen con firmeza: 


       ❝Durante más de un siglo, los científicos psicológicos se han basado en el binario de género en la investigación. Recientes hallazgos empíricos procedentes de múltiples disciplinas ponen en tela de juicio la idea de que los seres humanos sólo pueden pertenecer a dos categorías: mujeres y hombres. Estas pruebas incluyen hallazgos neurocientíficos que refutan el dimorfismo de género/sexo del cerebro humano; hallazgos endocrinológicos conductuales que cuestionan la noción de sistemas hormonales biológicamente fijos y con dimorfismo de género; hallazgos psicológicos que destacan las similitudes entre hombres y mujeres; investigaciones psicológicas sobre las identidades y experiencias de las personas transgénero y no binarias; e investigaciones sobre el desarrollo que sugieren que la tendencia a considerar el género/sexo como una categoría binaria significativa no es innata, sino que está determinada culturalmente y es maleable.

Para resumir hasta aquí: independientemente de los genitales, ni el cerebro ni el (resto del) cuerpo están predeterminados alineadamente a las normas sociales, los roles, y los estereotipos de ‘femenino’ o ‘masculino’, es decir, el género (y por lo tanto éste no se reduce a una consecuencia biológica como todavía afirman algunos evolucionistas ortodoxos). La identidad de género no refiere solo al transgénero, como parte de una incongruencia con el sexo nacido donde, por lo tanto, el género es lo relevante para el «sentido interno del yo» (Fausto-Sterling 2019), sino que el yo congruente con el sexo nacido («cisgénero») igualmente consiste en la identidad de género con lo femenino y lo masculino extraídos afectivo-cognitivamente desde la temprana infancia del entorno social y cultural, exageradamente percibidos (Hyde et al. 2019). El género es «intersexual» (Joel 2012), y la temprana socialización en un entorno de género binario normativo es lo que produce un espectro de género femenino, masculino, y trans. No hay un ‘switch’ o ‘interruptor’ genético-neural en el cerebro que causa la congruencia/incongruencia de género: el núcleo hipotalámico, que es supuesto como «un centro de identidad de género» (Lane 2007 pág. 3), en realidad también es mosaico en las mujeres trans (Joel & Fine 2022 pág. 6). La diversidad de género no está pues predeterminada por los genes, las hormonas, el cerebro, ni la selección natural. El transgénero es un fenómeno biosociocultural, y el reduccionismo y el determinismo biológico que dominan su estudio, impiden explicarlo. (Convendría aclarar que el prefijo bio- refleja que se asume la presencia de componentes biológicos subyacentes, por supuesto, pero, de acuerdo con la evidencia científica acumulada hasta la fecha, es suficientemente claro que el papel causal biológico en el género es, en el mejor de los casos, no determinante o irrelevante.)


5. EL ESENCIALISMO DE GÉNERO ES POLÍTICAMENTE PERJUDICIAL PARA EL TRANSGÉNERO.

Ahora bien, hay estudios que empíricamente muestran que al definir a las personas trans mediante el esencialismo de género, sencillamente se canalizan y potencian diversos prejuicios discriminatorios contra ellas, y contra las políticas de derechos e igualdad. Por ejemplo, Ching et al. (2018)


        ❝Este estudio experimental examinó el impacto del neuro-esencialismo de género en los estereotipos y prejuicios contra las personas transgénero. Asignamos aleatoriamente a 132 estudiantes universitarios chinos, en su mayoría heterosexuales, a leer uno de tres artículos ficticios en los que el primer artículo explicaba las diferencias de sexo en la personalidad y el comportamiento social por factores neurológicos (determinista biológico), un segundo artículo cuestionaba esta afirmación determinista (interaccionista), y un tercer artículo no estaba relacionado con el género (línea de base neutra). (…) Hallamos que los participantes en la condición de determinismo biológico mostraron más estereotipos negativos y actitudes perjudiciales más fuertes hacia las personas transgénero en comparación con los participantes en la condición interaccionista y aquellos en la condición de control. El presente estudio es uno de los pocos que han examinado la relación entre el esencialismo de género y los prejuicios hacia lo trans. Los resultados sugieren que las afirmaciones esencialistas que basan el binario masculino/femenino en la biología pueden dar lugar a más prejuicios hacia lo trans.❞

Wilton (2019)

 

       ❝Postulamos que el esencialismo biológico de género es una importante barrera psicológica para conseguir apoyo político a las políticas que abordan los derechos de los géneros marginados, incluidas tanto las mujeres como las personas transgénero.

(...)

En resumen, el presente trabajo es el primero en demostrar, utilizando una combinación de diseños correlacionales y experimentales, que el esencialismo de género conduce a un menor apoyo a los derechos tanto de las mujeres como de las personas transgénero. Quizá lo más importante es que demostramos que esta asociación puede interrumpirse mediante la exposición a mensajes antiesencialistas sobre el género, lo que conduce a menos prejuicios hacia estos grupos y, en última instancia, a un mayor apoyo a sus derechos legales.❞

Lee et al. (2020)

 

       ❝El Estudio 2 utilizó una amplia muestra estadounidense (n = 2803) para caracterizar las diferencias individuales en el pensamiento esencialista sobre el género. El esencialismo de género se asoció con la aprobación del sexismo, las ideologías que justifican el sistema, un pensamiento relativamente inflexible y disposicional sobre los demás, y una menor preocupación empática y toma de perspectiva. Los estudios 3 y 4, realizados con muestras de 133 y 118 participantes estadounidenses, respectivamente, demostraron que el esencialismo de género predice una mayor aceptación de las disparidades de género existentes.❞

Es interesante la discusión de Schudson (2020), de que el esencialismo sobre las personas transgénero no es el mismo que sobre el binario mujer/hombre y femenino/masculino, por lo que los estudios (como el de Wilton 2019) podrían no estar capturando los componentes cognitivos y afectivos subyacentes al prejuicio, que serían diferentes respecto a la aceptación de la diversidad de género. Esto, explica (pág. 54), porque: 

 

       ❝los grupos raciales/étnicos y binarios de género/sexo son vistos normativamente como tipos naturales (…) por el contrario, las identidades de género/sexo y de minorías sexuales se han construido como patologías más que como tipos naturales (Ansara & Hegarty, 2012; Haslam et al., 2000; Herek, 2007). Por lo tanto, las narrativas esencialistas de las identidades de género/sexo y de minorías sexuales como naturales e inmutables pueden tener efectos disruptivos sobre el statu quo y han sido retóricamente importantes para muchos movimientos sociales contemporáneos de minorías sexuales y de género (aunque las narrativas esencialistas también son excluyentes de las minorías sexuales y de género/sexo que no experimentan sus identidades como inmutables o como tipos naturales; Diamond & Rosky, 2016; Grzanka et al., 2016; Hegarty, 2002). En resumen, la relación entre prejuicio y esencialismo depende tanto del grupo que se esencializa como de los aspectos del grupo que se esencializan (por ejemplo, las identidades minoritarias o las diferencias de grupo). Así, cuando se esencializa el género/sexo minoritario —en lugar del género/sexo binario o las diferencias entre mujeres y hombres—, el esencialismo podría estar negativamente relacionado con el prejuicio.

Bajo un análisis empírico que enfoca la aceptación de la diversidad en lugar de las diferencias entre mujeres y hombres, Schudson (2020 pág. 75) informa: 


        ❝descubrí que las creencias de afirmación de la diversidad de género/sexo eran mayoritariamente construccionistas sociales, aunque algunas eran esencialistas. En concreto, algunos ítems esencialistas que se centraban en la naturalidad y la universalidad cultural/histórica de las identidades minoritarias de género/sexo cargaban positivamente en el factor de afirmación (por ejemplo, “Las identidades de género no binarias siempre han existido”).❞

También es de mucho interés el hallazgo de Gülgöz et al. (2021), respecto a la temprana edad (desde los 3 años) en que los niños manifiestan el esencialismo del sexo y del género, y la similitud en este esencialismo que hay entre los niños transgénero y los que no lo son: 


        ❝los niños cisgénero parecen considerar que ser un niño o una niña es más innato que los niños transgénero, un hallazgo que se replicó en ambos estudios y es consistente con Fast y Olson (2018). Por el contrario, una vez que los investigadores especifican qué se entiende por “niño” o “niña”, los grupos parecen razonar de manera más similar.

Es decir, nuevamente, al afinar las definiciones operacionales que se usan en la investigación del esencialismo innatista del género, en niños en este caso, se encuentra similitud conceptual en la percepción temprana esencialista del género y el sexo, siendo transgénero o no los niños. Esto resuena con la conclusión de Joel (2012) de que, además de un cerebro intersexual para todos, también tenemos «un género intersexual (es decir, un conjunto de rasgos masculinos y femeninos)». De hecho, Gülgöz et al. (2021 págs. 12-13) terminan la discusión de sus estudios sobre cómo la interacción social e intrafamiliar entre niños transgénero y «cisgénero» puede emparejar el razonamiento esencialista: 


        ❝Estos resultados sugieren que los hermanos cisgénero, por el hecho de tener un hermano transgénero, pueden tener experiencias únicas que influyan en sus conceptos de género. Por ejemplo, una posibilidad que queda por comprobar es que las familias con un familiar transgénero mantengan conversaciones más explícitas sobre el sexo y la identidad de género, especialmente en relación con su hermano, desde edades tempranas. Otra posibilidad es que el mero hecho de conocer a alguien que una vez se conoció como miembro de un grupo de género y más tarde se conoció como de otro género podría cambiar la forma de pensar sobre el género (por ejemplo, como más flexible). Además, es posible que otros factores influyan en las creencias de los hermanos cisgénero sobre el género, factores tales como si son más jóvenes o mayores que su hermano transgénero, y si presenciaron o no la transición de su hermano. Muestras más grandes en futuras investigaciones podrían proporcionar una imagen más detallada de las creencias de género en hermanos cisgénero de niños transgénero. Es importante destacar que los datos del presente trabajo indican que ser transgénero no es una condición necesaria para desarrollar creencias variadas sobre el sexo y la identidad de género, pero conocer profundamente a alguien transgénero o convivir con él podría ser suficiente.❞

Nótese que introducir en este argumento, si acaso, un determinante biológico específico para los niños transgénero (p. ej. un mecanismo genético-neural-psicológico, de lo cual no hay evidencia en primer lugar) para explicar por qué y cómo ellos tienen un razonamiento menos innatista que los niños cisgénero, sería, además de inoperativo como explicación, doblemente inconsistente teniendo en cuenta el cerebro mosaico: habría que suponer mecanismos biológicos separados subyacentes a las creencias de género para los niños transgénero y cisgénero (quizás creyendo que el núcleo hipotalámico realmente actúa como un switch’ o un interruptor’ de género que causa los cambios culturales). Ni más ni menos, otra forma de reafirmar el binarismo/dimorfismo sexual cerebral (ahora habría un cerebro cis y otro trans). Esto se torna triplemente inconsistente repasando las consecuencias sociales y políticas perjudiciales de tal biologicismo, algo que ya vimos arriba con Diamond & Rosky (2016) y Diamond en TEDxSaltLakeCity (2018), «Por qué el argumento “Nacido Así” no hace avanzar la igualdad LGBT».

Anna Swartz (2018), quien trabaja en neuroética y trastornos mentales, reflexiona con mucha lucidez desde una posición militantemente pro-trans, sobre lo que llama «el problema con la ciencia del cerebro trans». Aunque nos gustaría reproducir entero su artículo, solo extraemos lo siguiente (las negritas son originales de la autora—mantenemos los enlaces referenciales de la publicación original en inglés): 


        ❝A finales de mayo de 2018, unos investigadores saltaron a los titulares internacionales con un par de nuevos experimentos que sugerían que los cerebros de las personas transgénero se parecen más al cerebro del género con el que se identifican que al género implícito en su sexo asignado al nacer. La investigación, dirigida por la Dra. Julie Bakker, de la Universidad de Lieja (Bélgica), evaluó los patrones de activación neuronal y la estructura cerebral de 160 jóvenes trans con diagnóstico de disforia de género (DG), el malestar asociado a la sensación de que las partes del propio cuerpo no encajan con su identidad de género.

