28 agosto, 2020

LA PREFERENCIA POR LA «CIENCIA EXACTA» ES UN SESGO ANDROCÉNTRICO

Por: Antonio Chávez

En Internet se está librando una batalla contra la pseudociencia y la conspiración antivacunas, ya que las redes sociales virtuales están convenciendo a las personas de rechazar las vacunas. Esto es un evidente peligro para la salud pública. Sin embargo, no se puede culpar solamente a las personas de su analfabetismo científico. Es obvio que las conspiraciones antivacunas están hechas de lo (poco o mal) que la gente sabe, más que lo que no sabe, sobre ciencia. La cultura popular, el entretenimiento, y la ciencia-ficción más consumida están dominadas por la física, la astronomía y la tecnología, no por las ciencias de la salud ni la mente (medicina, neurociencia, psicología). P.ej. las personas pueden «saber» de física porque desde hace años las citas de Einstein y la magia cuántica están por todos lados, pero no han sido familiarizadas sobre cómo se reproduce un virus.

De ahí la extraña lógica a la luz de la ciencia, pero del todo coherente para el pensamiento mágico, de una física intencional sobre la salud: aparatos tecnológicos que producen enfermedades. Si quienes se involucran con la ciencia y su divulgación como los transhumanistas, creen con convicción que la tecnología nos dará inmortalidad, ¿qué podemos esperar de las personas poco o nada involucradas con la ciencia real? Replicar que son tontas, y burlarse de ellas, denota un implícito fracaso de la divulgación científica, además de soberbia (ya que de hecho ni siquiera es una respuesta racional), ante la escalada del conspiracionismo, y no son estas las estrategias pseudocientíficas para afrontarlo como veremos. 

Antes que nada, hay una asimetría en la difusión de los saberes científicos: los sitios populares de divulgación científica tienen en primera línea física y astronomía. No existe ícono más famoso que defina lo que es la ciencia en general como Einstein, Sagan, deGrasse o Hawking. Prácticamente no existen citas populares de médicos ni psicólogos (no cuenta Freud porque no es científico), tal como se cita a los ya mencionados. Incluso hay espacios que divulgan las opiniones de deGrasse sobre la curiosidad infantil, en lugar de a p.ej. Piaget que sí estudió la mente de los niños. Se ve invocar a Javier Santaolalla, un físico e ingeniero, para aconsejar al público sobre poner las pasiones a un lado para abandonar el conspiracionismo, y aún defenderlo como un especialista, tal como si no existiesen los psicólogos ni que esto fuera su especialidad (y nadie serio invoca a un psicólogo para hablar de mecánica cuántica). Lo más televisado históricamente sobre ciencia y tecnología a nivel mundial fue el alunizaje, no algún trasplante de corazón y menos la revolución cognitiva, aún siendo logros contemporáneos de fines de 60s, así como la exitosa reedición de Cosmos no tiene parangón en la medicina ni la neurociencia. 

Estamos ante un claro sesgo de preferencia de cierta clase de materias científicas sobre otras. Por ejemplo, el prejuicio de “la ciencia exacta” proviene de varias causas: 
  • en parte de las presuntas diferencias relativas entre los estilos cognitivos masculino y femenino, 
  • cuál de tales estilos es el que domina sociocultural e históricamente, 
  • y cómo esto se aprende en la niñez. 
Para decirlo muy resumidamente, la preferencia por el espacio y los números, y el menosprecio por la mente y la intuición (y la interacción empático-social que éstas demandan, aspecto implícito en el ejercicio de las ciencias de la salud y la mente), deriva de la dominación masculina a nivel cultural, porque en realidad en el plano cognitivo y evolutivo los primeros no son mejores ni superiores a las segundas. Sin embargo esa dominación cultural masculina afecta la ciencia, y para mostrarlo es necesario conectar cognición, cultura y estadística. 

«Esto no es una percepción: los datos indican que las mujeres siguen estando infrarrepresentadas en la ciencia, la tecnología y el desarrollo a nivel mundial (menos de un tercio de los investigadores en todo el mundo son mujeres; 32% en América del Norte y Europa Occidental). Además, las mujeres tienden a tener un acceso limitado a la financiación de la investigación y continúan siendo una minoría entre los profesores universitarios y los líderes de las principales instituciones de investigación y, por tanto, en los procesos de estrategia y toma de decisiones» (Cita e imagen de Bardají 2018).
Veamos. Por un lado, una reciente investigación de gran alcance internacional, encuentra que el rendimiento escolar entre adolescentes en ciencia y matemática (donde los chicos superan a las chicas) se relaciona robustamente a la igualdad de género: más de ésta va con un mejor rendimiento de los chicos en ciencia/matemática y un mejor rendimiento de las chicas en lectura y autodisciplina, por lo que aún a pesar de su superioridad en ciencia/matemática los chicos no obtienen mejores calificaciones que las chicas (Ericksson et al. 2020). Las sociedades más igualitarias sobre el género lideran la investigación científica (Europa, América, en contraste con los países árabes que están en el extremo del machismo y la desigualdad de género), pero con un evidente sesgo cognitivo.

Luego, es algo bien documentado histórica y estadísticamente que hay más hombres en física e ingeniería, mientras que en ciencias médicas y sociales van parejos con las mujeres. Esto, sin embargo, se acentúa a favor de los hombres cuando se gradúan y luego ejercen laboralmente. De este modo son ellos quienes terminan liderando la investigación y dominando las publicaciones, los proyectos y, la divulgación científica. Esto es aún más marcado en Latinoamérica. Se suele decir, basado en datos sobretodo sociológicos, que las mujeres abandonan la ciencia por elegir la maternidad, pero esto no parece ser correcto luego de un análisis más cognitivo: el problema es un sesgo de género instalado desde la niñez que afecta negativamente a las mujeres en el ámbito científico, desalentándolas (Sigala & Murphy 2018). En cinco décadas de estudios, donde niñas y niños dibujan un científico hombre cuando se les pide que retraten a una persona científica, aunque han aparecido más mujeres, persiste el estereotipo masculino (Miller et al. 2018).

