26 mayo, 2009

CCR* Y UNA HIPÓTESIS FILOSÓFICA SOBRE EL ORIGEN DE LA RELIGIÓN

(*) Ciencia Cognitiva de la Religión
Por: Antonio Chávez
hnc.correo@gmail.com

Con este artículo se aborda el acercamiento entre la CCR y la Filosofía desde una perspectiva crítica a la vez que constructiva, indicando qué puntos de apoyo científico-empírico podrían desconocer o encontrar las explicaciones filosóficas de la religión. Previamente se ha hecho un similar análisis breve respecto a la antropología y dos hipótesis sobre el origen de la religión exclusivamente dentro de este campo. También se han publicado sendos artículos para una resumida revisión de las hipótesis tradicionales más influyentes sobre la religión desde la psicología y la sociología que están enraizadas en la filosofía más que en disciplinas y/o metodologías propiamente científicas.

Gustavo Bueno es un reconocido filósofo hispano. Entre muchas de sus obras, una podría ser de interés aquí: «El animal divino. Ensayo de una filosofía materialista de la religión.» Como el título advierte, se trata de una tesis explicativa: los dioses no son sino divinizaciones de animales reales en algún punto del pasado reciente (paleolítico) de la historia humana. Por tanto los dioses, contrario a como comúnmente se piensa y comenta, no son representaciones humanas proyectadas en el mundo exterior. Aunque la hipótesis es eminentemente filosófica, sus postulados caen de lleno en el campo del cerebro-mente humano y sus facultades y los resultados funcionales de las mismas. Cabe aclarar que para realizar las observaciones se recurre a lo publicado acerca de esta obra sobretodo en El Catoblepas y también en Foros de Nódulo

Los sistemas inferenciales y los «espacios antropológicos» de Bueno

Bueno establece tres ejes o «espacios antropológicos» mediante los que el ser humano, o en realidad el cerebro-mente, se relaciona con el entorno: «circular» (con otros hombres), «radial» (con la «naturaleza inerte») y «angular» (con «otras voluntades no humanas» p.ej. los animales.) Se considera que el eje radial, la naturaleza inerte, está exenta de voluntad, y se concluye que el origen de la religión solo puede situarse en el eje angular, en la representación imaginaria de los animales como «numenes». Pues bien, estos «espacios» relacionales se parecen a los sistemas intuitivo–conceptuales de la literatura cognitiva, una serie de mecanismos considerados automáticos que se encargan de categorizar el input sensorial: «folk psychology» (inferencias sobre las acciones de otros agentes), «folk biology» (sobre esencias y relaciones de especies vivas) y «folk mechanics» (sobre objetos, espacio y tiempo). En virtud de sistemas y en términos neurocognitivos, cada uno de éstos se estructura mediante una serie de funciones neurocognitivas específicas.

En efecto, la folk psychology (en cierto modo un equivalente de la Teoría de la Mente –ToM) está integrada en un nivel más básico por subsistemas «conceptuales» que se activan más o menos independientemente entre sí ante estímulos específicos: detección de causa, de intención, de señales sociales, reconocimiento facial, imitación, empatía. Hay suficiente evidencia empírica mostrando que varios de estos subsistemas pueden convergir funcionalmente para generar diversos tipos de inferencias de acuerdo a diversos estímulos sensoriales o ante determinadas circunstancias, daño específico y desarrollo a muy temprana edad (ver p.ej. la detección de intención). Mientras los datos sugieren que estos subsistemas son de naturaleza modular, innata y adaptativa, en cambio los productos inferenciales e ideacionales de las variadas e impredecibles combinaciones entre ellos más bien se relacionan con el aprendizaje sociocultural o la exposición a variados contextos durante el desarrollo (cf. Atran & Norenzayan 2004). Entre tanto, se ha hipotetizado que la creencia en agentes sobrenaturales se estructura mediante la combinación de varios de ellos (
Boyer 2003; Boyer & Barrett 2006).

La detección de agencia, uno de tales subsistemas «cuyo dominio evolucionista propio abarca objetos animados, pero que de manera inadvertida se extiende a los puntos móviles en las pantallas de computadora, las voces en el viento, las caras en las nubes, y virtualmente cualquier diseño complejo o circunstancia incierta de origen desconocido», resulta de evidente importancia aquí. Como se ha visto antes, un caso ilustrativo es que la atribución de agencia intencional, el procesamiento numérico y el manejo de herramientas comparten un mismo sustrato neural (surco intraparietal). Esto es sustancialmente diferente de cómo diferencia Bueno sus espacios antropológicos en virtud de que la naturaleza inerte carece de «voluntad», puesto que para la folk psychology, es decir, para el cerebro, cualquier objeto en movimiento, o cualquier circunstancia o evento complejos pueden ser potencialmente metarrepresentados como «intencionales».

Hiperactividad de la agencia intencional: los primeros «numenes» no serían necesariamente animales

En consecuencia no solo los agentes animados como los animales, provistos de una motricidad especial diferente del movimiento de objetos inanimados (p.ej. reactividad compleja ante estímulos externos), pueden ser inferencialmente representados como agentes intencionales, en tanto que la intención significa «contenidos mentales» y abarca implícitamente deseo, empatía, planificación, voluntad, memoria, inteligencia (estos contenidos se describen en cualquier mitología definiendo a los diversos agentes sobrenaturales). Adicionalmente, estas inferencias activan reacciones empáticas en el cerebro y otros aspectos de la cognición social, nuevamente en virtud de la compleja combinación neuroanatómica y neurofisiológica de tales facultades. En consecuencia el «numen», esto es, en consonancia con Bueno, un agente intencional capaz de interactuar con el hombre en el nivel de acceder a transacciones sociales con él, puede ser la metarrepresentación de un rayo tanto como de un oso más allá de cualquier discusión filosófica que considere que sea «verdadero» u objetivamente cierto, o no, que tengan intencionalidad «en sí mismos».