(…)

Estos estudios se suman a un creciente cuerpo de investigaciones que apuntan a los orígenes biológicos de la orientación sexual y la identidad de género. Estos hallazgos suelen contar con el favor de muchos miembros de la comunidad queer. Al igual que ocurre con la sexualidad, hay mucha gente a la que le encantaría encontrar una causa biológica para ser trans.

 

Por un lado, no es difícil ver por qué se aceptan estas investigaciones, ya que afirman la humanidad de tantas personas que luchan cada día por el reconocimiento y la libertad de vivir con autenticidad en un mundo repulsivamente violento y transfóbico. Esta investigación valida la legitimidad de las identidades trans de la misma manera que las pruebas biológicas de la orientación sexual hablan y coinciden con muchas de nuestras experiencias personales de ser gay o bisexual o trans, en el sentido de que estas cosas se sienten como si fueran un aspecto profundo, innato e inmutable de lo que somos. Es una creencia que satisface nuestras necesidades sociales, personales, políticas y culturales, y una creencia que se siente verdadera. Las últimas investigaciones que demuestran que la identidad de género se determina en la primera infancia no hacen sino reforzar esta sensación de legitimidad y naturalidad.

 

Pero, como apunta Samantha Allen, los argumentos biológicos que vinculan la identidad de género con el nacimiento no van a convencer a alguien que está decidido a odiarte. Por sí sola, esta investigación no mejora el odio, la violencia o la intolerancia contra las personas trans.

(…)

De hecho, hay muchas buenas razones por las que deberíamos ser cautelosos con cualquier estudio científico dirigido por investigadores que busquen o afirmen haber encontrado la causa —o peor aún, la cura— de la experiencia de ser trans. Incluso la investigación diseñada para afirmar la humanidad de las personas trans y apoyar su acceso a la atención sanitaria debe situarse siempre en un contexto sociopolítico más amplio. ¿Cuáles son las implicaciones de los resultados de las investigaciones que pretenden detectar objetivamente la experiencia subjetiva de la DG y la transexualidad mediante la tecnología de neuroimagen?


Bakker ha sugerido que los últimos hallazgos sobre los niños trans son especialmente significativos en el sentido de que los escáneres cerebrales podrían utilizarse algún día como herramienta para informar sobre cómo se diagnostica y trata a los niños con DG. “Cuanto antes se detecte [el transgénero], mejores serán los resultados del tratamiento”, declaró a Newsweek.


Aunque estoy de acuerdo en que la intervención médica temprana y el apoyo a los niños que padecen DG es siempre lo mejor, es profundamente preocupante que busquemos en una resonancia magnética tremendamente cara e inaccesible un diagnóstico “objetivo” de DG cuando lo mucho más humano sería preguntar a los propios niños. Es probable que los niños pequeños (y probablemente muchos adultos) sean incapaces de articular lo que “se siente” con la disforia de género, pero seguramente tampoco puede reducirse a una medida fisiológica.


Tampoco hace falta dar demasiados saltos para ver cómo el uso de resonancias magnéticas podría imponer y reforzar una díada sexo/género socialmente esperada al intentar impedir la existencia de individuos cuya alineación sexo/género se considere inapropiada. La ideología no es producto de los avances médicos, sino que los avances tecnológicos y médicos son producto de esta ideología.

(…)

Esto me lleva de nuevo a cuestionar la validez, utilidad y aplicabilidad práctica de la investigación científica que afirma que la identidad de género es principalmente producto de la neurobiología. En realidad, nada en el cerebro es blanco o negro; los cerebros son variados, complejos y maleables, y no todos tienen las características típicas que cabría esperar.


En el resumen publicado en la conferencia en la que anunciaron sus hallazgos, Bakker y sus colegas también examinaron la estructura cerebral de los participantes trans, incluyendo tanto la microestructura regional de la materia gris (MG) como la de la materia blanca (MB). Estas investigaciones sobre la organización del cerebro sugieren que hombres y mujeres tienen, literalmente, distintos tipos de materia gris (debido a las hormonas), lo que da lugar a cerebros diferentes. “Aunque se necesitan más investigaciones, ahora tenemos pruebas de que la diferenciación sexual del cerebro difiere en los jóvenes con DG, ya que muestran características cerebrales funcionales típicas de su sexo deseado”, declaró Bakker al Telegraph británico.❞

Recordemos la cita de arriba de Daphna Joel et al. (2020 pág. 9 Box 3): «es imposible utilizar estas medidas cerebrales para el diagnóstico (por ejemplo, de disforia de género)»—aquí Anna Swartz nos acaba de explicar que pretender hacerlo es perjudicial para las personas trans.


6. CUANDO LA CIENCIA SE TORNA EN MALA CIENCIA.

Hay tres aspectos finales, relacionados entre sí y que suscitan acalorados debates, que escapan al paradigma biologicista del transgénero, lo echan por tierra, y ponen en relieve el sesgo de confirmación biológica en la ciencia pertinente:

  1. el repentino y dramático incremento de mujeres adolescentes blancas occidentales que optan por la transición hormonal y quirúrgica (que supuestamente solucionan la depresión y el intento de suicidio vinculados a la incongruencia del género con el cuerpo y el sexo natal),
  2. la visibilidad de las personas que detransicionan, o detrans (quienes abandonan la transición hormonal y/o quirúrgica ya comenzada, o luego de finalizada buscan revertirla),
  3. el conflicto de intereses entre las políticas de privacidad e intimidad para mujeres (sexo femenino natal), y las políticas del cambio de sexo registral por sola audeterminación de género.

Se insiste en que lo que menos daría cuenta de este complicado escenario es una explicación biológica, pero, un problema mayor dadas las implicaciones comprometedoras de tal sesgo para las instituciones transgénero y los gobiernos, es que prácticamente no hay un marco alternativo de conocimiento de los factores socioculturales implicados. Lo que hay es una proliferación de la literatura biologicista y esencialista improductiva de alguna conclusión práctica (que no sea la reafirmación del binarismo sexo/género), y que por ello ha limitado la capacidad de respuesta, y generado la alarma en algunos casos, del sector salud ante estos imprevistos sociales y médicos (como la repentina multiplicación de los diagnósticos de disforia de género—una profunda sensación de incomodidad y aflicción que ocurre, aunque no necesariamente, cuando la identidad de género no coincide con el sexo natal—, la demanda abrumadora de hormonas y cirugías en menores de edad, y el debate sobre el consiguiente permiso legal). Por ejemplo, tenemos la accidentada relación de las políticas gubernamentales transgénero con un cuerpo débil de estudios científicos (pero que recibe amplia cobertura mediática), y a veces controvertido, que, tras ser revisado, despertó preocupación y condujo al retroceso legal en la permisividad de los tratamientos hormonales/quirúrgicos que, presuntamente, solucionaban la depresión de las personas transgénero (como en Finlandia, Suecia, Inglaterra, Noruega: informe SEGM 2023).

Llegados a este punto, el determinismo biológico y el esencialismo de género dejan de conformar un mero índice de artículos científicos publicados que manifiestan tales sesgos, sino que, además, están dejando ver intereses políticos en los autores tras esos artículos, o en las instituciones que los respaldan. Un caso es el del psiquiatra Jack Turban, que investiga la salud LGBT, con especial enfoque en la salud mental de los jóvenes transgénero. Él es considerado en Estados Unidos una autoridad en el asunto, al punto de que fue requerido para dar su declaración jurada en el caso Arkansas como experto, contra la prohibición legal de la transición médica de menores (que corresponde a la agenda prohibicionista antitrans de grupos conservadores). La plataforma periodística Medium (2021) publicó un extenso análisis, muy bien documentado, de los argumentos que presentó Turban en la corte—de los muchos estudios que recopiló, prácticamente todos tienen interpretaciones erróneas de su parte, muestran lo contrario a lo que él declara, o arrojan evidencia débil. Por ejemplo, citamos la primera parte de todos los 8 estudios que Turban refiere a favor de la hormonación infantil, insertando los enlaces del texto original en Medium: 


        ❝[Declara Turban] «En primer lugar, en el ámbito de la supresión puberal, se han realizado ocho estudios. El primero fue un estudio longitudinal de 55 adolescentes transgénero que encontró una disminución estadísticamente significativa de la depresión tras la supresión puberal.»

 

Se trata de de Vries et al., 2014, que técnicamente fue un estudio de 70 niños diagnosticados con Disforia de Género (de los cuales sólo 32 tienen sus puntuaciones de depresión investigadas) en lugar de “niños transgénero”, en otras palabras Jack está equivocándose. Eso no es técnicamente mentir, pero no es un buen comienzo. Sacar a colación las puntuaciones de depresión estadísticamente significativas también es bastante engañoso. Las puntuaciones pasaron del rango “mínimo” a... bueno, no hay rango por debajo de “mínimo”, así que pasaron de no estar deprimidos a no estarlo.

 

También podría haber mencionado que se trataba de un estudio no controlado, lo que significa que estas pequeñas mejoras podrían haberse atribuido fácilmente a otros factores y que, por tanto, no se podía establecer la causalidad, o que el hallazgo sólo era estadísticamente significativo para un sexo. O que uno de los niños murió como resultado de la transición médica. Se podría argumentar que esto es mentir por omisión, pero creo que se sale con la suya.

 

         [Declara Turban] «El segundo fue un estudio de cohorte longitudinal de 70 adolescentes que recibieron supresión puberal que encontró mejoras en la psicopatología internalizante (ansiedad y depresión), psicopatología externalizante (por ejemplo, conductas disruptivas) y funcionamiento global. Cabe destacar que algunos de los pacientes de este estudio parecen haber sido incluidos también en el primer estudio.»

 

Se trata de de Vries et al., 2011, que es la misma cohorte que de Vries et al., 2014. El diseño del estudio presentaba los mismos problemas que el último estudio: no se pudo establecer que la relación fuera causal, ni los resultados fueron especialmente impresionantes. Los hallazgos reportados en el documento son que los niños pasaron de “mínimamente deprimidos” a “mínimamente deprimidos” y de “funcionar en general bastante bien” a “funcionar en general bastante bien”. No entiendo por qué menciona las puntuaciones de ansiedad, ya que la medición específica de la ansiedad no cambió en un grado estadísticamente significativo, y mucho menos relevante.

 

Dicho esto, centrémonos en la parte interesante de la declaración de Jack. Parece sorprendido y le llama la atención que los dos estudios de la misma cohorte tengan “algunos” de los mismos individuos. En el documento posterior se afirma explícitamente que se trata de la misma cohorte. La única opción que veo es que Jack no haya entendido realmente los fundamentos de los artículos que está citando.

 

Es muy revelador sobre la “experiencia” autoidentificada de Jack.

 

         [Declara Turban] «El tercero era un estudio que comparaba 89 adultos transexuales que habían accedido a la supresión puberal durante la adolescencia con 3405 adultos transexuales que querían pero no pudieron acceder a la supresión puberal durante la adolescencia. Tras ajustar una serie de variables potencialmente confusoras, se descubrió que los que habían accedido a la supresión puberal tenían una probabilidad estadísticamente significativa menor de ideación suicida a lo largo de su vida.»

 

Hablando de la experiencia de Jack, se trata de Turban et al., 2020, una rebanada particular de salami en el catálogo cada vez mayor de Jack de intentos de blanquear el USTS 2015 que ya ha sido desmenuzado a fondo. Por ejemplo, se ha señalado que Jack hizo una serie de suposiciones fundamentalmente incorrectas, limpió incorrectamente los datos y no tuvo en cuenta las principales variables de confusión [ver aquí].

 

Los resultados son débiles, y el propio Jack es muy consciente de que el estudio “no permite determinar la causalidad”. El hecho de que Jack, en circunstancias ideales y con el dedo en la balanza, sólo encontrara una mejora estadísticamente significativa de nueve mediciones es bastante revelador. Dice el refrán que “si torturas los datos, confesarán” y eso parece ser lo que se intentó con este trabajo.

 

         [Declara Turban] «El cuarto fue un estudio que comparó a 272 adolescentes que aún no habían recibido supresión puberal con 178 adolescentes transexuales que ya habían sido tratados con supresión puberal. Los que habían recibido supresión puberal tenían puntuaciones estadísticamente significativas más bajas en “psicopatología internalizante” (una medida de ansiedad y depresión) que los que no habían recibido supresión puberal.»