Por otro lado, los espacios virtuales de divulgación científica no están reflejando el índice real de las publicaciones científicas. Con base en Altmetric (2014), vemos que a pesar de que la medicina y la salud ocupan el mayor volumen de publicaciones difundidas, en notable contraste con la ausencia de la psicología, no son estas las noticias científicas más rebotadas en las páginas populares (y aquí la ausencia de la psicología es ya casi absoluta), donde la cobertura, como divulgación relativamente seria y/o como simple entretenimiento de memes, en cambio se concentra como se decía en la física y la astronomía. Con todo lo mostrado, esta es la ciencia masculina que finalmente llega al gran público.

Así, es plausible que la igualdad de género deba implementarse mejor en la ciencia (tanto en al ámbito educacional y como el laboral), porque este sesgo cognitivo-cultural se manifiesta además en una brecha de género que es un problema real y persistente dentro de la ciencia (Shen 2013; Viglione 2020). Entonces, la tarea de eliminar el analfabetismo científico pasa por un replanteo de la divulgación científica y el aprendizaje de la ciencia donde se democraticen los estilos cognitivos que los articulan: más mente e intuición, superar su desprecio, y valorarlas tanto como al espacio y los números (o en realidad más que a éstos, ya que parece urgente para evitar una catástrofe de la salud física y mental).

Cito a Francisco Mora para ilustrar lo dicho: «muy poco se puede enseñar y aprender bien sino esta mediado por la emoción. Y esto se basa en nuestros conocimientos actuales acerca de cómo funciona el cerebro» (Educación 3.0 2019). Así pues, esta batalla contra la pseudociencia la decidirán «la mente y el corazón». Para las autoridades de la salud una entrevista interpersonal con un médico puede ser convincente sobre la vacunación, si se empatiza con el cliente y se lidia con su resistencia a la vacuna sin antagonizar con sus puntos de vista (Stecula et al. 2020). Y debe evitarse avergonzar, ridiculizar o marginar al público (Molteni 2020).



Bibliografía:

📑 Ericksson et al. THE RELATION BETWEEN GENDER EGALITARIAN VALUES AND GENDER DIFFERENCES IN ACADEMIC ACHIEVEMENT. Front. Psychol., 20 February 2020.
📊 Women in STEM | Percentages of Women in STEM Statistics. 2019
📑 Sigala & Murphy 2018. WOMEN SCIENTISTS IN PSYCHOLOGY: GENDER BIAS AND CHANGE. www.hoddereducation.co.uk/psychologyreview
📑 Miller et al. THE DEVELOPMENT OF CHILDREN'S GENDER‐SCIENCE STEREOTYPES: A META‐ANALYSIS OF 5 DECADES OF U.S. DRAW‐A‐SCIENTIST STUDIES. Child Development / Volume 89, Issue 6. 2018.
📑 Shen. INEQUALITY QUANTIFIED: MIND THE GENDER GAP. Despite improvements, female scientists continue to face discrimination, unequal pay and funding disparities. Nature 06 March 2013.
📑 Viglione. ARE WOMEN PUBLISHING LESS DURING THE PANDEMIC? HERE’S WHAT THE DATA SAY. Early analyses suggest that female academics are posting fewer preprints and starting fewer research projects than their male peers. Nature 20 MAY 2020.
📑 Francisco Mora. EL CEREBRO SOLO APRENDE SI HAY EMOCIÓN. Para Francisco Mora, docente, doctor en Medicina y Neurociencia, y catedrático de Fisiología, la clave no está en fomentar las emociones en el aula, sino en enseñar con emoción. Por eso, un «profesor excelente es capaz de convertir cualquier concepto, incluso de apariencia ‘sosa’, en algo siempre interesante». Entrevista por Educación 3.0. 05/09/2019
📑 Dominik Andrzej Stecula, Ozan Kuru, Kathleen Hall Jamieson. HOW TRUST IN EXPERTS AND MEDIA USE AFFECT ACCEPTANCE OF COMMON ANTI-VACCINATION CLAIMS. Harvard Kennedy School Misinformation Review, 2020.
📑 Molteni. AN ARMY OF VOLUNTEERS IS TAKING ON VACCINE DISINFORMATION ONLINE. Wired. 06.15.2020


23 agosto, 2020

MICHAEL SHERMER*: «LOS ALIENS SON DIOSES SECULARES, DEIDADES PARA ATEOS»

Por: Antonio Chávez

B.A. en Psicología/Biología, M.A. en Psicología Experimental, y Doctor en Historia de la Ciencia, Michael Sherner* es el editor fundador de la revista Skeptic, el presentador del Science Salon Podcast y miembro presidencial de la Universidad Chapman, donde enseña Skepticism 101. Durante 18 años fue columnista mensual de Scientific American. Es autor de Why People Believe Weird Things, The Believing Brain, Why Darwin Matters, The Science of Good and Evil, The Moral Arc, Heavens on Earth, Giving the Devil His Due: Reflections of a Scientific Humanist. Shermer es un divulgador de la ciencia y el escepticismo que es único en su clase por ser psicólogo, ya que, precisamente, esto le permite enfoques profundos y esclarecedores no sólo sobre pseudociencia y supersticiones, como es predecible de un cultivador del escepticismo, sino sobre temas dentro de la misma ciencia, tal como la búsqueda de vida extraterrestre inteligente «aliens». En este sentido, Shermer representa la postura autocrítica necesaria, aspecto fundamental del pensamiento científico pero ampliamente ausente respecto a estas supuestas entidades. El título de este artículo es una cita de Shermer extraída de su libro The Believing Brain, y en lo que sigue se argumenta que los «aliens» en efecto están fabricados con el mismo material mental que los «dioses». No obstante, debido a cómo funciona el cerebro humano, tal equivalencia cognitiva es inadvertida por los científicos ateos.

