15 abril, 2010

EL «MÓDULO» DE LA ESPIRITUALIDAD EN EL CEREBRO (1)

Por: Antonio Chávez
hnc.correo@gmail.com

Este pasado febrero se publicó en Neuron, uno de los más importantes medios en el campo neurocientífico, un estudio de Urgesi et al. (2010) que aporta fuerte evidencia, confirmatoria de previos estudios, sobre el papel fundamental del lóbulo parietal en la autotranscendencia (AT), la cual «refleja la tendencia duradera de trascender las representaciones sensoriomotores contingentes e identificar el yo como una parte integral del universo en total» (ibid. p. 310).

El abstracto (ver al final de este artículo el documento original insertado):
La predisposición de los seres humanos hacia el sentimiento, el pensamiento y el comportamiento espiritual se mide por un rasgo de la personalidad supuestamente estable llamado autotrascendencia. Aunque algunos estudios de neuroimagen sugieren que la activación neuronal de una gran red fronto-parieto-temporal puede sustentar una variedad de experiencias espirituales, está ausente la información sobre el nexo causal entre esta red y la espiritualidad. Combinando evaluaciones de la personalidad pre y post-neurocirugía con avanzadas técnicas de mapeo de lesión cerebral, encontramos que el daño selectivo de las regiones parietal posterior inferior izquierda y derecha indujo un específico aumento de la autotrascendencia. Por lo tanto, las modificaciones de la actividad neural en el área temporoparietal pueden inducir modulaciones inusualmente rápidas de un estable rasgo de la personalidad relacionadas con la conciencia trascendental autorreferencial. Estos resultados apuntan a la participación activa y crucial de los sistemas parietal izquierdo y derecho en la determinación de autotrascendencia y arroja nueva luz sobre las bases neurobiológicas de la alteración de las actitudes y comportamientos religiosos y espirituales en los trastornos neurológicos y mentales.

En efecto, se estudiaron 88 pacientes con diversas lesiones cerebrales (gliomas y meningiomas) clasificadas como ‘anteriores’, afectando el córtex frontotemporal, y ‘posteriores’, en el córtex occipitotemporoparietal. Los resultados arrojaron un claro patrón en el que la AT se incrementó significativamente una vez removidos los tumores posteriores: un aumento del 10% respecto a los anteriores, y en 5% luego de la cirugía; incluso hubo una disminución de la AT luego de la cirugía en lesión anterior (aunque un insignificante 2%). Adicionalmente, este incremento post-neurocirugía fue notoriamente rápido (en una escala de días). Mientras los pacientes con gliomas de más alto grado de malignidad puntuaron más alto en AT, los que tuvieron gliomas de bajo grado solamente incrementaron su AT post-neurocirugía; esto para los autores «corrobora la especificidad de la relación anátomo-clínica entre la lesión de áreas posteriores del cerebro y el incremento de AT» (ibid. pp. 311-312). Las regiones específicas del cerebro afectadas por estos tumores y correlacionadas con este incremento fueron el lóbulo parietal inferior izquierdo y el giro angular derecho, rotuladas respectivamente como «L-IPL» y «R-AG» en el siguiente gráfico (que incluye la cantidad de cambio de la AT para cada área).


Los pacientes con tumores posteriores tendieron a juzgarse a sí mismos como personas religiosas más que los pacientes anteriores, coincidiendo con sus más altos puntajes de AT y también, fueron quienes reportaron mayor ocurrencia de experiencias místicas como sentir la presencia de Dios o tener visiones durante el rezo. Aunque no se reportaron auténticas experiencias extracorporales, hubo casos de extrañas sensaciones corporales antes de los ataques epilépticos. Por último, mostraron una mayor aceptación de su padecimiento en contraste con los pacientes con tumores anteriores. Otros datos interesantes fueron las correlaciones entre la mayor gravedad y ubicación de las lesiones en el cerebro y ciertas escalas temperamentales: posterior derecha con «novelty seeking» (búsqueda de novedad), mientras que en los tumores anteriores con una alta «harm avoidance» (evasión de daño). Además de la AT otra dimensión de la personalidad, la autodireccionalidad, también correlacionó mayormente con las lesiones posteriores en el hemisferio derecho. Todos estos efectos no fueron modulados por la neurocirugía, lo que para los autores descarta que la AT fuese un epifenómeno de los cambios de personalidad (ibid. p. 313).

Entre tanto, la evaluación de las funciones cognitivas de los pacientes (memoria, visión, funciones ejecutivas, lenguaje) no mostró efectos significantes de la cirugía ni de la ubicación del tumor, lo que sugiere que la disminución general de habilidades cognitivas no explica el incremento de la AT post-neurocirugía. Y, mientras otras escalas de personalidad no arrojan cambios significativos pre y post-neurocirugía aquí, las tres sub-escalas de la AT (experiencia subjetiva de dimensiones espaciotemporales, cosmovisión individual y aceptación de fenómenos espirituales) se incrementan uniformemente de acuerdo al grado de lesión posterior en el cerebro. Todos estos resultados inciden en la correlación específica entre el área inferoparietal y la AT.