El cerebro hace esto dado que funciona predispuesto a la interacción social. Aquellos sistemas socio–emocionales están sentados en las vías del procesamiento sensorio–visual, por tanto la «hiperactividad» de la inferencia intencional dirigida a ciertos estímulos sensoriales externos se trata sencillamente de un modo por defecto en que nuestro órgano pro–social funciona, con un nivel inferencial básico y automático que el aprendizaje cultural puede inhibir aunque no hacer desaparecer (p.ej. ver que la causalidad teleológica es fácilmente visible en infantes, en adultos se ha evidenciado bajo circunstancias de rapidez explicativa, y en cierto estado patológico se vuelve promiscua). Hay que agregar que no es difícil ver la ventaja adaptativa de este funcionamiento por defecto.

Esto significa también que el numen animal no es necesariamente primero ni el origen causal de la metarrepresentación intencional de objetos inanimados y por ende, o subsecuentemente, de intencionalidades invisibles alrededor (espíritus, hadas, ancestros, dioses), sino que, dado cierto estado evolutivo neurocognitivo o bajo determinadas circunstancias, todo ello pudo ser simultáneamente inferido. Aunque se ha teorizado que la hiperactividad de la agencia intencional y la conducta ritual humana tanto culturalmente aceptada como patológica, pueden ser el residuo de un «sistema de precaución» ante depredadores en un pasado y un contexto evolutivos diferentes (Boyer & Lienard 2006, Lienard & Boyer 2006), es poco probable que tales agentes (animales depredadores del hombre y competidores por recursos alimenticios o territoriales) hayan sido necesariamente los primeros agentes reales en convertirse en agentes sobrenaturales.

Agentes imaginarios, lenguaje y neuroevolución

En la CCR y especialmente en la Psicología Evolucionista (en tanto que ésta última se interesa más en el origen de la religión) se considera que la combinación de estos sistemas y sobretodo la combinación de sus enfoques inferenciales, dirigidos a estímulos actuales que no necesariamente son los mismos de un contexto diferente que propició su selección natural en un pasado evolutivo, permitieron en algún momento poder suponer la existencia de entidades intencionales no físicamente presentes (o por lo menos invisibles) que pueden actuar a voluntad sobre objetos, circunstancias o eventos. Entre tanto está claro que suponer agentes imaginarios e interactuar empáticamente con ellos es parte integral de la conducta humana. Se ha mostrado con infantes de 4 años, pero ya no de 6 en adelante, que suponer ciertos contenidos mentales sobreviviendo a la muerte pueda ser alguna inferencia por defecto (Bering 2006a; 2006b), y se ha llegado a sugerir probables razones adaptativas en la agencia sobrenatural (Bering & Shackelford 2004). Vinculado a esto están otros estudios en cognición infantil que han demostrado un «dualismo natural» objetos inanimados/humanos, a una temprana edad de 5 meses de edad (Kuhlmeier, Bloom & Wynn 2005), distinción precisamente relacionada con la detección de intención señalada arriba. Por otro lado, sin esto de la agencia imaginaria no podría existir la cultura humana y menos aún se hubiera podido dar su desarrollo exponencial, sin embargo, las creencias sobrenaturales, valga la redundancia, sobresalientemente violan las expectativas por defecto de los propios dominios inferenciales que las estructuran. Una particular propensión cognitiva a retener en la memoria tales violaciones conceptuales es lo que puede haber permitido la expansión cultural de tales creencias, al menos hay evidencia que lo sugiere fuertemente.

Facultades como la metarrepresentación y la abstracción están implicadas aquí y es probable, analizando la evidencia de la encefalización humana (expansión parietal), que precisamente una mayor conectividad entre ciertas redes neurales haya propiciado la combinación de ciertos dominios categoriales. Esta creciente complejidad funcional se relaciona con el lenguaje entre otros aspectos más o menos exclusivamente humanos (matemática, manejo de herramientas, arte). La relación lenguaje/religión puede ser una observación correctamente apuntada por Bueno atendiendo al aspecto narrativo que tales ideas necesitarían para expandirse culturalmente, sin embargo es menos claro que los mecanismos inferenciales aquí implicados (sistema de agencia, de causalidad, etc) se correlacionen necesariamente con la aparición del lenguaje. Podría ser al revés y al menos tales sistemas son hasta cierto punto neuroanatómicamente independientes del lenguaje. Entre tanto, como también es observado en El Catoblepas, en el registro arqueológico es cada vez menos clara la exclusividad de altos aspectos cognitivo/culturales en Homo sapiens (Mcbrearty 2000). Tanto alguna forma de lenguaje o de religión que desconocemos es probable que neanderthalensis también la haya desarrollado.