Los seres o las entidades como los dioses, que habitan el cielo y que son visibles en las formas entre las estrellas y en otros fenómenos, que descienden hacia nosotros, no tienen fecha de origen exacta sino que se pierden en los propios orígenes evolutivos de la mente Homo sapiens. La creencia de que pueden existir o existen otros mundos como la Tierra, en los que hay vida humana, es de origen mitológico y el registro más antiguo es de la India. En Occidente, tras la Revolución Copernicana (heliocentrismo) en la edad moderna, esta creencia rápidamente fue adaptada a la filosofía, a la literatura, y luego a la ciencia con la Revolución Científica. A diferencia de otras creencias ancestrales nacidas de la mitología, la religión o la filosofía, que luego se desarrollaron bajo el método científico y resultaron en ramas del saber científico moderno apartadas de sus raíces, tal como el Ayurveda y el aristotelismo devinieron en biología y medicina, la alquimia en química o la astrología devino en astronomía, la creencia en extraterrestres nunca ha superado la condición lingüística de especulación y fantasía en estricto sentido, en tanto sus referencias, otros mundos con vida(s) extraterrestre(s), jamás han sido objetos observables ni tangibles físico-empíricamente bajo el método científico. Tanto la creencia dudosa como la convicción dogmática en extraterrestres, aliens, simplemente, han sido forzadas por igual como si fuesen una «posibilidad» bajo la ciencia actual. 

Pero no es la ciencia sino la revolución tecnológica, que en el entretenimiento y el arte permitió un estilo sobre-estimulante de representar la fantasía derivada de la ciencia en el siglo XX, la ciencia-ficción, lo determinante para tal «posibilidad». Así, esta se hizo cada vez más sofisticada y «verosímil» debido a la magia del cine y la literatura: se representó una civilización inteligente en Marte (cuando se empezó a observar con mayor detalle este planeta) y se creyó en ella como real, se representó a los aliens como mucho más inteligentes que los humanos, manejando «platillos voladores» (con la carrera balística y aeronáutica post Segunda Guerra Mundial) y se creyó que era real, se representó una mayor diversidad de aliens superinteligentes (al ampliarse la observación y el descubrimiento de estrellas y galaxias) y se tomó por cierto, se representó a los aliens superinteligentes teniendo una supertecnología que les permite viajar en el tiempo y el espacio (cuando se popularizó la física cuántica), y se creyó que con su superciencia los aliens podían crear vida a voluntad, como a nosotros los humanos, o destruirnos cuando ellos quisieran (con el progreso y el miedo que despertó la genética). La más reciente representación creída como «posibilidad», desprendida de la especulación sobre el potencial tecnológico a futuro (bajo un discurso fantástico revestido de racionalidad), es que los aliens no son sino humanos del futuro, en calidad de (sobre)humanos inmortales que controlan las leyes de la naturaleza, y, quizás, sepan violarlas, capaces de diseñar toda la realidad existente como una mera simulación por supercomputadora. 

Ahora bien, lo descrito es un evidente castillo de naipes de especulaciones puras que parten de un núcleo pre- pseudo- y contracientífico, en claro contraste con los ejemplos antes mencionados del aristotelismo o la alquimia, que sí devinieron en ciencia. Para ilustrar tal diferencia: «la idea de la superioridad de los seres celestiales no es nueva ni científica. Es una extendida y antigua creencia en el pensamiento religioso. Aristóteles dividió su universo en dos regiones distintas, el reino celeste superior y el reino terrestre inferior» (Shermer 2011 citando a Basalla). Siempre, por supuesto, estará el recurso «racional» para suponer que la ciencia-ficción actual sea como el aristotelismo del pasado que devino en la biología de hoy: la magia y la fantasía presente podrían ser «realidad» en el futuro. Con todo, podemos enmarcar la creencia en los aliens sobrehumanos (incluyendo la variante que «descarta» su cualidad de extraterrestres) en la metafísica, en la ciencia-ficción, y, con más propiedad para efectos de este análisis, encuadrarla en el pensamiento mágico: «no está respaldada por ninguna evidencia convincente y desafía el conocimiento existente» (Routledge et al. 2017, refiriendo a King et al. 2007 y Shermer 2011). Todo esto no son creencias exclusivas de un público ajeno a la ciencia, en absoluto: todo científico famoso habla de la vida extraterrestre, en el sentido que fuere, desde microbios que no emocionan hasta seres de facultades ampliamente sobrehumanas. Como un conjunto de creencias articuladas, no necesariamente coherentes pero sí esparcidas con un proselitismo que va desde el entusiasmo «científico» hasta el fanatismo suicida, llamaremos a esto alienigenismo.

Es evidente que en la creencia en aliens sobrehumanos convergen varios aspectos: lo que se percibe y se imagina del cielo, de la muerte, del tiempo, y del ser humano en medio de todo esto, potenciados por lo que se percibe y se imagina ante el descubrimiento científico y la tecnología asombrosa. Según lo que se sabe sobre el funcionamiento de la mente humana, hay un abanico de intuiciones para resolver la incertidumbre que representan tales aspectos: lo incomprensible en la muerte, lo inconmensurable en el cielo, lo impredecible en los eventos naturales, la imposibilidad en el conocimiento del futuro. Pero esta resolución no es lógico-analítica ni científica porque, además, la mente humana funciona a través de dos sistemas paralelos para manejar la información y responder al entorno. La Teoría del Proceso Dual (p.ej. De Neys 2017) sostiene que el cerebro humano posee dos circuitos diferentes que procesan la información, uno involuntario, inconsciente, emocional y automático (Sistema 1: la intuición, a la que se asocia el pensamiento mágico), y otro deliberado, consciente, lógico y lento (Sistema 2: el razonamiento analítico, el método científico). Desde una perspectiva racionalista se define a las intuiciones como sesgos: desviaciones de lo que «debería ser» racional. Sin embargo la razón ni es pura ni es el funcionamiento por defecto del cerebro: un hallazgo que lo muestra es que al activarse los procesos de inhibición de sesgos durante el razonamiento lógico, una región clave en lo emocional-afectivo (la región prefrontal ventromedial) es crucial para llevar el razonamiento lógico hacia una creencia sesgada emocionalmente (Goel & Dolan 2003). Las emociones subyacen al razonamiento.