 

Se trata de van der Miesen et al, 2020, que es un estudio muy interesante. Es otro estudio transversal donde los bloqueadores de la pubertad no pudieron establecerse como la causa de las muy modestas mejoras en las puntuaciones de internalización que se encontraron. La causalidad inversa es una cuestión considerable en estos estudios, y los autores afirman explícitamente que “no puede aportar pruebas”, e instan a “extremar la precaución” a la hora de extraer conclusiones sobre posibles beneficios.

 

Una nota al margen interesante de este trabajo es que apoya firmemente la noción de que las clínicas de género holandesas son bastante diferentes de las demás. Los niños estaban en gran medida sin problemas, o más bien muy similar a la población general, que es completamente diferente de lo que se ve en otros lugares, como el Reino Unido y Canadá [ver aquí]. Esto plantea la cuestión de por qué estos niños necesitarían intervención médica en absoluto, ya que no parecen estar sufriendo mucho en relación con sus compañeros.

 

         [Declara Turban] «El quinto fue un estudio longitudinal de cohortes de 50 adolescentes que recibieron supresión puberal, hormonas de afirmación del género o ambas, y que halló una disminución estadísticamente significativa de la depresión en las mujeres transexuales tras la supresión puberal.»

 

Se trata de Achille et al., 2020, y es donde Jack empieza a tomarse algunas libertades reales con la verdad. Una de ellas es que sólo 47 de los 50 tenían tratamiento hormonal, Jack posiblemente está confundiendo el número de participantes con el número que recibió tratamiento. Aunque de poca importancia, se trata de una afirmación falsa de Jack que podría haberse evitado si hubiera estado más familiarizado con la bibliografía.

 

El resto de la afirmación es engañosa, pero no totalmente falsa. Jack se centra disimuladamente en sólo una de las doce mediciones. Once no mejoraron en un grado estadísticamente significativo, lo que contradice directamente algunos de los estudios mencionados anteriormente.

 

         [Declara Turban] «El sexto estudio fue un estudio longitudinal de cohortes de 148 adolescentes que recibieron hormonas de afirmación de género, supresión puberal o ambas. Al examinar a todos los participantes juntos, se observaron mejoras en la insatisfacción corporal, los síntomas depresivos y los síntomas de ansiedad. Parecía tener poca potencia para detectar diferencias en las intervenciones individuales.»

 

Se trata de Kuper et al., 2020. Es, en efecto, un estudio longitudinal de cohortes, aunque su diseño no controlado y sus intervenciones mixtas lo hacen bastante inútil a la hora de discutir cualquier tratamiento individual. Como ejemplo no tienen en cuenta el mayor uso de medicación psiquiátrica. Si alguien informa de una disminución de la ansiedad, es muy importante aislar si está recibiendo ansiolíticos antes de atribuir su mejoría a otra cosa.

 

La mejora de la insatisfacción corporal, que es con diferencia la más impresionante del estudio, fue en realidad objeto de seguimiento en 96 de la cohorte original de 179 (de los cuales 148 tuvieron algún tipo de seguimiento). Este es un problema endémico de estos estudios, que Jack pasa completamente por alto. En de Vries et al., 2014, sabemos que la pérdida de seguimiento incluye una muerte, varios casos de morbilidad grave y abandonos.

 

         [Declara Turban] «El séptimo fue un estudio longitudinal de cohortes de 44 pacientes que parecía tener poca potencia para detectar mejoras en la salud mental. Sin embargo, en las entrevistas cualitativas, los participantes tendían a mejorar su estado de ánimo tras el tratamiento.»

 

Al hablar de Carmichael et al., 2021, sus hallazgos deberían ser comparables a algunos de los otros estudios que cita Jack. Por ejemplo, Achille et al., 2020, tenían 47 niños (con tratamientos hormonales mixtos) seguidos a los 12 meses en comparación con los 39-43 niños (con un único tratamiento hormonal) seguidos al mismo tiempo en Carmichael et al.

 

Jack especula sobre por qué no se encontró lo que Jack sabe que está ahí, pero no puedo evitar pensar que tal vez sea porque en realidad no estaba ahí. La principal diferencia es que a Jack le gustan los hallazgos de uno y no los del otro.

 

En cuanto a las entrevistas, por supuesto están sujetas a todo tipo de cuestiones y prejuicios, sobre todo porque los trabajos de los investigadores y los procedimientos judiciales se verían afectados por los resultados del estudio. Como Jack señala cuidadosamente para nosotros, es “después del tratamiento” en lugar de “debido al tratamiento”.

 

        [Declara Turban] «El ocho fue un estudio de 201 adolescentes transexuales en el que 100 recibieron supresión puberal junto con psicoterapia y 101 recibieron sólo psicoterapia. El estudio halló un aumento estadísticamente significativo en el funcionamiento global de los que recibieron supresión puberal. Además, los pacientes que recibieron supresión puberal tuvieron mayores mejoras en el funcionamiento global en comparación con los que no recibieron supresión puberal, aunque esta diferencia no fue estadísticamente significativa, probablemente debido a que el estudio no tenía suficiente potencia.»

 

Se trata de Costa et al, 2015, sobre el que Jack se ha confundido. Aunque había un total de 201 adolescentes diagnosticados con Disforia de Género, Jack ha confundido los dos grupos (101 estaban en el grupo inmediatamente elegible). Sin embargo, también ha malinterpretado el formato, ya que no todos los 101 recibieron bloqueadores de la pubertad como parte del estudio, sólo 60 lo hicieron.

 

En este caso en particular, tengo que culpar en gran medida a los autores, quienes después de concluir que no pudieron encontrar un beneficio estadísticamente significativo de los bloqueadores de la pubertad, aún así declararon que su estudio “confirma la eficacia de la supresión de la pubertad”, en otras palabras, simplemente inventaron algo contradictorio a sus datos.

 

No estoy seguro de por qué Jack no hizo una doble comprobación básica de sus números, le habría ahorrado tener errores de hecho en un documento que ha jurado ante un tribunal que es verdadero y correcto. Si esto es digno de llamarse mentira, no puedo decirlo. Mi opinión personal es que Jack simplemente no conoce la literatura ni de lejos tan bien como cree y que está fuera de su alcance.❞

Todo esto luego de que Turban mismo haya hecho la siguiente afirmación categórica y concluyente bajo juramento: «todas las pruebas existentes indican que las intervenciones médicas de afirmación de género mejoran los resultados de salud mental para los adolescentes transgénero y sería peligroso y poco ético prohibir estos servicios médicos» (Singal 2022a). Es decir, la defensa de la aplicación de hormonas para los menores transgénero probablemente sea tan mala y sesgada como los argumentos que defienden los conservadores antitrans. Entre tanto Turban defiende, por supuesto, que «en la actualidad existe un importante corpus bibliográfico que demuestra que la identidad trangénero tiene una sólida base biológica innata» (Medium 2021).

El psiquiatra Jack Turban, siendo corregido por el periodista Jesse Singal, quien dice: «da mala imagen para un psiquiatra que se presenta como experto en la materia. La mera diversidad de género patologizada por el DSM-IV simplemente no es una afirmación que se pueda hacer si se tiene alguna familiaridad con el DSM-IV. Es algo que los activistas dicen con tal de ganar una pelea sobre investigaciones antiguas. En gran parte de lo que hace, Turban actúa mucho más como un activista que como un investigador de buena fe y mente abierta.»

El periodista Jesse Singal, quien se enfoca en ciencias sociales con una perspectiva crítica hacia las ideas de débil fundamento empírico, ha analizado en detalle el estudio de Turban et al. (2022). Aquí Turban y sus colegas tratan de aportar pruebas contra la llamada «disforia de género de inicio temprano» (ROGD en inglés), un subtipo hipotético de disforia de género que empieza en la pubertad o después, donde la influencia sociocultural—en particular las redes sociales, bajo la denominación de «contagio social», es crucial en algunos casos (Littman 2018). A causa de la falta de evidencia concluyente que respalde la ROGD (Littman se basó en los reportes de padres que eran mayormente escépticos o contrarios respecto a la experiencia transgénero que declaraban sus hijos), las autoridades transgénero y afines no reconocen la ROGD como diagnóstico, y enfáticamente prohíben su uso por parte de los profesionales de la salud, las instituciones, y el público general. Aunque líneas atrás hemos visto que la influencia social es fundamental en el género, y que se está ignorando en favor de un paradigma biologicista-esencialista, hablar de «contagio» respecto a lo transgénero evidentemente suena a ‘patología’. A pesar de los problemas con Littman (2018), Singal muestra que el estudio de Turban et al. (2022) tiene fallas metodológicas graves e ignora los datos del estrepitoso aumento de adolescentes mujeres (sexo natal femenino) que se declaran transgénero, por lo que fracasa en su cometido crítico contra la ROGD. De hecho, el estudio de Turban et al. (2022) es tan malo que Lett et al. (2022) (este otro enlace lo proporciona Singal: https://osf.io/preprints/socarxiv/b5z7j/), también especialistas en salud transgénero e igualmente contrarios a la ROGD, han respondido críticamente a su estudio: 

        ❝Aunque estamos de acuerdo con la conclusión de los autores de que la retórica del contagio social no debe utilizarse para argumentar política y médicamente en contra de la prestación de atención a los adolescentes trans, como se refleja actualmente y se arma con varias políticas antitrans en los Estados Unidos que prohíben la atención médica de afirmación de género, examinamos con cautela la premisa y el diseño analítico del estudio, e identificamos preocupaciones críticas teóricas y metodológicas específicas de su conceptualización del contagio social y su análisis de datos.

Michael Biggs, sociológo de Oxford, envió este comentario a Pediatrics, que fue rechazado en menos de una hora (de acuerdo con Biggs 2022): 


        ❝Turban et al. [2022] analizan la “Proporción de sexo asignado al nacer” de los adolescentes transgénero en Estados Unidos utilizando la Encuesta sobre Conductas de Riesgo de los Jóvenes. La encuesta no proporcionaba información sobre el “sexo asignado al nacer”, por lo que la premisa del artículo no es válida. Los autores afirman que, entre los jóvenes transgénero de Estados Unidos, el número de varones natales supera al de mujeres natales. Se demuestra que esta afirmación es increíble, comparando otros estudios sobre jóvenes trans estadounidenses y analizando la propia encuesta.❞

Dado que Turban es innatista respecto al transgénero, su consecuente enfoque biológico de la salud transgénero se vería seriamente socavado por el repentino aumento de chicas adolescentes que se declaran chicos trans, porque esto apuntaría a una causalidad variada, incluyendo importantemente la influencia sociocultural en lugar del determinismo biológico—ya mostrado como insostenible. Así que Turban et al. (2022) prefieren omitir ese hecho.

Es necesario decir que el concepto de «contagio social» es una teoría que tiene larga data en la ciencia social (no exenta de críticas sin embargo), y se define como «la propagación de afecto, actitud o comportamiento de la persona A (el “iniciador”) a la persona B (el “receptor”), en la que el receptor no percibe un intento de influencia intencional por parte del iniciador» (Levy & Nail 1993 pág. 266). Como marco teórico social, aquí «contagio» no es reductible a ‘contagio de una patología’ sino que, de hecho, hay contagios positivos, como muestran por ejemplo Christakis & Fowler (2013)


        ❝revisamos la investigación que hemos realizado sobre el contagio social (...) Describimos las regularidades que nos llevaron a proponer que las redes sociales humanas pueden presentar una propiedad de “tres grados de influencia”, y repasamos los enfoques estadísticos que hemos utilizado para caracterizar la influencia interpersonal con respecto a fenómenos tan diversos como la obesidad, el tabaquismo, la cooperación y la felicidad.❞

Para su artículo crítico sobre Turban et al. (2022), Singal (2022a) consultó finalmente al sociólogo Gabriel Rossman de la UCLA, quien le respondió esto: 


        ❝(…) creo que es indiscutible que la identificación trans se extendió a través de un proceso de influencia social. La cuestión significativa no es influencia social sí o no, sino influencia social de qué a quién. Una interpretación puede ser que siempre ha habido alrededor de un 2% de la población, incluidas muchas mujeres natales, cuya verdadera identidad latente es trans o no binaria, pero que esto había sido reprimido hasta que una masa crítica de aceptación, modelos de conducta, etc. permitió a la gente revelar su verdadera naturaleza.❞

Esto es ampliamente consistente con lo argumentado por Joel, Fine, Eliot, Diamond, Fausto-Sterling, Hyde, etc., pero es inconsistente con un marco biológico esencialista del género (que claramente sigue Turban—como antes fuera Kurth et al. 2022 con los cerebros de las mujeres trans), independientemente de las críticas hechas al uso de la terminología «contagio social», para la influencia de las redes sociales y las amistades, que Littman 2018 asoció causalmente a la hipotética ROGD. Es decir, un asunto es el viejo debate biología/cultura que implica señalar causas sociales para lo transgénero, y otro, la discutible consistencia de la ROGD como entidad diagnóstica.