De acuerdo a ciertos datos se puede pensar que las inferencias causales por sí solas e independientemente del lenguaje hayan constituido un pensamiento mágico anterior a la agencia sobrenatural–religiosa propiamente dicha. En todo caso y adicionalmente a la expansión parietal, la correlación entre la agencia intencional y la predisposición a la interacción social se vincula a aspectos neuroanatómicos y neurofisiológicos más complejos y filogenéticamente modernos (ver p.ej. las implicaciones serotoninérgica y dopaminérgica). Todo esto va en apoyo de lo que en la tesis de Bueno se considera una mera conjetura, dado que más allá de la comparación con la etnografía moderna, su «teología causal», una mixtura de inferencia teleológica y agencia intencional, encuentra tales puntos de apoyo teórico. Aunque especulativo, estos datos sugieren una probable jerarquía neuroevolutiva entre la sola causalidad y la agencia sobrenatural, en tanto que ésta última efectivamente se relaciona con aspectos socioculturales más desarrollados (p.ej. explotación por determinado aprendizaje cultural) y aspectos neurológicos más complejos (p.ej. mayor amplitud de subsistemas y funciones que correlacionan).

Por otro lado, desde tiempo se ha sugerido de que la intencionalidad inferida en un agente externo no sea sino una proyección de nuestros propios estados mentales en lo que respecta a explicar qué son los dioses, en un sentido digamos, freudiano. Esto es negado en la tesis de Bueno, sin embargo la neurociencia ha echado alguna luz a esto, sugiriendo pues proyección aunque no como freudianamente entendido (Blakemore & Decety 2001). Adicionalmente, hay evidencia de que la prospección es una combinación de nuestros propios contenidos mentales, de hecho el MTT se considera «una combinación de memoria episódica e imaginación bajo el control ejecutivo que permite a una persona proyectarse así misma hacia delante y atrás en el tiempo Entre tanto se ha identificado en chimpancés «algún nivel de autoproyección mental» (Rilling et al. 2007). Las regiones hipocámpica, parietal medial, temporal medial y prefrontal medial/dorsolateral/polar están implicadas en diversos procesos neurocognitivos en los que cabe plausiblemente hablar de la «proyección» de nuestros propios estados mentales, memoria y emociones por ejemplo al disparar inferencias respecto a las intenciones de otros, al antropomorfizar objetos inanimados, al hipotetizar sobre aspectos espaciotemporales como suponer la acción de un agente a distancia espacial/temporal sobre objetos o eventos, o sencillamente al mismo hecho de imaginar (Blakemore & Decety 2001; Tulving 2002; Addis et al. 2007; Burgess et al. 1999; Save & Poucet 2000; Science mag. 2007; Whitlock et al. 2008; Csibra et al. 1999; Montague & Chiu 2007; Chaminade et al. 2007).

Conclusión

La idea de los animales reales figurados como numenes estrictamente en función del desarrollo del lenguaje para originar la religión no es del todo congruente con la CCR por lo menos, ya que este terreno es de todos modos más o menos especulativo. Sin embargo, neurocognitivamente cabe hablar de «proyección» tanto en seres humanos como en chimpancés (sin embargo véase a Guthrie), lo que sugiere que obviamente cualquier homínido extinto también haya dispuesto de tal capacidad y en apoyo de esto vienen algunos datos paleoneurológicos, a pesar de que las mentes de nuestros antepasados no fosilicen. Todo esto redunda en que, dada la experiencia en cognición infantil por otro lado, podría haber sido simultánea la atribución de intención tanto a animales como a objetos inanimados en un posible origen de la religión. Entre tanto la idea de una «teología causal» explicando fenómenos naturales no vivientes (rayos, terremotos, etc.) parece más válida en tanto que, como se sugiere respecto a la tesis de Bueno, pudiera haber coexistido con la representación numinosa de los animales reales. Esto parece más probable. Finalmente, no hay evidencia que sugiera con fuerza que solamente el Homo sapiens podría haber desarrollado religión, o incluso lenguaje.

19 mayo, 2009

NEUROCIENCIA DE LA RELIGIÓN (IV): EL PAPEL DE LA SEROTONINA

Por: Antonio Chávez
hnc.correo@gmail.com

Serotonina, alucinación y religión

Se han visto antes datos que vinculan a la dopamina (DA) con el pensamiento mágico (PM) y una serie de funciones prefrontales que podrían relacionarse con la creencia sobrenatural religiosa (CSN). Luego hemos visto el papel de las regiones parietal y temporal en todo esto intentado esbozar un enfoque evolutivo (encefalización). Por otro lado, en nuestro foro se ha discutido que la dopamina tenga el papel de mayor peso en los aspectos extraordinarios del PM y la CSN, y se comentó la implicación de otros neurotransmisores como la serotonina (5-HT) y la norepinefrina (NE). A la fecha, los componentes neurocognitivos de la religión, en este caso de aspectos constitutivos como el PM y la CSN, son muy poco conocidos desde un enfoque neurofisiológico, sin embargo hay literatura disponible que ya apunta a la DA como directamente relacionada con el PM y la esquizotipia, un tipo de personalidad típico de individuos fuertemente creyentes en lo paranormal, con experiencias extracorporales y/o profundamente religiosos. Todo esto parece indistinguible de los síntomas positivos de la esquizofrenia, a pesar de que tales individuos no viven perturbados por tales experiencias e ideaciones y se les considera mentalmente sanos (Lawrence & Peters 2004).