Más importante aún, lo confuso e impredecible del entorno es procesado automáticamente, sin mediar la razón e independientemente de ella, estableciendo patrones e intenciones (diseño, voluntad, rostros y cuerpos antropomórficos), para crear sentido y controlar la incertidumbre, que es estresora. Y este sentido consiste en «tratar con el mundo en general como si fuera social y comunicativo» (Guthrie en Pyysiäinen & Anttonen 2002 p. 45, citando a Burkert), donde «los objetos físicos en el final receptivo de un proceso comunicativo tienen algún tipo de consciencia» (Subbotsky 2010 p. 9). Es decir, las percepciones y las intuiciones sobre el cielo y el futuro no solo contienen diseño y propósito, sino también rostro y forma humana para querer decirnos algo o tener algún tipo de relación con nosotros. Este núcleo cognitivo de pensamiento mágico no ha cambiado durante la historia de la humanidad: es identificable en todas las creencias de seres o entidades sobrenaturales de cualquier cultura en cualquier tiempo (Pyysiäinen 2009; Subbotsky 2010). Los aliens son una clase de entidad sobrenatural, y, entre más avanzó la ciencia, y más decayó la religión en Occidente, más proliferó la creencia en ellos. Esto es como una paradoja del secularismo, porque la creencia en aliens es estimada entre ateos y escépticos, quienes rechazan explícitamente la religión y los dioses, no obstante, «un cuerpo de investigación emergente respalda la tesis de que estos intereses en los fenómenos paranormales y sobrenaturales no tradicionales son impulsados por los mismos procesos cognitivos y motivos que inspiran la religión» (Routledge 2017).

De hecho, el teísmo cristiano subyace al ímpetu de «búsqueda» de aliens, una empresa que al parecer hay que suponer seria porque es científica, pero ¿irreligiosa o atea absolutamente?

«Los aliens como agentes intencionales vinculan la creencia con la religión e igualan los aliens con los dioses» (…) «El radioastrónomo Frank Drake (creador de la canónica “ecuación Drake”) se formó “muy fuertemente como bautista con escuela dominical todos los domingos”, e hizo esta observación: “una gran influencia en mí, y creo que en muchas personas de SETI, fue la amplia exposición a la religión fundamentalista” (…) En su libro de 1992 sobre el tema, ¿Hay alguien ahí fuera?, Drake incluso sugirió que “la inmortalidad puede ser bastante común entre los extraterrestres”. El contacto con los aliens equivaldría a una especie de segunda venida para muchas personas. Melvin Calvin, pionero de SETI, señaló: “Tendría un efecto marcado. Es un tema tan amplio e importante que concierne a todos, sin importar dónde se encuentren, que creo que la gente lo escucharía. Es como introducir una nueva religión, supongo, y que mucha gente la aprenda”» (…) «Incluso Carl Sagan, el científico más asociado con los extraterrestres que nadie antes o después, y quien fue igualmente notorio por su escepticismo religioso, dijo sin embargo sobre la importancia de SETI: “Toca profundamente el mito, el folclore, la religión, la mitología; y todas las culturas humanas de una forma u otra se han asombrado acerca de ese tipo de pregunta”. Él incluso parece que escribió sobre la deidad en el cosmos a través de los aliens inteligentes en Contacto, cuando su heroína Ellie descubre que pi (…) está codificado numéricamente en el cosmos, lo que proporciona una prueba de que una superinteligencia diseñó el universo» (…) «Los aliens son dioses seculares, deidades para ateos» (Shermer 2011).

Anteriormente hemos analizado la creencia en que todo lo que existe es una «simulación por supercomputadora». Ese «alguien superinteligente» que ejecuta la simulación, y su inmortalidad, es algo sobre lo que influyentes filósofos y científicos ateos hacen afirmaciones extraordinarias, por decir lo mínimo. Esto se vincula a los aliens a la vez que es análogo a Dios, sin embargo los ateos y escépticos rechazan que estén practicando una religión o venerando un dios. Atendiendo a la Teoría del Proceso Dual está claro que la «motivación profunda», que señala Shermer (2011) tras la búsqueda de aliens, reside en procesos inconscientes e involuntarios ajenos a la razón pero que, como mostramos, pueden sesgarla. Es decir, Drake, Sagan, Dawkins o deGrasse hacen declaraciones honestas cuando niegan el pensamiento mágico como motivación, porque es lo que conscientemente piensan en el Sistema 2, pero en el Sistema 1, inadvertidamente, sí se trata de pensamiento mágico. La evidencia psicológica muestra que este es el caso. La creencia en aliens está sólidamente enmarcada en el pensamiento mágico, en tanto se asocia íntima y directamente a lo siguiente:

El aspecto más dramático (y peligroso) del alienigenismo refiere al sentido comunicativo de los aliens con el ser humano: el rapto o la abducción extraterrestre. El discurso especulativo en la ciencia sobre las intenciones de los aliens, aparentemente inocuo, en realidad promueve en el público general las profundas motivaciones revisadas. Más aún, la aproximación escéptica al fenómeno, explicando las abducciones como alteraciones del lóbulo temporal y una serie de trastornos del sueño, «parecen haber empujado a los abducidos y a los investigadores de la abducción con más firmeza a los márgenes de la ciencia contemporánea», llegando en 1997 hasta el suicidio en masa de 39 seguidores de la secta alienigenista Heaven's Gate (Brown 2007). «En respetuoso desacuerdo con Carl Sagan, quien argumentó que la creencia en la pseudociencia era directamente proporcional a la mala comprensión de la ciencia, Clancy concluyó su estudio señalando: los abducidos me enseñaron que la gente va por la vida probando sistemas de creencias para sentir importancia. Algunos de estos sistemas de creencias tratan con poderosas necesidades emocionales que tienen poco que ver con la ciencia—la necesidad de sentirse menos solo en el mundo, el deseo de tener poderes o habilidades especiales, el anhelo de saber que hay algo ahí fuera, algo más importante que tú que te cuida. Creer en la abducción extraterrestre no es solo mala ciencia. No es solo una explicación de la desgracia y una forma de evitar asumir la responsabilidad de los problemas personales. Para muchas personas, la creencia en la abducción extraterrestre gratifica el hambre espiritual. Les tranquiliza sobre su lugar en el universo y su propio significado» (Shermer 2011, sobre la investigación de la psicóloga Susan Clancy).

