Por: Antonio Chávez
Pero no es la ciencia sino la revolución tecnológica, que en el entretenimiento y el arte permitió un estilo sobre-estimulante de representar la fantasía derivada de la ciencia en el siglo XX, la ciencia-ficción, lo determinante para tal «posibilidad». Así, esta se hizo cada vez más sofisticada y «verosímil» debido a la magia del cine y la literatura: se representó una civilización inteligente en Marte (cuando se empezó a observar con mayor detalle este planeta) y se creyó en ella como real, se representó a los aliens como mucho más inteligentes que los humanos, manejando «platillos voladores» (con la carrera balística y aeronáutica post Segunda Guerra Mundial) y se creyó que era real, se representó una mayor diversidad de aliens superinteligentes (al ampliarse la observación y el descubrimiento de estrellas y galaxias) y se tomó por cierto, se representó a los aliens superinteligentes teniendo una supertecnología que les permite viajar en el tiempo y el espacio (cuando se popularizó la física cuántica), y se creyó que con su superciencia los aliens podían crear vida a voluntad, como a nosotros los humanos, o destruirnos cuando ellos quisieran (con el progreso y el miedo que despertó la genética). La más reciente representación creída como «posibilidad», desprendida de la especulación sobre el potencial tecnológico a futuro (bajo un discurso fantástico revestido de racionalidad), es que los aliens no son sino humanos del futuro, en calidad de (sobre)humanos inmortales que controlan las leyes de la naturaleza, y, quizás, sepan violarlas, capaces de diseñar toda la realidad existente como una mera simulación por supercomputadora.
Ahora bien, lo descrito es un evidente castillo de naipes de especulaciones puras que parten de un núcleo pre- pseudo- y contracientífico, en claro contraste con los ejemplos antes mencionados del aristotelismo o la alquimia, que sí devinieron en ciencia. Para ilustrar tal diferencia: «la idea de la superioridad de los seres celestiales no es nueva ni científica. Es una extendida y antigua creencia en el pensamiento religioso. Aristóteles dividió su universo en dos regiones distintas, el reino celeste superior y el reino terrestre inferior» (Shermer 2011 citando a Basalla). Siempre, por supuesto, estará el recurso «racional» para suponer que la ciencia-ficción actual sea como el aristotelismo del pasado que devino en la biología de hoy: la magia y la fantasía presente podrían ser «realidad» en el futuro. Con todo, podemos enmarcar la creencia en los aliens sobrehumanos (incluyendo la variante que «descarta» su cualidad de extraterrestres) en la metafísica, en la ciencia-ficción, y, con más propiedad para efectos de este análisis, encuadrarla en el pensamiento mágico: «no está respaldada por ninguna evidencia convincente y desafía el conocimiento existente» (Routledge et al. 2017, refiriendo a King et al. 2007 y Shermer 2011). Todo esto no son creencias exclusivas de un público ajeno a la ciencia, en absoluto: todo científico famoso habla de la vida extraterrestre, en el sentido que fuere, desde microbios que no emocionan hasta seres de facultades ampliamente sobrehumanas. Como un conjunto de creencias articuladas, no necesariamente coherentes pero sí esparcidas con un proselitismo que va desde el entusiasmo «científico» hasta el fanatismo suicida, llamaremos a esto alienigenismo.
Es evidente que en la creencia en aliens sobrehumanos convergen varios aspectos: lo que se percibe y se imagina del cielo, de la muerte, del tiempo, y del ser humano en medio de todo esto, potenciados por lo que se percibe y se imagina ante el descubrimiento científico y la tecnología asombrosa. Según lo que se sabe sobre el funcionamiento de la mente humana, hay un abanico de intuiciones para resolver la incertidumbre que representan tales aspectos: lo incomprensible en la muerte, lo inconmensurable en el cielo, lo impredecible en los eventos naturales, la imposibilidad en el conocimiento del futuro. Pero esta resolución no es lógico-analítica ni científica porque, además, la mente humana funciona a través de dos sistemas paralelos para manejar la información y responder al entorno. La Teoría del Proceso Dual (p.ej. De Neys 2017) sostiene que el cerebro humano posee dos circuitos diferentes que procesan la información, uno involuntario, inconsciente, emocional y automático (Sistema 1: la intuición, a la que se asocia el pensamiento mágico), y otro deliberado, consciente, lógico y lento (Sistema 2: el razonamiento analítico, el método científico). Desde una perspectiva racionalista se define a las intuiciones como sesgos: desviaciones de lo que «debería ser» racional. Sin embargo la razón ni es pura ni es el funcionamiento por defecto del cerebro: un hallazgo que lo muestra es que al activarse los procesos de inhibición de sesgos durante el razonamiento lógico, una región clave en lo emocional-afectivo (la región prefrontal ventromedial) es crucial para llevar el razonamiento lógico hacia una creencia sesgada emocionalmente (Goel & Dolan 2003). Las emociones subyacen al razonamiento.