Sin embargo, hay algunos aspectos, por lo menos de experiencias extraordinarias, que implican auténticas alucinaciones como en los rasgos positivos de la esquizofrenia. El uso de enteógenos (sustancias que inducen a estados alterados de consciencia) produce tales efectos psicóticos, y son típicamente usados en la religión. Entre tanto, si bien la DA se relaciona con la esquizofrenia, la 5-HT también (Meltzer 1995; Aghajanian & Marek 2000; Meltzer et al. 2003; Sanjuán et al. 2005) y la interacción entre ambos neurotransmisores también (Kahn & Davidson 1993; Kapur & Remington 1996; Laruelle et al. 2000). De hecho la 5-HT cobra importancia en la esquizofrenia y las alucinaciones precisamente a partir del estudio de los efectos neurofisiológicos de las drogas alucinógenas como el LSD o la mezcalina (Aghajanian & Marek 2000), ambos usados para inducir experiencias extraordinarias/mágico–religiosas. La 5-HT también se relaciona neuroquímicamente con la ayahuasca, un enteógeno cuya acción implica un trastorno del metabolismo de la DA y la norepinefrina al inhibir la acción de las MAO, es decir los efectos de la ayahuasca se relacionan con la elevación de niveles monoaminérgicos (monoaminas: 5-HT, NE, DA). Los efectos son recurrentes: sensación a sobrepasar nuestro propio cuerpo, fusión con el entorno, alteración de la cognición espaciotemporal, y en términos neurocognitivos esto debe involucrar un amplio número de regiones cerebrales que precisamente correlacionan con la funciones visuoespaciales, la percepción del tiempo y espacio, la representación corporal y la regulación emocional.

Por otro lado, un estudio encontró cantidades de receptores de 5-HT inversamente correlacionadas con la alta puntuación en test de personalidad «autotrascendente» (Borg et al. 2003), es decir, un tipo de personalidad propensa a la espiritualidad y la religiosidad. Adicionalmente, esto se observó en el hipocampo y el córtex cerebral, pero los resultados no indican si la baja densidad de tales receptores se corresponde con altos o bajos niveles de actividad serotoninérgica cortical. Una baja densidad de tales receptores puede representar una inervación serotoninérgica dispersa, y el efecto de la inhibición de 5-HT observada en animales se mostró relacionado con una gran sensibilidad a estímulos sensoriales. Así, es probable que la hiposerotoninergia prepare el terreno para estímulos sensoriales que de otro modo no experimentaríamos, aunque, éstos estudios no se han replicado en humanos.

Serotonina, dopamina e hipocampo: implicaciones neurocognitivas en la religión

Siguiendo con los estudios en animales, hay evidencia del papel de la 5-HT en el hipocampo (p.ej. Gasanov et al. 1986; Lee et al. 1999). Entre tanto en humanos también hay tal evidencia 5-HT/hipocampo, proveniente tanto del espectro clínico p.ej. en la depresión (Frodl et al. 2004), como de la formación de la memoria, donde nuevamente es relevante la interacción con la DA (González-Burgos & Feria-Velasco 2008). Como se mencionó en «Neurociencia de la religión (II)», por un lado se ha investigado neurogenéticamente la relación de la DA con la formación de memoria episódica, el córtex prefrontal derecho y el hipocampo, encontrando resultados positivos (Schott et al. 2006), por otro lado, un circuito hipocámpico–prefrontal se considera el sustrato neural de un aspecto de la memoria episódica que nos interesa: el «mental time travel» (MTT) (Tulving 2002), que tal y como definió hipotéticamente este autor a mediados de los 80s y apoyados en una creciente evidencia a favor posteriormente otros autores, se trata de «una combinación de memoria episódica [hipocampo] e imaginación bajo el control ejecutivo [córtex prefrontal] que permite a una persona proyectarse así misma hacia delante y atrás en el tiempo.» Entre tanto, los lóbulos parietal y temporal (ampliamente reconocidos para la conciencia espaciotemporal) y occipital (de donde parten las vías visuales dorsal «where», ventral «what» y medial «when», respectivamente a las regiones parietal, temporal y junción temporoparietal) también tendrían participación en la MTT (Arzy et al. 2008; Okuda et al. 2003). Estos resultados evidencian los procesos visuales implicados en la prospección, lo que significa que «vemos» el tiempo.

Resumiendo hasta aquí, es probable que una interacción DA←→5-HT tenga un papel importante en la imaginación prospectiva y algunos de sus resultados (MTT). La circuitería hipocámpica–prefrontal del MTT tendría una importancia crítica para el establecimiento de complejas relaciones sociales en virtud de la conectividad hipocámpica/ventromedial. De hecho, la potente capacidad humana para manejar imaginariamente el tiempo y el espacio tendría como un derivado la imaginación contrafactual (Boyer 2008), por tanto aquí hay un camino a explorar para acercarnos a las bases de la ideación religiosa. La relación entre la MTT, el hipocampo y ciertas facultades cognitivas estructurales de la ideación religiosa resulta bastante compleja e involucra aspectos filogenéticos y evolutivos, como comentados en «Antropología y religión 2» respecto al asunto de si otros primates superiores albergarían aquellas facultades cognitivas que hacen posible la religión en el hombre, como la «imaginación trascendente».