Esta delicada motivación existencial, además, se perfila sobre paralelos con los eventos políticos y los cambios sociales que definen el siglo XX: la guerra fría, la revolución biológica y la destrucción ecológica. Iniciada en los 40s, la abducción es «más claramente un fenómeno de finales del siglo XX—no de principios del siglo XX. El período en el que proliferaron los relatos de abducciones extraterrestres y en el que amplias audiencias estaban interesadas en leerlos, verlos y considerar si podían ser reales o no fue algo inusual, oscilando entre el final de la Guerra Fría y el comienzo de la Guerra contra el Terrorismo. Ciertamente, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos cambiaron el enfoque hacia asuntos terrestres más urgentes. Desde el 11 de septiembre, el terror ha adquirido un nuevo rostro y significado» (Brown 2007). Siendo un fenómeno prominentemente estadounidense, las abducciones se ven asociadas a una época en la que se percibió una dominación-globalización sin obstáculos, sin enemigos que atender, y por lo tanto poco interesante. Los «enemigos» que llenaron este vacío existencial, y la necesidad de importancia, fueron los aliens. En este mismo contexto sociopolítico, reflejándolo, se enmarcan otras creencias vinculadas a los aliens y los superhumanos del transhumanismo, articuladas cognitivamente por el pensamiento mágico-científico (o ciencia-ficción), con caracteres compartidos pues con el teísmo: superinteligencia∼omnisapiencia, supertecnología espaciotemporal∼omnipresencia, superciencia para crear universos simulados∼omnipotencia. Todo bajo la perspectiva de potenciar la eficiencia humana en el contexto capitalista de competitividad y consumismo (Thomas 2017).

«¿Estamos solos en el universo? Es una pregunta legítima independientemente de cómo operan los sistemas de creencias, y en este punto la ciencia nos ofrece una respuesta inequívocamente ambigua: no sabemos» (Shermer 2011). Sin embargo deberíamos ser más escépticos, tanto como lo somos para negar la existencia de otros seres sobrenaturales, porque no es coherente abrazar creencias mágico-científicas mientras se desprecian las mismas creencias cuando son mágico-religiosas. No por lo menos con especulaciones de más que dudosa justificación metodológica, como p.ej. esta del International Journal of Astrobiology: «sostenemos que los aliens se someterán a la selección natural — algo que no debe darse por sentado pero que descansa en firmes bases teóricas. Dado que los aliens se someten a la selección natural, podemos decir algo sobre su evolución» (Levin et al. 2019). Este razonamiento es el mismo de otro alienigenista sosteniendo que el vuelo de los ovnis «descansa en firmes bases teóricas» de la aeronáutica; y hace, por supuesto, que la teología natural suene consistente (y, si acaso, la misma refutación es válida para la astrobiología, la ufología, y la teología natural: sus objetos de estudio simplemente no existen). O en otro ejemplo: «las civilizaciones extraterrestres son pocas y están muy separadas» (Shostak 2020, Astrónomo Senior en SETI). Semejante afirmación, derivada de (y justificada en) cálculos matemáticos puramente especulativos, no es menos temeraria que la afirmación de existencia de Dios derivada (y justificada en) la lógica matemática de Gödel. El uso de la matemática para racionalizar lo sobrenatural no es una extraña coincidencia, sino que de hecho es perfectamente posible porque los sustratos neurocognitivos de la matemática, la atribución de intención, diseño, y las experiencias mágico-religiosas se traslapan. Habremos de conceder, no obstante con necesaria ingenuidad sobre los aliens y el transhumanismo, que «la creencia es lo primero, la búsqueda de evidencia del objetivo de la creencia es después. No hay nada malo en esto; es como la mayoría de la ciencia opera» (Shermer 2011).

En conclusión, la psicología y la ciencia cognitiva muestran que existe un único aparato mágico subyacente tanto a la religión como a la ciencia (Shtulman & Valcarcel 2012; ver aquí más evidencia empírica), y el alienigenismo es de hecho una prueba. Es pues inevitable, pero inadvertida para la defensa científica de los aliens, la convergencia entre ambas, religión y ciencia, sobre la ansiedad existencial de nuestra autopercepción en el cosmos. El pensamiento mágico conduce tanto a los dioses mediante la religión, como a los aliens mediante la ciencia, que, justificados por la fantasía tecnológica, resultan en la misma entidad sobrenatural.