Más importante aún, lo confuso e impredecible del entorno es procesado automáticamente, sin mediar la razón e independientemente de ella, estableciendo patrones e intenciones (diseño, voluntad, rostros y cuerpos antropomórficos), para crear sentido y controlar la incertidumbre, que es estresora. Y este sentido consiste en «tratar con el mundo en general como si fuera social y comunicativo» (Guthrie en Pyysiäinen & Anttonen 2002 p. 45, citando a Burkert), donde «los objetos físicos en el final receptivo de un proceso comunicativo tienen algún tipo de consciencia» (Subbotsky 2010 p. 9). Es decir, las percepciones y las intuiciones sobre el cielo y el futuro no solo contienen diseño y propósito, sino también rostro y forma humana para querer decirnos algo o tener algún tipo de relación con nosotros. Este núcleo cognitivo de pensamiento mágico no ha cambiado durante la historia de la humanidad: es identificable en todas las creencias de seres o entidades sobrenaturales de cualquier cultura en cualquier tiempo (Pyysiäinen 2009; Subbotsky 2010). Los aliens son una clase de entidad sobrenatural, y, entre más avanzó la ciencia, y más decayó la religión en Occidente, más proliferó la creencia en ellos. Esto es como una paradoja del secularismo, porque la creencia en aliens es estimada entre ateos y escépticos, quienes rechazan explícitamente la religión y los dioses, no obstante, «un cuerpo de investigación emergente respalda la tesis de que estos intereses en los fenómenos paranormales y sobrenaturales no tradicionales son impulsados por los mismos procesos cognitivos y motivos que inspiran la religión» (Routledge 2017).
De hecho, el teísmo cristiano subyace al ímpetu de «búsqueda» de aliens, una empresa que al parecer hay que suponer seria porque es científica, pero ¿irreligiosa o atea absolutamente?
«Los aliens como agentes intencionales vinculan la creencia con la religión e igualan los aliens con los dioses» (…) «El radioastrónomo Frank Drake (creador de la canónica “ecuación Drake”) se formó “muy fuertemente como bautista con escuela dominical todos los domingos”, e hizo esta observación: “una gran influencia en mí, y creo que en muchas personas de SETI, fue la amplia exposición a la religión fundamentalista” (…) En su libro de 1992 sobre el tema, ¿Hay alguien ahí fuera?, Drake incluso sugirió que “la inmortalidad puede ser bastante común entre los extraterrestres”. El contacto con los aliens equivaldría a una especie de segunda venida para muchas personas. Melvin Calvin, pionero de SETI, señaló: “Tendría un efecto marcado. Es un tema tan amplio e importante que concierne a todos, sin importar dónde se encuentren, que creo que la gente lo escucharía. Es como introducir una nueva religión, supongo, y que mucha gente la aprenda”» (…) «Incluso Carl Sagan, el científico más asociado con los extraterrestres que nadie antes o después, y quien fue igualmente notorio por su escepticismo religioso, dijo sin embargo sobre la importancia de SETI: “Toca profundamente el mito, el folclore, la religión, la mitología; y todas las culturas humanas de una forma u otra se han asombrado acerca de ese tipo de pregunta”. Él incluso parece que escribió sobre la deidad en el cosmos a través de los aliens inteligentes en Contacto, cuando su heroína Ellie descubre que pi (…) está codificado numéricamente en el cosmos, lo que proporciona una prueba de que una superinteligencia diseñó el universo» (…) «Los aliens son dioses seculares, deidades para ateos» (Shermer 2011).