En conclusión, todo lo visto parece convergir en las experiencias mágico–religiosas mencionadas al principio, en virtud de (1) el componente hipocámpico–prefrontal de la MTT y las posibilidades de manipulación espaciotemporal (vías visuales), (2) el papel hipocámpico–prefrontal DA←→5-HT, (3) las correlaciones DA/PM y 5-HT/alucinación, y (4) el papel crítico de los enteógenos en la religión. Adicionalmente, es bastante probable que una baja actividad de la 5-HT (hiposerotoninergia = + espiritualidad) sea un complemento funcional que favorece la actividad de la DA aquí relacionada (hiperdopaminergia = + PM).


Temas relacionados:

03 mayo, 2009

NEUROCIENCIA DE LA RELIGIÓN (III): PALEONEUROLOGÍA, MATEMÁTICAS Y CREENCIA SOBRENATURAL

Por: Antonio Chávez

Hemos visto en «Neurociencia de la religión (II)» la importancia de la dopamina y las subdivisiones prefrontales en el pensamiento mágico (PM) y en la creencia sobrenatural (CSN). Ahora veremos aspectos interesantes de la parte posterior de los correlatos neurales de la CSN. Viendo cómo la evolución del cerebro humano ha proveído las bases neurocognitivas que hacen posible la cognición religiosa, o por lo menos un componente importante de ella en este caso, la CSN, referiré la literatura necesaria para mostrar que los aspectos claves y universales que definen «lo humano» comparten varias de tales bases. Finamente comentaré ejemplos ilustrativos que considero relevantes en este tema.

La paleoneurología y los rasgos distintivos en la evolución del cerebro

La paleoneurología es una multidisciplina joven en la que concursan la biología evolucionista, la neurología, la paleontología y la ciencia cognitiva. Sin embargo, el único objeto físico de estudio son los fósiles disponibles de cráneos, sobretodo interesando el interior de éstos, cuya superficie interna puede conservar las huellas de las circunvoluciones, surcos y vasos sanguíneos cerebrales. No hay otro modo de poder conocer los cerebros de especies fosilizadas en tanto que el tejido neural no fosiliza, sin embargo, el auge del conocimiento del cerebro, absolutamente necesario para completar el cuadro evolutivo de una especie, en especial la humana, ha conducido al empleo de tecnología moderna para escudriñar minuciosamente la morfometría de los endocráneos.

La encefalización es el concepto tradicional al hablar de la evolución del cerebro y aunque hay suficiente evidencia del aumento de su tamaño en homínidos, es necesario saber más detalles de cómo eran esos cerebros durante el proceso. Varios estudios nos resultan interesantes. Primero, se evidencian dos aspectos neuroevolutivos en los homínidos (Weaver 2005): (A) macroscópico – expansión volumétrica de áreas corticales parietal, temporal y en menor grado, frontolímbica (Bruner et al. 2003Bruner et al. 2017Bruner 2019Pearson et al. 2020) y, (B) microscópico – aumento específico de complejidad del tejido neural sobretodo en áreas del córtex cingulado anterior (CCA) y el córtex insular o frontoinsular (CFI) (Nimchinsky et al. 1999; Seeley et al. 2006). Cabe agregar que estos estudios pertenecen a diferentes campos científicos: mientras la evidencia macroscópica es paleoneurológica, la microscópica es neurogenética. Entre tanto, la encefalización en los homínidos en tiempos recientes (a partir del Homo ergaster) tiene un patrón de expansión asimétrica en los hemisferios: una mayor expansión del hemisferio derecho hacia delante en el área frontal, inversa a una mayor del hemisferio izquierdo hacia atrás en el área occipital (Bruner 2003 - artículo no disponible, ver aquí para referencias, o también: Bruner et al. 2003Bruner et al. 2017Bruner 2019Pearson et al. 2020). Tales asimetrías volumétricas y sus aparentes direccionalidades se denominan «petalia» y «torque», respectivamente, ver gráfico. Este fenómeno neuroevolutivo puede considerarse distintivo del ser humano (Falk 2007) y es evidencia de que el cerebro no solo creció sino que también se reorganizó.


Segundo, la expansión de los lóbulos parietal y temporal se ha evidenciado, en términos volumétricos, como el rasgo más notorio de la encefalización en homínidos, en detrimento de considerar tradicionalmente la expansión frontal el rasgo evolutivo humano por excelencia (Semendeferi & Damasio 2000; Semendeferi et al. 2002; Lieberman et al. 2002; Bruner, Manzi & Arsuaga 2003; Weaver 2005). En concreto, analizando mediante imagen por resonancia magnética los cerebros de distintos simios y del hombre actual, Semendeferi y sus colegas obtuvieron los primeros resultados que mostraron que «aunque el volumen absoluto del cerebro y el lóbulo frontal es más grande en humanos, el tamaño relativo del lóbulo frontal es similar en homínidos, y que los humanos no tienen un lóbulo frontal más grande que el esperado en un cerebro primate del tamaño humano.» Sin embargo agregaron que «otros aspectos además del volumen relativo del lóbulo frontal tienen que ser responsables de las especializaciones cognitivas de los homínidos» (Semendeferi et al. 1997).

Efectivamente, continuando en una perspectiva neuroevolutiva y como se estipuló en (B), son las llamadas ‘neuronas en huso’ o neuronas de Von Economo (spindle neurons) uno de los principales responsables, dada su elevada concentración en áreas específicas del cerebro (CCA y el CFI) y su relación con altas facultades cognitivas. Aunque se ha descubierto que las ballenas también tienen tales neuronas e incluso en mayor cantidad y más áreas que en el cerebro humano, con lo que resulta que no son «las neuronas que nos hacen humanos», aún permiten identificar diferencias significativas entre los humanos y los grandes simios. Por otro lado, a pesar que nuestro lóbulo frontal en general no es tan grande como se esperaría, en cambio el área 10 de Brodmann (B10 - áreas frontopolar y dorsolateral) es desproporcionadamente más grande que en cualquier otro simio (Allman et al. 2002).

