23 junio, 2010

¿CHIMPANCÉS Y HUMANOS EXPERIMENTAN IGUAL LA MUERTE?

Por: Antonio Chávez
hnc.correo@gmail.com

El antropólogo Stewart Guthrie, autor de la prominente teoría cognitiva de la religión como una extensión de la hiper-agentividad, menciona en el libro Current approaches in the cognitive science of religion (Pyysiäinen & Anttonen 2002, pp. 42, 45) una «danza de la lluvia» entre chimpancés, ilustrándonos así con conductas especiales de los animales como si estuviesen ante agentes intencionales en realidad no presentes (conductas que resultan pues no infrecuentes, como en otro ejemplo la cautela aún sin predador visible), que la hiper-agentividad es un mecanismo cognitivo por defecto ampliamente extendido en el mundo animal. Un clásico ejemplo, aunque en realidad anecdótico, lo dio el propio Darwin en su libro El origen del hombre (a donde de hecho se remonta este enfoque de la religión) respecto a su perro ladrando a los movimientos casuales de un quitasol debido al viento, como si ante «la presencia de alguien que los produjese». Mientras tanto, el hombre puede ver un rostro en lo que no son sino las manchas de la Luna, escuchar voces en el viento o de modo reflejo intuir una intencionalidad tras un evento puramente aleatorio. El animismo y el antropomorfismo de los seres humanos son simplemente aspectos de este mecanismo de agencia. De acuerdo con Guthrie y Darwin, esta es pues la plataforma cognitiva que hace posible la religión.

Ahora los chimpancés nos vuelven a sorprender, esta vez con ciertas conductas sociales respecto a la muerte de un compañero, que podrían recordar nuestras propias conductas en similares circunstancias. La BBC News publicó a fines de abril pasado un artículo periodístico que da cuenta sobre dos eventos interesantes, ambos registrados en video (ver abajo). Los correspondientes reportes han sido publicados en Current Biology (los abstractos: Anderson et al. 2010; Biro et al. 2010). El primero en un parque zoológico de Escocia, con varios chimpancés mostrando evidente conducta empática hacia una hembra del grupo que está agonizando. Nada de esto sorprende en tanto que se ha mostrado previamente que los chimpancés son empáticos. Lo nuevo, no visto antes, es esto ante la muerte de un compañero. Según el informe incluso la hija adulta de la hembra muerta estuvo junto a ella toda la noche. El segundo es parte de un estudio con individuos en estado salvaje, donde se observa una conducta similar de dos madres sobre sus hijos muertos. Una de las hembras incluso carga el cadáver de su hijo sobre su espalda. El cuidado del moribundo o del cadáver es una conducta común aquí, que es lo sorprendente.














En ambos casos los observadores piensan que los chimpancés experimentan la muerte de alguien cercano del mismo modo que los humanos, «a pesar de que los chimpancés no tienen creencias religiosas o rituales que rodean la muerte». Por lo menos de acuerdo al segundo caso, las observaciones «confirman la existencia de un vínculo muy poderoso entre las madres y sus crías, que puede persistir, sorprendentemente, incluso después de la muerte del bebé». Así que ¿trascienden a la muerte aspectos como empatía, enlazamiento (bonding) o el apego (attachment)? (Presuponiendo que tanto en humanos como chimpancés todos estos estructuran las conductas de cuidado p.ej. sobre los individuos enfermos.) En humanos es innegable que sí y esto independientemente de las creencias religiosas, pero ahora parece claro que los chimpancés lo manifiestan también. ¿Cómo es posible? En principio podemos eludir el problema de explicar si es que los chimpancés creen o no en ‘espíritus’ o ‘almas’ porque de hecho eso no sería necesario para que sigan habiendo sentimientos (empáticos, de enlazamiento, altruistas) durante la enfermedad, la agonía o luego de la muerte de alguien cercano. Y esto también al margen de que tales conductas estén reguladas hormonalmente, asociadas a ciclos reproductivos (por lo cual las madres aún estarían aferradas a sus crías, aunque muertas). Lo intrigante no son las regulaciones biológicas asociadas o aún que se trate de un aprendizaje cultural entre chimpancés (ya que hay evidencia que así lo indica), sino los aspectos neurocognitivos que estructuran estas conductas y su vínculo con estas mismas conductas en humanos.

En «El viaje mental en el tiempo (‘mental time travel’) y la cognición religiosa» y en «Mental Time Travel, agencia, y el origen de la religión» sugiero que, precisamente, el concepto ‘espíritu’ es una combinación de Mental Time Travel y empatía. Tal combinación explicaría la cognición de la muerte en humanos y su extensión en conceptos religiosos, como debido a un mecanismo cognitivo ‘por defecto’ (que Paul Bloom llama dualismo innato), que permite intuir la mente como una entidad independiente del cuerpo físico, sobre todo en lo que respecta a contenidos mentales como emociones y deseos, que entonces aún «funcionan» a pesar de la muerte. Paralelamente, como visto en infantes de 4 años de edad y no antes, parece que el envolvimiento empático con un agente que muere repentinamente activa tal intuitividad, o por lo menos están asociados. En el ingenioso experimento que me parece paradigmático, diseñado por Bering & Bjorklund (2004), en una escena ficticia con marionetas un ‘ratón bebé’ se describe ante niños de diversas edades como pasando por un mal día, estando perdido sin tener idea de dónde está ni cómo volver a casa, teniendo sueño y hambre. Repentinamente, es devorado por un ‘cocodrilo’ y se les dice a los niños que el ratón ya no está vivo. De hecho, algunos pocos infantes replicaron que el ratón aún vive, pero se les persuade de que está muerto. Luego se les hizo una serie de preguntas y las respuestas de los niños sobre p.ej. si el ratón aún desea ir a casa o si todavía ama a su mamá, fueron prominentemente afirmativas en tanto más jóvenes eran los infantes.