(*) NOTA. Citamos traducido del artículo con carácter de denuncia “Godless grifters: How the New Atheists merged with the far right” (Salon, 2021):
«Michael Shermer: editor fundador de la revista Skeptic, que una vez publicó una crítica favorable del libro de Milo Yiannopoulos “Dangerous” y una defensa del violador de niños Jerry Sandusky, Shermer se hizo un nombre como “escéptico”. Sin embargo, su legado se ha visto ensombrecido, entre otras cosas, por una larga historia de acoso sexual y acusaciones de agresión, y James Randi una vez lo llamó “un chico malo” de quien se habían quejado numerosas personas en conferencias de ateísmo. En 2014, fue acusado de violación, sobre lo que luego bromeó con ligereza en Twitter. Desde entonces, ha dedicado una cantidad de tiempo impresionante a menospreciar a “los guerreros de la justicia social” (SJW) y “los despertados”, a menudo lanzando ataques ad hominem e insultos de escuela secundaria hacia aquellos con quienes no está de acuerdo. Por ejemplo, Shermer se ha referido a los “SJW” como “de boca hueca, quejones, llorones y serviles”, y “un montón de mojacamas con las rodillas débiles”. Una vez tuiteó, al estilo trumpiano: “conozcan a los izquierdistas regresivos/SJW: perderán. Aquellos de nosotros que creemos en la verdad y la justicia prevaleceremos. La suya es una ideología fallida. Perdedores”. Después de que escribí una crítica del reciente libro de Steven Pinker “Enlightenment Now!”, que contiene muchos errores graves, Shermer se dirigió a Twitter para llamarme “cucaracha”. Nada de esto debería ser tan sorprendente, ya que se describe a sí mismo como un libertario antidespertar y antirrepresivo que piensa que “Atlas Shrugged” de Ayn Rand es “un libro extraordinario”.

Pero tenga cuidado: Shermer también ha reconocido, por escrito, que ha fantaseado con asesinar gente. “O, si no está matando al bastardo en particular”, informa, “al menos me imagino dislocando su mandíbula con un aplastante sándwich de nudillos que lo envió tambaleándose al pavimento”. Esto proviene de su libro “The Moral Arc”, que recibió una extensa y brillante propaganda de Steven Pinker.
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Temas relacionados: 

Bibliografía: 
    📙 Shermer, M. (2011). THE BELIEVING BRAIN. New York. St. Martin’s Griffin.
    📑 Clay Routledge, Andrew A Abeyta, Christina Roylance. WE ARE NOT ALONE: THE MEANING MOTIVE, RELIGIOSITY, AND BELIEF IN EXTRATERRESTRIAL INTELLIGENCE. Motivation and Emotion 41 (2), 135-146, 2017.
    📑 King, L.A., Burton, C.M., Hicks,  J.A., & Drigotas, S.M.  (2007). GHOSTS, UFOS, AND MAGIC: POSITIVE AFFECT AND THE EXPERIENTIAL SYSTEM. Journal of Personality and Social Psychology, 92, 905–919.
    📑 Wim De Neys. DUAL PROCESS THEORY 2.0. Routledge, 9 nov. 2017.
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    📙 Subbotsky E. MAGIC AND THE MIND: MECHANISMS, FUNCTIONS, AND DEVELOPMENT OF MAGICAL THINKING AND BEHAVIOR. Oxford University Press, 2010.
    📙 Pyysiainen I. SUPERNATURAL AGENTS: WHY WE BELIEVE IN SOULS, GODS, AND BUDDHAS. Oxford university press, 2009.
    📑 Routledge C. DON’T BELIEVE IN GOD? MAYBE YOU’LL TRY U.F.O.S. New York Times. July 21, 2017.
    📑 Viren Swami, Jakob Pietschnig, Stefan Stieger, Martin Voracek. ALIEN PSYCHOLOGY: ASSOCIATIONS BETWEEN EXTRATERRESTRIAL BELIEFS AND PARANORMAL IDEATION, SUPERSTITIOUS BELIEFS, SCHIZOTYPY, AND THE BIG FIVE PERSONALITY FACTORS. Applied Cognitive Psychology 25 (4), 647-653, 2011.
    📑 Clay Routledge, Andrew A Abeyta, Christina Roylance. WE ARE NOT ALONE: THE MEANING MOTIVE, RELIGIOSITY, AND BELIEF IN EXTRATERRESTRIAL INTELLIGENCE. Motivation and Emotion 41 (2), 135-146, 2017.
    📑 PARANORMAL BELIEFS LINKED TO BRAIN CHEMISTRY. New Scientist. 27 July 2002.
    📑 Peter Krummenacher, Christine Mohr, Helene Haker, Peter Brugger. DOPAMINE, PARANORMAL BELIEF, AND THE DETECTION OF MEANINGFUL STIMULI. Journal of Cognitive Neuroscience 22 (8), 1670-1681, 2010.
    📑 Amir Raz, Terence Hines, John Fossella, Daniella Castro. PARANORMAL EXPERIENCE AND THE COMT DOPAMINERGIC GENE: A PRELIMINARY ATTEMPT TO ASSOCIATE PHENOTYPE WITH GENOTYPE USING AN UNDERLYING BRAIN THEORY. Cortex 44 (10), 1336-1341, 2008.
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    08 agosto, 2020

    CREACIONISMO Y TEÍSMO BROTANDO DE LA CIENCIA Y EL ATEÍSMO

    Por: Antonio Chávez

    ¿Suena tan contradictorio como para no creerlo? La respuesta puede depender de tres asuntos: de tener claro ante todo que la autocrítica es uno de los fundamentos de la ciencia, de qué tan profunda sea nuestra autocrítica sobre aquello por lo que sentimos apego, y de comprender que no hay tal contradicción a la luz de la evidencia empírica en psicología y ciencia cognitiva. 
    Deborah Kelemen, PhD en Psicología Cognitiva y directora del Child Cognition Laboratory, de la Universidad de Boston, realizó en 2004 una revisión de investigaciones en psicología infantil sobre las intuiciones (predisposiciones mentales innatas y de origen evolutivo) de los niños respecto a la naturaleza. Desde los días de Jean Piaget, pionero en estudiar la mente infantil, dado que los niños tienen amigos imaginarios y asignan personalidad a sus juguetes, se ha pensado que los niños son «artificialistas», pero los nuevos y más meticulosos estudios han encontrado que los niños para los 5 años de edad tienen además una fuerte percepción de propósito y diseño abstracto, no necesariamente antropomorfo, sobre los fenómenos naturales, lo cual no es aprendido, al menos no del todo. En base a todo esto Kelemen (2004) propuso que los niños más bien son «teístas intuitivos». Es una denominación metafórica, porque en absoluto significa (y no es posible) que los humanos ‘nazcan creyendo en Dios u Odín o Shiva’, pero es adecuada para caracterizar el entendimiento intuitivo de los niños sobre los objetos naturales como diseñados por una ‘entidad’ que no es humana.