Anteriormente hemos analizado la creencia en que todo lo que existe es una «simulación por supercomputadora». Ese «alguien superinteligente» que ejecuta la simulación, y su inmortalidad, es algo sobre lo que influyentes filósofos y científicos ateos hacen afirmaciones extraordinarias, por decir lo mínimo. Esto se vincula a los aliens a la vez que es análogo a Dios, sin embargo los ateos y escépticos rechazan que estén practicando una religión o venerando un dios. Atendiendo a la Teoría del Proceso Dual está claro que la «motivación profunda», que señala Shermer (2011) tras la búsqueda de aliens, reside en procesos inconscientes e involuntarios ajenos a la razón pero que, como mostramos, pueden sesgarla. Es decir, Drake, Sagan, Dawkins o deGrasse hacen declaraciones honestas cuando niegan el pensamiento mágico como motivación, porque es lo que conscientemente piensan en el Sistema 2, pero en el Sistema 1, inadvertidamente, sí se trata de pensamiento mágico. La evidencia psicológica muestra que este es el caso. La creencia en aliens está sólidamente enmarcada en el pensamiento mágico, en tanto se asocia íntima y directamente a lo siguiente:
- otras supersticiones y la ideación paranormal (Swami et al. 2011);
- una potenciación mediada emocionalmente por la afectividad positiva (King et al. 2007);
- la motivación existencial de necesidad de significado (Routledge et al. 2017);
- la neurobiología del pensamiento mágico: el aumento de dopamina incrementa la ideación paranormal y las creencias infundadas (Krummenacher et al. 2002; 2010; de lo que se ha mostrado regulación genética: Raz et al. 2008; Schmack et al. 2015), e incrementa la afectividad positiva y la expectativa de recompensa (Ashby et al. 1999; Goschke & Bolte 2014).
El aspecto más dramático (y peligroso) del alienigenismo refiere al sentido comunicativo de los aliens con el ser humano: el rapto o la abducción extraterrestre. El discurso especulativo en la ciencia sobre las intenciones de los aliens, aparentemente inocuo, en realidad promueve en el público general las profundas motivaciones revisadas. Más aún, la aproximación escéptica al fenómeno, explicando las abducciones como alteraciones del lóbulo temporal y una serie de trastornos del sueño, «parecen haber empujado a los abducidos y a los investigadores de la abducción con más firmeza a los márgenes de la ciencia contemporánea», llegando en 1997 hasta el suicidio en masa de 39 seguidores de la secta alienigenista Heaven's Gate (Brown 2007). «En respetuoso desacuerdo con Carl Sagan, quien argumentó que la creencia en la pseudociencia era directamente proporcional a la mala comprensión de la ciencia, Clancy concluyó su estudio señalando: los abducidos me enseñaron que la gente va por la vida probando sistemas de creencias para sentir importancia. Algunos de estos sistemas de creencias tratan con poderosas necesidades emocionales que tienen poco que ver con la ciencia—la necesidad de sentirse menos solo en el mundo, el deseo de tener poderes o habilidades especiales, el anhelo de saber que hay algo ahí fuera, algo más importante que tú que te cuida. Creer en la abducción extraterrestre no es solo mala ciencia. No es solo una explicación de la desgracia y una forma de evitar asumir la responsabilidad de los problemas personales. Para muchas personas, la creencia en la abducción extraterrestre gratifica el hambre espiritual. Les tranquiliza sobre su lugar en el universo y su propio significado» (Shermer 2011, sobre la investigación de la psicóloga Susan Clancy).
Esta delicada motivación existencial, además, se perfila sobre paralelos con los eventos políticos y los cambios sociales que definen el siglo XX: la guerra fría, la revolución biológica y la destrucción ecológica. Iniciada en los 40s, la abducción es «más claramente un fenómeno de finales del siglo XX—no de principios del siglo XX. El período en el que proliferaron los relatos de abducciones extraterrestres y en el que amplias audiencias estaban interesadas en leerlos, verlos y considerar si podían ser reales o no fue algo inusual, oscilando entre el final de la Guerra Fría y el comienzo de la Guerra contra el Terrorismo. Ciertamente, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos cambiaron el enfoque hacia asuntos terrestres más urgentes. Desde el 11 de septiembre, el terror ha adquirido un nuevo rostro y significado» (Brown 2007). Siendo un fenómeno prominentemente estadounidense, las abducciones se ven asociadas a una época en la que se percibió una dominación-globalización sin obstáculos, sin enemigos que atender, y por lo tanto poco interesante. Los «enemigos» que llenaron este vacío existencial, y la necesidad de importancia, fueron los aliens. En este mismo contexto sociopolítico, reflejándolo, se enmarcan otras creencias vinculadas a los aliens y los superhumanos del transhumanismo, articuladas cognitivamente por el pensamiento mágico-científico (o ciencia-ficción), con caracteres compartidos pues con el teísmo: superinteligencia∼omnisapiencia, supertecnología espaciotemporal∼omnipresencia, superciencia para crear universos simulados∼omnipotencia. Todo bajo la perspectiva de potenciar la eficiencia humana en el contexto capitalista de competitividad y consumismo (Thomas 2017).