Asimetría cerebral, neuroevolución y mecanismos inferenciales

Todo lo anterior conduce a ver ambos rasgos distintivos de la evolución del cerebro (A, B) correlacionados coherentemente con las funciones neurocognitivas que han modelado y que confluyen en la emergencia del PM y la CSN:

  1. la asimetría de la expansión volumétrica hacia la derecha es notable en el CPFo, el córtex prefrontal dorsolateral (CPFdl) y más aún en el surco temporal superior (STS) (Watkins et al. 2001 p. 872-873)1. Las áreas CFo y STS forman parte de los correlatos neurales lateralizados hacia la derecha en la detección de meta y la agencia;
  2. la complejidad neurotisular (densidad de neuronas en huso y estructuración de capas corticales) en áreas CCA y CFI se relaciona funcionalmente con las áreas CPFdl y CFo (B10) a las que se conectan, respectivamente. De hecho B10 + CCA se han considerado áreas filogenéticamente especializadas que otorgan rasgos distintivos a las altas capacidades cognitivas humanas (Allman et al. 2002). Las áreas CPFdl y CFo forman parte de los correlatos neurales de la causalidad, la agencia y probablemente del mental time traveling (comentado en «Antropología y religión 2»);
  3. la distribución lateralizada de las funciones cerebrales, aunque no absoluta, correlaciona con la predominancia derecha en la actividad dopaminérgica prefrontal y en las bases neurocognitivas de los sistemas inferenciales asociados al PM y la CSN.

La expansión temporal–parietal y los rasgos humanos distintivos

Como se ha visto, varios estudios han demostrado que la expansión de los lóbulos parietal y temporal en ambos hemisferios es inusualmente desproporcionada, por lo que Lieberman propuso que es la globularidad cerebral el verdadero rasgo distintivo de la encefalización en homínidos. En términos generales, se considera que la encefalización está correlacionada con el aumento en la complejidad funcional, es decir, la expansión volumétrica cerebral significaría mayores redes neurales que interconectan más áreas de procesamiento de la información (Schoenemann 2006). Hay evidencia en otros mamíferos de esta correlación entre mayor volumen neural y mayor especialización conductual (Gibson 2002; Krubitzer 1995). Siguiendo una línea de pensamiento en la que vemos al cerebro humano como un órgano eminentemente social, cobra sentido la evolución volumétrica de las estructuras neurocognitivas destinadas a la categorización, las inferencias causalísticas y agenciales pro–sociales, al procesamiento visuoespacial y al simbolismo, en tanto que facultades útiles de una forma u otra para la cognición social.

Efectivamente, la áreas temporal y parietal han sido y son fundamentales en todos los aspectos humanos más distintivos: el lenguaje (Friederici 2006), el arte (Koelsch et al. 2005; Brown et al. 2006; Fairhall et al. 2008), el manejo y la elaboración de herramientas (Lewis 2006; Stout & Chaminade 2007), la capacidad numérica (Piazza & Dehaene 2004; Masataka et al. 2005; Ansari et al. 2005; Cantlon et al. 2006) y el fenómeno religioso (Mohandas 2008). La literatura que acabo de referir se extiende enormemente, y en términos generales ahora se piensa que los componentes neurocognitivos básicos en todos esos aspectos humanos son innatos y de naturaleza adaptativa, por lo que hay una creciente búsqueda de material genético asociado que ya arroja resultados alentadores (Enard et al. 2002; Pulli et al. 2008; Molko et al. 2003).

También es interesante observar la lateralización hemisférica en todos estos aspectos: en el manejo de herramientas hay predominancia izquierda mientras en las bases de la religión lo hay derecha por ejemplo. Las habilidades artísticas tienen predominancia derecha también, mientras que el lenguaje y la matemática se distribuyen interhemisféricamente según sus propios componentes intrínsecos. Tales distribuciones hemisféricas, nunca absolutas, correlacionan con los aspectos generales de funcionamiento lateralizado del cerebro humano (p.ej. el lado izquierdo analítico y lógico, el derecho holístico e intuitivo). Entre tanto, la lateralización también es un rasgo neuroevolutivo humano, y significó un eficiente uso de la creciente cantidad de redes neurales con mayores interconexiones entre ellas y así llegar al cerebro que ahora tenemos. Sin embargo, dado que hay áreas neurocognitivas específicas que realizan tareas concretas, al quedar interconectadas (bien sea por evolución adaptativa o por desarrollo y aprendizaje) con otras redes funcionales dedicadas a otras funciones, se ha dado y se dan sorprendentes consecuencias a efectos práctico–conductuales. El que estas consecuencias logren tomar forma sociocultural y persistan en la historia co–depende precisamente de factores socioculturales2.

Los correlatos neurales confirman las comunes estructuras neurocognitivas y por tanto, tal y como ocurre, de una forma u otra o en diversos grados de intensidad, los aspectos psicológicos y sociales de todos ellos interactúan y se pueden yuxtaponer, separar o fusionar deliberadamente para construir las columnas de los edificios socioculturales. En este sentido trataré brevemente algunos ejemplos que explicaré precisamente usando los datos pertinentes.