Por ejemplo, la declaración del WPATH (2018) (World Professional Association for Transgender Health—la autoridad mundial de la salud transgénero) contra la ROGD, evita no obstante la narrativa biologicista: 

 

       ❝Reconocemos que el desarrollo de la identidad de género en la adolescencia y los factores que influyen en el momento de la declaración de género de cualquier persona son multifactoriales (…)❞

De hecho, la Dra. Marci Bowers, mujer trans y presidenta de la WPATH, hizo este comentario en una entrevista reciente con el New York Times (2023) [o ver aquí]:


        ❝Hay personas de mi comunidad que niegan que exista algún tipo de ‘contagio social’ —no debería decir contagio social, sino al menos influencia de los iguales en algunas de estas decisiones (...) Creo que eso es simplemente no reconocer el comportamiento humano❞.

Bowers, que ha realizado más de 2000 vaginoplastías, ya en 2021 había reconocido la posibilidad de que el aumento de chicas adolescentes que se identifican como chicos fuera una tendencia social. Tal como le dijo a Abigail Shrier, autora de Irreversible Damage: The Transgender Craze Seducing Our Daughters [Un daño irreversible: la locura transgénero que seduce a nuestras hijas]:


        ❝En cuanto a esto de la ROGD (…) creo que probablemente haya gente influenciada. Hay un poco de ‘Sí, es genial. Sí, yo también quiero hacerlo’❞.

Para ver una postura moderada respecto a la fuerte controversia que desató el artículo de Littman (2018), que dispuso a muchas autoridades científicas y médicas inmediatamente a favor de la comunidad trans que rechazó el estudio (es decir que la argumentación científica puede no distinguirse de la reacción social), véase Wadman (2018) en Science: «los críticos acusan a un estudio de parcialidad, pero otros dicen que la política está inhibiendo la ciencia.»

Esto último, el sesgo político, es precisamente lo que ocurre, como vemos con Turban. Lamentablemente hay más casos, sobre los que ha escrito Singal. Por ejemplo, respecto al sitio de escepticismo médico Science-Based Medicine SBM: sobre los tratamientos hormonales/quirúrgicos asumidos como curativos de la depresión y el suicidio en los jóvenes transgénero, SBM «ha caído en la misma trampa que numerosos medios de comunicación de la corriente principal, violando algunos de sus principios fundadores en el proceso. Si lees la cobertura reciente del sitio sobre este tema, saldrás pensando que hay un gran, amplio e impresionante cuerpo de evidencia para la medicina de género juvenil, que no hay ninguna controversia real aquí en absoluto» Singal (2021a). El autor muestra, p. ej., cómo SBM publicó una reseña positiva del libro Irreversible Damage: The Transgender Craze Seducing Our Daughters, de Abigail Shrier (que también atribuye al «contagio social» que muchas adolescentes mujeres se identifiquen como trans y busquen tratamientos médicos que harán tanto o más daño que bien—lo cual ya sabemos es rechazado por la comunidad trans y muchas autoridades médicas), y luego se retractó por completo, publicando además tres artículos contra el libro, uno de los cuales lo escribe «AJ Eckert, quien es “el Director Médico del Programa de Medicina de Afirmación de Género y Vida (GLAM) de Anchor Health“ en Connecticut» (es decir que aquí hay un evidente conflicto de intereses). «Los tres artículos contienen importantes errores, malentendidos y distorsiones, que van desde falsedades directas a omisiones desconcertantes», de acuerdo con Singal (2021a).

«Novella y Gorski [editores principales en SBM] informan erróneamente a los lectores sobre la diferencia entre las entradas del DSM-IV y del DSM-5 para “trastorno de identidad de género” y “disforia de género”, respectivamente», desinformación en la que Turban se vio involucrado deshonestamente a favor. «Novella y Gorski malinterpretan la naturaleza del debate sobre la desistencia [detransición] y transmiten a sus lectores una gran cantidad de información errónea y un escepticismo indebido sobre la literatura sobre la desistencia.» Luego está la selectividad crítica a la que se suma SBM sobre Littman (2018) y la ROGD: «a ninguno de los críticos de Littman, por ejemplo, pareció importarle que algunas de las investigaciones tomadas para apoyar los enfoques de “afirmación de género” para los jóvenes ROGD provengan de informes de padres de comunidades que creen firmemente que sus hijos son trans. Desde el punto de vista científico, no tiene sentido decir que ciertos métodos de investigación están prohibidos para los trabajos que apuntan en una dirección pero no en otra, especialmente en una situación como ésta en la que existe una auténtica incertidumbre y debate sobre las trayectorias a largo plazo de los niños y adolescentes con disforia de género» (Singal 2021a).

Por cierto, Singal por lo visto está de acuerdo con el binario de sexo, ya que, para reafirmar su crítica a SBM, publicó una carta-reprimenda de Kimball Atwood, editor emérito de Science-Based Medicine, dirigida «a Steven Novella criticando el reciente alejamiento del sitio de la ciencia rigurosa» en el asunto transgénero. Precisamente aquí Atwood defiende el binario de sexo (Singal 2021b). Para efectos de la integridad de este ensayo, no estaría demás aclarar que en este punto no acordamos con Singal, ni con Atwood, aunque Singal no esgrime el binarismo en ninguno de los análisis críticos que aquí referimos.

Otro caso documentado por el periodista es el de Tordoff et al. (2022), donde «los investigadores descubrieron que los bloqueadores de la pubertad y las hormonas no mejoraban la salud mental de los niños trans en su clínica. Luego publicaron un estudio que afirmaba lo contrario» (Singal 2022b). Se trata, además, de otro potencial conflicto de intereses. Aquí la Universidad de Washington estuvo involucrada en la desinformación publicitaria del estudio donde, sin embargo, «los chicos que tomaron bloqueadores de la pubertad u hormonas no experimentaron ninguna mejora de la salud mental estadísticamente significativa durante el estudio. La afirmación de que sí mejoraron, que fue presentada al público en el propio estudio, en materiales publicitarios y en las redes sociales (repetidamente) por uno de los autores, es falsa.» Para demostrarlo, Singal examina los propios cuadros estadísticos proporcionados por Tordoff et al. (2022). Singal hizo seguimiento al caso comunicándose directamente con la Universidad de Washington y los autores, pero básicamente no obtuvo ninguna respuesta satisfactoria (o corrección) respecto a la falta de evidencia que ellos mostraron engañosamente a favor de, como lo dice una de las propias autoras del estudio, que «la atención [hormonal] que afirma el género es una atención que salva vidas (…) Simplemente no hay nada en el estudio del que es coautora que justifique estas afirmaciones. Se trata de una infracción muy grave de la ética de las comunicaciones científicas. No puedes publicar estos resultados y luego pregonar tu intervención como “salvadora de vidas”» (Singal 2022c, negritas originales).

Como último caso a la fecha de publicación de este ensayo, tenemos el estudio de Chen et al. (2023) que Singal analiza, «Funcionamiento Psicosocial en Jóvenes Transgénero tras 2 Años de Hormonas», un artículo del mundialmente prestigioso The New England Journal of Medicine (NEJM), que es el primero en mostrar resultados a lo largo del tiempo. El artículo reporta que las hormonas «aumentaron la congruencia de la apariencia, el afecto positivo y la satisfacción vital, y disminuyeron los síntomas de depresión y ansiedad», y la amplia cobertura mediática se ha hecho eco de ello. Sin embargo, Singal (2023a) encuentra que «los resultados positivos (…) pueden explicarse, al menos en parte, por el tipo de selección estadística que tiende a generar resultados dudosos». «“Nuestros resultados proporcionan una sólida base científica de que la atención que afirma el género es crucial para el bienestar psicológico de nuestros pacientes”, dijo Garofalo, uno de los investigadores principales del estudio, así como codirector de la clínica de género juvenil del Hospital Infantil Lurie, en un comunicado de prensa publicado por el hospital.» Sin embargo, no hay declaración de conflicto de intereses en el artículo de Chen et al. (2023). Singal analiza el protocolo del estudio, que «actúa como un pre-registro de facto para Chen y su equipo (…) y muestra que en el estudio del NEJM, los investigadores simplemente excluyeron la mayoría de las variables clave que habían hipotetizado que mejorarían como resultado de las hormonas, y que cambiaron su hipótesis significativamente, de una manera que deja de lado algunas de esas variables. (…) Los autores sí informan sobre el número de suicidios consumados y de casos de ideación suicida en la muestra (más sobre esto en la Parte 2), pero no hay ninguna mención a la escala de intención de suicidio [suicidality] —la misma de la que informaron en el artículo sobre las características basales— que les permitiría analizar estadísticamente el nivel de intención de suicidio de la muestra a lo largo del tiempo del mismo modo que analizan las trayectorias longitudinales de otras variables.» Entre las hipótesis del protocolo de 2021 y la hipótesis del estudio NEJM de 2023, afirma Singal, «se eliminan algunas de las variables que, según la hipótesis original, serían más importantes, entre ellas varias (DG [disforia de género], suicidio y autolesiones) reconocidas universalmente por los investigadores del género juvenil como de vital importancia. Hay otras variables, como “congruencia de apariencia, afecto positivo y satisfacción con la vida”, que, sí, estaban incluidas en el documento original del protocolo, pero que no se trataron como particularmente importantes, no consiguiendo menciones en las secciones de hipótesis u objetivo primario.»

Singal continúa: «en el artículo del NEJM, los investigadores parecen estar mucho más interesados en el concepto de “congruencia de apariencia” que antes. Mientras que los términos vitales suicidio (y sus variantes) y disforia se mencionan ocho y nueve veces, respectivamente, en el artículo... “congruencia de apariencia” se menciona 52 veces. (…) La frase congruencia de apariencia no se menciona ni una sola vez en el documento del protocolo (…) los investigadores construyen una parte importante de su artículo en torno a este hallazgo, llegando incluso a decir que su hipótesis era que la congruencia de la apariencia sería importante, lo cual, para mí, se lee como si lo hubieran hipotetizado todo el tiempo, cuando no veo ninguna prueba de que lo hicieran. Más bien, en su documento de protocolo plantearon una hipótesis bastante diferente y luego la cambiaron sin explicar por qué. (…) los investigadores hicieron que los participantes en el estudio rellenaran ítems de la NIH Toolbox sobre Apoyo Emocional, Amistad, Soledad, Hostilidad Percibida, Rechazo Percibido, Ira, Miedo, Tristeza, Satisfacción Vital General, Afecto Positivo y Autoeficacia. (…) Ninguno de estos ítems fue destacado por los investigadores en su hipótesis original o en la sección de objetivos primarios, así que probablemente no deberíamos tener ninguna creencia previa sobre cuáles deberíamos esperar que reportaran en un estudio importante, pero aún así: Nueve de los 11 no se encuentran por ninguna parte, dejándonos sólo con las medidas de Afecto Positivo y Satisfacción Vital. ¿Por qué? ¿Y por qué era más importante informar sobre la “Satisfacción vital”, que no figuraba en la hipótesis ni en las secciones de resultados primarios, que informar sobre la “Calidad de vida”, que sí figuraba? ¿Por qué informar sobre el afecto positivo y no sobre el afecto negativo? Si las hormonas ayudan a los niños a sentirse mejor, ¿no deberían experimentar menos ira, menos miedo y menos tristeza con el tiempo? (…) como no hay explicación, sólo podemos especular sobre cómo los investigadores tomaron todas estas sutiles decisiones, decisiones que les permitieron escribir, en su artículo final publicado, que “hubo cambios significativos dentro de los participantes a lo largo del tiempo para todos los resultados psicosociales en las direcciones hipotetizadas”. Esto es casi engañoso. Por “todos” los resultados psicosociales, no se refieren a todos los que midieron y evaluaron a lo largo del tiempo, sino a aquellos sobre los que decidieron informar. Lo que podría hacer que sus conclusiones fueran totalmente triviales.»