    La atribución inadvertida e inconsciente de un ‘diseñador abstracto’ que tiene ‘la intención’ de diseñar, es algo que se conoce en Ciencia Cognitiva como ‘agencia’. Un mecanismo perceptual innato (p. ej. Csibra 2008). Vemos manchas moviéndose al azar pero percibiremos, sin siquiera pensarlo e instantáneamente, que hay patrones y relaciones, e incluso formas que pueden sentirse como familiares (intenciones, diseños, caras). Esto también se activa ante situaciones con muchos aspectos confusos, y puede haber agencia hiperactiva, o hiperagencia, ante circunstancias abrumadoras como caos informativo, desastre natural o peligro inminente. En un sentido que será útil para comprender este mecanismo, se trata de atribuir o ‘proyectar’ nuestros propios estados mentales a la realidad externa, un atajo mental involuntario para comprenderla y sentir control. Diremos entonces que es «la mente sobre la materia» y podemos denominar a todo esto ‘pensamiento mágico’ (Subbotsky 2010), como sinónimo de la atribución de agencia. Según muchos estudios en los más diversos ámbitos sociales, políticos o del entretenimiento, el pensamiento mágico está presente, y no se reduce a la infancia o a las supersticiones extrañas, precisamente porque en lo fundamental es un mecanismo inconsciente e involuntario. Por lo tanto, se le ha descubierto también en las personas con educación científica

    Recientes estudios en Psicología del Desarrollo (que tiene un enfoque diferente a la Cognitiva: se enfoca en los cambios de la mente durante el crecimiento y el aprendizaje) demuestran que el teísmo, la creencia en Dios y dioses, es producto sobre todo del aprendizaje, más que algo determinado por lo más intuitiva, y menos racional, que sea una persona (Farias et al. 2017). Esto es importante, porque hasta entonces se asociaba el teísmo a una estricta falta de racionalidad. No parece ser cierto, y del mismo modo, los aún más recientes estudios psicológicos del ateísmo indican que éste también se debe sobre todo a la socialización, más que al mayor nivel de racionalidad de un individuo (Langston et al. 2018; Langston 2019). Tanto los estudios cognitivos como del desarrollo convergen al mostrar que la educación científica y la racionalidad pueden enmascarar, ocultar o hasta «suprimir» el aparato intuitivo mágico, pero no suplantarlo (Shtulman & Valcarcel 2012). Los atajos cognitivos de diseño o propósito subsisten y emergen a pesar de la ciencia; y en ateos «la necesidad de significado era un predictor significativo de la ideación y las creencias mágicas» (Nelson et al. 2020). Con todo, y dado que a fin de cuentas los cerebros de los científicos mantienen los mismos sesgos perceptuales que los cerebros sin entrenamiento para controlarlos, ante situaciones apremiantes o abrumadoras, ¿qué pasa con los científicos, con la ciencia, y con los ateos frente a asuntos como la muerte o el futuro? 

    Para empezar, la ciencia no es menos ajena que cualquier otro sistema de pensamiento respecto a tales asuntos, que en principio son formidables, y ancestrales, disparadores del pensamiento mágico. De hecho éste luce como un efecto neurobiológico de la respuesta de estrés, cuyo origen evolutivo puede estar en mitigar el miedo a la muerte y la ansiedad ante la incertidumbre. Así, la muerte y el futuro van a recibir un moderno tratamiento con la ciencia y la tecnología, pero siempre en clave de ancestral consuelo, tal como la religión lo hace. Más allá de ser una patente muestra de que nuestros eternos miedos moldean todas las empresas humanas, va a resultar que cognitivamente éstas convergen, inevitablemente, en construir las mismas ideas, creencias y promesas, subyacentemente a las diferencias (aparentes) entre los razonamientos y las creencias en que se apoyan. Las implicaciones de las investigaciones vistas son fundamentales para responder por qué hay una simpatía y apoyo entusiastas de científicos ateos, o al menos irreligiosos, a ciertas ideas extraordinarias, por decir lo menos, que brotan de la ciencia y la tecnología. Me refiero al «Argumento de la Simulación» (The Simulation Argument: la realidad es una simulación de una supercomputadora, similar a The Matrix), también a los «Universos paralelos» (Many Worlds Interpretation), y por extensión al transhumanismo. Estas ideas o creencias son tan populares ya, que no necesitan mayor explicación. 

    El transhumanismo es un movimiento que pretende expandir las capacidades humanas mediante la tecnología, lo que incluye, literal y crucialmente, lograr la inmortalidad como parte de una «posthumanidad» (o superhumanidad). El origen del transhumanismo lo encontramos en la ciencia-ficción y el futurismo a inicios del siglo XX, y tal parece es un claro reflejo de tres asuntos en perspectiva histórica: el deslumbramiento por la revolución científica y tecnológica, el concepto de progresión hacia lo perfecto o superior que existía sobre la evolución humana, y el vacío que dejaba el cristianismo tras retroceder ante la Ilustración. Al parecer ciertos sectores de la población, especialmente los teóricos del transhumanismo (científicos y filósofos), quedaron atrapados en este deslumbramiento y llenaron el vacío de Dios, con nuevas ‘profecías’ sobre la nueva ‘salvación’ de la humanidad, que quedará libre de las imperfecciones actuales. El discurso y las actitudes transhumanistas, son pues, indistinguibles del discurso y las actitudes religiosas (Singler 2017). No es difícil ver la narrativa cristiana tras el transhumanismo, lo que no estaría claro es, si se trata más de residuos de enculturación cristiana en los individuos transhumanistas, o sobre todo se trata de un «teísmo intuitivo» latente, y los dispositivos cognitivos sobre la incertidumbre ante la muerte y el futuro, que simplemente encuentran nuevos vehículos (racionales) para emerger. O una dinámica inconsciente entre ambos.

