El concepto de que el ser humano nace sin contenidos mentales se remonta a Aristóteles, Avicena, Santo Tomás de Aquino, hasta llegar a la moderna idea de la “pizarra en blanco” de Locke. Al parecer resulta intuitivamente lógico suponer que los bebes y los niños carecieran de pensamientos o que sean incapaces de realizar operaciones mentales por sus propios medios, y que todo lo que tienen en la cabeza es adquirido de la experiencia y de su progresivo aprendizaje de los mayores y de la cultura.Por: Antonio Chávez S.S.
Así pues, la tabula rasa tiene una fuerte tradición en la filosofía que se extiende a la ciencia. J.B. Watson y B.F. Skinner contribuyeron no tanto al avance sino más bien al estancamiento de la psicología al definirla como “el estudio de la conducta humana en tanto que observable” y estableciendo el modelo de la caja negra: respectivamente, una definición que ignoraba y un modelo teórico que negaba la existencia de tendencias de índole biológica (heredables) subyacentes a la “conducta observable”. Aún hay universidades que insisten en definir a la psicología de esta forma. Por otro lado, continúa existiendo una persistencia oculta del modelo de la tabula rasa en la vida diaria y en el ámbito sociocultural: p.ej. la pedagogía sigue actuando como si naciéramos sin predisposiciones biológicas respecto a la mente o los rasgos de la personalidad.
Sin embargo, se ha evidenciado progresivamente en décadas recientes que varios procesos, mecanismos y capacidades mentales serían innatos y que se relacionan causalmente con los rasgos de la personalidad y las propias bases de la sociocultura. Aunque, no se trata de que diversos aspectos humanos tal cual los podemos ver durante la adultez vengan de nacimiento y se mantengan de alguna forma inalterados toda la vida, se trata más bien de que hay componentes sustanciales que posibilitan el desarrollo de ciertos rasgos y capacidades, y que son éstos los que se evidencian como innatos al detectarse en cuidadosos experimentos a muy temprana edad, o dada su universalidad, o descubriéndolos en animales, o aún, convergiendo todo esto simultáneamente.
Ejemplos de aspectos humanos como la sensibilidad numérica o las inferencias intuitivas respecto al mundo exterior (ver p.ej. el trabajo de P. Bloom; Bering & Bjorklund 2004) se han detectado a edades muy tempranas (incluso antes del primer año de edad en algunos casos) como para explicarlos como puro resultado de un progresivo aprendizaje – y como se decía, también han sido detectados en animales en el caso del procesamiento numérico). Mas bien estas capacidades posibilitarían el aprendizaje de los contenidos (ideas, conocimientos) que corresponden a cada aspecto sociocultural: matemáticas, interacción social o religión, respectivamente. El valor adaptativo de tales rasgos es fácilmente visible, y es evidente que hay una historia biológico-evolutiva para los mismos.
Muy al contrario de lo que pensaba Locke y diferente de lo que aún pueda sostener algún sector de la sociología o la psicología actual, tal parece que sí hay reglas y predisposiciones innatas para el aprendizaje y el modo en que éste es posible. Obviamente, esto posibilita y restringe en cierta medida, o en último término, a la sociocultura y su desarrollo.
Sin embargo, y a modo de conclusión, es necesario comprender que la evidencia innatista es ciertamente selectiva: no todos los aspectos mentales y conductuales responden de manera homogénea a factores biológicos como causas determinantes, ni a un mismo grado de influencia de estos, respecto a otros factores como la historia de vida del individuo (enmarcada en un devenir histórico contextualmente más amplio), y el aprendizaje sociocultural. Así pues, si bien se puede asumir que existe una predisposición innata al cálculo numérico, en cambio las preferencias por la matemática o por la poesía pueden estar dominadas por el aprendizaje sociocultural desde muy temprana edad, según las posibilidades económicas, la socialización de género y los incentivos diferenciados por sexo, las preferencias culturales del entorno, etc.
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