Singal termina señalando: «Los investigadores son muy claros acerca de las variables que más les interesan en el documento de protocolo que supuestamente sustenta este estudio: su hipótesis es que “los pacientes tratados con hormonas sexuales cruzadas mostrarán una disminución de los síntomas de ansiedad y depresión, disforia de género, autolesiones, síntomas de trauma y suicidio y un aumento [sic] de la estima corporal y la calidad de vida con el tiempo”. Luego, en el estudio que es una de las principales razones por las que estaban recogiendo todos estos datos en primer lugar —un estudio que incluye la línea “los autores responden de la exactitud e integridad de los datos y de la fidelidad del estudio al protocolo”— su hipótesis es sustancialmente diferente, y presentan su interés en la congruencia de apariencia como una hipótesis que tenían todo el tiempo, cuando no hay evidencia de que ese fuera el caso. Este cambio, y la desaparición de todas estas variables, quedan casi totalmente sin explicar. (…) Es decepcionante que este estudio no ofrezca datos sobre la DG, dado que el alivio de la DG es la justificación médica ostensible para poner a los niños en bloqueadores y/u hormonas en primer lugar, a pesar de la falta de pruebas sólidas publicadas sobre estos tratamientos. [Pie de nota 3: Supongo que alguien podría decir “Eso no es justo, al menos publicaron los resultados de la subescala de Congruencia de Apariencia”. Pero esa no es una medida validada de la disforia de género, un fenómeno que va mucho más allá de la incomodidad con la propia apariencia.] Sería interesante saber si algún revisor o editor del NEJM preguntó a los autores por qué su artículo carecía de datos longitudinales sobre la disforia de género, el suicidio y la autolesión, dada la importancia de estas variables, y dado el interés previo demostrado por el equipo de investigación en el seguimiento de estos resultados.»

Este análisis se extiende aún más en otra publicación de Singal (2023b): «el nuevo y muy promocionado estudio sobre las hormonas en los adolescentes transgénero no nos dice realmente mucho de nada», «los niños de este estudio tenían una tasa de suicidio alarmantemente alta», «la mayoría de las mejoras que experimentó la cohorte fueron pequeñas», «es imposible atribuir las mejoras observadas en este estudio a las hormonas más que a otras formas de tratamiento que llevaron a cabo», «la única gran mejora se produjo en una variable que podría no significar tanto», «los investigadores ni siquiera consideran la posibilidad de que estos tratamientos sean menos eficaces de lo que pensaban: su única respuesta es “más hormonas”». «Hay una parte sutilmente reveladora de este artículo en la que los investigadores intentan lidiar con el hecho de que los varones natales del estudio apenas mostraron mejoras durante los dos primeros años de tratamiento hormonal: [Singal cita a Chen et al. (2023 pág. 247)] “Dado que algunos cambios fenotípicos clave mediados por el estrógeno pueden tardar entre 2 y 5 años en alcanzar su efecto máximo (por ejemplo, el crecimiento de los senos), especulamos que puede ser necesario un período de seguimiento más largo para ver un efecto sobre la depresión, la ansiedad y la satisfacción con la vida. Además, los cambios asociados a una pubertad endógena mediada por testosterona (por ejemplo, voz más grave) pueden ser más pronunciados y observables que los asociados a una pubertad endógena mediada por estrógenos. Por lo tanto, nuestra hipótesis es que las diferencias observadas en la depresión, la ansiedad y la satisfacción con la vida entre los jóvenes designados como mujeres al nacer en comparación con los designados como hombres al nacer pueden estar relacionadas con experiencias diferenciales de estrés de minoría de género, que podrían surgir de las diferencias en la aceptación social de transfemenino (es decir, las personas designadas como hombres al nacer que se identifican [sic] a lo largo del espectro femenino) en comparación con las personas transmasculinas. De hecho, el estrés por pertenecer a una minoría de género se asocia sistemáticamente con resultados de salud mental más negativos, y las investigaciones sugieren que los jóvenes transfemeninos pueden experimentar más estrés por pertenecer a una minoría que los jóvenes transmasculinos. [citas omitidas]

A lo que Singal (2023b) responde: «no creo que esto concuerde con el hecho de que las mejoras en la congruencia de la apariencia fueron estadísticamente iguales entre hombres y mujeres natales. Por supuesto, la congruencia de la apariencia es sólo un aspecto de una transición exitosa, pero uno pensaría que, si todos estos otros obstáculos se interpusieran en el camino de las chicas trans que se sienten mejor después de dos años con hormonas, se mostraría en la variable que sigue más de cerca los efectos físicos de esas hormonas. (…) Y lo que es más importante, se supone que la ciencia debe ser abierta. Si estás evaluando un nuevo tratamiento, se supone que debes tener en cuenta la posibilidad de que no funcione según lo previsto. Podría ser que todo lo que los autores dicen en este extracto sea cierto, pero es imposible ignorar la cadena de acontecimientos aquí: Pusieron a una cohorte de niños en hormonas, dos de ellos murieron por suicidio, y los varones natales no parecen haber experimentado ninguna mejora medible aparte de una verdaderamente pequeña en una escala de afecto positivo y una cuestionablemente importante en una escala de congruencia de apariencia bastante tautológica. Su respuesta es decir... tal vez los niños sólo necesitan tomar hormonas durante más tiempo. No hay ni un momento de pausa, reflexión o incertidumbre. Todo va viento en popa. (…) El hecho es que algunos miembros de este equipo no son sólo clínicos e investigadores, también son firmes defensores de estos tratamientos. (…) Esta situación, en la que firmes defensores con opiniones preexistentes claramente expresadas están produciendo lo que se supone que son pruebas de primer nivel (después de todo, se trata de The New England Journal of Medicine), ¿no debería preocuparnos un poco?»

Claro que debería preocuparnos esta mala ciencia de enfoque determinista biológico, que perjudica a los propios ciudadanos transgénero, y así tenemos, como señalamos antes, por qué los gobiernos de Finlandia, Suecia, Inglaterra, Noruega «detuvieron o anunciaron la intención de detener la transición de los jóvenes como práctica médica de rutina» (informe SEGM 2023).

De hecho, Ludvigsson et al. (2023) acaban de realizar la primera revisión sistemática y amplia del estudio de la terapia hormonal en menores con disforia de género, publicada por la revista Acta Paediatrica del Instituto Karolinska en Suecia. «El objetivo de esta revisión sistemática fue evaluar los efectos sobre la salud psicosocial y mental, la cognición, la composición corporal y los marcadores metabólicos del tratamiento hormonal en niños con disforia de género. (…) Se realizaron búsquedas en PubMed, EMBASE y otras trece bases de datos hasta el 9 de noviembre de 2021 en busca de estudios en idioma inglés sobre el tratamiento hormonal en niños con disforia de género. De 9.934 estudios potenciales identificados con resúmenes revisados, 195 se evaluaron en texto completo y 24 fueron relevantes. (…) En 21 estudios, los adolescentes recibieron tratamiento con análogos de la hormona liberadora de gonadotropina (GnRHa) [bloqueadores de pubertad]. En tres estudios, se administró tratamiento hormonal de sexo cruzado (CSHT) sin tratamiento previo con GnRHa. No se identificaron ensayos controlados aleatorios. Los escasos estudios observacionales longitudinales se vieron dificultados por el reducido número de participantes y las elevadas tasas de deserción. Por lo tanto, no se pudieron evaluar los efectos a largo plazo de la terapia hormonal sobre la salud psicosocial (Nótese que, para la fecha en que se cierra la búsqueda de Ludvigsson et al. 2023, a fines de 2021, no era posible que los autores incluyeran el primer estudio longitudinal de Chen et al. 2023, que, como vimos líneas atrás, fracasó intentando mostrar que la terapia hormonal alivia el malestar psicosocial de los jóvenes transgénero.) Ludvigsson et al. (2023) llegan a la siguiente conclusión: 


        Esta revisión sistemática de casi 10.000 resúmenes seleccionados sugiere que se desconocen los efectos a largo plazo de la terapia hormonal sobre la salud psicosocial y somática, excepto que el tratamiento con GnRHa parece retrasar la maduración ósea y el aumento de la densidad mineral ósea.

Conclusión de la primera revisión sistemática del estudio de la terapia hormonal en menores con disforia de género: «debe ser considerada un tratamiento experimental». Infografía propiedad de Acta Paediatrica 2023.

Decir que esto es mala ciencia no debería tomarse como una exageración (en realidad, debería considerarse la investigación favorable a la terapia hormonal de la disforia de género, un fracaso científico, y el ímpetu por promocionarla, un inadmisible problema ético y de sesgo político), ya que, entre tanto, los científicos a favor de las terapias biológicas como ‘solución’ para asuntos psicológicos (y socioculturales que nueva evidencia indica) en los menores transgénero, han sido más que sobrepasados por este conjunto de hechos y consecuencias que señalan Levine et al. (2022)

 

       ❝En menos de una década, el mundo occidental ha sido testigo de un aumento sin precedentes del número de niños y adolescentes que solicitan una transición de género. A pesar del precedente de años de atención afirmativa al género, las intervenciones sociales, médicas y quirúrgicas siguen basándose en pruebas de muy baja calidad. Los numerosos riesgos de estas intervenciones, incluida la medicalización de una identidad adolescente temporal, han salido a la luz gracias a la concienciación de los detrans. Los riesgos de la atención afirmativa del género se gestionan éticamente mediante un proceso de consentimiento informado realizado adecuadamente. Sus elementos —compartir deliberadamente los beneficios esperados, los riesgos conocidos y los resultados a largo plazo, así como los tratamientos alternativos— deben presentarse de forma que promuevan la comprensión. El proceso se ve limitado por: suposiciones profesionales erróneas; mala calidad de las evaluaciones iniciales; e información inexacta e incompleta compartida con los pacientes y sus padres. Discutimos los datos sobre el suicidio y presentamos las limitaciones de los estudios holandeses que han servido de base para las intervenciones. Es necesario separar las creencias sobre la atención afirmativa de género de los hechos establecidos. Un proceso de consentimiento informado adecuado puede preparar a padres y pacientes para las difíciles decisiones que deben tomar y puede aliviar las tensiones éticas de los profesionales. (…)

 

Urge reconsiderar los significados, propósitos, indicaciones y procesos del consentimiento informado para los jóvenes identificados como transgénero.