El surco intraparietal: matemática y agencia sobrenatural

El físico Heisenberg dijo en «Los nuevos fundamentos de la ciencia»: «Sigue pues tan viva en la ciencia moderna la fe en la existencia de un núcleo matemático sencillo en todas las leyes naturales, incluso en aquellas que todavía no penetramos, que la sencillez matemática se considera el supremo principio heurístico (…)» (citado de García, «Desarrollo histórico de la teoría de la probabilidad», Revista Estadística Española 1971 p. 55). Heisenberg no se refiere sino a aquella intuición pitagórico-platónica latente de la armonía «que todavía Kepler creía encontrar en las órbitas de los astros», en la ecuación diferencial de la mecánica de Newton y en la mecánica cuántica.

¿Qué significa esto? Por un lado, la historia de la matemática tiene casos sobresalientes de individuos que han buscado o creído encontrar algún propósito trascendental o ente sobrenatural en una explicación matemática total del universo, en una «teoría del todo» puramente abstracta y numérica. Pitágoras, los pitagóricos y su «Uno», que era una teoría del todo con fuerte matiz mágico–religioso, Kronecker, Leibniz, Cantor, Ramanujan, Newton, Gödel, son famosos casos de personas con una inusual capacidad para visualizar «lo infinito» y en ello, de modo puramente imaginario y abstracto mediante la lógica matemática, y justificada en ella, encontrar una «causa intencional» íntimamente vinculada a conceptos religiosos.

Por otro lado, parece que los matemáticos son más propensos a creer en Dios, 2.5 veces más que los biólogos por ejemplo (nota en New York Times 2008), aunque en términos absolutos tal creencia es baja (14.6%), aún así resulta más alta que entre biólogos (5.5%). Más allá de la encuesta y sus resultados lo que aquí es relevante es qué nos puede decir el cerebro:

  1. el surco intraparietal derecho (SIPd) es el correlato crítico del procesamiento o el «sentido» numérico (Dehaene et al. 1999; Dehaene 2002; Piazza et al. 2004; Piazza & Dehaene 2004; Cantlon et al. 2006);
  2. el SIPd correlaciona con el sistema de detección de meta o atribución de intención (Blakemore et al. 2003) y atribución de causalidad (región parietal inferior derecha: Fugelsang et al. 2005)3;
  3. el surco intraparietal izquierdo (SIPi) también está involucrado en el procesamiento numérico (Dehaene 2002; Piazza & Dehaene 2004; Cantlon et al. 2006) y en la representación de meta intencional o la atribución de intención (Hamilton & Grafton 2006; cf. Tunik et al. 2007 para una amplia revisión de estudios del SIP/detección de meta);
  4. el SIP, entre otras áreas se correlaciona con la empatía (SIPd: Moll et al. 2002) y con la ToM (Singer 2006);
  5. el SIPd/i correlaciona con el manejo de herramientas (Lewis 2006; Stout & Chaminade 2007).

Datos tan interesantes merecen discutirse. Si bien está claro que los números son abstracciones, las acciones también lo son para Hamilton (nota de ScienceDaily 2006) y esto es congruente con las funciones del SIP. Así que ¿son los números y las herramientas conceptualizadas como agentes intencionales? Neurocognitivamente es evidente que sí, en el sentido de que la intuición numérica, el manejo de herramientas y la atribución de agencia se traslapan, y además sabemos que para el cerebro es indistinto si el estímulo externo es una persona, un objeto inanimado (Csibra et al. 1999; Montague & Chiu 2007), o incluso ser invisible y no tener presencia física (Bering & Parker 2006), prácticamente basta que el estímulo esté en movimiento para que se disparen las inferencias de patrones e intenciones en tal movimiento. Entonces, el modo de funcionamiento de nuestro órgano pro–social consiste en buscar enfocar las emociones, el pensamiento y la conducta hacia el estímulo (lo que puede bastar con una reacción empática sin necesidad de consumación motora) y para ello cuenta con dispositivos neurocognitivos que conceptualizan automáticamente el estimulo como «intencional». También hemos visto antes en «Neurociencia de la religión (II)» que las áreas prefrontales y la dopamina contribuyen importantemente a ello.

Ahora bien, poder interactuar con «objetos» que no tienen presencia física real está claro que es una capacidad crítica para el sentido numérico y la cognición matemática, pero el traslapado funcional con estructuras neurales de la agencia, la causalidad, la empatía y la ToM implica además una probable predisposición empática hacia ellos. Aunque no se sabe exactamente cómo ocurre esto en sentido computacional (aunque véase aquí una ‘sintaxis sujeto←→acción’ como aparente base computacional), lo que tenemos a disposición son los casos mencionados que sugieren tal conexión. Los números o las herramientas resultan «susceptibles» de ser vistos como agentes intencionales «con contenidos mentales», y aunque parezca extraño, efectivamente así ocurre, de lo contrario, en otro caso ilustrativo, seríamos incapaces de antropomorfizar cuanto objeto o circunstancia nos rodea (ver p.ej. Chaminade et al. 2007).