«¿Estamos solos en el universo? Es una pregunta legítima independientemente de cómo operan los sistemas de creencias, y en este punto la ciencia nos ofrece una respuesta inequívocamente ambigua: no sabemos» (Shermer 2011). Sin embargo deberíamos ser más escépticos, tanto como lo somos para negar la existencia de otros seres sobrenaturales, porque no es coherente abrazar creencias mágico-científicas mientras se desprecian las mismas creencias cuando son mágico-religiosas. No por lo menos con especulaciones de más que dudosa justificación metodológica, como p.ej. esta del International Journal of Astrobiology: «sostenemos que los aliens se someterán a la selección natural — algo que no debe darse por sentado pero que descansa en firmes bases teóricas. Dado que los aliens se someten a la selección natural, podemos decir algo sobre su evolución» (Levin et al. 2019). Este razonamiento es el mismo de otro alienigenista sosteniendo que el vuelo de los ovnis «descansa en firmes bases teóricas» de la aeronáutica; y hace, por supuesto, que la teología natural suene consistente (y, si acaso, la misma refutación es válida para la astrobiología, la ufología, y la teología natural: sus objetos de estudio simplemente no existen). O en otro ejemplo: «las civilizaciones extraterrestres son pocas y están muy separadas» (Shostak 2020, Astrónomo Senior en SETI). Semejante afirmación, derivada de (y justificada en) cálculos matemáticos puramente especulativos, no es menos temeraria que la afirmación de existencia de Dios derivada (y justificada en) la lógica matemática de Gödel. El uso de la matemática para racionalizar lo sobrenatural no es una extraña coincidencia, sino que de hecho es perfectamente posible porque los sustratos neurocognitivos de la matemática, la atribución de intención, diseño, y las experiencias mágico-religiosas se traslapan. Habremos de conceder, no obstante con necesaria ingenuidad sobre los aliens y el transhumanismo, que «la creencia es lo primero, la búsqueda de evidencia del objetivo de la creencia es después. No hay nada malo en esto; es como la mayoría de la ciencia opera» (Shermer 2011).
En conclusión, la psicología y la ciencia cognitiva muestran que existe un único aparato mágico subyacente tanto a la religión como a la ciencia (Shtulman & Valcarcel 2012; ver aquí más evidencia empírica), y el alienigenismo es de hecho una prueba. Es pues inevitable, pero inadvertida para la defensa científica de los aliens, la convergencia entre ambas, religión y ciencia, sobre la ansiedad existencial de nuestra autopercepción en el cosmos. El pensamiento mágico conduce tanto a los dioses mediante la religión, como a los aliens mediante la ciencia, que, justificados por la fantasía tecnológica, resultan en la misma entidad sobrenatural.
(*) NOTA. Citamos traducido del artículo con carácter de denuncia “Godless grifters: How the New Atheists merged with the far right” (Salon, 2021):
«Michael Shermer: editor fundador de la revista Skeptic, que una vez publicó una crítica favorable del libro de Milo Yiannopoulos “Dangerous” y una defensa del violador de niños Jerry Sandusky, Shermer se hizo un nombre como “escéptico”. Sin embargo, su legado se ha visto ensombrecido, entre otras cosas, por una larga historia de acoso sexual y acusaciones de agresión, y James Randi una vez lo llamó “un chico malo” de quien se habían quejado numerosas personas en conferencias de ateísmo. En 2014, fue acusado de violación, sobre lo que luego bromeó con ligereza en Twitter. Desde entonces, ha dedicado una cantidad de tiempo impresionante a menospreciar a “los guerreros de la justicia social” (SJW) y “los despertados”, a menudo lanzando ataques ad hominem e insultos de escuela secundaria hacia aquellos con quienes no está de acuerdo. Por ejemplo, Shermer se ha referido a los “SJW” como “de boca hueca, quejones, llorones y serviles”, y “un montón de mojacamas con las rodillas débiles”. Una vez tuiteó, al estilo trumpiano: “conozcan a los izquierdistas regresivos/SJW: perderán. Aquellos de nosotros que creemos en la verdad y la justicia prevaleceremos. La suya es una ideología fallida. Perdedores”. Después de que escribí una crítica del reciente libro de Steven Pinker “Enlightenment Now!”, que contiene muchos errores graves, Shermer se dirigió a Twitter para llamarme “cucaracha”. Nada de esto debería ser tan sorprendente, ya que se describe a sí mismo como un libertario antidespertar y antirrepresivo que piensa que “Atlas Shrugged” de Ayn Rand es “un libro extraordinario”.
Pero tenga cuidado: Shermer también ha reconocido, por escrito, que ha fantaseado con asesinar gente. “O, si no está matando al bastardo en particular”, informa, “al menos me imagino dislocando su mandíbula con un aplastante sándwich de nudillos que lo envió tambaleándose al pavimento”. Esto proviene de su libro “The Moral Arc”, que recibió una extensa y brillante propaganda de Steven Pinker.»
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