Ante esto, es legítimo y necesario el cuestionamiento profesional que plantea Clayton (2022)


        ❝Un conocimiento de la historia de la medicina enriquece nuestro pensamiento sobre las prácticas médicas contemporáneas. El siglo XX vio muchos avances médicos. También vio múltiples ejemplos de lo que podría llamarse medicina peligrosa. (…) En esta Carta, utilizo un marco histórico para fundamentar una discusión sobre el enfoque de tratamiento afirmativo de género para jóvenes con disforia de género (DG), centrándome particularmente en la cirugía torácica masculinizante. Pregunto: ¿Es este enfoque un avance médico o es un ejemplo contemporáneo de medicina peligrosa? Mi esperanza es que las ideas expresadas en esta Carta contribuyan de manera útil al debate sobre esta compleja y controvertida área de la medicina.❞

De acuerdo al informe que proporciona SEGM (Society for Evidence Based Gender Medicine), estos son en gráficos (datos de la repentina subida de referencias/diagnósticos por disforia de género en Reino Unido, Suecia, y España, con un abismal sesgo de sexo femenino) los hechos desbordantes que, para comprenderlos y afrontarlos, el biologicismo es un impedimento potencialmente peligroso:

Decíamos que Levine et al. (2022) y Clayton (2022) están atendiendo a nueva evidencia empírica, que indica que lo transgénero responde a una causalidad bastante compleja y multifactorial, como la propia WPATH declara, por lo que la ‘solución’ biológica ha creado una problemática médica cuantificable. El dominio biológico sobre lo transgénero no es un caso aislado de sesgo reduccionista-biologicista, sino que debería ponerse en el contexto de, por ejemplo, el caso de la depresión, que precisamente es recurrente en la incongruencia de género: «Las principales hipótesis biológicas proponen que los cambios biológicos pueden subyacer a la aparición y recaída/recurrencia del trastorno depresivo mayor. Aquí investigamos si existen pruebas prospectivas de biomarcadores derivados de las principales teorías. (…) faltan pruebas de las principales teorías biológicas para el inicio y el mantenimiento de la depresión» (Kennis et al. 2020). «A pesar de que la teoría de la serotonina de la depresión ha tenido tanta influencia, ninguna revisión exhaustiva ha sintetizado aún las pruebas relevantes. Realizamos una revisión “paraguas” de las principales áreas de investigación relevantes, siguiendo el modelo de una revisión similar que examinaba los biomarcadores prospectivos del trastorno depresivo mayor. (…) Esta revisión sugiere que el enorme esfuerzo de investigación basado en la hipótesis de la serotonina no ha producido pruebas convincentes de una base bioquímica de la depresión. Esto es coherente con la investigación sobre muchos otros marcadores biológicos. Sugerimos que ha llegado el momento de reconocer que la teoría de la depresión basada en la serotonina no está fundamentada empíricamente» (Moncrieff et al. 2022).

Claramente, los especialistas en salud transgénero parten de un ‘programa biológico’, que resulta incompatible con el estudio psicológico y sociológico de, particularmente, las personas transgénero que desisten o detransicionan (detrans). La médica Lisa Littman reporta los resultados de un reciente estudio empírico específico detrans, basado en lo que estas mismas personas declaran (a diferencia de su estudio de 2018 donde los datos provenían de lo que respondían los padres, y sin enfocar a los detrans). Citamos extractos de Littman (2021)


        ❝El 69% de los 100 participantes eran mujeres y el 31% hombres. Las razones para abandonar la transición fueron variadas e incluyeron: sufrir discriminación (23,0%); sentirse más cómodos identificándose con su sexo natal (60,0%); preocuparse por las posibles complicaciones médicas de la transición (49,0%); y llegar a la conclusión de que su disforia de género estaba causada por algo específico como un trauma, abusos o una enfermedad mental (38,0%). La homofobia o la dificultad para aceptarse a sí mismo como lesbiana, gay o bisexual fue expresada por el 23,0% como razón para la transición y la posterior detransición. La mayoría (55,0%) pensaba que no había recibido una evaluación adecuada por parte de un médico o profesional de la salud mental antes de iniciar la transición y sólo el 24,0% de los encuestados informó a sus médicos de que había abandonado la transición. Hay muchas razones y experiencias diferentes que llevan a la detransición. 

(…)

La visibilidad de los individuos que han detransicionado es nueva y puede estar creciendo rápidamente. Tan recientemente como en 2014, era un desafío para un individuo que detransicionó encontrar a otra persona que detransicionó de manera similar (Callahan, 2018).

(…)

Aunque hubo pocos informes publicados sobre detrans antes de 2016, la mayor parte de la literatura publicada sobre detransición es reciente (Callahan, 2018; D’Angelo, 2018; Djordjevic et al., 2016; Kuiper & Cohen-Kettenis, 1998; Levine, 2018; Marchiano, 2017; Pazos Guerra et al., 2020; Stella, 2016; Turban & Keuroghlian, 2018; Turban et al., 2021; Vandenbussche, 2021). Las narrativas culturales predominantes sobre la detransición son que la mayoría de los individuos que detransicionan volverán a hacerlo y que las razones de la detransición son la discriminación, las presiones de los demás y la identificación no binaria (Turban et al., 2021). Sin embargo, los informes de casos están arrojando luz sobre una gama más amplia y compleja de experiencias que incluyen trauma, empeoramiento de la salud mental con la transición, reidentificación con el sexo natal y dificultad para separar la orientación sexual de la identidad de género (D’Angelo, 2018; Levine, 2018; Pazos Guerra et al., 2020). Detrans y desisters, en sus propias palabras, han proporcionado profundidad adicional a la discusión, describiendo que:

 

(1) El trauma (incluido el trauma sexual) y las condiciones de salud mental contribuyeron a su identificación y transición transgénero (Callahan, 2018; Herzog, 2017; twitter.com/ftmdetransed & twitter.com/radfemjourney, 2019)

(2)    Su disforia y transición se debieron a la homofobia y a la dificultad para aceptarse como homosexuales (Bridge, 2020; Callahan, 2018; upperhandMARS, 2020)

(3)    Los compañeros, los medios sociales y las comunidades en línea influyeron en el desarrollo de la identificación transgénero y el deseo de transición (Pique Resilience Project, 2019; Tracey, 2020; upperhandMARS, 2020)

(4)    Su disforia tenía sus raíces en la misoginia (Herzog, 2017).

 

Dos informes de muestras de conveniencia publicados recientemente proporcionan contexto adicional sobre el tema de la detransición. En primer lugar, Turban et al. (2021) analizaron los datos de la United States Trans Survey (USTS) (James et al., 2016). La USTS contiene datos de 27.715 adultos transgénero y de género diverso de los EE.UU. que fueron reclutados a través de organizaciones de lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, queer (LGBTQ) y organizaciones aliadas. El USTS incluía la pregunta: “¿Alguna vez ha abandonado la transición? En otras palabras, ¿alguna vez ha vuelto a vivir como su sexo asignado al nacer, al menos durante un tiempo?” con las opciones múltiples de “sí”, “no” y “nunca he hecho la transición”. En el caso de los 2.242 participantes que respondieron “sí”, Turban et al. analizaron las respuestas a la pregunta de respuesta múltiple “¿Por qué abandonó la transición? En otras palabras, ¿por qué volvió a vivir como su sexo asignado al nacer? (Marque todo lo que corresponda)”. Aunque la mayoría de las opciones de respuesta ofrecidas se referían a presiones externas para la detransición (presión del cónyuge o pareja, presión de la familia, presión de los amigos, presión del empleador, discriminación, etc.), los participantes podían escribir razones adicionales que no aparecían en la lista. En la muestra de Turban et al. había más hombres (55,1%) que mujeres (44,9%). Aproximadamente la mitad (50,2%) había tomado hormonas sexuales cruzadas y el 16,5% se había sometido a cirugía. Los resultados revelaron que la mayoría (82,5%) de la muestra expresó al menos un factor externo para la detransición y el 15,9% expresó al menos un factor interno (factores originados en uno mismo).

 

El segundo estudio de Vandenbussche (2021) reclutó a detrans de comunidades online detrans y analizó los datos de los participantes que respondieron afirmativamente a la pregunta: “¿Transicionaste médica y/o socialmente y luego dejaste de hacerlo?”. En la muestra de 237 participantes predominaban las mujeres natales (92%) y procedían de EE.UU. (51%) y Europa (32%). La mayoría (65%) había hecho la transición tanto médica como socialmente. Los participantes eligieron entre varias opciones para indicar por qué habían abandonado la transición, con opciones que abarcaban una amplia gama de experiencias. Los encuestados también tenían la opción de escribir razones adicionales. Entre las razones más frecuentes para abandonar la transición se encontraban el darse cuenta de que su disforia de género estaba relacionada con otros problemas (70%); problemas de salud (62%); observar que la transición no les ayudaba con su disforia (50%); y encontrar alternativas para tratar su disforia (45%). A diferencia de Turban et al. (2021), los factores externos como la falta de apoyo, las preocupaciones económicas y la discriminación fueron menos comunes (13%, 12% y 10%, respectivamente). Muchos de los participantes de la muestra describieron que cuando abandonaron la transición perdieron el apoyo o fueron condenados al ostracismo por parte de las comunidades de lesbianas, gays, bisexuales y transgénero (LGBT), lo que sugiere que muchos de los participantes de Vandenbussche (2021) no habrían sido alcanzados por los esfuerzos de reclutamiento del USTS (James et al., 2016).

(…)

A diferencia de Turban et al. (2021) y Vandenbussche (2021), este estudio se centró sólo en individuos que realizaron la transición y la detransición médica, quirúrgica o ambas.

(…)

Se desconoce la prevalencia de la detransición después de la transición, pero es probable que se subestime porque la mayoría de los participantes no informaron a los médicos que facilitaron sus transiciones de que habían detransicionado. (…) Algunas de las personas que abandonaron la transición relataron experiencias que apoyan las hipótesis ROGD, como que su disforia de género comenzó durante o después de la pubertad y que los problemas de salud mental, los traumas, los compañeros, las redes sociales, las comunidades online y la dificultad para aceptarse a sí mismas como lesbianas, gays o bisexuales estaban relacionados con su disforia de género y su deseo de transición.

Es decir que, retomando a Diamond (2018) y a Swartz (2018): «Nuestros genes [y nuestros cerebros] no son la cuestión: lo que está en juego son nuestras vidas.», y, según declaran los mismos participantes del estudio de Littman (2021), están en juego asuntos estrictamente sociales y culturales. La no probada mecanicidad genético-neural que causa el transgénero (según p. ej. Bevan 2014 pág. 8: «el ADN humano desempeña un papel importante como factor causal en lo TSTG [transexual/trasngénero] y en la formación de la predisposición humana al comportamiento de género», pág. 181: «TSTG es un fenómeno biológico que implica una predisposición innata al comportamiento de género»), en primer lugar no puede explicar los repentinos cambios muy específicos, circunstanciales, y ubicuos social y culturalmente (adolescentes mujeres, países WEIRD—sociedades Western, Educated, Industrialized, Rich and Democratic). Lo último que se podría decir de la causalidad subyacente aquí, es que corresponde no a la teoría de la diferenciación sexual del cerebro, sino al marco teórico gen-cultura o de herencia dual aplicado al sexo y el género, como hace la teoría del construccionismo biosocial, de acuerdo con sus autoras Wood & Eagly (2012 págs. 102-103): 


        Nuestra teoría se basa en supuestos sobre las presiones evolutivas en la psicología humana que se oponen radicalmente a los de la psicología evolucionista. En lugar de suponer, como hacen los psicólogos evolucionistas, que la flexibilidad en el comportamiento de mujeres y hombres surge de la activación de diversos programas que se preformaron debido a las presiones de selección sobre los humanos ancestrales, explicamos cómo los procesos biológicos y psicológicos sociales próximos crean dinámicamente diferencias de sexo a través de creencias compartidas dentro de una sociedad. (…) Nuestro análisis también es compatible con la herencia dual, el énfasis de las teorías coevolutivas en la cultura adaptativa humana que aumenta la herencia biológica (Laland, Odling-Smee y Myles, 2010; Richerson y Boyd, 2005). En este enfoque, la transmisión de la cultura surge de procesos de aprendizaje social en los que la imitación simple y el aprendizaje por observación sustentan un aprendizaje más complejo asociado con la comunicación simbólica y el lenguaje (Heinrich y McElreath, 2003).

Entre tanto la prioridad es, por lo menos, evitar que se propague un mal enfoque médico del transgénero.


