26 mayo, 2009

CCR* Y UNA HIPÓTESIS FILOSÓFICA SOBRE EL ORIGEN DE LA RELIGIÓN

(*) Ciencia Cognitiva de la Religión
Por: Antonio Chávez
hnc.correo@gmail.com

Con este artículo se aborda el acercamiento entre la CCR y la Filosofía desde una perspectiva crítica a la vez que constructiva, indicando qué puntos de apoyo científico-empírico podrían desconocer o encontrar las explicaciones filosóficas de la religión. Previamente se ha hecho un similar análisis breve respecto a la antropología y dos hipótesis sobre el origen de la religión exclusivamente dentro de este campo. También se han publicado sendos artículos para una resumida revisión de las hipótesis tradicionales más influyentes sobre la religión desde la psicología y la sociología que están enraizadas en la filosofía más que en disciplinas y/o metodologías propiamente científicas.

Gustavo Bueno es un reconocido filósofo hispano. Entre muchas de sus obras, una podría ser de interés aquí: «El animal divino. Ensayo de una filosofía materialista de la religión.» Como el título advierte, se trata de una tesis explicativa: los dioses no son sino divinizaciones de animales reales en algún punto del pasado reciente (paleolítico) de la historia humana. Por tanto los dioses, contrario a como comúnmente se piensa y comenta, no son representaciones humanas proyectadas en el mundo exterior. Aunque la hipótesis es eminentemente filosófica, sus postulados caen de lleno en el campo del cerebro-mente humano y sus facultades y los resultados funcionales de las mismas. Cabe aclarar que para realizar las observaciones se recurre a lo publicado acerca de esta obra sobretodo en El Catoblepas y también en Foros de Nódulo

Los sistemas inferenciales y los «espacios antropológicos» de Bueno

Bueno establece tres ejes o «espacios antropológicos» mediante los que el ser humano, o en realidad el cerebro-mente, se relaciona con el entorno: «circular» (con otros hombres), «radial» (con la «naturaleza inerte») y «angular» (con «otras voluntades no humanas» p.ej. los animales.) Se considera que el eje radial, la naturaleza inerte, está exenta de voluntad, y se concluye que el origen de la religión solo puede situarse en el eje angular, en la representación imaginaria de los animales como «numenes». Pues bien, estos «espacios» relacionales se parecen a los sistemas intuitivo–conceptuales de la literatura cognitiva, una serie de mecanismos considerados automáticos que se encargan de categorizar el input sensorial: «folk psychology» (inferencias sobre las acciones de otros agentes), «folk biology» (sobre esencias y relaciones de especies vivas) y «folk mechanics» (sobre objetos, espacio y tiempo). En virtud de sistemas y en términos neurocognitivos, cada uno de éstos se estructura mediante una serie de funciones neurocognitivas específicas.

En efecto, la folk psychology (en cierto modo un equivalente de la Teoría de la Mente –ToM) está integrada en un nivel más básico por subsistemas «conceptuales» que se activan más o menos independientemente entre sí ante estímulos específicos: detección de causa, de intención, de señales sociales, reconocimiento facial, imitación, empatía. Hay suficiente evidencia empírica mostrando que varios de estos subsistemas pueden convergir funcionalmente para generar diversos tipos de inferencias de acuerdo a diversos estímulos sensoriales o ante determinadas circunstancias, daño específico y desarrollo a muy temprana edad (ver p.ej. la detección de intención). Mientras los datos sugieren que estos subsistemas son de naturaleza modular, innata y adaptativa, en cambio los productos inferenciales e ideacionales de las variadas e impredecibles combinaciones entre ellos más bien se relacionan con el aprendizaje sociocultural o la exposición a variados contextos durante el desarrollo (cf. Atran & Norenzayan 2004). Entre tanto, se ha hipotetizado que la creencia en agentes sobrenaturales se estructura mediante la combinación de varios de ellos (
Boyer 2003; Boyer & Barrett 2006).

La detección de agencia, uno de tales subsistemas «cuyo dominio evolucionista propio abarca objetos animados, pero que de manera inadvertida se extiende a los puntos móviles en las pantallas de computadora, las voces en el viento, las caras en las nubes, y virtualmente cualquier diseño complejo o circunstancia incierta de origen desconocido», resulta de evidente importancia aquí. Como se ha visto antes, un caso ilustrativo es que la atribución de agencia intencional, el procesamiento numérico y el manejo de herramientas comparten un mismo sustrato neural (surco intraparietal). Esto es sustancialmente diferente de cómo diferencia Bueno sus espacios antropológicos en virtud de que la naturaleza inerte carece de «voluntad», puesto que para la folk psychology, es decir, para el cerebro, cualquier objeto en movimiento, o cualquier circunstancia o evento complejos pueden ser potencialmente metarrepresentados como «intencionales».