Pero el asunto es más complejo aún, puesto que el SIP está implicado en la detección/atribución de causa. Esto que también es de gran utilidad para la cognición matemática, al intentar explicar la totalidad de objetos y circunstancias del universo entero, puede derivar en una natural «promiscuidad teleológica» (demostrada en adultos: Kelemen & Rosset 2009). O dicho con mayor fundamento empírico (Kelemen 2003; Kelemen et al. 2005; Lombrozo et al. 2007): se dan las condiciones para que emerja una forma natural de inferencia causal teleológica. Si bien las inferencias causal y teleológica son diferenciables (Csibra & Gergely 1998), la presunción de propósito/diseño claramente se vincula a la detección/atribución de meta y de agencia. Esto explica porqué puede darse esa curiosa relación, en los casos vistos, entre matemática, explicación total y un sentido de propósito con características trascendentales, esto último en el sentido de que tales explicaciones puramente matemático–abstractas pueden resultar imposibles de confirmase empíricamente.

Por último, las áreas adyacentes al SIP (giro angular, lóbulo parietal inferior/superior/posterior, junción temporoparietal) también correlacionan con el procesamiento numérico (córtex parietal inferior), la detección/atribución de meta intencional (córtex parietal superior) y de agencia (SIPd), la empatía y la ToM pero además con el lenguaje y varios tipos de experiencias religiosas. Así, las experiencias extracorpóreas implican la junción temporoparietal (Blanke et al. 2005; Blanke & Arzy 2005), y el lóbulo parietal participa en la experiencia religiosa de «hablar en lenguas» (Newberg et al. 2006) y la meditación (Lazar et al. 2000). Por último, la experiencia mística se asocia entre otras regiones al lóbulo parietal (Beauregard & Paquette 2006, ver imagen de la derecha; cf. Mohandas 2008, ver cuadro de la izquierda; Newberg & Lee 2005 para revisiones de estudios al respecto.)


Conclusión: el cerebro de Einstein

Uno de los científicos que no he citado, Einstein, es un caso aparte debido a que se ha podido estudiar su cerebro y los datos obtenidos son intrigantes (notas en Science 2009; 2012). Lo primero que captura la atención fueron algunas anomalías en el lóbulo parietal: 15% más ancho de lo normal, siendo que, paradójicamente, el peso total de su cerebro es de 1.230gr. Otras anomalías interesantes son la falta del surco que divide el lóbulo parietal del temporal y la falta de surcos dentro del área supramarginal del lóbulo parietal inferior: todo esto implica que hay más área de corteza cerebral en esta zona además de su mayor volumen. No es casual que estos parietales más anchos coincidan con la aguda capacidad visuoespacial que tuvo Einstein, sino que, por otro lado, este rasgo concuerda con los resultados paleoneurológicos que muestran como rasgo distintivo de la encefalización humana, precisamente, la desproporcionada expansión parietal, que nos ha dado nuestras avanzadas facultades visuoespaciales (cálculo, sistemas inferenciales hiperactivos, abstracción, proyección y prospección espaciotemporal). O sea, algo así como que su cerebro es una exageración de tal patrón.

Aunque no se puede afirmar que el cerebro de Einstein y sus parietales anchos sean «el futuro evolutivo del cerebro», en cambio otro asunto emerge: la dimensión de sus parietales también concuerda con su profunda ideación mágico–cósmica, que no era precisamente pues, una fe religiosa y doctrinal. Y aunque tampoco se puede considerar su genialidad como un modelo de inteligencia humana más evolucionada (puesto que se limitaría a un asunto visuoespacial–matemático en detrimento de otros tipos de inteligencia o habilidades) su cerebro-mente no deja de ser ilustrativo de todo lo desarrollado en este artículo.


Notas:

1. El mismo estudio muestra además otro alto grado de asimetría hacia la derecha en la ínsula, área con un importante rol asociativo entre las emociones y la representación sensorial, que está directamente vinculada a las regiones orbitofrontal, temporal y el cíngulo anterior. Entre tanto, hay dos datos importantes asociados: 1) la ínsula derecha tiene una alta densidad de neuronas en huso (Watson, Jones & Allman 2006) probablemente relacionadas con la fluidez adaptativa de las inferencias intuitivas asociadas a la ToM (Allman et al. 2005; Watson, Jones & Allman 2006) y la intuición moral (Woodward & Allman 2007); 2) ésta región (ínsula izquierda) fue encontrada activa en los correlatos neurales de la experiencia mística en monjas carmelitas (Beauregard & Paquette 2006).

2. Precisamente, se piensa que la religión es uno de tales efectos, es decir, es un subproducto de la evolución neurocognitiva: si bien en sí misma no esta preprogramada neurocognitivamente, en cambio es probable que varios componentes que subyacen a ella sí lo estén (p.ej. mecanismos inferenciales) pero obviamente, no están exclusivamente enfocados a generar ideas religiosas. De hecho, al ser tales mecanismos inferenciales fuertemente pro–sociales, es evidente que su origen adaptativo es la cognición social y no la religión, que sería en todo caso una consecuencia no adaptativa. Otros ejemplos son las diferenciales, el cubismo o los idiomas: el cerebro tiene áreas especializadas para el sentido numérico, la capacidad artística y para el lenguaje que nos predisponen a desarrollar la matemática, la pintura y el habla, pero las fórmulas diferenciales, cierto estilo pictórico o el idioma francés en cambio forman parte de la explotación sociocultural de aquellas predisposiciones.

3. Ya se ha comentado que se consideran los sistemas inferenciales estructurales de la creencia sobrenatural (Boyer 2003).


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