7. UN DEBATE POLÍTICO SUPERANDO EL BIOLOGICISMO DE GÉNERO.

Por último, el biologicismo en el enfoque del transgénero (binarismo sexo/género, innatismo, y esencialismo) tiene consecuencias no solo para las personas trans, sino también para las mujeres adultas y niñas. No obstante, dejar atrás el biologicismo de género no significa que no se usen criterios biológicos para las políticas de, en concreto, mantener espacios privados y seguros basados en el sexo: superar el biologicismo de género significa que considerar el género para garantizar los derechos de las personas trans, es lo correcto no porque exista una esencia innata de género, sino porque la aceptación de la diversidad es un principio básico y deseable. Teniendo siempre en cuenta que la ciencia no puede decidir las cuestiones políticas, las neurocientíficas Daphna Joel y Cordelia Fine (2022) arrojan luz con sus conocimientos a un debate que está en curso: «¿quién es una mujer?» Extraemos de su artículo: 


        ❝Actualmente se están produciendo acalorados intercambios en muchos países occidentales (incluidos EE.UU., Reino Unido, Australia y dentro de la Unión Europea) sobre la cuestión: ¿Quién es una mujer (o una niña)? Muchos de estos desacuerdos surgen de la conjunción de dos cuestiones. Una es la necesidad de definiciones adecuadas de quién es una mujer (o una niña) cuando se trata de políticas que pretenden promover la igualdad, la seguridad y/o la intimidad de niñas y mujeres excluyendo a niños y hombres. La segunda es el aumento de los derechos a la autodeterminación de género para las poblaciones transgénero, que también necesitan políticas que traten de promover su igualdad, seguridad y/o privacidad, incluido el acceso a espacios a menudo segregados por sexo. Esto ha dado lugar a debates sobre quién debe ser incluido en los espacios y las oportunidades que se brindan a las mujeres y las niñas (por este motivo, los conflictos suelen girar en torno a lo que define ser mujer o ser femenino, en lugar de ser hombre u hombre).

 

Un contexto general de los países occidentales que son el escenario principal en mente para este debate es la organización histórica y actual de la sociedad en torno a dos categorías de sexo, masculino y femenino. Las categorías de sexo son una clasificación administrativa clave, y a veces también se utilizan para regular el acceso a los espacios, incluidos muchos que son utilizados por poblaciones vulnerables, como los refugios o las prisiones (Spade, 2015). El sexo también es un atributo protegido en la legislación sobre discriminación, lo que permite la discriminación positiva por razón de sexo. Mientras que en algunos contextos existe un acuerdo general en que tales clasificaciones/segregación son necesarias y beneficiosas (y el debate se centra en gran medida en los criterios de inclusión), en otros contextos puede haber desacuerdo en cuanto a si es deseable en absoluto. Sin embargo, en general, los conflictos surgen a raíz de dos acontecimientos relativamente recientes.

 

El primero es la expansión del término “trans”. Trans, como parte del término “transexual”, se utilizaba para describir a las personas que sienten una marcada incongruencia entre el sexo registrado al nacer y la sensación de pertenecer al otro sexo, un fenómeno que pasó a conocerse como disforia de género (Meyerowitz, 2002). Estas personas pueden buscar una transición médica (hormonal y/o quirúrgica; en la actualidad se denomina tratamiento de reafirmación de género), una transición social (cambios no médicos dirigidos a ser identificado como miembro del sexo deseado) y/o una transición legal (por ejemplo, un cambio de categoría de sexo registrado en un registro o documento legal, como el certificado de nacimiento) para aliviar la angustia de vivir como miembro del sexo deseado y proteger la intimidad. El término “transgénero” se introdujo en la década de 1990 y, como se describe con más detalle más adelante, se ha convertido gradualmente en un término paraguas que abarca muchas otras subjetividades dentro del concepto de identidad de género, como genderqueer, género fluido, agénero y no binario, e independientemente de si los individuos experimentan disforia de género o desean o llevan a cabo una transición médica o social (Diamond, 2004; Levitt, 2019).

 

Esto nos lleva al segundo acontecimiento importante: las enmiendas legislativas, propuestas o promulgadas, a los requisitos para que el sexo legal pueda modificarse de acuerdo con la identidad de género, y los cambios legislativos o políticos por los que la identidad de género, en lugar del sexo o el cumplimiento de criterios específicos, se convierte (potencialmente) en la base para acceder a algunos servicios, espacios y oportunidades segregados por sexo.

(...)

Para quienes sostienen la opinión de que las niñas y mujeres trans simplemente son niñas y mujeres por el hecho de identificarse como tales, incluso debatir si las niñas y mujeres trans deben ser excluidas de los espacios u oportunidades reservados a las niñas y mujeres parece profundamente discriminatorio contra las personas transgénero. Por el contrario, para quienes defienden la postura de que las niñas y las mujeres lo son por haber nacido con un aparato reproductor femenino, redefinir estos conceptos en términos de sentimientos subjetivos y/o expresión de género ignora el papel central que desempeña el hecho de tener cuerpo femenino en las experiencias de desventajas y desigualdades de las mujeres y las niñas que, a su vez, son la base de los derechos y las protecciones basados en el sexo. Según este punto de vista, también se corre el riesgo de vaciar de significado el concepto de “mujer” (debido a la circularidad de una definición de mujer como alguien que se identifica como mujer), o de definirlo en términos de normas y estereotipos de género (por ejemplo, Joyce, 2021).

Luego Joel & Fine (2022 págs. 4-10) repasan los conceptos de sexo, género, e identidad de género, donde es importante la puntualización de que las gónadas son el único aspecto biológico del sexo que puede considerarse estrictamente binario, y que en la interacción social lo relevante es el sexo fenotípico, que es relativamente visible (p. ej. los rasgos sexuales secundarios) pero que no es binario: 

 

       ❝El término “sexo” puede referirse a la categoría de sexo (masculino o femenino), al sexo como sistema (genes y hormonas) o al sexo fenotípico (en particular, las características sexuales primarias, pero también puede incluir las características sexuales secundarias, la morfología corporal y el cerebro). El sexo fenotípico, sobre todo después de la pubertad, permite a menudo predecir con exactitud el sexo gonadal, lo que da lugar a lo que podría denominarse sexo social (es decir, si los demás perciben a una persona como [female], [male] o si no es fácil clasificarla como uno u otro). Este último también se ve afectado por muchas características no biológicas, como el peinado, la vestimenta, la modulación vocal, los estilos de interacción, las formas de comportamiento y el uso del nombre (por ejemplo, Levitt, 2019; Morgenroth y Ryan, 2021; Tate et al., 2014).

 

Estos usos tan diferentes del término “sexo” pueden ayudar a explicar una parte de algunos desacuerdos persistentes en estos debates, como si el “sexo” es binario o no, o si puede cambiarse. Por ejemplo, las categorías de sexo son binarias (sólo ~1:100.000 nacen con gónadas que no son claramente ovarios o testículos) y no pueden invertirse (es decir, de ovarios a testículos o de testículos a ovarios), mientras que hay más solapamiento, dimensionalidad y mutabilidad entre las características del sexo fenotípico y el sexo como sistema.

En cuanto al género y la identidad de género, las autoras señalan que no son binarios ni innatos, puntualizando críticamente que en tanto el género son «los atributos psicológicos y de comportamiento de un individuo que se asocian culturalmente con los hombres o las mujeres (…) puede entenderse como un sistema jerárquico de relaciones sociales entre los sexos»: 


        ❝El resultado general del sistema de género es un patrón consistente de desventaja material, sociocultural y política de las mujeres, en relación con los hombres comparables

(…)

Ha habido poco acuerdo sobre cómo se desarrolla la identidad de género (en este sentido), con teorías a lo largo de las décadas que incluyen: la acción de un factor biológico ligado al sexo en el útero, la conciencia de la propia anatomía genital o la socialización específica de género (para revisiones, véase Diamond, 2004; Gülgoz et al., 2019; Martin & Ruble, 2004; Person & Ovesey, 1983). La evidencia disponible sugiere que ningún factor es decisivo (por ejemplo, Erickson-Schroth, 2013; Gooren, 2006; Gülgoz et al., 2019; Jordan-Young, 2010; Olson et al., 2015; Voracek et al., 2018).

(…)

Aunque uno de los principales puntos de desacuerdo es hasta qué punto la desigualdad de resultados entre los sexos se debe a preferencias y predisposiciones intrínsecamente diferentes (es decir, los efectos directos del sexo como sistema en el cerebro y el comportamiento), es relativamente indiscutible dentro del feminismo que el género como sistema (es decir, las normas, los estereotipos y las instituciones de género) limita o dirige las elecciones y el comportamiento de los individuos, al tiempo que devalúa los roles de género femeninos (véase Robeyns, 2003, donde se argumenta que estos son criterios clave relacionados con la justicia).

Siguiendo a las autoras, entender el género como un sistema jerárquico es realmente crucial, ya que, por un lado, también afecta negativamente a las mujeres trans, y, por otro lado, en la tarea de los gobiernos para protegerlas, es inevitable que surja el conflicto de intereses con las políticas históricas de protección a las mujeres, basadas en la desventaja del género y en relación crítica a la violencia sexual masculina. En las consideraciones relacionadas a lo trans, Joel & Fine (2022 págs. 10-11), dicen que: 


        ❝La inclusión de la reasignación de género o la identidad de género como atributos protegidos en la legislación sobre igualdad en muchas jurisdicciones indica un compromiso estatal para reducir las desventajas materiales, sociales y políticas basadas en el género que sufren las personas trans. Sin embargo, existe controversia sobre si estos objetivos deben alcanzarse, en parte, incluyendo a las mujeres (y niñas) trans en las políticas concebidas originalmente para las mujeres.

Partiendo de esto, Joel & Fine (2022 págs. 11-13) sugieren consideraciones para los responsables políticos, analizando «tres categorías principales de políticas comúnmente controvertidas» (espacios seguros, acción afirmativa, medidas de transparencia), para lo que proveen una ilustrativa tabla donde cruzan tales categorías con los aspectos de sexo/género que les son relevantes. Por ejemplo, para las políticas de espacios seguros y privados de mujeres, son primarios los criterios de separación basados en el sexo como categoría y el sexo fenotípico (genitales). De acuerdo con las autoras: 


        ❝El primer conjunto de políticas pretende promover la intimidad, la seguridad y otras dimensiones del bienestar de niñas y mujeres. Un subconjunto de estas políticas se refiere a los espacios íntimos públicos (o estatales) como aseos, vestuarios, refugios y albergues, dormitorios o prisiones, dotándolos de instalaciones propias de las que se excluye a los hombres (y a los niños a partir de cierta edad). Con respecto a la privacidad, se reconoce que en determinados contextos (como los alojamientos comunales o una persona empleada como cuidadora de vestuarios), la necesidad de privacidad justifica la disposición de un solo sexo (por ejemplo, la Ley de Igualdad del Reino Unido, 2010). En este caso, son las variables físicas del sexo fenotípico o, más concretamente, el sexo social, las más relevantes para estas políticas. Sin embargo, cabe señalar que hay variaciones entre individuos y poblaciones en cuanto a la importancia de este tipo de privacidad y en qué contextos. Por ejemplo la desnudez mixta (por ejemplo, en saunas) es habitual en algunos países. 

 

En cuanto a la seguridad, esta exclusión se basa en el hecho de que los hombres constituyen la gran mayoría de los autores de la cosificación sexual, el acoso sexual y la violencia sexual. Este aspecto de la política se basa, por tanto, en la expresión de ciertos comportamientos masculinos y, hasta cierto punto, en una ventaja masculina en fuerza física que forma parte del sexo fenotípico. Al igual que otras exclusiones basadas en diferencias estadísticas de grupo (por ejemplo, la edad mínima para conducir o la jubilación obligatoria), se trata de una forma de delineación imperfecta que es a la vez excesiva e infrainclusiva: excluye a todos los hombres (no sólo a la minoría que supone una auténtica amenaza para las mujeres) y no excluye a las mujeres peligrosas. Los miembros de los grupos excluidos pueden considerar que estas políticas son denigrantes (por ejemplo, al implicar que no son competentes para conducir o trabajar, o que son agresores potenciales), pero estos costes expresivos se consideran justificados si se comparan con los beneficios prácticos y, en estos casos, con el aumento de la seguridad de las mujeres.

 

Un subconjunto “más suave” de estas políticas es la institución de grupos y asociaciones formales (por ejemplo, un grupo de apoyo a la menopausia). Una de las razones subyacentes a la creación de este tipo de grupos o asociaciones sólo para mujeres es crear un tipo concreto de entorno emocionalmente seguro o de apoyo basado en experiencias compartidas basadas en el sexo o el género. Otro subconjunto de políticas relacionadas son los servicios exclusivos para mujeres, como un programa nacional de detección del cáncer de cuello de útero, la ayuda a la lactancia materna para las madres primerizas o un servicio de asesoramiento grupal exclusivo para mujeres víctimas de agresiones sexuales. La razón subyacente para la prestación de servicios exclusivamente femeninos es que hay poca o ninguna demanda entre los hombres para el servicio, o que quienes necesitan el servicio recibirán mejor atención por las prestaciones especializadas en cuestiones de género. (En este último caso, un grupo sólo para mujeres puede considerarse equivalente a un grupo especializado en salud mental para personas de una franja de edad específica, como los adultos jóvenes. Aunque la edad es un atributo protegido, suele considerarse justificado discriminar por motivos de edad a estos efectos). Para algunas mujeres, en el caso de grupos o servicios que impliquen la discusión de información particularmente privada, íntima o angustiosa (por ejemplo, la recuperación de una violación), parte de la creación de dicho entorno puede ser la ausencia de individuos con riesgo de expresar ciertos comportamientos masculinos no deseados, y/o cuyo sexo social sea el masculino.

