Por: Antonio Chávez
En efecto: hay evidencia de que la FB sería un sistema independiente de la FP (Atran et al. 2001).
Sin embargo una serie de datos dejan poco clara la diferenciación entre los sistemas inferenciales FP/FB, p.ej.: (1) en el caso de la vinculación neurocognitiva entre el reconocimiento del «movimiento biológico» (en adelante MB: reconocimiento especializado de motricidad con rasgos propios de seres vivientes, en contraste con la motricidad de objetos inertes), la distinción animado/inanimado y la agencia, y (2) porque el sustrato neural en el surco temporal superior está implicado en el reconocimiento de seres vivos, la agencia y la ToM (agencia, ToM y FP son conceptos intercambiables: Griffin & Baron-Cohen en Dennett 2002). Este sustrato neural abarca una red que también incluye el giro fusiforme, el córtex temporal medio, el giro frontal inferior derecho y la ínsula (Sokolov et al. 2018).
El MB, esto es, la motricidad de «humanos y otros vertebrados», se ha visto que es reconocido en neonatos humanos a las 100 horas de nacimiento (Méary et al. 2007) e incluso a las 48 horas (Simion et al. 2008). Adicionalmente, hay que notar la instantaneidad del mecanismo: 100ms para reconocer una forma humana (ibid. p. 809). En tanto que la FB y el animismo equivalen al reconocimiento y la atribución de características especiales de motricidad y forma, es evidente que esta sensibilidad (innata) es un aspecto nuclear en ellos; de hecho, en humanos el MB se extiende al reconocimiento de la morfología y la motricidad cuadrúpeda (ibid. p. 809), lo que apunta a la importancia del reconocimiento de la forma en el animismo. A su vez, tales características son las señales fundamentales para la detección de agencia. Tal parece que a este nivel básico y temprano, por lo menos, la FP y la FB conforman un único sistema de procesamiento visual (notar en el gráfico p.ej. como se traslapan en el cerebro).
En efecto, todo esto sugiere un mapa neurocognitivo que debe consistir en un sistema–FP basal que se extiende a un subsistema–FB y que adicionalmente se conecta a otro sistema–FM (p.ej. la multifuncionalidad cognitiva de las mismas áreas neurales). Es decir que, nuevamente, domina la dimensión que llamo «sensorio–social», un modelo neurocognitivo global claramente adaptativo p.ej. respecto al entorno: reconocimiento automático de congéneres, atribución automática de disponibilidad para la interacción, autodisposición automática para la interacción social. Intrasocialmente, desde una perspctiva evolucionista parece más evidente aún que la sensibilidad a la forma humana en el neonato descansa en el contexto de la interacción madre-hijo.
Finalmente, la sensibilidad al MB está presente en animales como varios estudios muestran en gatos, palomas, pollos, monos, simios y delfines (ibid. p. 813 refs. 7–13). Esto es una fuerte evidencia de la filogenética de tal propensión, y de hecho es heredable en humanos (Wang et al. 2018). Interesantemente, la unificación de todos estos datos nos llevan de regreso a las ideas que Guthrie retoma de Uexküll y Burkert: el animismo es agencia y por tanto parte integral de la cognición animal.
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