Hiperactividad de la agencia intencional: los primeros «numenes» no serían necesariamente animales

En consecuencia no solo los agentes animados como los animales, provistos de una motricidad especial diferente del movimiento de objetos inanimados (p.ej. reactividad compleja ante estímulos externos), pueden ser inferencialmente representados como agentes intencionales, en tanto que la intención significa «contenidos mentales» y abarca implícitamente deseo, empatía, planificación, voluntad, memoria, inteligencia (estos contenidos se describen en cualquier mitología definiendo a los diversos agentes sobrenaturales). Adicionalmente, estas inferencias activan reacciones empáticas en el cerebro y otros aspectos de la cognición social, nuevamente en virtud de la compleja combinación neuroanatómica y neurofisiológica de tales facultades. En consecuencia el «numen», esto es, en consonancia con Bueno, un agente intencional capaz de interactuar con el hombre en el nivel de acceder a transacciones sociales con él, puede ser la metarrepresentación de un rayo tanto como de un oso más allá de cualquier discusión filosófica que considere que sea «verdadero» u objetivamente cierto, o no, que tengan intencionalidad «en sí mismos».

El cerebro hace esto dado que funciona predispuesto a la interacción social. Aquellos sistemas socio–emocionales están sentados en las vías del procesamiento sensorio–visual, por tanto la «hiperactividad» de la inferencia intencional dirigida a ciertos estímulos sensoriales externos se trata sencillamente de un modo por defecto en que nuestro órgano pro–social funciona, con un nivel inferencial básico y automático que el aprendizaje cultural puede inhibir aunque no hacer desaparecer (p.ej. ver que la causalidad teleológica es fácilmente visible en infantes, en adultos se ha evidenciado bajo circunstancias de rapidez explicativa, y en cierto estado patológico se vuelve promiscua). Hay que agregar que no es difícil ver la ventaja adaptativa de este funcionamiento por defecto.

Esto significa también que el numen animal no es necesariamente primero ni el origen causal de la metarrepresentación intencional de objetos inanimados y por ende, o subsecuentemente, de intencionalidades invisibles alrededor (espíritus, hadas, ancestros, dioses), sino que, dado cierto estado evolutivo neurocognitivo o bajo determinadas circunstancias, todo ello pudo ser simultáneamente inferido. Aunque se ha teorizado que la hiperactividad de la agencia intencional y la conducta ritual humana tanto culturalmente aceptada como patológica, pueden ser el residuo de un «sistema de precaución» ante depredadores en un pasado y un contexto evolutivos diferentes (Boyer & Lienard 2006, Lienard & Boyer 2006), es poco probable que tales agentes (animales depredadores del hombre y competidores por recursos alimenticios o territoriales) hayan sido necesariamente los primeros agentes reales en convertirse en agentes sobrenaturales.

Agentes imaginarios, lenguaje y neuroevolución

En la CCR y especialmente en la Psicología Evolucionista (en tanto que ésta última se interesa más en el origen de la religión) se considera que la combinación de estos sistemas y sobretodo la combinación de sus enfoques inferenciales, dirigidos a estímulos actuales que no necesariamente son los mismos de un contexto diferente que propició su selección natural en un pasado evolutivo, permitieron en algún momento poder suponer la existencia de entidades intencionales no físicamente presentes (o por lo menos invisibles) que pueden actuar a voluntad sobre objetos, circunstancias o eventos. Entre tanto está claro que suponer agentes imaginarios e interactuar empáticamente con ellos es parte integral de la conducta humana. Se ha mostrado con infantes de 4 años, pero ya no de 6 en adelante, que suponer ciertos contenidos mentales sobreviviendo a la muerte pueda ser alguna inferencia por defecto (Bering 2006a; 2006b), y se ha llegado a sugerir probables razones adaptativas en la agencia sobrenatural (Bering & Shackelford 2004). Vinculado a esto están otros estudios en cognición infantil que han demostrado un «dualismo natural» objetos inanimados/humanos, a una temprana edad de 5 meses de edad (Kuhlmeier, Bloom & Wynn 2005), distinción precisamente relacionada con la detección de intención señalada arriba. Por otro lado, sin esto de la agencia imaginaria no podría existir la cultura humana y menos aún se hubiera podido dar su desarrollo exponencial, sin embargo, las creencias sobrenaturales, valga la redundancia, sobresalientemente violan las expectativas por defecto de los propios dominios inferenciales que las estructuran. Una particular propensión cognitiva a retener en la memoria tales violaciones conceptuales es lo que puede haber permitido la expansión cultural de tales creencias, al menos hay evidencia que lo sugiere fuertemente.