(…)

Una forma específica de acción afirmativa son las actividades deportivas competitivas segregadas por sexo. Estas proporcionan a las mujeres acceso a los beneficios de una competición significativa y la posibilidad de éxito competitivo, dado que la mayoría de los deportes populares requieren habilidades y atributos físicos (una faceta del sexo fenotípico) para los que los hombres postpúberes, en promedio —y particularmente en los niveles más altos— están muy aventajados (Coleman, 2017).

(…)

Un tercer conjunto de políticas adopta la forma de medidas de transparencia y requisitos de información (por ejemplo, representación femenina en los consejos de administración de las empresas que cotizan en bolsa, datos sobre las diferencias salariales entre hombres y mujeres, estadísticas sobre delincuencia). (…) El propósito de estos datos es, en parte, hacer un seguimiento de los efectos continuos del género como sistema en los resultados de las mujeres frente a los de los hombres.

(…)

el objetivo subyacente de las muchas políticas que se están cuestionando actualmente no se relaciona simplemente con un atributo, como la categoría de sexo, el sexo fenotípico o la identidad de género. La identificación del atributo relevante tampoco proporciona “la respuesta” a los criterios de inclusión de una política, porque hay otras consideraciones a tener en cuenta. Además de las cuestiones prácticas de viabilidad, también está la importante cuestión de cómo afectará un cambio de política a todas las partes interesadas.❞

Joel & Fine (2022 pág. 14) pasan a considerar los diferentes intereses en debate: 


        ❝En muchos contextos, lograr una distribución justa de los beneficios y los costes requerirá una amplia consulta y/o recopilación de datos. Cambiar los criterios de inclusión en estos contextos constituye un cambio social importante que, como cualquier otro cambio de este tipo en una sociedad democrática, requiere un debate libre y abierto (Burt, 2020) y una amplia consulta con las partes interesadas pertinentes.

(…)

Por ejemplo, los datos detallados sobre las experiencias de las personas trans en el empleo y la vida pública y cívica son extremadamente importantes; también lo son las experiencias de las niñas y mujeres cis en los espacios afectados por los cambios políticos.

 

Al considerar los beneficios y los costes de los diferentes criterios de inclusión, los responsables de la toma de decisiones también deben ser sensibles a la heterogeneidad entre las principales partes interesadas (Burt, 2020). Por ejemplo, es probable que los costes psicológicos de compartir un espacio íntimo con una persona de sexo masculino sean mayores para algunas poblaciones de niñas y mujeres cis, por ejemplo, las que huyen de la violencia masculina (por ejemplo, las usuarias de refugios para víctimas de violencia doméstica). Del mismo modo, parece plausible sugerir que los costes de ser excluido de un espacio sólo para mujeres (o de una competición sólo para mujeres) serán significativamente mayores para una mujer trans con disforia de género y transición médica, que para alguien que no tenga disforia de género y no haya realizado una transición médica, o que se identifique como mujer a tiempo parcial. Estas consideraciones también deben incluir la distribución de cargas entre las partes interesadas. Así, en algunos entornos, los costes para las niñas y mujeres cis de la inclusión de niñas y mujeres trans pueden limitarse a molestias o inconvenientes ocasionales, por ejemplo, para quienes prefieren no compartir los aseos públicos con alguien percibido como varón. Por el contrario, la ausencia de un alojamiento público seguro debido a los riesgos de utilizar instalaciones masculinas coartará, para muchas mujeres trans (James et al., 2016), su libertad diaria para acceder a la vida pública y cívica. Y, por supuesto, no debe pasarse por alto la posibilidad de obtener beneficios de una mayor diversidad dentro de los espacios femeninos gracias a la inclusión de las mujeres trans.

Anotamos aquí que es problemático que la expectativa de diversificación recaiga sobre las mujeres, pero no sobre los hombres. Este punto per se requiere discusión y no es que sea necesariamente beneficioso para las mujeres, ya que, en tanto «posibilidad», la mayor diversidad dentro de los espacios femeninos evidentemente puede reforzar el género como sistema jerárquico. Finalmente, Joel & Fine (2022 pág. 15) terminan haciendo algunas sugerencias para superar el conflicto de intereses, que inciden en una perspectiva de ‘apertura’ de espacios femeninos, aunque, sin perder el punto de que: 


        ❝en la medida de lo posible, las organizaciones o el Estado proporcionen instalaciones para “todos los géneros”, además de las instalaciones segregadas por sexo (Burt, 2020; Stock, 2021). En algunas situaciones, las soluciones de ocupación única obvian la necesidad de cualquier tipo de criterio de inclusión, como ha ocurrido durante muchos años con los aseos de trenes y aviones. Aunque a veces se argumenta que estas soluciones son inverosímiles, cabe señalar que en el siglo pasado se informaba a quienes abogaban por las instalaciones sólo para mujeres de que esto era inviablemente caro (véase Rhode, 1989). Estas soluciones podrían realizarse progresivamente a medida que se construyen, actualizan o renuevan los edificios, como se ha hecho para aumentar la accesibilidad de las personas con discapacidad.

(…)

A pesar de todo lo anterior, los responsables políticos también deben reconocer que, aunque la toma de decisiones éticas a menudo implica equilibrar diferentes principios, algunos derechos y responsabilidades son más fundamentales que otros (Pike, 2020; Zakhem y Palmer, 2012). Como ejemplo de este enfoque, Pike (2020) ha argumentado, en relación con quién puede jugar al rugby femenino, que la institución que gobierna la World Rugby tiene una responsabilidad especialmente fuerte de dar prioridad a la seguridad de las jugadoras, luego proteger la equidad de la competición (ya que esto, argumenta, es un objetivo primordial del deporte), y sólo entonces promover la inclusión de aquellos que se identifican como mujeres.


8. CONCLUSIÓN. 

 

       ❝(…) los subcampos de la ciencia del comportamiento humano evolutivo, así como los datos de la neurobiología del desarrollo, han cuestionado fuertemente los principales principios de la visión de la psicología evolucionista de que, como dicen Cosmides y Tooby, “nuestros cráneos modernos albergan una mente de la Edad de Piedra”, argumentando un papel más prominente de la cultura tanto en la evolución como en el desarrollo individual, en consonancia con los argumentos contemporáneos del neurodesarrollo y la diversidad del comportamiento humano.

(…)

Los humanos han desarrollado un cerebro adaptativamente plástico que responde a las condiciones ambientales y a las experiencias, y la modulación de la función endocrina por esos factores experienciales contribuye a esa plasticidad.

(…)

La principal explicación de la diferenciación sexual del cerebro, la teoría de la organización cerebral, sigue postulando que las hormonas prenatales dan lugar a diferencias estructurales y funcionales permanentes, a pesar de las pruebas considerables y antiguas de que los efectos hormonales tempranos no son permanentes. En neuroimagen funcional, la investigación de la plasticidad dependiente de la experiencia sólo se ha aplicado en raras ocasiones a la aparición, el mantenimiento y la plasticidad del comportamiento en función del sexo. En su lugar, los estudios tienden simplemente a comparar los sexos biológicos, como si el objetivo implícito fuera identificar firmas fijas y universales femeninas frente a masculinas.

(…)

Las críticas feministas de cada ámbito de investigación han señalado en repetidas ocasiones que los resultados de esta ciencia no sólo contribuyen a una comprensión cultural no deseada y científicamente injustificada de las relaciones entre hombres y mujeres como algo fijo, inevitable y ordenado por la naturaleza, sino que además la propia ciencia es errónea y poco esclarecedora. Entender el género como una estructura jerárquica compleja y multinivel que configura no sólo las instituciones, las interrelaciones, la cognición y la percepción, sino también el cerebro, el sistema endocrino y la manifestación de los procesos evolutivos, puede aportar una ciencia mejor y más informativa.

(…)

Las relaciones entre ciencia y sociedad son bidireccionales. Los científicos que trabajan en áreas políticamente sensibles e importantes tienen la responsabilidad de reconocer cómo los supuestos sociales influyen en su investigación y, de hecho, en la comprensión pública de la misma. Además, también deben reconocer que existen oportunidades importantes y apasionantes para cambiar estos supuestos sociales mediante la investigación y el debate científicos rigurosos y reflexivos.❞

Esto lo escribieron Fine et al. (2013). Una década después, a través de los estudios neurocientíficos de las personas transgénero, el binarismo nos devuelve a la misma problemática científica, como si se hubiera ignorado la evidencia acumulada que señalan las autoras, y desestimando las críticas de sesgo. El interés de la neurociencia en las personas transgénero claramente consiste en demostrar que hay dos tipos de cerebros. El último estudio que vimos al respecto es explícito: «El sexo cerebral de las mujeres transgénero se desplaza hacia la identidad de género» (Kurth et al. 2022). Sin embargo, el cerebro humano no tiene un sexo femenino o uno masculino, sino que es multimórfico e intersexual, un mosaico de rasgos mezclados femeninos y masculinos. Este concepto revolucionario del cerebro fue planteado por la neurocientífica Daphna Joel aún antes en 2011, pero evidentemente el sesgo binarista persiste: una mujer trans tiene un cerebro de mujer. De acuerdo con Joel & Fine (2022) el ‘cerebro trans’ no es tal, sino que «todavía es probable que continúe tomando una forma de mosaico». El reduccionismo biológico subyacente a la neurociencia transgénero, implica dos aspectos, el innatismo y el esencialismo de género, que son refutados por Daphna Joel, Cordelia Fine, y otras científicas dedicadas a estudiar el género como Anne Fausto-Sterling, Janet Hyde, Lise Eliot, o Lisa Diamond. El esencialismo de género es particularmente problemático: mostramos estudios empíricos de que fomenta la discriminación de las personas transgénero.

Ahora bien, los autores de varios estudios de jóvenes transgénero, que abordan asuntos críticos como la disforia de género y su ‘cura’ mediante la aplicación de hormonas a menores de edad, están haciendo mala ciencia para demostrar la efectividad de la terapia hormonal, que precisamente refleja un enfoque biologicista de aspectos que no son reductibles a la biología, como el fenómeno de la detransición (las personas trans que abandonan la transición hormonal y/o quirúrgica, o llegan a arrepentirse de ella). Este sesgo, de hecho, y aunque presuponga factores causales aparentemente profundos por ser biológicos, en realidad impide que se estudie a profundidad las razones de la detransición, paralelamente al rechazo activo a la causalidad social (tanto dentro como fuera de la comunidad científica). Sencillamente, la presuposición genético-neuro-hormonal gobernando el transgénero, es puesta en evidencia como una pseudoexplicación, al ser desbordada por la explosión repentina de adolescentes mujeres que se identifican como chicos—y reclaman hormonas y mastectomías, las fallas en el tratamiento hormonal que sin embargo se presenta (a veces ocultando los datos adversos) como ‘salvación’ de la disforia de género—en detrimento de las alternativas de atención psicológica, y el debate político sobre la legislación de la autodeterminación del sexo mediante la identidad de género.

En este escenario de dudosa ciencia, algunos países pioneros en el fácil acceso a los tratamientos hormonales para jóvenes transgénero, están tomando precauciones para proteger a sus ciudadanos de lo que es, a la luz de la evidencia científica débil, un experimento médico con adolescentes. La diversidad de género necesita urgentemente un enfoque multifactorial en lugar de uno biologicista, tanto para implementar una atención médica y psicológica eficiente, como para crear narrativas de aceptación social basadas en el concepto de diversidad, en lugar del «nacido así».


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