    Lo paradójico a los ojos de Singler (una antropóloga que por estar asociada a la religión y la inteligencia artificial puede notar la narrativa cristiana aquí), es la antirreligiosidad transhumanista. Pero esto no es pues ninguna paradoja al enfocarla cognitivamente: hay un rechazo verbal a Dios y la religión, pero inconscientemente la incertidumbre existencial es afrontada por un mismo sustrato neurocognitivo común a la ciencia y la religión, puesto en evidencia por la búsqueda de la inmortalidad transhumanista. La Teoría del Proceso Dual (p. ej. De Neys 2017) lo explica: el cerebro humano tiene dos circuitos diferentes que procesan la información, uno involuntario, inconsciente, emocional y automático (Sistema 1: la intuición, a la que se asocia el pensamiento mágico, y a los probables residuos de la enculturación infantil), y otro deliberado, consciente, lógico y lento (Sistema 2: el razonamiento analítico, que estructura el discurso científico y el rechazo a la religión). Aquí un hallazgo muy interesante es que al activarse los procesos de inhibición de sesgos durante el razonamiento lógico, una región clave en lo emocional-afectivo (la región prefrontal ventromedial) es crucial para llevar el razonamiento lógico hacia una creencia sesgada emocionalmente (Goel & Dolan 2003). Otros hallazgos empíricos ilustran también esta dualidad: ateos que inadvertidamente temen la ira de Dios (Lindeman et al. 2014), o que albergan creencias implícitas sobre Dios y la vida después de la muerte (Heflick 2011).

    Las operaciones cognitivas del pensamiento científico han podido desarrollarse muy recientemente con la evolución del Sistema 2, probablemente hace 50 mil años, a partir del Sistema 1 (Mithen 2002). Por otro lado, la centenaria tradición filosófica de que la razón existe en un vacío abstracto (una tabla rasa), que está por sobre las emociones y separada de ellas, ha sido desafiada y refutada por la neurociencia (Damasio 1994). En resumen: la razón y la ciencia se construyen sobre las intuiciones y las emociones, y en consecuencia, los cerebros de los científicos pueden verse dominados por la incertidumbre de la muerte y el futuro, brotando así el pensamiento mágico entre sus razonamientos. Es al menos la más consistente explicación de que científicos y filósofos declaradamente ateos y escépticos, o al menos irreligiosos, como Richard Dawkins o Neil deGrasse, consientan que vivimos en la simulación que plantea Nick Bostrom, y que por tanto existe alguien que ejecuta la simulación. Para Dawkins «no es totalmente ridícula» la idea, y le «gusta mucho su argumento», mientras deGrasse afirma que «es difícil argumentar en contra de la posibilidad de que todos seamos la creación de un niño en el sótano de sus padres». Elon Musk es otro entusiasta. «The Matrix as Metaphysics», no la película sino la idea análoga de la realidad como simulación, es obra de David Chalmers. Todo esto conforma una fuerte evidencia, que aunque accidental e informal resuena con los estudios empíricos vistos, de que la intuición y el pensamiento mágico no solo subyacen al razonamiento lógico-analítico, sino que pueden dominarlo para que juegue a su favor. Y el asunto va aún más allá. 

    Ahora será útil retomar el «teísmo intuitivo» de Deborah Kelemen: los ateos están abrazando el creacionismo y el teísmo. David Pearce, otro filósofo transhumanista de la simulación, es citado en la web simulation-argument.com elogiando a Bostrom: «es quizás el primer argumento interesante para la existencia de un Creador». Por cierto, el punto no es el andamiaje de un impecable razonamiento analítico, ni un planteamiento bajo estricta lógica formal, ni basarse exclusivamente en los logros científicos: el punto es cómo todo esto sirve para, mediante un giro cognitivo de 360°, llevar el ateísmo y la ciencia al creacionismo teísta. Richard Dawkins, por ejemplo, puede en otro momento decir «no creo» en la simulación, pero esto es poco consistente con su entusiasmo y obvia prestancia para hablar seriamente de que somos una simulación por supercomputadora, y de su creador, todo lo que está en patente contraste con su autopopularizada condena a la religión y a Dios. Los psicólogos ya conocen esta ambivalencia: Lindeman et al. (2014) nos dicen que «las creencias explícitas de los ateos conflictúan no solamente con su conducta (Laurin et al. 2012; Shariff & Norenzayan 2007, Study 1) sino también con sus reacciones afectivas». Se puede decir que con el transhumanismo ateo estamos ante un deseo oculto, implícito, de Dios, y lo único que es consciente y explícito es la postura de no aceptar que venga de la religión, pero sí de la ciencia. Aún así «la transformación del movimiento a la religión es completa» (Jackson 2016).

    Hay suficiente literatura científica para afirmar que Dios no desaparece de la mente de los ateos (por intuición y/o enculturación temprana), y que el ateísmo no es una inmunidad racional ante las ansiedades existenciales (porque el razonamiento está modulado por emociones y sesgos cognitivos). Paralelamente, hay robusta evidencia empírica de que el pensamiento mágico y otros sesgos cognitivos no desaparecen bajo la educación científica. Al traslaparse ateísmo y ciencia, como ocurre en el transhumanismo, tal parece que el resultado es la utilización de la ciencia para mantener un Dios y un creacionismo negados sólo superficialmente. El vehículo racional de la tecnología es también un mero artefacto superficial cognitivamente, un sistema articulado ciencia-ficción-mágico-teísta ante la incertidumbre de la muerte y el futuro.


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    Bibliografía: 
      📑 Kelemen D. Are children "intuitive theists"? Reasoning about purpose and design in nature. Psychol Sci. 2004;15(5):295-301.
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      📑 Chalmers DJ 2003. The Matrix as Metaphysics. 
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