Me suscribo al comentario de Bloom de que esta es «la más dramática demostración de dualismo infantil». Pero mientras esto puede explicar la cognición de la muerte en humanos y evidentemente las bases de los conceptos de ‘espíritu’ o ‘alma’, también es evidente que estas creencias no las podemos identificar en chimpancés. Y esto no solo debido al hecho de que nuestro conocimiento actual sobre su cognición sea precario, sino que dado que ellos no logran superar el primer orden de representación de intencionalidad (yo sé que Juan quiere tal cosa), mientras los humanos somos capaces de un cuarto o quinto orden (yo sé que Juan quiere que María entienda que Pedro cree que Isabel lo ama), no parece que fueran capaces de tales ideaciones. En todo caso, aquellos conceptos (espíritu, alma) son inadecuados para explicar estas conductas vistas en chimpancés debido que a pesar de todo, sigue siendo evidente que ellos parecen concebir el cadáver como todavía un agente, por lo menos, carente de cuidados. Es posible que, como en el caso del «animismo animal» de Guthrie, cual atribución de animación en último término, la empatía, en tanto que filogenéticamente antigua, podría ser también un ‘reflejo’ activado ante objetos no necesariamente animados.

Este puede ser el mejor indicio de la alta complejidad de la conducta social chimpancé. Y en tanto que la línea evolutiva primate llega a la condición hipersocial humana, pues parece que los chimpancés ya están bien puestos en el camino y «al menos poseen los precursores de las habilidades representacionales» (Ellis & Bjorklund 2005 p. 59). Sin embargo, la conducta social humana tiene carácter hipertrófico (p.ej. «el conjunto de principios intuitivos que infiere los estados mentales -percepciones, creencias y deseos- a partir de la conducta observada es incomparablemente más complejo que en cualquier otra especie», Boyer 2000), dado que para interactuar con el mundo externo (p.ej. ejercer control sobre él) es precondición necesaria imbuirlo de atributos de causalidad, funcionalidad e intencionalidad (o sea: teleología, antropomorfismo, pensamiento mágico, superstición), y esto por sobre que se interactúe tanto con personas pensantes y reales como con simples objetos inertes, meras circunstancias accidentales o eventos sencillamente fortuitos. Con todo esto, la agencia de la muerte es tan natural e intuitiva como el lenguaje y el cálculo, y según los dos estudios referidos, la compartiríamos con los chimpancés. Pero, nuevamente, no es tan simple el asunto, ya que los humanos tenemos pues capacidades neurocognitivas que son inconcebibles en chimpancés y que precisamente se relacionan con la agencia de la muerte (p.ej. Suddendorf & Corballis 1997). En este asunto habrá que repasar muy brevemente las similitudes neurocognitivas entre humanos y chimpancés y luego las diferencias. Tal como visto en el artículo sobre el MTT y anticipadamente discutiendo las hipótesis de los antropólogos Maurice Bloch y Barbara King (sobre cómo se acercan o se alejan de la neurociencia cognitiva de la imaginación, la autoproyección o el MTT), está demostrado que la región temporomedial (p.ej. hipocampo) es similar en humanos y chimpancés y que ambas especies emplean las mismas regiones cerebrales (frontomedial/parietomedial) para recuperar memoria episódica y aún para ejercer autoproyección. Adicionalmente, las bases neurales de la agencia son también similares.

Es probable que estos aspectos neurocognitivos suficientemente sostengan la empatía hacia el cadáver de un pariente o un compañero de grupo. Así sería sencillo explicar esta conducta mediante el aprendizaje cultural (como procesamiento mnémico), pero no se resuelve el asunto de su origen. Ahora bien, en humanos otra región como la frontopolar (área 10 de Brodmann) resulta de capital importancia para procesar la memoria episódica y la autoproyección en una facultad, el MTT, que los chimpancés no podrían tenerla dado que tienen esa área 6 veces de menor tamaño. A esto se suma la elevada complejidad citoarquitectónica de ésta área más otra directamente asociada (cíngulo anterior, exclusiva región del cerebro muy rica en neuronas en huso): ambas áreas emplean la memoria episódica para evaluar probabilidades, lo que hace bastante sofisticada la reacción ante eventualidades, permitiendo construir planes y representar escenarios posibles (p.ej. en tiempo futuro) en los que puedan ejecutarse. Esta capacidad cognitiva, evidentemente posible gracias a la neuroevolución de aquellas dos regiones, no pueden poseerla los chimpancés. Una consecuencia obvia es que los humanos entonces experimentan la muerte de alguien empáticamente cercano de un modo diferente a los chimpancés.

Por lo menos, de acuerdo a estas comparaciones neurocognitivas entre ambas especies, la diferencia consistiría en el grado de metarrepresentación, asociación (p.ej. con la memoria) y de conceptualización (p.ej. lógica narrativa) involucrado en los comportamientos empáticos ante la muerte de alguien cercano.

Dejo para reflexión otro video sobre algunos aspectos de la conducta social en primates no humanos, asociados a la conducta moral humana.







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