Facultades como la metarrepresentación y la abstracción están implicadas aquí y es probable, analizando la evidencia de la encefalización humana (expansión parietal), que precisamente una mayor conectividad entre ciertas redes neurales haya propiciado la combinación de ciertos dominios categoriales. Esta creciente complejidad funcional se relaciona con el lenguaje entre otros aspectos más o menos exclusivamente humanos (matemática, manejo de herramientas, arte). La relación lenguaje/religión puede ser una observación correctamente apuntada por Bueno atendiendo al aspecto narrativo que tales ideas necesitarían para expandirse culturalmente, sin embargo es menos claro que los mecanismos inferenciales aquí implicados (sistema de agencia, de causalidad, etc) se correlacionen necesariamente con la aparición del lenguaje. Podría ser al revés y al menos tales sistemas son hasta cierto punto neuroanatómicamente independientes del lenguaje. Entre tanto, como también es observado en El Catoblepas, en el registro arqueológico es cada vez menos clara la exclusividad de altos aspectos cognitivo/culturales en Homo sapiens (Mcbrearty 2000). Tanto alguna forma de lenguaje o de religión que desconocemos es probable que neanderthalensis también la haya desarrollado.

De acuerdo a ciertos datos se puede pensar que las inferencias causales por sí solas e independientemente del lenguaje hayan constituido un pensamiento mágico anterior a la agencia sobrenatural–religiosa propiamente dicha. En todo caso y adicionalmente a la expansión parietal, la correlación entre la agencia intencional y la predisposición a la interacción social se vincula a aspectos neuroanatómicos y neurofisiológicos más complejos y filogenéticamente modernos (ver p.ej. las implicaciones serotoninérgica y dopaminérgica). Todo esto va en apoyo de lo que en la tesis de Bueno se considera una mera conjetura, dado que más allá de la comparación con la etnografía moderna, su «teología causal», una mixtura de inferencia teleológica y agencia intencional, encuentra tales puntos de apoyo teórico. Aunque especulativo, estos datos sugieren una probable jerarquía neuroevolutiva entre la sola causalidad y la agencia sobrenatural, en tanto que ésta última efectivamente se relaciona con aspectos socioculturales más desarrollados (p.ej. explotación por determinado aprendizaje cultural) y aspectos neurológicos más complejos (p.ej. mayor amplitud de subsistemas y funciones que correlacionan).

Por otro lado, desde tiempo se ha sugerido de que la intencionalidad inferida en un agente externo no sea sino una proyección de nuestros propios estados mentales en lo que respecta a explicar qué son los dioses, en un sentido digamos, freudiano. Esto es negado en la tesis de Bueno, sin embargo la neurociencia ha echado alguna luz a esto, sugiriendo pues proyección aunque no como freudianamente entendido (Blakemore & Decety 2001). Adicionalmente, hay evidencia de que la prospección es una combinación de nuestros propios contenidos mentales, de hecho el MTT se considera «una combinación de memoria episódica e imaginación bajo el control ejecutivo que permite a una persona proyectarse así misma hacia delante y atrás en el tiempo Entre tanto se ha identificado en chimpancés «algún nivel de autoproyección mental» (Rilling et al. 2007). Las regiones hipocámpica, parietal medial, temporal medial y prefrontal medial/dorsolateral/polar están implicadas en diversos procesos neurocognitivos en los que cabe plausiblemente hablar de la «proyección» de nuestros propios estados mentales, memoria y emociones por ejemplo al disparar inferencias respecto a las intenciones de otros, al antropomorfizar objetos inanimados, al hipotetizar sobre aspectos espaciotemporales como suponer la acción de un agente a distancia espacial/temporal sobre objetos o eventos, o sencillamente al mismo hecho de imaginar (Blakemore & Decety 2001; Tulving 2002; Addis et al. 2007; Burgess et al. 1999; Save & Poucet 2000; Science mag. 2007; Whitlock et al. 2008; Csibra et al. 1999; Montague & Chiu 2007; Chaminade et al. 2007).

Conclusión

La idea de los animales reales figurados como numenes estrictamente en función del desarrollo del lenguaje para originar la religión no es del todo congruente con la CCR por lo menos, ya que este terreno es de todos modos más o menos especulativo. Sin embargo, neurocognitivamente cabe hablar de «proyección» tanto en seres humanos como en chimpancés (sin embargo véase a Guthrie), lo que sugiere que obviamente cualquier homínido extinto también haya dispuesto de tal capacidad y en apoyo de esto vienen algunos datos paleoneurológicos, a pesar de que las mentes de nuestros antepasados no fosilicen. Todo esto redunda en que, dada la experiencia en cognición infantil por otro lado, podría haber sido simultánea la atribución de intención tanto a animales como a objetos inanimados en un posible origen de la religión. Entre tanto la idea de una «teología causal» explicando fenómenos naturales no vivientes (rayos, terremotos, etc.) parece más válida en tanto que, como se sugiere respecto a la tesis de Bueno, pudiera haber coexistido con la representación numinosa de los animales reales. Esto parece más probable. Finalmente, no hay evidencia que sugiera con fuerza que solamente el Homo sapiens podría haber desarrollado religión, o incluso lenguaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

ÍNDICE TEMÁTICO

FUNDAMENTOS
¿Qué pensamos? ¿Qué buscamos?

LO HUMANO
La unidad cerebro-sociedad-cultura

UN ROMPECABEZAS: ANALIZANDO LA RELIGIÓN Y EL ATEÍSMO
Diversas disciplinas confluyen para ello
Generalidades
Modelos explicativos clásicos
Neurociencia