A lo largo del artículo los autores perfilan la idea de que la AT, algo comúnmente conocido como ‘espiritualidad’, es un aspecto neuropsicológico diferente de aquellos que conocemos como ‘religión’. «Las creencias religiosas y la espiritualidad son al menos parcialmente fenómenos independientes» (p. 316). P.ej. es notado que la religiosidad se asocia sobre todo a un sistema frontotemporal (se refieren al estudio de Kapogiannis et al. 2009), que es el asiento de las representaciones corporeizadas y conceptuales de los otros; o, mientras la región frontomedial también se asocia a varios aspectos de la espiritualidad (p.ej. Cahn & Polich 2006; Newberg & Iversen 2003), aquí el córtex parietal resulta determinante del perfil de la AT. Y pues, esto es fuertemente consistente con las funciones parietales que describen los autores (p. 316), que en lo fundamental es lo que se describió antes en nuestro artículo NEUROCIENCIA DE LA RELIGIÓN (VII): EL PAPEL DEL LÓBULO PARIETAL. Resumidamente, el córtex parietal nos brinda el sentido de ubicación autorreferencial o autoagentiva en el espacio: su hipofunción (sobretodo en el hemisferio izquierdo de acuerdo con d’Aquili & Newberg 2000 p. 43) provoca que la autoagencia ‘trascienda’ al espacio extrapersonal, siempre recordando el indisociable rol de la junción temporoparietal en ello. Es decir, el yo se disuelve en el universo y consecuentemente, el espacio externo es sentido como un agente intencional (esto pues es análogo a sentir que se contacta una entidad externa e infinita, trascendente).

Finalmente y a mi parecer, Urgesi et al. claramente sugieren que la AT sea un aspecto ideacional/conductual de naturaleza modular. No solo sus minuciosos test de personalidad pre y post-neurocirugía apuntan a la correlación causal específica y directa entre el córtex parietal posterior/inferior y la AT, sino que tanto al inicio como al final de su artículo nos refieren estudios realizados con mellizos (p.ej. la práctica igualdad en el grado de AT que comparten, hereditariamente en consecuencia), por un lado, y aquellos asociándola a regulación serotoninérgica (Borg et al. 2003; véase nuestro artículo al respecto), por otro: ambos datos evidencian un probable papel de los genes aquí. Por supuesto, esto extiende el estudio al campo neurogenético y así a la biología evolutiva, aunque los autores más bien giran hacia la aplicación psiquiátrica.


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2 comentarios:

  1. Interesante estudio. Aunque se tenían ya datos que apuntaban a que los lóbulos parietales establecían de alguna forma los límites del self (espacios personal, peripersonal y extrapersonal), es un gran aporte.

    Me pregunto si las experiencias místicas, tales como ser uno con el universo, tienen que ver con la pérdida de la integridad y ubicación de eso que llamamos "nuestro cuerpo" (espacios personales, peripersonales, extrapersonales) o con la fusión de las agentividades internas (el self como agente) y externas.

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  2. Hola Luis!!!!

    Sí que ya se tenía suficiente evidencia, con los estudios de experiencias místicas, del papel capital del córtex parietal en ello, que justamente se vio en NEUROCIENCIA DE LA RELIGIÓN (VII): EL PAPEL DEL LÓBULO PARIETAL. Aquí el trabajo de Urgesi et al. prácticamente ha consistido en ‘aislar’ las áreas precisas del córtex parietal asociadas a un rasgo específico, la autotrascendencia. Ciertamente, han buscado confirmar la hipótesis parietal de Newberg & d’Aquili (p.ej. en comparación con el «punto Dios» del lóbulo temporal), y lo han logrado.

    El haber identificado las áreas posterior e inferior en el córtex parietal (los autores involucran también a la junción temporoparietal) y la predominancia hacia la derecha, me parece que responde tu pregunta: respectivamente, hay una pérdida de integridad corpórea y una desconexión del ‘interruptor’ yo/otros simultáneamente (ojo que también entra en juego el circuito espaciotemporal hipocámpico-parietal). O sea que mientras se debe sentir que el cuerpo no termina ni qué tanto está durando tal experiencia (tal como lo cuenta Jill Bolte), todo el sistema de agencia se «aplana» (ojo con la esquizofrenia: la misma disfunción parietal de Urgesi et al. ya había sido identificada allí y se ha asociado a la despersonalización y el afecto aplanado, por una obvia anomalía en la identificación de agentes) y entonces debe sentirse que todo, lo interno y lo externo, es la misma agencia (ojo aquí con que la agencia sobrenatural no es sino parte de un proceso normalmente autorreferencial).

    Saludos!

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